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Channel: Valladolid, la mirada curiosa
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ANTONIO MACHADO, SU MEMORIA TAMBIÉN VAGA POR VALLADOLID

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En estas fechas se están celebrando los 80 años que han transcurrido desde que Antonio Machado falleciera. Machado murió el 22 de febrero de 1939, a los 64 años de edad. Está enterrado en el cementerio de la pequeña localidad francesa de Colliure. En el mismo panteón que tres días después fuera enterrada su madre, Ana Ruíz, que justo el día que cumplía 85 años no pudo superar el dolor por la muerte de su hijo a quien había acompañado al exilio. Tiempo atrás, Ana Ruíz había dicho que “estaba dispuesta a vivir tanto como su hijo Antonio”… y vaya si fueron premonitorias sus palabras.

Panteón de Machado en el cementerio de Colliure. La imagen está tomada de Tripadvisor.

Además de su madre, en la vida de Machado hubo otras dos mujeres: Leonor Izquierdo y Pilar de Valderrama.

En torno a estas dos mujeres, tanto la sala de exposiciones del Teatro Zorrilla, como la galería de la Diputación Provincial, ofrecen sendas exposiciones. Por cierto, recomiendo que se visite primero la del teatro Zorrilla, pues se comprende mejor la de la Diputación.

Valladolid también tiene algo que contar de  Machado pues, por algunos avatares que vamos a comentar, el espíritu del gran poeta está entre nosotros. Veamos.

Quiere la casualidad que en el cementerio del Carmen de Valladolid, un panteón tiene escrito el inicio de un verso de Antonio Machado… y no es un capricho literario de quien está enterrado o de sus deudos, no. Se trata del enterramiento de José María Palacio Girón. Palacio, de origen hoscense, vivía en Soria cuando Machado recaló en aquella capital castellana a orillas del Duero. Era maestro con plaza de funcionario y con aficiones literarias y periodísticas que dirigió durante varios años El porvenir Castellano, una revista en la que participó Machado.

En Soria, Machado se enamora locamente de Leonor Izquierdo, una niña de 13 años de edad a la  que el poeta le llevaba 32 años. No hubo oposición paterna a aquella relación, pero debieron esperar a que Leonor cumpliera la edad legal para poder casarse: 15 años. El matrimonio se celebró en 1909. Y quiso el destino que las esposas de Machado y Palacio fueran primas, lo que hizo que la amistad del periodista y del poeta se viera reforzada por lazos familiares.

El matrimonio de Leonor y Antonio duró tres años, pues en 1912 falleció aquella muchacha que tenía loco al poeta. Mas, Leonor llegó a tener entre sus manos Campos de Castilla, libro que fue haciéndose con enorme ilusión de la joven.

Machado no pudo resistir aquella ausencia y en pocos días se marchó de Soria camino de Baeza. De aquella partida, Palacio escribió en el periódico: “… De su paso por Soria deja un libro inmortal, acogido por la crítica selecta como pocos libros lo fueron. Nuestro amigo entrañable se aleja de Soria con un dolor profundo…”

Por razones que se desconocen, aquel gran amigo de Machado estaba en Valladolid en 1936, donde le  sobrevino la muerte. Fue enterrado en el cementerio del Carmen, y sobre su lápida se grabó esta estrofa: “Palacio, buen amigo, está la primavera” y firma A. Machado.  Se trata del principio de un largo poema que el poeta había dedicado a su buen amigo Palacio en abril de 1913. Cierto era el cariño de Machado por su amigo, pues este se encargó de que no faltaran flores en la tumba de Leonor habida cuenta de la lejanía del poeta del lugar donde yacían los restos de su amada.

Panteón de Palacio en el cementerio del Carmen.

El poema dedicado a Palacio empieza con las siguientes estrofas: “Palacio, buen amigo, / ¿está la primavera / vistiendo ya las ramas de los chopos / del río y los camino? En la estepa / del alto Duero, Primavera tarda, / ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!…”

Pero de más lazos con Machado puede presumir Valladolid. Y es de la admiración que  profesaba a Narciso Alonso Cortés, al que le dedicó un poema incluido en el libro Árbol añoso, publicado en 1914. Entre la documentación que el Archivo Municipal de Valladolid guarda de Alonso Cortés, hay un libro dedicado por Machado de su mano y letra.

El poema, titulado “A Narciso Alonso Cortés, poeta de Castilla”,  comienza así: “Tus versos me han llegado a este rincón manchego, / regio presente en arcas de rica taracea, / que guardan, entre ramos de castellano espliego, / narcisos de Citeres y Lirios de Judea.”  Y concluye: “Poeta, que declaras arrugas en tu frente, / tu noble verso será más joven cada día; / que en tu árbol viejo suene el canto adolescente, / del ruiseñor eterno la dulce melodía.”

Mas, sigamos con la tercera mujer importante en la vida de Machado: Pilar de Valderrama. El poeta recaló en Segovia, donde trabó relación con aquella mujer. Casada, con tres hijos y muy culta que participaba y animaba la vida cultural de Madrid, donde se relacionó con un gran número de intelectuales: María de Maeztu, María Teresa León, Luis Buñuel, Rafael Alberti, Vicente Alexandre, etc, etc.

Detalle de la doble exposición en Zorrilla y Diputación.

De aquella vida cultural destacaremos que formó parte del primer Cineclub que se formó en Madrid, y de la asociación Lyceum Club que, participada mayoritariamente  por mujeres, defendía los derechos de la mujer, sobre todo el acceso a la cultura.

La relación con Pilar se inició en 1929 y duró hasta que el levantamiento militar del 36 les separó por el distinto destino que tomaron Machado y la familia de su amiga. Pilar, después de unos meses en Portugal, volvió para instalarse en Palencia, en una casa solariega de la familia de su esposo.

Fotografía de los jardines de la Moncloa, donde Pilar de Valderrama y Machado se veían los fines de semana. Exhibida en la exposición de la Diputación de Valladolid.

Los versos y la relación epistolar entre Machado y Valderrama dio nacimiento a una musa mítica  llamada Guiomar, que no era sino el nombre que escondía el del Pilar de Valderrama. Pilar, también poeta,  publicó seis poemarios, tres obras de teatro y una autobiografía: Sí, soy Guiomar, memorias de mi vida, publicada en 1981, dos años después de su fallecimiento. Pilar vivió de 1889 a 1979.

Esa autobiografía tiene, también,  sello vallisoletano, pues su prólogo lleva la firma de Jorge Guillén, amigo, confidente y gran conocedor de la relación que durante ocho años mantuvieron Guiomar y Machado.

Y sobre Machado hay más relación con Valladolid: El escritor y periodista vallisoletano Ángel María de Pablos, en 2007 escribió, por encargo de la Junta de Castilla y León, una obra de teatro que conmemoraba el centenario de la llegada del poeta a Soria. La tituló La Fontana.

Ahora, Valladolid guarda el recuerdo de Machado  en el nombre de una calle y de un colegio. Además, existe una Federación de Asociaciones Vecinales y de Consumidores que, nacida en 1980, se puso  el nombre de Antonio Machado.

 


LOS NUEVE ROLLOS DE VALLADOLID

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El rollo es una columna de piedra, generalmente erigida sobre una pequeña grada que  se levantaba en los municipios que tenían capacidad jurisdiccional. Es decir, que podían administrar justicia, pero indicando el poder al que estaba sujeto el pueblo: el señor feudal, la corona, el poder eclesiástico o el régimen concejil. Se suele considerar que solo se podían poner en los villazgos, es decir municipios con cierta autonomía administrativa: impartían justicia y ejecutaban la pena.

Los rollos también sirvieron para marcar límites territoriales, como simple conmemoración de la adquisición de la categoría de villa,  y para exponer al escarnio público a aquellos delincuentes que eran condenados, pero en esta especie de variante de rollo tendríamos que hablar más bien de “picota”. No obstante en muchas poblaciones eran la misma cosa, o terminaron por serlo.

Para hacernos una idea más exacta de la importancia que tuvieron los rollos diremos que durante la conquista de América, el primer acto de fundación de una ciudad consistía en la erección del rollo como símbolo de jurisdicción real y como signo de amenaza coercitiva.

La estructura de los rollos era relativamente parecida en todos los casos, o al menos se construían siguiendo ciertos patrones: de piedra, sobre una grada con varios escalones, con una base, columna y rematadas con bolas, picos o conos. Se solía poner los símbolos de la autoridad propietaria de la villa. Y a la columna, cuando el rollo ejercía de picota, pues llevaba unas argollas donde se encadenaba o ataba al reo para que sufriera el escarnio público.

Los siglos XVI y XVII fueron en los que se construyeron más rollos en España.

Hay autores que sostienen que las primeras picotas o rollos se remontan al siglo XIII, reinando Alfonso X el Sabio. Desde luego, en Las Siete partidas se hace referencia a las siete maneras en que se debía aplicar la pena a los reos: desde la pena de muerte hasta la amputación de miembros, pasando por ser azotado, herido con yerros, dejándolo al sol untado en miel para que lo coman las moscas, o ponerle en deshonra en la picota. Penas que buscaban, además que no solo sufrieran pena sino también padecieran vergüenza. ¡Vaya como se las gastaba el rey Sabio! La picota, en definitiva, era el lugar para que que los malhechores sufrieran el escarnio público.Es el caso que Valladolid fue una de las provincias de España que más rollos tuvieron,  y en general en Castilla y León.

Las Cortes de Cádiz consideraron que aquellas columnas (que ya no tenían más función que la decorativa) eran una reminiscencia de signos de vasallaje y  debían ser eliminados. Así, mediante un decreto fechado el 26 de mayo de 1813, ordenaron a los ayuntamientos la demolición de todos los signos de vasallaje que hubiera en las entradas de los municipios, casas consistoriales o cualquier otro sitio “puesto que los pueblos de la Nación Española no reconocen ni reconocerán jamás otro señorío que el de la Nación misma, y que su orgullo sufrirá tener a la vista un recuerdo continuo de humillación.”

Pero no todos los municipios hicieron caso de aquella  órden, y producto de tal desacato es que  España  conserve  unos 150 rollos. Nueve de ellos en Valladolid: Aguilar de Campos, Bolaños, Curiel de Duero, Mayorga, Simancas, Torrelobatón, Valdearcos de la Vega, Villalar y Villalón de Campos.

 

En Villalón de Campos, rematado en un pináculo que sostiene una veleta, se levantó el rollo de justicia, de estilo gótico flamígero isabelino, en los primeros años del siglo XVI (hay dataciones que lo fechan en 1523). De una altura de 10 metros, seguramente es el rollo más artístico y monumental de España. Le caracteriza un rico decorado y una buena conservación.  Rematado con una veleta, se ha convertido en el símbolo inequívoco de Villalón. Apuntan los estudios sobre este rollo que tal vez fuera trabajado por un maestro cantero de la Catedral de Burgos. Sea como fuere, ha entrado en la lista de los principales monumentos españoles, tal como indica esa vieja copla que dice: “Campanas, las de Toledo; iglesia, la de León; reloj, el de Benavente; y rollo, el de Villalón”. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 1929.

 

El rollo de Mayorga se fecha en el primer cuarto del XVI. Es una sobria pero esbelta columna decorada con la representación de cuatro bestias  legendarias que apuntan en los cuatro puntos cardinales, está rematado con una especie de templete.

 

En Bolaños de Campos, se yergue el más austero de los rollos terracampinos. Se asienta sobre un podio de seis escaleras. Es de finales del XV y está rematado con cuatro cabezas de león que apuntan hacia todos los puntos cardinales, alegoría que, como ya hemos visto, se repite en Mayorga. (Ambas imágenes están tomadas de la página de Turismo de la Diputación Provincial).

 

El rollo de Aguilar de Campos, gótico también  del XV, se halla a los pies de la iglesia de San Andrés, acaso el edificio mudéjar más importante de todo Valladolid. Tiene una fachada que a la puesta del sol iluminando el ladrillo de su pórtico  occidental, con el rollo a sus pies ofrece el espectáculo de una verdadera tea encendida. En 1979, iglesia y rollo se declararon Bien de Interés Cultural.

 

Curiel de Duero, puerta del Valle del Cuco,  tiene en su entrada un rollo del siglo XVI  al que parece que le falta el remate, pero que muestra en su coronación el escudo de los Zúñiga o Estúñiga, cuyo palacio se puede ver en la plaza principal del municipio, bien es verdad que solo los muros de piedra.

 

Adentrados en el Valle del Cuco, Valdearcos de la Vega, uno de sus cinco municipios, conserva en su plaza el rollo que podríamos considerar renacentista y rematado por una cruz de hierro forjado.

 

Villalar de los Comuneros también puede presumir de su villazgo, solo que no conserva el rollo completo, sino la coronación del mismo. Es propiedad del Museo de Valladolid, pero está depositado en las dependencias municipales del municipio comunero. Se trata de la pirámide que coronaba el rollo del siglo XV y que se conoce como Piedra de los Comuneros. La tradición dice que a los pies del rollo fueron ajusticiados Padilla, Bravo y Maldonado y en sus escarpias colgaron sus cabezas. Parece que en su momento, esta pirámide tuvo una lanza. (La imagen está tomada del catálogo de la Exposición promovida por la Fundación Villalar titulada “Tierra de comunidades”, y el texto referente a este rollo es de Fernando Pérez, conservador del Museo)

 

En su parte alta del caserío, Simancas conserva un rollo declarado Bien de Interés Cultural.

 

Torrelobatón recuperó en 2007 su rollo, que durante décadas estuvo en la finca que Rafael Cavestany, ministro de Agricultura desde 1951 a 1957, tenía por estos lares. Instalado, tras su recuperación por el municipio, frente a la Casa Consistorial, finalmente se reubicó en su emplazamiento original:en la entrada del pueblo por donde viene la Cañada Real Leonesa Occidental.

MARCELINA PONCELA, PINTORA: UNA VIDA Y UNA EXPOSICIÓN

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Marcelina Poncela  nació en 1864 en la calle Vega,  de Valladolid, en el seno de una familia humilde cuyo padre era un artesano de cestería oriundo de Bercero.

Tenía otros dos hermanos que murieron muy tempranamente. Quedó huérfana de madre a los tres años, por lo que fue criada por su abuela paterna, según costumbres de la época, en las que no era frecuente que el padre se encargara de la crianza de una hija, además de que no dispusiera del tiempo necesario habida cuenta de su trabajo.

Lo que no significa que no estuviera atento a su educación, pues  su progenitor apreció las cualidades intelectuales y artísticas de Marcelina, de tal manera que Marcelina estudió Magisterio compatibilizando con clases de dibujo y pintura en la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, que por aquel entonces estaba situada en el Colegio de Santa Cruz. Sus clases de arte comenzaron en 1876 y tuvo como maestro a José  Martí y Monsó.

En 1882, a raíz del fallecimiento de su padre, y como era menor (18 años) quedó bajo la tutela del esposo de su tía Ysidra Poncela. El matrimonio vivía en Madrid, por lo que Marcelina  se trasladó a vivir a la capital de España, donde siguió compaginando sus estudios de magisterio con los artísticos. Necesitó de una dispensa expresa de la Casa Real para poder ingresar en 1884 en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado.

Además, obtuvo sendas becas o pensiones tanto del Ayuntamiento como de la Diputación de Valladolid, lo que le permitió dedicarse con mayor intensidad a su formación.

Uno de los maestros que más influyeron en nuestra pintora fue Carlos de Haes, un excepcional paisajista español de origen belga que era partidario de una nueva forma de pintar el paisaje: al aire libre  y con la rapidez y sutileza suficientes como para captar los matices que se operan en la naturaleza producto de la luz cambiante.

Casó con un periodista, pero sus obligaciones familiares no mermaron su vocación de pintora, que le acompañó toda la vida.

Tuvo tuvo varias hijas y un varón que llegó a ser famoso dramaturgo: Enrique Jardiel Poncela.  El matrimonio inculcó a sus prole el gusto por el arte y la cultura, por eso fueron educados en la Institución Libre de Enseñanza, y sus hijas estudiaron Magisterio y Comercio, en una época en que las mujeres apenas se las enseñaba las cuatro reglas y mal leer.

Su apellido, de momento, quedó más ligado a la fama de su hijo que a su propia trayectoria artística. Tal vez esto comience a cambiar a partir de lo que ya se va conociendo de esta excepcional mujer gracias a la publicación de su vida y obra por parte de María Dolores Cid Pérez. Una  vallisoletana doctora  en Historia del Arte que hizo su tesis sobre la vida de Marcelina, y que recientemente ha visto la luz en forma de libro publicado por el Ayuntamiento de Valladolid: “Retrato de Marcelina Poncela”

Marcelina, que falleció en 1917,  no perdió el contacto con Valladolid, pues además de cartearse con una amiga residente en nuestra ciudad, hasta 1912 acudió a todas las exposiciones que se celebraban en Valladolid, de las que El Norte de Castilla recoge elogiosas críticas de sus cuadros.

Nuestra pintora tuvo la gran valía y suerte de ver en vida como se valoraba y apreciaba su obra. Acudió con su obra a los certámenes más importantes de España, como eran el  Círculo de Bellas Artes de Madrid, y  Exposición Nacional de Bellas Artes (en la obtuvo galardones en varias convocatorias).

Como indica la propia Dolores Cid, Marcelina era “una mujer valiente y decidida que siempre tuvo muy claro que lo que quería hacer en la vida era pintar, y no dudó en atreverse a irrumpir en el mundo artístico decimonónico, que era masculino, y tratar de hacerse un hueco en él”.

Coincidiendo con la reciente publicación del libro sobre la vida y obra de Marcelina, la Universidad de Valladolid ha organizado una exposición sobre la pintora, en la que a través de una quincena de cuadros, algunos dibujos y varios libros en los que se recoge su trayectoria nos podemos hacer una idea cabal del valor artístico de Marcelina Poncela.

En palabras de Daniel Villalobos, arquitecto y director del Museo de la Universidad de Valladolid, Marcelina Poncela  fue “una de las primeras seis mujeres en mostrar a la sociedad española de final del siglo XIX, la capacidad de la mujer en un tiempo de aquella sociedad en el que ser mujer y querer oficialmente ser artistas, era casi imposible de compaginar.”

Curiosamente, Marcelina ahora es una desconocida, pero en vida recibió el reconocimiento de los ambientes artístico y participó en numerosas exposiciones locales, de las que la prensa de la época daba debida cuenta. Parece que sus paisanos seguían su trayectoria artística y estaban orgullosos de sus logros.

Por suerte, algunos de sus cuadros, sean copias de los del Museo del Prado de su época de estudiante, o de creación propia, se conservan en Valladolid. Se hallan depositados en el Ayuntamiento y en la Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción.

Si hubiera que resumir en brevísimo espacio su trayectoria profesional y vital, podríamos hacerlo diciendo que fue maestra, artista y pionera. Empleó todas las técnicas: óleo, acuarela y pastel; y practicó el dibujo. Y abordó todos los géneros: paisaje, retrato, costumbrismo, bodegón y flores.

Por cierto, la sala de exposiciones está en el interior del Museo de la Universidad, por lo que es muy buena ocasión para conocerlo, quien no lo haya visitado nunca,  o para volver a recrearse por si ha visitado alguna vez.

Se trata de una escogida selección de objetos y obras de arte relacionadas con la Universidad, y en definitiva con Valladolid; y de cuadros y esculturas de excelentes autores vallisoletanos contemporáneos.

Como curiosidad contaremos que  en la exposición de Marcelina Poncela hay un cuadro que representa a la Reina Regente  María Cristina (viuda de Alfonso XII) y a su hijo, futuro Alfonso XIII, de niño; y  en el Museo de la Universidad se pueden ver sendos cuadros de María Cristina y Alfonso XII pintados por Blas González García –Valladolid unos pocos años antes que el de Marcelina.

 

NOTA: La exposición está abierta hasta el día 12 de abril en el Edificio Rector Tejerina, al que se accede por la plaza de Santa Cruz. El horario de visita es de 10 a 14 y de 18 a 21 horas.

 

ESCENARIOS DE GUERRA

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Aunque no lo parezca, las tierras vallisoletanas han sido protagonistas en diversas contiendas bélicas a lo largo de la historia, y unas cuantas de sus poblaciones han sido escenarios de significativas batallas.

Sobre estos acontecimientos voy a proponer varios escenarios en distintos puntos de la geografía vallisoletana. No se me exija rigor histórico exacto, pues no es lo que persigo aquí, sino traer evocaciones y argumentos para animar a visitar esos parajes donde percibir las vibraciones de la historia, y visitar  sus localidades próximas.

Será necesario apuntar, al menos someramente, las causas que han contribuido a esta notoriedad vallisoletana en el terreno bélico. Una de ellas es que Valladolid resulta paso obligado para las comunicaciones entre la frontera francesa, la capital de España y el vecino país de Portugal. También el que el Duero fuera frontera durante muchos años entre la España cristiana y la musulmana. Y no menos importantes fueron las disputas fronterizas entre los reinos de León y Castilla cuando estos se separaron. Además, la importancia de algunas poblaciones, como Valladolid, Medina del Campo y otras, en las disputas entre aspirantes al trono en diversos acontecimientos a lo largo de la historia (por ejemplo las aspiraciones al trono del bastardo príncipe Alfonso y el que fuera Enrique IV –hablamos de los tiempos que precedieron al reinado de los Reyes Católicos-). “Quién señor de Castilla quiera ser, Olmedo de su parte ha de tener”, se decía en el siglo XV.

En fin, que todo apunta a que las comarcas y villas vallisoletanas tengan un sitio en la historia, aunque sea por motivos bélicos.

Sugiero algunos casos, más o menos épicos e importantes, que marcaron hitos en la historia de España.

 

Simancas fue escenario de una de las más famosas, importantes y mejor documentadas batallas entre los emiratos musulmanes y los reinos cristianos. Tuvo lugar en agosto de año 939. Fue una gran victoria de los reyes cristianos de León, Castilla y Navarra sobre las tropas sarracenas: los historiadores dicen que aquella batalla marcó el declive definitivo de los musulmanes.

Corrían los primeros días de agosto del año 939, cuando el califa Abderramán III se presentó, según algunas crónicas –que hay que poner en cuarentena-,  con 100.000 soldados a los pies de la muralla simanquina, que estaba defendida por tropas al mando del rey de León Ramiro II, que había conseguido unir a diversos nobles cristianos que aportaron soldados para la causa. La batalla, que duró varios días, fue muy cruenta y se desarrolló a lo largo de la margen derecha del Pisuerga al noroeste de Simancas. La batalla la perdió definitivamente Abderramán cuando se batía en retirada, y eso trajo como consecuencia que el control cristiano rebasara el Duero y llegara hasta asentarse a la orilla del río Tormes. Esta batalla fue uno de los acontecimientos más relevantes del siglo X en la historia de España, y de ella se habló en toda Europa y en los confines de Asia.

No obstante, aquella derrota musulmana no impidió que años después (exactamente en 981) Almanzor se presentara en Rueda para librar otra importante batalla que se decantó a favor de los sarracenos, y que tuvo consecuencias internas para los cristianos, pues los nobles gallegos se levantaron contra Ramiro III, obligándole a abdicar como rey de León en favor de Bermudo II.

 

Dejemos a moros y cristianos para saber que ocurrió entre los mismos cristianos, que no necesitaban de enemigos agarenos  para  enfrentarse entre ellos.

 

Apuntado queda que los ríos fueron importantes líneas divisorias: los puentes no eran precisamente numerosos, pocos los lugares de vadeo y no durante todo el año, y aunque ahora veamos escaso el Sequillo o inexistente el Trabancos, sin embargo en otras épocas no eran obstáculos fáciles de salvar.

Y esto nos lleva a situar el Sequillo y el Trabancos como líneas fronterizas, esta vez entre los reinos de León y Castilla. Me detendré en el Trabancos.

Vamos, pues, a  Castrejón de Trabancos (que queda cerca de Alaejos y Nava del Rey) para recordar que en sus inmediaciones se desarrolló una trascendental colisión entre ambos reinos cristianos. Corría el año 1179 y las tropas leonesas del entorno de Toro y Castronuño, leales a Fernando II, se enfrentaron a las tropas de Alfonso VIII de Castilla. No estoy muy seguro de si en aquella ocasión hubo vencedores y vencidos pero cierto es que los historiadores aseguran que aquella cruenta reyerta obligó a firmar la paz, pocos años después -1183- entre ambos reinos.

Sigamos con los monarcas cristianos,  y esto nos lleva a las batallas de Olmedo, pues dos fueron las que acontecieron. El 19 de mayo de 1445 las tropas de Juan II de Navarra, que tenían Olmedo en su poder acabaron enfrentadas en una nada pequeña batalla con los partidarios del entonces príncipe Enrique (futuro Enrique IV de Castilla).

El segundo enfrentamiento tuvo lugar el 20 de agosto de 1467. Entonces, de nuevo Enrique IV se enfrenta a los partidarios de su hermanastro Alfonso. Ambos se proclamaron vencedores y en la contienda estaban enredadas todas las familias notables de la época, alguno de los cuales estaban llamados a futuros acontecimientos: ¿se acuerdan de Beltrán de la Cueva, tan implicado en la lucha por la sucesión del trono entre Juana la Beltraneja e Isabel? pues por Olmedo andaba el tal Beltrán.

Algunas coplas se hicieron eco de estos acontecimientos de Olmedo.

 

Representación de la Quema de Medina. Foto cedida por Rubén García

Las luchas entre realistas y comuneros fueron unos de los enfrentamientos bélicos más trascendentes en la historia de España. Y esto nos lleva a poner de relieve un singularísimo acontecimiento que no tuvo las características de una batalla, pero sí el valor de la gesta. Me refiero a lo que se conoce como la “Quema de Medina”.  Corría el año 1520, exactamente el 21 de agosto. Las tropas del emperador Carlos se presentaron en Medina del Campo para tomar las piezas de artillería que allí estaban custodiadas y, con ellas, dirigirse a tomar Segovia, en manos de los Comuneros: de madrugada, Antonio de Fonseca se presentó en las puertas de Medina exigiendo las piezas artilleras. El alcalde pronto se puso de su parte, pero los vecinos se negaron: juntaron todos los cañones en la plaza, desmontaron las ruedas y las cureñas y los rodearon para defenderlos. Las tropas realistas, en verdad escasas, no pudieron someter a los partidarios de la causa comunera, por lo que no tuvieron otra idea que prender fuego a Medina por diversos lugares para así provocar la desbandada del pueblo. Pero nadie se movió del lugar, y antes de que las llamas llegaran a prender los almacenes de los ricos comerciantes, las tropas del emperador se retiraron para que los habitantes de Medina pudieran apagar los fuegos. Aquello no hizo sino aumentar más las adhesiones a la causa comunera en las poblaciones de Castilla. Fruto de aquel notable hecho histórico es que en Medina haya una plaza de Segovia y en Segovia una llamada de Medina del Campo (solidaridad comunera).

Y  el relato de la Quema de Medina nos lleva a la batalla de la Guerra de las Comunidades: la de Villalar. Fue aquel 23 de abril de 1521, cuyo desenlace no puso fin a la guerra pero supuso un punto de inflexión ya indudablemente favorable a los intereses del Emperador Carlos.

Ejecución de los comuneros, de Antonio Gisbert. Museo del Prado

Se desarrolló como a dos kilómetros de la población, aunque Padilla intentó que tuviera lugar en el casco urbano, instalando en él parte de su artillería. Era consciente de sus menguadas fuerzas frente a las tropas imperiales, y consideró que podría tener alguna ventaja evitando el campo abierto.

Fue una batalla no querida por los comuneros, pues en realidad pretendían llegar desde Torrelobatón (donde  estaban acuartelados) hasta Toro para sumar refuerzos y aprovisionamientos. Pero sucedió lo inevitable, pues los imperiales interceptaban el camino que habían tomado las tropas comuneras.  La batalla, bajo una intensa lluvia, fue una masacre para los de Padilla.

Lo peor de aquello es que descabezó parte principal de los caudillos comuneros, como bien sabemos.

Aquella triste derrota se recuerda en Villalar de los Comuneros. En el monolito de la plaza principal, levantado en 1889,  se lee la siguiente inscripción: “A la memoria de Doña María Pacheco, Padilla, Bravo y Maldonado…”

Y más recientemente, en concreto en 2004, se levantó un monumento en el paraje llamado puente de Fierro (como a dos kilómetros de la población, al que se puede llegar andando por un camino acondicionado), y que recoge las siguientes palabras del poema de los Comuneros de Luis López Álvarez: “Desde entonces Castilla no se ha vuelto a levantar”.

Villalar de los Comuneros bien se merece una visita en días más sosegados que los que rodean la fiesta de la Comunidad. Y si se tiene ocasión, subir a la torre del Reloj que está frente al Ayuntamiento solicitando la llave con algún de antelación en el teléfono de la Casa Consistorial: excelentes vistas.

 

Daremos un salto para irnos a la Guerra de la Independencia, y dar cuenta de dos singulares acontecimientos bélicos.

Escultura de Aurelio Carretero en Medina de Rioseco. Recuerdo de de la batalla de Moclín

A poco más de cuatro kilómetros del casco urbano de Medina de Rioseco está el teso de Moclín, a cuyos pies se desarrolló un importante batalla de la que aún sigue estudiándose las causas de la derrota de los ejércitos españoles. Fue el primer enfrentamiento propiamente bélico entre tropas regulares francesas y españolas.  Las tropas francesas ganaron la partida a los españoles. Aquello ocurrió un 14 de julio de 1808 y de ello ha dejado constancia un grupo escultórico de Aurelio Carretero inaugurado en 1908 junto al parque Duque de Osuna. Cabe añadir que acaso lo peor vino después de la batalla, y fue el saqueo de la ciudad de Medina de Rioseco por parte de las tropas francesas. Largo sería explicar las causas de la derrota, pero en lo que a las tropas españolas se refiere, se puede apuntar que  buena parte de ellas eran bisoñas, obligadas a llegar al punto de batalla a marchas forzadas; el que los oficiales españoles no coordinaron adecuadamente sus movimientos; o el que los españoles emplazaron inadecuadamente las piezas de artillería, teniendo la luz cegadora del sol en contra.

Famosa fue la trágica escaramuza ocurrida en Cabezón de Pisuerga el 12 de junio de 1808 (es decir unas semanas antes de la Batalla de Moclín): las tropas francesas acantonadas en Burgos vieron peligrar la línea de postas que unía Madrid con Francia y que pasaba por Valladolid, por lo que se movilizaron para asegurar el servicio del correo. Aquel fatídico día, apenas 5.000 hombres inexpertos (estudiantes y seminaristas de Valladolid reclutados a marchas forzadas), se enfrentaron a 9.000 curtidos soldados franceses (por dragones se les conocía). Y los españoles, al mando de un incauto general se dejaron atrapar en el puente de Cabezón sufriendo en apenas unas horas centenares de bajas, muchas de las cuales aún semanas después seguían sin enterrar. A cada lado del puente hay sendos monolitos: uno recuerda propiamente la batalla, otro, más reciente y rodeado de banderas, recuerda la voladura del puente que ocurrió cuatro años después.

Y concluyo este recorrido anotando un hecho curioso: en Castrejón de Trabancos  pudo cambiar el signo de la Guerra de la Independencia, pues aquí sufrió Wellington un importante susto cuando estuvo a punto de ser apresado por las tropas francesas que merodeaban por Rueda, lo que  muy probablemente habría  hecho que el curso de aquella guerra tomara otros derroteros.

 

BUSTOS: UNA FORMA DE CONTAR HISTORIAS DE VALLADOLID

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En escultura, un busto es la representación artística  de la cabeza y parte superior del tronco humano, sin presencia de los brazos. Se trata de una técnica concreta que tiene sus reglas. Es decir, no es un parte fragmentada o parcial de una obra, sino que es, en sí misma, una obra completa

Parece que el origen de esta forma de representación de un personaje está asociado a ritos funerarios, tal como se hacía en el Antiguo Egipto,  pero no necesariamente, pues en el Imperio Romano los bustos comenzaron a ser una forma de reconocimiento a personajes importantes, a héroes o a dioses. Por eso los museos de Roma están llenos de bustos. En la imágen, busto del siglo II realizado en mármol y encontrado en Medina de Rioseco que se conserva en el Museo de Valladolid.

No obstante, en las familias romanas pudientes era costumbre mandar esculpir la representación de sus difuntos, cuyos bustos solían ponerlos en el vestíbulo de la vivienda o incluso en armarios. Era una manera de seguir teniendo entre ellos a sus parientes ausentes. En definitiva, el equivalente a los retratos fotográficos que nos recuerdan a los ausentes y que ponemos en las estanterías de las librerías y en los aparadores.

Para esculpir un busto, como en cualquier escultura, se puede emplear todo tipo de materiales: madera, piedra, bronce, mármol, granito, etc.

Contado esto no abundaremos más, pues nos enredaríamos en asuntos de expertos, cosa que no viene al caso, dado que acaso también tendríamos que hablar de los relicarios de las iglesias, en los que se representa a santos o mártires.

Ese origen digamos privado de los bustos, en algún momento saltó al espacio público y es frecuente que los municipios ofrezcan a los ojos de los paseantes los bustos de personajes notables de la historia de la ciudad.

Y, en esto, Valladolid no es  una excepción. Bien es verdad que veremos que algunos de los bustos están en edificios y por consiguiente un tanto ocultos a la mirada de la mayoría del público, de los que también vamos a dar cuenta.

 

El busto más antiguo de la época moderna que hay en Valladolid es el que representa al alcalde Miguel Íscar (1828-1880). Miguel Íscar, uno de los más importantes munícipes que hubo en la ciudad, nació en 1828,  y ejerció entre 1877 y 1880, año en el que falleció. Se trata de un bronce esculpido por Aurelio Rodríguez Carretero (el escultor de Zorrilla o el Conde Ansúrez). Se instaló en el Campo Grande, cerca de la pajarera, en el año 1907.

 

No muy lejos, y más próximo a la fuente de la Fama, se instaló en 1932 el busto de Núñez de Arce (1832-1903), diputado, ministro y académico de la lengua. Su autor fue Emiliano Barral, escultor con obra incluso en el Reina Sofía, en Valladolid tuvo un monumento a  Leopoldo Cano (1936) que se destruyó durante la Guerra Civil por los fascistas.

 

Y el siguiente busto más antiguo de Valladolid es el que representa a Leopoldo Cano (1844-1934). Está ubicado en el paseo del Príncipe del Campo Grande. El poeta Cano fue miembro de la Real Academia de la Lengua. La escultura lleva la firma de Juan José Moreno Llebra (Chechñe), nacido en Valladolid.

 

Seguimos en el Campo Grande, y frente a Cano, un tanto escondida y mimetizada con el entorno está el busto de la escritora Rosa Chacel (1898-1994). Su autor es Francisco Barón y se instaló el año 1988, coincidiendo con el homenaje que la tributó la ciudad con motivo de cumplir 90 años. Barón fue Premio Valladolid de Escultura en 1983 y ha expuesto en numerosas ciudades europeas.

 

Y nos vamos a la Casa de Cervantes, en la calle Miguel Íscar. En el jardín que precede al edificio vemos al marqués de la Vega Inclán (1858-1942), político y militar, fue un mecenas que contribuyó a evitar el derribo de la casa que habitó el autor del Quijote. Al marqués se le considera en gran impulsor del turismo en España. El autor de la obra es Mariano Benlliure, con numorosa obra repartida por toda España y  que en Valladolid también tiene el Monumento a los Cazadores de Alcántara (1931) delante de la Academia de Caballería.

 

El jardín interior de la Casa de Cervantes está presidido por el busto de Archer Milton Huntington (1870-1955).  Arqueólogo y filántropo hispanista nacido en Estados Unidos, fue presidente de la Sociedad Hispánica de Nueva York. Gran contribuyente a que ahora disfrutemos de la Casa de Cervantes pues consiguió el respaldo de Alfonso XIII para mantener y rehabilitar la casa. La autora de la escultura fue Eva, hija de Archer, que la donó a la ciudad en 1962. La escultura se definió como una persona enamorada de España.

 

El museo Casa Colón exhibe en su patio de la fachada un busto de Isabel la Católica instalado en 2004 y realizado en bronce  por José Luis Fernández, escultor ovetense nacido en 1943. De esta pieza hay una réplica instalada en el Monasterio de Guadalupe, Cáceres.

 

Del busto de Ponce de León nada sabemos, salvo que se instaló en la Casa Colón en 1971 con motivo el 450 aniversario de su fallecimiento. Nació en Santervás de Campos en 1460 y falleció en La Habana en 1521. Explorador al que se le considera descubridor de la Florida.

 

En el jardín que precede al colegio de Santa Cruz, detrás del palacio, se instaló un busto de Claudio Moyano (1809-1890), realizado por Luis Santiago Pardo en 2009. Claudio Moyano fue ministro de Fomento con Isabel II y en su mandato se aprobó la ley de enseñanza más longeva de España pues no se derogó definitivamente hasta la década de 1970. Aunque nacido en la provincia de Zamora, fue alcalde de Valladolid y rector de su Universidad. La puerta de acceso, aunque parece cerrada, se puede franquear. El escultor Luis Santiago –vallisoletano-  es el autor, entre otras piezas, de las de Rosa Chacel y Jorge Guillén, en la plaza del Poniente.

 

En el panteón del PSOE y UGT del cementerio del Carmen, hay un busto de Pablo Iglesias Posse (1850-1925), instalado en 1998. Iglesias, que  fue  fundador de las dos organizaciones citadas, nació en El Ferrol. La autoría es de Alberto Bustos, un ceramista y escultor vallisoletano de proyección internacional.

 

La casa de la Beneficencia, en el paseo del Cementerio, guarda en su jardín una representación del  capitán general Carlos O´ Donnell.  Este homenaje se debe a que la institución nació en 1818 fundada por el militar, con la finalidad de “evitar la miseria y la exposición de salud pública por las aglomeraciones de pobres en la ciudad”. La obra es de Javier Polo (del que nada más he conseguido saber).  El general, uno de los políticos más influyentes en la historia de España,  estuvo vinculado a Valladolid, pues entre otras cosas  fue director de la Sociedad Económica de Valladolid entre 1819 y 1822.

En el claustro del convento de los Agustinos-Filipinos está la escultura de uno de los botánicos españoles más importantes: el padre Francisco Manuel Blanco. Zamorano nacido en 1779,  falleció en Filipinas en 1845, isla de la que hizo un exhaustivo estudio de su flora con una descripción de sus aplicaciones culinarias y medicinales. El busto es de Luis Santiago Pardo y de él hay dos versiones: una en el pueblo donde nació (Navianos de Alba), y otro en Zamora capital.

 

 

En el jardín de acceso a la Casa de Zorrilla, en 2017 se instaló un busto de Narciso Alonso Cortés, cuyo autor es el imaginero vallisoletano Miguel Ángel Tapia. Alonso Cortés (1875-1972)  fue el mayor especialista en la vida y obra de Zorrilla, además de poeta e historiador.

 

Nos vamos hasta Parquesol. En su plaza principal hay un busto de Marcos Fernández (1937-1998), empresario, promotor del barrio y añorado presidente del Real Valladolid. La obra, instalada en 2001,  es de Luis Santiago Pardo.

 

Seguimos viendo esculturas al aire libre y nos vamos hasta la Casa de la India, en la calle Puente Colgante, en la que hay un busto (más bien una escultura por cuanto se representa con brazos y manos) del premio Nobel Rabindranath Tagore donada por el Gobierno de la India en 2006, con motivo de la inauguración de la Casa.

 

 

Y nos vamos a visitar un par de interiores. En la tercera planta de la Facultad de Medicina, donde se ubican los servicios administrativos, hay una representación del doctor Mercado realizada en hormigón por el escultor Ramón Núñez en 1930. Núñez es el autor del Sagrado Corazón que corona la torre de la Catedral de Valladolid. Luis de Mercado falleció en 1611 y según el historiador  Anastasio Rojo nació en 1532 y no en 1525, como pone en la placa que preside el busto. No hay seguridad sobre su lugar de nacimiento (probablemente Valladolid). Lo fue todo en la medicina incluido médico de cámara de los reyes Felipe II y  III. Ejerció de catedrático en Valladolid y sus libros influyeron en la práctica médica de España y Europa. Con una solvente formación filosófica, se le llegó a conocer como el “Santo Tomás de la Medicina”.

 

Concluimos este periplo por los bustos de la ciudad de Valladolid en la Casa Consistorial. En el acceso al Salón de Recepciones  hay sendos bustos realizados  en madera por Crispín Trapote: La ciega de Íscar y el Labriego Castellano. Crispín (1916-1975) perteneció a una saga de escultores vallisoletanos, de los que aún hay algún descendiente en activo: Jesús Trapote, autor del  Homenaje al Imaginero Castellano frente al teatro Calderón.

VALLADOLID, AÑO 1900

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Buscando unos planos de Valladolid para cierta investigación me he topado con el del Diccionario Hispano Americano, del año 1897, y con otro editado por Leonardo Miñón en 1900. Así que me ha parecido interesante compartir con los lectores como era, a grandes rasgos, el Valladolid que cerraba el siglo XIX y abría el XX.

 Tenía la ciudad 71.000 habitantes aproximadamente (hay otras cifras pero no se apartan mucho de esta), y su actividad era eminentemente agrícola e industrial. Fábricas sobre todo para el autoconsumo: chocolates, cervezas, hierro, cerámicas, papel, jabón, botones, mantas, bayetas, estameña (tejido de lana), harinas, etc. También dos potentes fundiciones: talleres Gabilondo y Miguel de Prado, además de unas pujantes tenerías.

Disponía de facultades universitarias y  la población analfabeta superaba ligeramente el 50 %, aunque para salvar el honor de Valladolid hay que decir que en ese año de 1900 la media del analfabetismo en España  se elevaba a 66 de cada cien habitantes.

El Palacio de Santa Cruz disponía de un Museo Arqueológico que incluía pintura y escultura…

… Pero, mejor que veamos algunas imágenes,  y detalles del  citado plano de Miñón del año 1900

 

 Aquel 1900 abrió sus puertas en la calle Duque de la Victoria el Banco Castellano, ocupando el edificio palaciego de Ortíz Vega, un acaudalado hombre de negocios. De ahí la fecha que preside su fachada, que se puso tras  la completa remodelación del edificio a causa de un incendio ocurrido en 1917.

Hasta 1899 el antiguo monasterio de Nuestra Señora de Prado fue presidio, y a partir de ese año se habilitó como Manicomio (que lo fue hasta 1977). Por eso los planos al filo de 1900 todavía siguen reflejando el monasterio como presidio. De hecho, el puente Colgante se conocía también popularmente como puente del presidio.

 

En septiembre  se inauguró la estatua de José Zorrilla en la plaza que lleva su nombre. El autor de la obra fue Aurelio Carretero previa adjudicación mediante concurso público. El monumento fue fruto de la iniciativa del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, que en 1893 había acordado erigirle  por suscripción de carácter nacional. Y posteriormente decidió que se ubicara en Valladolid. En la imagen, correspondiente al día de la inauguración, se puede ver al antigua academia de Caballería, conocida como el Octógono, por su forma, que fue pasto de las llamas en 1915.

 

También en 1900 comenzó la restauración de la iglesia de Santa María de la Antigua de la mano del acreditado arquitecto Antonio Bermejo, que lo primero que intervino fue la torre y la galería porticada. Obra que no pudo terminar pues falleció al año siguiente. Mas traigo a colación lo que José Zorrilla opinaba de este templo: recogemos sus palabras del libro “La poesía castellana contemporánea” editado en 1889: “He aquí algo que vale infinitamente  más; es lo que nosotros llamamos la Antigua, una iglesia románica del siglo XI; hace largo tiempo que no se entra en ella, porque amenaza ruina. La torre es de una pureza de líneas, de una esbeltez incomparable; a mí me ha tenido siempre prendado, y he hablado de ella en una de mis leyendas. Pero se desplomará el mejor días, falta de las restauraciones necesarias; estamos en una negligencia estúpida y en beocismo artístico sin límites.” Seguramente el hecho de que fuera declarada Monumento Nacional en 1897 la salvó de ser completamente derribada.

 

El ferrocarril de Rioseco (popularmente tren burra) presentaba entonces dos estaciones: la principal, junto a la estación del Norte que estaba en el solar que en la actualidad ocupa la Estación de Autobuses; y otra en la plaza de San Bartolomé.

 

En el barrio de la Victoria, inmediato al puente Mayor, había uno de los fielatos de Valladolid, y la estación secundaria del tren burra en la actual plaza de San Bartolomé.

 

La actual plaza de la Universidad aún se llamaba de Santa María, debido a su inmediatez a la colegiata de Santa María la Mayor, la primigenia iglesia catedralicia que se construyó en tiempos del conde Ansúrez. En el mismo plano puede verse el mercado de Portugalete, que se derribó en 1974.

 

Detalle en el plano del mercado del Campillo (plaza España), derribado en 1957. Este, el de Portugalete y el del Val, recientemente restaurado, fueron fruto del impulso que imprimió el alcalde Miguel Íscar  (fallecido en 1880) para mejorar las condiciones higiénicas en la venta de alimentos. Todavía las Esguevas no estaban completamente soterradas.

 

Nuestra plaza Mayor se conocía  como plaza de la Constitución, y en el plano de 1900 se aprecia el vacío que había dejado la vieja Casa Consistorial derribada por ruina en tiempos del alcalde Miguel Íscar en 1879. El tranvía, que había comenzado a funcionar en 1881 atravesaba toda la ciudad tirado por mulas. Hasta 1910 no entró en funcionamiento el eléctrico.

 

Los paseos que frecuentaban  los vallisoletanos en aquellos años eran el del Campo Grande (actual paseo del Príncipe), el de la acera Recoletos, el del Espolón (junto al Pisuerga), el de la Salud (pasadas las puertas de Tudela –plaza Circular- en torno a la fuente de la Salud), y el del Prado de la Magdalena. En concreto, el Prado de la Magdalena se describía como anchuroso, con magníficas plantaciones y dotado de paseos y espléndidos jardines. Todavía lo regaba la Esgueva.

 

En 1900 el matadero estaba ubicado en el Prado de la Magdalena. Se trataba de un conjunto de edificios inaugurado en 1877 con modernas e higiénicas instalaciones del  que nuestro cronista Casimiro García Valladolid dijo: “Es un edificio que honra verdaderamente a Valladolid (…) y que algunas poblaciones han tomado como modelo”. Véase más abajo la referencia de la fábrica de papel, que en realidad era como un molino.

 

Hacia 1855 entró en servicio el nuevo vivero que se habilitó junto al Pisuerga en las huertas de la Trinidad. Disponía de casa del guarda, una noria para el regadío de las plantaciones y una caseta para guardar la herramienta. Era voluntad del Ayuntamiento que fuera una “obra digna de la capital”, por lo que además de las tapias que evitaban que entrara gente o ganado, se  mandó construir  una puerta notable y una verja para el frente. En el Prado de la Magdalena también había otro vivero. 

 

Entre los teatros vallisoletanos (Zorrilla, Lope de Vega y Calderón), todavía se contabilizaba el de la Comedia, sito en la plaza Martí y Monsó –o de la Comedia-, aunque en 1900 parece que ya solo se utilizaba como salón de baile, según las crónicas de la época.

 

 

 

 

BIBLIOTECAS, TESOROS DE LA SABIDURÍA

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Por muy diversas razones, especialmente por la historia que Valladolid acumula y la presencia de órdenes religiosas y señeros palacios, hay en la ciudad y provincia diversas e interesantes bibliotecas cuyo interés no solo radica en los libros y documentos que atesoran, sino en sus historias y edificios en las que se alojan.

(Este artículo refunde y, sobre todo, actualiza otros artículos publicados anteriormente)

Propongo a los lectores recorrer algunas de estas bibliotecas.

El convento de los Agustinos Filipinos, sede del Seminario de los Padres Agustinos, acoge el centro de  Estudio Teológico Agustiniano. Se halla ubicado en un soberbio edificio de la segunda mitad del siglo XVIII que lleva la firma del afamado arquitecto Ventura Rodríguez. Edificio que, además, alberga el Museo Oriental, dedicado al arte del Extremo Oriente, y al decir de los expertos, sin duda el mejor en su género en España.

El origen de los Agustinos Filipinos se remonta al primer tercio del XVIII, cuando desde  Manila la orden de San Agustín adopta la idea de fomentar sacerdotes católicos formados  en España con destino a las islas Filipinas.

El fondo  más importante de la biblioteca de lo agustinos es el conocido como Filipinas, que está compuesto por ejemplares traídos por la congregación cuando ya se preveía la pérdida de la colonia. Hay, también,  libros adquiridos en diversas ciudades de Europa, como  París y Amsterdam. Esta colección contiene libros sobre historia, artes, derecho, costumbres, diccionarios de las muchas lenguas que se hablan en el archipiélago filipino, etc.  Se trata de libros de los siglos XVII, XVIII y XIX.

El resto de la biblioteca se ha ido especializando en historia de la Iglesia,  dogmática y moral, tal como corresponde a un centro que se ha ido centrando en estudios teológicos.

También tiene numerosas publicaciones sobre la historia de los agustinos…

 

Panorámica de la fachada del edificio, obra del afamado Ventura Rodríguez, s. XVIII, sito en el paseo de Filipinos, vecino del espléndido Campo Grande.

 

El acceso hasta la biblioteca, que está abierta al público, permite pasear por el claustro del monasterio. Sus paredes están decoradas con grandes cuadros que representan diversas imágenes religiosas y acontecimientos relacionados con la congregación.  

 

Los  sótanos de la biblioteca albergan en torno a  170.000 libros,  de los que unos 130 son incunables, es decir, anteriores al año 1500. Hay libros del XVI y XVII: unos 40.000 títulos de cada uno de estos siglos.

 

 

 

Imagen  de un Atlas de China, del siglo XVII.

 

Un ilustración  de la batalla relatada en el incunable “Cronica de Bravante”: historia antigua de los países bajos.

 

Diccionario de chino, uno de tantos libros sobre lenguas orientales.

 La Biblioteca Histórica del Palacio de Santa Cruz se fundó en 1483 como parte integrante del Colegio Mayor. Su finalidad, obviamente, era ponerla a disposición del alumnado de la Universidad.  El fondo inicial se nutrió de unos 300 volúmenes del fundador, el cardenal Mendoza, y poco a poco fue creciendo con las aportaciones de los estudiantes que llegaban a licenciarse: cada uno debía donar un libro al terminar sus estudios. Evidentemente, también se fueron haciendo numerosas adquisiciones que engrandecieron el fondo bibliográfico.

Buena parte del fondo proviene de las desamortizaciones de diversos conventos vallisoletanos, como los de San Benito y San Francisco. Además de una vasta colección de los jesuitas tras su expulsión de España en tiempos de Carlos III. Libros que tenían en los conventos de San Ambrosio y San Ignacio.

Y no debe olvidarse el fondo proveniente de la biblioteca del conde de Gondomar (s. XVI-XVII) que se consideraba como la gran biblioteca de Valladolid y una de las mayores de España. El conde incluso realizó ampliaciones de su palacio (conocido como Casa del Sol)  para poder colocar su rica biblioteca.

Los libros que se ven en la biblioteca de la Universidad (que no son solo los que están en las estanterías históricas –que son los manuscritos, incunables y raros-, sino también los que se guardan en una sala anexa), datan de fechas anteriores a 1835.

 

Fachada del Palacio de Santa Cruz, de finales del siglo XV, con importantes reformas del XVIII. El marcado carácter Neoclásico que se contempla lo llevó a cabo (planos y dirección de obra), Manuel Godoy, aparejador y discípulo de Ventura, tal como ha demostrado el profesor de la Escuela de Arquitectura Daniel Villalobos.

 

Las estanterías, del barroco,  que ahora vemos son de 1705. Y forman hasta nueve pisos.

 

Detalle de los adornos que, además en su momento, servían para identificar las diferentes materias de la biblioteca. Su decoración se inscribe en una estética botánica, muy de moda en aquella época.

 

La biblioteca está presidida por un retrato ecuestre del Cardenal Mendoza, realizado por el pintor Manuel Peti Vander. Dos globos terráqueos, muy característicos de siglos anteriores,  flanquean el retrato.

 

El depósito de Santa Cruz puede dividirse entre manuscritos (529 volúmenes), incunables (202) y raros (147), e impresos (12.878 de los siglos XVI, XVII y XVIII principalmente). De entre los manuscritos, el más antiguo que se conserva es una copia de Los Comentarios al Apocalipsis de San Juan,  de Beato de Liébana, copiado  por Oveco en el monasterio de Valcabado  en el año 970. Popularmente se le conoce como el Beato de Valcabado o Beato de Valladolid. En la imagen se ven dos de las 87 ilustraciones del Beato: el arca de Noé y los cuatro jinetes del Apocalipsis.

 

Acceso a la biblioteca, cuyas puertas están decoradas por el escultor Alejo de Vahía, que también firma las ménsulas del zaguán del Palacio de Santa Cruz.

 

El Centro Josefino, es el lugar donde se estudia la figura de San José. El padre de Jesús, el Crucificado, tardó en ser venerado. Fue, en cierta manera, un santo tardío, tal como relata el carmelita descalzo Teófanes Egido, historiador que ha sido cronista de Valladolid.

Además, la imagen de aquel padre callado que apenas tiene papel en la Biblia, está desvirtuada, pues se ha venido insistiendo en presentarle como una persona mayor (quizá para hacer ver que, efectivamente, cuando nació el Salvador el ya no estaba en edad muy dispuesta para la actividad marital) y, por tanto, el nacimiento de Jesús tuvo que ser necesariamente milagroso. Pero San José no era una persona mayor y se sabe que casó con María siendo muy jóvenes ambos.

A San José se le dio un papel muy secundario en la vida de Jesús. Y acaso por aquella vida tan discreta que le fue asignada es que se trate, ahora, de un personaje bíblico con una extensísima literatura. Y a su  estudio y divulgación  se dedica el Centro Josefino Español, sito en el convento de Carmelitas Descalzos de San Benito.

Es sobre todo a raíz de que Santa Teresa atribuyera a la intervención milagrosa de San José la sanación de sus graves enfermedades (incluso se la dio por muerta), que aquel padre discreto se popularizara entre la cristiandad, de tal manera que se convirtió en el nombre propio más usado en España y Latinoamérica a partir del siglo XVII hasta finales del XX. Y en 1870 se le hizo patrón de toda la Iglesia.

Más,  este humilde carpintero también le sirvió a Pío XII para intentar contrarrestar la influencia socialista entre los trabajadores, y propuso que la festividad de San José se convirtiera en el referente de la clase trabajadora del mundo cristiano.

El Centro Josefino Español, creado en 1940,  es ahora el único en todo el mundo dedicado exclusivamente a San José.  Hubo un centro en Canadá, y actualmente hay algún centro con buena biblioteca sobren el santo en Polonia  y  Méjico, pero muy lejos del contenido e importancia de este.

La biblioteca incluye devocionarios, patrología, el Talmud de Babilonia, sermones cuando desde los púlpitos, en el Renacimiento, se empezó a pregonar al santo. El Corán, que también se encuentra en la biblioteca, considera a San José como un gran profeta.

El libro más antiguo que se conserva (que en realidad es el primero que se escribió sobre San José) data del s. XVI.

 

Convento de carmelitas descalzos,  donde se alberga el Centro Josefino Español.

 

Algunas vitrinas que guardan imágenes del santo, mostradas por Teófanes Egido.

 

Llama la atención un cuadro del XVII que representa el nacimiento de Jesús,  que  en realidad es una escena reconvertida, pues originalmente se trataba del nacimiento de la Virgen,  y su figura de recién nacida se convirtió en el Niño Jesús por obra y gracia de los pinceles.

 

El libro más leído sobre San José es “La sombra del padre: historia de José de Nazaret”, del polaco Jan Dobraczynski, y ha sido traducido a prácticamente todos los idiomas. En el Centro se puede consultar todo lo publicado en todos los idiomas sobre el santo, aunque,  por supuesto, predominan los textos de estudio, pero también hay novelas y teatro: Paul Claudé y G. Martin Garzo, con su “El lenguaje de las fuentes”, por ejemplo.

 

Una pieza del XVII  llamada “la auténtica”, pues incluye un supuesto certificado de autenticidad del anillo con el que se casó San José. Cosa imposible, porque en aquellos años y cultura  no se utilizaba el anillo como símbolo de desposorio. Por otro lado, no hay en el mundo ninguna reliquia de él porque, en la evocación popular, subió tan rápido al cielo que no fue posible desmembrarlo ni tomar objetos personales de él.

 

Una vez que conoces la biblioteca de la Casona de Urueña se hace difícil separarla del valiosísimo conjunto documental de la Fundación Joaquín Díaz, cuyos fondos están depositados en esa población que, desde Torozos, se asoma a las llanuras de Tierra de Campos.

Lo primero que hay que indicar es que se trata de una biblioteca personal de Joaquín hecha libro a libro desde hace más medio siglo.

Aunque pudiera parecer que su grueso principal tiene que ver con la actividad musical de su promotor, lo cierto es que la biblioteca está especializa en la antropología, que en definitiva es todo lo que interesa al ser humano.

El fondo bibliográfico se compone de unos 26.000 libros. Una de las salas ofrece un ambiente acogedor que propicia una agradable consulta de los libros. Es la pieza en la que se concentra la oralidad en idioma castellano en todas sus vertientes: música, cancioneros, lengua, teatro, cuentos, coplas de cordel, refranero… Libros en varios idiomas, de países que también tienen una gran cultura oral: Francia, Italia, Portugal… también Alemania, etc. Y en todas las lenguas que se hablan en España: catalán, gallego y euskera. Incluso  hay autores, como Calderón de la Barca, cuyos sainetes contienen muchas referencias folklóricas.

 

Fachada de la Casona de Urueña, Fundación Joaquín Díaz.

 

Zaguán de la casona con la puerta de acceso a una de las salas de la biblioteca.

 

Interior y diversos detalles de la pieza principal de la biblioteca, con el característico facistol, que permitía apoyar aquellos grandes libros.

 

Facsimil sobre la entrada de los cruzados en Jerusalén : “Las crónicas de las Cruzadas”, una trilogía del siglo XV.

 

 “Libro de trajes españoles”  de 1860, impreso en París, escrito por Albert Adam…

 

… Y ya que estamos en la Casona, no me resisto a incluir un par de  imágenes de las piezas expuestas al público: solo una pequeñísima muestra de lo que allí nos podemos encontrar (en la foto superior Joaquín Díaz dándome detalles de un instrumento musical.

NOTAHorario de visita de la Casona (calle Real): de martes a viernes, de 10 a 13 h. y de 16 a 19 h.; sábados y domingos, de 10 a 13 h. Lunes y festivos, cerrado. Entrada individual, 2 euros.

DEL AYUNTAMIENTO VALLISOLETANO HABLAMOS

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Este año 2019 se está conmemorando el 40 aniversario de las primeras elecciones municipales en Democracia. Puede ser un buen pretexto para curiosear un poco por algunos avatares consistoriales. Para ello propongo dar un vistazo a vuela pluma por los últimos cien años.

El 3 de abril de 1979 se celebraron los primeros comicios locales democráticos.  Era la tercera vez que el pueblo estaba llamado a las urnas en menos de dos años: en junio de 1977 se votó para formar la Asamblea Constituyente, y en marzo de 1979 se habían convocado Elecciones Generales.

Vamos, pues, a detenernos en algunas curiosidades en torno al Ayuntamiento de Valladolid. Para ello vamos a irnos, también, más lejos de estos cuarenta años democráticos, y nos asomaremos al Ayuntamiento de hace 100 años y comentaremos algunas otras curiosidades que han acaecido a lo largo de todo este tiempo.

Despacho de Alcaldía. Foto de Cacho

Si no he sumado mal, en estos cien años Valladolid ha conocido treinta y dos alcaldes contando con el actual, más algunos más accidentales de brevísima duración, que sustituyeron transitoriamente a fallecidos o enfermos. Esto nos da una media de 3,1 años de duración cada alcalde. Si quitamos los tres alcaldes  que ha habido en estos últimos cuarenta años de Democracia,  en los sesenta anteriores la media baja a 2 años de duración.

La verdad es que hubo temporadas en las que la brevedad de algunos ediles fue asombrosa. Para ello nos vamos al año 1924. A lo largo de aquel año hasta ocho personas llevaron el bastón de la alcaldía. Más accidentada imposible: así nos lo contó Mariano Cañas en 2009 en El Norte de Castilla: en octubre de 1923 José Morales Moreno fue elegido, pero le dieron tres meses de plazo para que se repusiera de una enfermedad, y ocupa el sillón el concejal Vaca hasta que el 30 de enero se hace cargo de la alcaldía el teniente de alcalde Álvaro Olea y Pimentel. El 6 de abril se constituye una nueva corporación y Blas Sierra Rodríguez es elegido alcalde, quien dimite el día 21 por hallarse enfermo. Le sustituye como alcalde electo Nicolás López Serrano, que fallece el 19 de octubre. Se hace cargo accidentalmente Rodrigo Esteban Cebrián que a los diez días dimite (el 30 de octubre). En sesión de 3 de noviembre es elegido mediante votación Ramón Álvarez del Manzano, que presenta su dimisión irrevocable el 11 de diciembre (por cierto, alegando la falta de confianza por parte de los concejales que le eligieron); y ese mismo día es proclamado alcalde Vicente Moliner Vaquero… ¡Tela!

¿Cuáles eran las actividades privadas de estos más de treinta alcaldes de los últimos cien años? Destacan, por el número, empresarios, abogados, militares, médicos,  hay solo tres trabajadores por cuenta ajena, algún catedrático y algún maestro. En definitiva, la mayor parte de los alcaldes que ha conocido Valladolid en estos cien años eran de clase alta y acomodada bien por profesión (militar de alta graduación,  por ejemplo),  bien por actividad (médicos, empresarios…).

Pero volvamos a 1919.  En ese año hasta dos alcaldes pasaron por el sillón: Luís Gutiérrez López, que dimitió en febrero por motivos de salud, pero también por discrepancias con los concejales, y le sustituyó ese mismo mes Gaspar Rodríguez Pardo que en noviembre presentó su dimisión alegando, también, motivos de salud, pero no se la admitieron y tuvo que ejercer hasta el 1 de abril del año siguiente. Como vemos en 1919 y 1924, lo del estado de salud da para todo.

Detengámonos en curiosear sobre cuáles eran los asuntos que se trataron en los plenos de 1919. Por cierto, era habitual que se celebraran varios plenos en el mes, no como ahora en que salvo excepciones solo se celebra uno al mes, y en muchos municipios pequeños uno al trimestre. La razón es que muchas competencias que antaño eran de pleno, se fueron pasando a Comisiones de Gobierno o a exclusividad de Alcaldía.

Nos preguntábamos sobre qué asuntos preocupaban a nuestros ediles de hace 100 años. Vamos a verlo, resumidamente.

Se trató de abordar una reforma de la Policía Municipal (convocatoria de plazas, uniformes, ascensos, etc.), asunto que fue muy polémico (sin que en realidad se llegara a conclusiones importantes), y motivó varios enfrentamientos entre los concejales. En esa época los Policías eran llamados Guardias.

Preocupaban mucho los  asuntos de Beneficencia. Se elaboraba un censo de personas acogidas a la beneficencia municipal que se iba modificando prácticamente todos los meses en función de las personas que perdían esa situación o entraban en ella. Para las atenciones de la Beneficencia se disponía de un asilo, de un presupuesto para pagar el suministro de medicamentos y  vacunas, o para atender las necesidades de leche para las criaturas de familias humildes: eso se llevaba a través de un programa que se llamaba la “Gota de leche”.

Se abordó la construcción y mantenimiento de escuelas públicas (ver cifras de analfabetismo). Ese mismo año se comenzó a pensar en crear dos escuelas  para mujeres adultas de carácter voluntario. La edad mínima para acceder a dichas aula era de 13 años. Para ponerlas en marcha se mandató a dos maestras que estudiaran como se hacía en Madrid y Barcelona. Valladolid entonces tenía una veintena de escuelas para niños y niñas. El analfabetismo en España rondaba al 50 % de la población, aunque en Valladolid parecía que era sensiblemente menor.

En todos los plenos había  acuerdos sobre el cementerio, referidos generalmente a la construcción de unidades de enterramiento, licencias a particulares para la construcción de panteones o concesión de titularidades de los mismos.

Se aprobaron diversas gratificaciones de los empleados públicos que solían estar individualizadas según sus actividades y horas extraordinarias. Así como también había que acordar la concesión de pensiones a funcionarios municipales.

En lo que a pavimentación de calles, aquel año dominaron dos especialmente: el paseo de Alfonso XIII (actual acera de Recoletos) y la calle de Santiago. Por cierto, esta segunda fue realmente polémica, lo que  llevó a que la obra fuera tratada en el pleno varias veces  por dos principales razones: por la subasta para la adjudicación, y por las quejas de los comerciantes sobre cómo se llevaban a cabo las obras pues parece que repercutía en sus negocios.

Todo ello, aparte de los acuerdos de tipo administrativo y, digamos, ordinario: devolución de fianzas por contratos, formación de presupuesto, licencias de obras, caja de reclutas, etc.

Valladolid, aquel año 1919 registraba datos de un muerto al día a causa de la tuberculosis, una enfermedad por desgracia muy común en las primeras décadas del siglo XX.

Existía preocupación por las condiciones higiénicas de la ciudad y, por tanto, el alcalde Gaspar Rodríguez Pardo emitió un bando el 28 de octubre en el que entre otras cosas decía: “Para que las calles se mantengan siempre en el estado de higiene y limpieza que la importancia de nuestra ciudad exige (…) se prohíbe que haya muladares y depósitos de basura a menos de 450 metros del perímetro de la ciudad”. El bando también incluía esta prohibición: “No se arrojaran en ninguna hora por los balcones o ventanas, basuras, aguas sucias ni limpias, no se sacudirán telas ni ropas después de las siete de la mañana en verano, y de las nueve en invierno”

Como efemérides de aquel año, podemos citar que César Silió  fue nombrado, el 16 de abril de 1919, Ministro de Instrucción en el Gabinete de Maura. Y que nació Miguel Delibes.

Mas, vengamos a ese 1979, primer año de elecciones democráticas.

Fue elegido alcalde Tomás Rodríguez Bolaños. Aquel primer año (también los sucesivos) hubo que dar una vuelta completa a la administración municipal. Sirva de ejemplo lo que El Norte de Castilla publicaba el 31 de julio: “”El Ayuntamiento en la frontera de la legalidad. Adoptó acuerdos que pueden ser nulos”. Y a continuación el alcalde indicaba que “Cada día es más difícil funcionar con la Ley de Régimen Local (…) y para poder iniciar determinadas actuaciones hemos de correr algunos riesgos”

El Norte de Castilla: julio de 1979

En julio se declaró la plaza Mayor como zona peatonal, y las fiestas de aquel año se inauguraron con el pregón del poeta vallisoletano Jorge Guillén.

Vamos a ver algunos alcaldes que lo fueron en años clave de la política durante estos cien años que estamos recorriendo.

A Luís Gutiérrez López, que era el alcalde que abrió el año 1919, El Norte de Castilla lo definió como “abogado de mérito y joven de grandes esperanzas”. Hubo en su mandato un curioso debate entre los concejales digamos socialistas que querían que el Ayuntamiento saludara el fin de la Primera Guerra Mundial, y los conservadores, que negaban los valores de las naciones vencedoras.

Antonio García Quintana con su familia

Antonio García Quintana, trabajador de las artes gráficas,  fue el último alcalde de la II República. Fue fusilado en la campa de San Isidro el día 8 de octubre de 1936. Entre las muchas iniciativas que se llevaron a cabo bajo su mandato, destaca una muy peculiar y desconocida: un estudio para traer agua para abastecimiento de la ciudad desde los manantiales de Viloria (entonces Viloria del Henar).

Florentino Criado

El primer alcalde de Valladolid tras el triunfo en la ciudad tras el golpe de Estado fue Florentino Criado Sanz. Un militar profesional forjado en las Guerra de África bajo cuyo mandato se iniciaron los trámites para la construcción de aeropuerto de Villanubla.

Francisco Bravo en el centro del grupo de concejales, con unos folios de la mano

El último alcalde de la Dictadura fue Francisco Bravo Revuelta, Auxiliar de Farmacia diplomado. Llegó a la Alcaldía por dimisiones de varios concejales, incluido el entonces alcalde Manuel Vidal García, para poder presentarse a las elecciones que se habían convocado para abril de 1979.

Retrato de Rodríguez Bolaños colgado en la Casa Consistorial. Realizado por Cano

Y el primer alcalde de la Democracia fue Tomás Rodríguez Bolaños, del PSOE. Trabajador de FASA como analista químico, estuvo en el cargo hasta el 17 de junio de 1995. Tuvo la tarea de poner en marcha un verdadero Ayuntamiento, hasta entonces carente del presupuesto necesario y de las competencias adecuadas.

¿Y en relación con el Ayuntamiento, qué decir de las mujeres en todos estos 100  años?

Adelaida Díez Díez y Eloisa de Felipe Alonso fueron las dos primeras concejalas que hubo en el Ayuntamiento de Valladolid, tal como nos recuerda el historiador Enrique Berzal.  Accedieron al consistorio en otoño de 1928 pero no por elección. Sucedió que habían dimitido hasta 16 concejales, y el gobernador civil se vio en la obligación de designar sustitutos por la vía de decreto, pues parece que no debían quedar concejales suplentes. En aquellos años, merced al Estatuto Municipal de Calvo Sotelo de 1924, las mujeres ya podían acceder a desempeñar funciones concejiles. Eso sí, se las exigía no estar casadas ni sujetas a patria potestad, autoridad marital o tutela.

Transcurrieron 39 años hasta que en 1963 fuera elegida concejala María Dolores Pérez Lapeña. Licenciada en Derecho y vinculada a la Sección Femenina, fue elegida por el tercio de entidades económicas, culturales y profesionales. Los otros dos tercios eran los de cabezas de familia y el sindical. También formó parte de la Diputación Provincial.

Iñigo de Toro en la izquierda de la imágen, y Pérez Lapeña en la derecha.

Poco tiempo después (1967) Lapeña compartió consistorio con otra mujer, María Teresa Íñigo de Toro. Polifacética profesional del mundo de la comunicación, la cultura y la historia. Fue teniente de alcalde.

Pilar García Santos
Pilar Fol Frutos
Victorina Alonso-Cortés

En 1979, con el primer Ayuntamiento democrático, tres mujeres formaron parte de la corporación: por el PSOE, Pilar García Santos –que fue concejala de Cultura-,  y Pilar Fol Frutos–concejala de Deportes-. Y Victorina Alonso-Cortés, de la extinta UCD.

NOTA: La mayoría de imágenes y textos proceden del Archivo Municipal de Valladolid, El Norte de Castilla, “Diccionario de Alcaldes de Valladolid”, “Valladolid, Alcaldes y Municipio en el siglo XX”, y el blog “Valladolid la mirada curiosa”.


JOSÉ ZORRILLA: BIBLIOTECARIO Y CRONISTA DE VALLADOLID… Y OTROS CRONISTAS

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José Zorrilla fue Cronista Oficial de Valladolid. El segundo del que yo tenga noticia. Antes lo fue Matías Sangrador. De la información que dispongo parece que esta figura  ahora honorífica (y en su tiempo retribuida), no existió hasta el siglo XIX. Desde luego, rastreando la información documental publicada del XVIII parece deducirse que entonces no existían los cronistas oficiales. Una figura que emanó del Gobierno de la Nación, pues para poder nombrar a Zorrilla, el Ayuntamiento tuvo que acogerse a un Real Decreto de 28 de noviembre de 1851.

Pero, no nos perdamos en legalismos. Lo cierto es que en el caso de Zorrilla, el Ayuntamiento vio la oportunidad de acudir en sostén de nuestro preclaro vate que, como casi toda su vida, estaba en gran precariedad económica… Y esto nos llevaría a la imposible tarea en este artículo de relatar la vida (personal y pública) de una persona cuyas andanzas son verdaderamente 7-croplegendarias: desde su rebeldía juvenil (se fugó de la casa paterna),  pasando por sus matrimonios,   hasta su tiempo de residencia en Francia y los 12 años que vivió en Cuba y Méjico: Maximiliano le nombró director del Teatro Nacional y Lector del Emperador.

Y esto sin entrar en toda su carrera literaria cuajada de éxitos  y también de mediocridades. Pero, desde luego, alcanzó fama, enorme popularidad y mérito nacional: en 1848 (tenía 31 años de edad) fue elegido miembro de la Real Academia Española de la Lengua (aunque no tomaría posesión hasta casi cuarenta años después tras nuevo nombramiento). Y en 1889, ya al borde del final de su vida, en Granada fue coronado como Poeta Nacional en medio de unos fastos pocas veces vistos, en los que participaron la regente  infanta Isabel, el presidente del Consejo de Ministros, el presidente del Congreso, condes, marqueses y embajadores, entre otras destacadas personalidades.

El entierro de Zorrilla en Madrid, su posterior traslado a Valladolid y su recibimiento en la ciudad que lo vio nacer, han pasado a los anales de la historia por el enorme gentío que lo acompañó en cada una de estas tres ocasiones, y los reconocimientos oficiales con que le honraron. A tal fin en Valladolid se creó en su honor el Panteón de Personas Ilustres en el Cementerio del Carmen (antes de Vallisoletanos Ilustres, hasta que se enterró en él a Rosa Chacel).

Más, antes de continuar adelante es necesario aclarar una cosa. Es frecuente que a tal o cual escritor se le cite como cronista de Valladolid: Pinheiro da Vega, Manuel Canesi, Ventura Pérez, Hilarión Sancho, Juan Ortega Rubio, etc. O el poco conocido Rafael Floranes, cuyos artículos sobre Valladolid están aún, injustamente,  por publicar. Se sabe que un tal Rodrigo de Verdesoto  en siglo XVI anotaba los sucesos más sobresalientes de la ciudad.

Cronistas hubo de Indias y casi cada monarca (desde la Edad Media) nombraba su Cronista: legendaria es la controversia entre Bartolomé de las Casas (obispo de Chiapas) y Ginés de Sepúlveda (cronista del Emperador) sobre los derechos de los indígenas.

No, aquí me estoy refiriendo a los cronistas “oficiales” nombrados por el Ayuntamiento de Valladolid. En otras localidades de la provincia, como Medina del Campo y de Rioseco, también se nombraban cronistas. Y cronistas oficiales parece que nombró la Diputación, como es el caso de Zorrilla, que también lo fue de la Provincia.

La realidad es  que hay una laguna en nuestra historia local por  la ausencia de un detallado trabajo de investigación y divulgación de nuestros cronistas, aunque en alguna ocasión escuché al actual cronista, Teófanes Egido, que o estaba en ello o que recomendaba que se hiciera. Y me aferro a esta carencia  para  exculparme de las lagunas  o errores que este artículo pueda contener. Y aprovecho este capítulo de disculpas para advertir de la necesaria reducción que he tenido que hacer de la historia de cada uno de los cronistas, algunos de los cuales llenaría un libro.

Pues bien, a la espera de esa futura publicación,  propongo este somero artículo sobre los cronistas de Valladolid. No sin antes advertir que además del tiempo que pasé rastreando bibliografía, libros  y artículos, esto que relato no hubiera sido posible sin la colaboración del Archivo Municipal de Valladolid y, especialmente, de su trabajadora Mirem Díaz Blanco.

Además de los  citados Matías Sangrador, Zorrilla y Teófanes Egido, Valladolid ha tenido como cronistas a Emilio Ferrari, Casimiro González García-Valladolid, Narciso Alonso Cortés, Francisco Mendizábal García, y Luis Calabia. Y hay que añadir un cronista oficial ocasional: M. Martín Fernández (que firmaba con el seudónimo de Doctor Blas).

Vamos a ello.

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Matías Sangrador y Vitores (o Vítores con tilde), nació en Valladolid el 24 de febrero de 1819. Se doctoró en leyes, dio clases en la Universidad pero a partir de 1846 ejerció la judicatura y recorrió diversas ciudades españolas. Entre sus obras destacan la publicación en 1851 del Tomo I de Historia de la muy noble y leal ciudad de Valladolid y en 1854 el Tomo II;  y en 1859 La vida de San Pedro Regalado. Es un referente importante para la historiografía vallisoletana. Murió en Valladolid el 29 de abril de 1869.  

Cronista nombrado el 21 de julio de 1862.

La primera imagen está tomada del blog Vallisoletum, y la segunda de la Biblioteca Digital de Castilla y León.

 
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6-domus-pucelae975-3-entierro-de-zorrilla-foto-viuda-e-hijos-de-fdez-ilustracion-espanola-y-americana-8-10-1895José Zorrilla y Moral nació en Valladolid el 21 de febrero de 1817 y falleció en Madrid el 23 de enero de 1893. Cultivó todos los géneros literarios. En su vida y obra no nos detenemos, pues algo ya hemos contando antes,  pero sí en una anécdota. En su momento (1882)  el nombramiento de cronista llevaba aparejada una buena retribución anual  y, además,  el Gobierno le estaba tramitando, también, una pensión. Es el caso que al año siguiente  de saberse esta noticia recibió carta de un supuesto sobrino en la que tras felicitarle por su nombramiento como cronista, le pedía alguna recomendación para conseguir algún empleo. El poeta le contestó que no tenía sobrinos, pero que no le volvería la espalda y le ayudaría, más “… ten presente (…le contesta…)  que he vivido y vivo de mi trabajo, por conservar mi independencia salvaje, por no adular a nadie, ni servir a ningún gobernante (…) y no he tenido más parientes que cuarenta y seis años de trabajo…”. 

Zorrilla fue nombrado cronista el 2 de junio de 1882 que, según el acuerdo, municipal, era una forma de reconocer a un hijo esclarecido de la ciudad y de esa manera asegurar su porvenir. En el acta aparece una asignación anual de 4.500 pesetas para los gastos de desempeño del cargo.

Imágenes: calle Fray Luis de Granada -Casa Zorrilla- (bajorelieve de 1895 esculpido por Dionisio Pastor); y fotos tomadas del blog Domus Pucelae: recibimiento de los restos de Zorrilla en la acera de Recoletos y traslado por la calle Angustias

 
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Emilio Pérez Ferrari: Valladolid 24 de febrero de 1850- Madrid 1 de noviembre de 1907. Poeta y periodista se doctoró en Derecho y Filosofía y Letras. Formó parte del cuerpo de archiveros e ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1905. 

Fue  nombrado cronista el 8 de octubre de 1891.

El retrato está tomado de La Ilustración Española y su casa natal está en  calle Ferrari, 1 (la lápida es 1911  hecha por Aurelio Rodriguez Vicente Carretero).


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Casimiro González García-Valladolid  (1855-1928). Licenciado en Derecho, funda en 1895 el Diario de Valladolid, que apenas duró cuatro meses. Fue director de la Crónica Mercantil, que junto con El Norte de Castilla era el periódico más influyente en la ciudad. Fue presidente de la Comisión de Monumentos y de la Academia de la Historia. 

Nombrado cronista por acuerdo municipal de 1 de marzo de 1902.

Imagen cogida de la Biblioteca Digital de Castilla y León.

 


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Narciso Alonso Cortés: Valladolid 11.03.1875- 19.05.1972. Poeta, investigador e historiador de la literatura. Especialista en Zorrilla, fue el primer director de la Casa de Cervantes. Presidio la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción,  y Académico de la Lengua desde 1952. Entre las curiosidades de su prolongada vida, destaca su afición al ciclismo en su juventud, modalidad en la que llegó a competir en pruebas oficiales. Antonio Machado le dedicó una poema: “A Narciso Alonso Cortés, poeta de Castilla”..

Nombrado cronista el 12 de julio de 1912.

Fotografía del Archivo Municipal de Valladolid y casa de la calle Felipe II.

 
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Francisco Mendizábal Garcia (1885-1976). Archivero de formación, desarrolló su vida profesional en la Real Chancillería de Valladolid, de la que llegó a ser director a partir de 1941. También ejerció de profesor de historia  en la Universidad. Fue nombrado miembro del la Real Academia de la Lengua, y además de sus artículos periodísticos  y otros escritos, alcanzó fama por su encendido verbo en programas radiofónicos.  Como curiosidad cabe relatar que la famosa radio de resistencia antifranquista Radio París, le hizo una entrevista en aquella ciudad con motivo de una exposición de fotografías de Semana Santa en la capital francesa en 1960.

Fue nombrado cronista en el Pleno del Ayuntamiento de 17 de marzo de 1920, cuando contaba con 35 años de edad. Seguramente el cronista más joven que ha conocido Valladolid, y también el que más tiempo estuvo ejerciendo.

Ambas fotos son del Archivo Municipal de Valladolid (la primera es del fotógrafo Garay).

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Luis Calabia Ibáñez (1904-1989). Periodista, fue un verdadero maestro de la profesión, en la que cultivó todos los géneros: crónica municipal, cultura, arte, deportes. Fue redactor jefe de El diario Regional y corresponsal del Marca. Académico de Bellas Artes de la Purísima Concepción. Aunque se le conoce por su faceta periodística, en realidad era  funcionario de la Confederación Hidrográfica del Duero.

Su elección como Cronista se produjo el 31 de mayo de 1978.

Foto del Archivo Municipal.

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Teófanes Egido López (Gajates, Salamanca, 1936). Benedictino, estudió en la Universidad de Valladolid, a la que estuvo ligado hasta su jubilación en 2001 como catedrático de Historia Moderna. Destacado especialista en el siglo XVIII, ha hecho notables incursiones en otras centurias. Tiene una extensa producción entre libros y artículos. 

Fue elegido cronista por acuerdo municipal de 2 de octubre de 2001 y vino a sustituir la vacante de Luis Calabia, que había fallecido 22 años antes.

Foto obtenida de Salamanca al Día.

Teófanes Egido solicitó ser relevado como Cronista (con su sentido del humor, dijo que lo hizo porque quería conocer en vida quien le iba a sustituir).  En efecto, el Ayuntamiento pronto eligió a su sucesor y nombró a José Delfin Val. El nuevo cronista nació en Salamanca en el año 1940 y ejerció el periodismo hasta su jubilación primero en Televisión Española y después en Radio Nacional de España de Valladolid. Tiene en su haber numerosos libros relacionados con Valladolid de gran variedad temática, y es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción.

Fue elegido en el Pleno Municipal de 27 de julio de 2018, con el respaldo de todos los partidos políticos.

La foto es de El Día de Valladolid.

… Y, veamos el caso de un curioso cronista circunstancial:

 
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Mariano Martín Fernández (Valladolid 1866-1940). Fue abogado y ejerció la política como diputado y senador. Fue periodista  y corresponsal en diversos diarios locales y nacionales, como El Norte de Castilla o La Prensa de Buenos Aires. Fundador de la Asociación de la Prensa en Madrid. Firmaba algunos artículos como El Doctor Blas o El Bachiller Franqueza. 

Por lo que él mismo dice, parece que el Ayuntamiento de Valladolid lo  nombró  cronista especial para asistir y escribir sobre la Coronación de Zorrilla como Poeta Nacional.

La primera foto es de la Biblioteca Digital de Castilla y León; la segunda está tomada en su casa natal y es un detalle conmemorativo de su nombramiento en Granada como poeta nacional.

Más, no para aquí la relación de cronistas, pues el Ayuntamiento ha añadido otro: José Miguel Ortega, en calidad de Cronista Deportivo Oficial  de Valladolid. Algo que refleja el peso que ha adquirido el deporte en la sociedad.

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tribuna-de-valladolid-alberto-mingueza-cropNació José Miguel Ortega Bariego el 17 de marzo de 1943. De profesión periodista, ha trabajado para medios como El País, El Norte de Castilla, El Mundo de Valladolid, TVE, Marca y Radio Nacional Española. Aunque su actividad y publicaciones están muy centradas en el deporte, sin embargo  también ha escrito diversos libros sobre la historia de Valladolid: “Historia de 100 tabernas de Valladolid”, etc.  Además ostenta la Insignia de Oro del Real Valladolid. Sostiene el cronista que acaso el primer lugar de España donde se practicó el balompié fue en Valladolid, a tenor de algunos legajos que leyó en el Archivo Municipal, y cosa muy probable teniendo en cuenta la antigua presencia en nuestra ciudad de ingleses y escoceses, gente de la Gran Bretaña, patria del football.

Fue elegido Cronista Deportivo Oficial de Valladolid en el pleno municipal del 1 de junio de 2013.

La primera foto corresponde al homenaje que le tributó el Real Valladolid (está tomada de la página oficial del Real Valladolid SAD); y la segunda imagen corresponde a la presentación de uno de sus libros (la foto está tomada del periódico digital Tribuna de Valladolid y ha sido realizada por Alberto Mingueza).

FERIA DEL LIBRO

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Este miércoles 5 de junio, de 12 a 14 h. estaré en la caseta de Editorial Páramo para entregar el libro a quienes lo hayan comprado anticipadamente. Y para atenderos a quienes queráis comprarlo en la Feria.

También vale acercarse para, simplemente, charlar un rato.

El libro se presentará oficialmente el domingo 9 a las 12 en el Teatro Zorrilla. Ya lo recordaré.

EL MONUMENTO A LEOPOLDO CANO

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Guarda Valladolid una historia seguramente muy desconocida, pero realmente interesante. Se trata del desaparecido monumento en homenaje al literato Leopoldo Cano. Una escultura que padeció una azarosa e injusta vida.

… Y comenzó a suceder en el año 1934.

Necesario es perfilar, aunque sea someramente, la biografía de Leopoldo Cano y Masas. Nació en Valladolid en noviembre de 1844 y falleció en Madrid el día 9 de abril de 1934. Vivió, por tanto, casi 90 noventa años.

Su casa de nacimiento fue el desaparecido palacio del Almirante de Castilla. Estaba en la calle Angustias y era de grandes proporciones. Se desconoce la fecha de construcción pero por algunos datos podríamos pensar que su origen se remonta al siglo XV. En sus dependencias llegó a estar la Diputación Provincial entre 1850 y 1856. Posteriormente se derribó y sobre parte del solar se edificó el Teatro Calderón de la Barca. Inaugurado el 28 de septiembre de  1864,  se puede considerar como uno de los de mayores dimensiones de toda España.

Entonces, la calle en la que nació Leopoldo Cano se llamaba de las Damas, sin que se sepa porqué. Una calle que frecuentó José Zorrilla pues en ella vivía su haya Marcelina, hasta que en diciembre de 1901, el Ayuntamiento cambió su nombre por el de Leopoldo Cano.

Leopoldo Cano fue un hombre polifacético: militar (alcanzó el grado de general de división), matemático y literato. Destacó como autor teatral y sus obras lograron un gran éxito tanto en España como en América. En 1910 entró en la Real Academia Española. Su estilo, ampuloso para nuestros días, estaba de acuerdo con la moda de su tiempo. Fue un autor de espíritu liberal con grandes preocupaciones sociales que plasma en muchas de sus obras. Se le clasifica dentro del Realismo y se lo considera como uno de los discípulos del neorromántico José Echegaray. Su obra más importante fue La Pasionaria,  estrenada en el Jovellanos de Madrid.  Y se acercó a la tragedia clásica al publicar  La muerte de Lucrecia.

En vida recibió honores y numerosos homenajes, como el que le tributó el Ateneo en octubre de 1924, que entre otros agasajos puso una lápida en el pilar del Teatro Calderón que forma esquina entre las calles Leopoldo Cano y Angustias.

Y ahí va la historia: se trata de un monumento del que seguramente la mayoría de la gente de Valladolid no habrá oído hablar.

En la sesión del 21 de abril de 1934 el Ayuntamiento, presidido por el alcalde socialista García Quintana,  acordó  homenajear al recién fallecido Cano aceptando la propuesta del Sr. Cabello de erigir un monumento o una fuente artística en los jardincillos situados en la plaza de Libertad,  “tanto por ser un lugar de cierto recogimiento, como por estar próximo a la casa donde vivió el poeta y asimismo al teatro en que obtuvo sus mejores éxitos como dramaturgo”.

Se convocó un concurso público para que los escultores presentaran propuestas. Entre las bases del concurso figuraba que el monumento se basara en el poema de Cano titulado La Frontera, muy querido para él.

El poema es un claro canto a la fraternidad y la convivencia.  Algunas de sus estrofas dicen:  “Allá en mi país natal,/que de Francia está vecino,/ hay en medio de un camino/una piedra y un rosal./La piedra está en la frontera,/el rosal en torno crece,/y cada flor que aparece/de su hermana es extranjera (…) Yo, mirando tristemente/esa línea fronteriza,/que tortuosa se desliza/con aspecto de serpiente,/y recordando los lazos/que el hombre rompe iracundo,/pensé: ¡El amor creó el mundo!/¡El odio le hizo pedazos!/¡Cuán absurda y caprichosa/es la pretensión humana!/¿Dejará de ser hermana/una rosa de otra rosa?/Y en la piedra, entre las dos/pobres flores, dejé escrito:/La frontera es un delito/contra las leyes de Dios”.

En las bases se añadía que la escultura alegórica a La Frontera debía ser en piedra,  que el escultor tuviera en cuenta el lugar donde se iba a emplazar y que solo podrían concurrir artistas españoles.

Entre las tres propuestas que se recibieron, los expertos designados por el Ayuntamiento acordaron que el concurso lo ganara Emiliano Barral. Entre los expertos figuraba el arquitecto e historiador Juan Agapito y Revilla y el pintor vallisoletano García Lesmes.

Los otros dos concursantes fueron los escultores Verdugo y Conde, por un lado; y Juan José Moreno Llebra, más conocido como “Cheché”. Conde, más tarde fue el autor de las figuras infantiles del parque del Poniente; y “Cheché” tendrá un protagonismo que luego veremos.

Boceto que presentó “Cheché” al concurso. AMVA.

Autorretrato de Barral. Propiedad de la familia. Museo de Segovia.

Emiliano Barral, nacido en Sepúlveda, vivió entre 1896 y 1936. Tiene obra repartida por numerosos lugares, entre los que podemos destacar el Museo Reina Sofía, la Casa Museo de Machado (con quien trabó amistad), y el Cementerio Civil de Madrid.

En Valladolid ya se le conocía, pues en 1932 se instaló en el Campo Grande (inmediaciones de la fuente de La Fama), el monumento a Núñez de Arce, realizado por el escultor.

Imagen del boceto del monumento proyectado por Barral, obtenida del libro Pintura y escultura en Valladolid en el siglo XX (1900-1936)

Su proyecto consistía en un basamento rectangular de “piedra neolítica” donde se colocaría la dedicatoria al poeta y, sobre dicho pedestal, la representación del amor fraternal y universal del que habla el poema, que el artista lo representaba como una matrona que cobija bajo su manto a tres niños desnudos. Como dijo el propio Barral: “hijos distintos, pero unidos bajo el manto de la misma madre”. 

Fotografía de la plaza de la Libertad en 1935, y proyecto de como quedaría el monumento de Barral. AMVA.

Fotografía propiedad de la familia del escultor el día de la inauguración. Tomada del libro “Emiliano Barral“.

El monumento se inauguró el 9 de abril de 1935, justamente un año después del fallecimiento del poeta. Al acto asistieron muchas autoridades civiles y, sobre todo, militares, entidades culturales, significados intelectuales, familiares del poeta,   y numeroso público que aplaudió cuantos discursos allí se pronunciaron, que contenían palabras tan elogiosas como las que pronunció don Mariano Escribano, a la sazón alcalde de Valladolid en aquellos meses y que  describían el monumento como “bella obra, símbolo de la poesía”.

El Norte de Castilla de 10 de abril de 1935. Inauguración del monumento en la plaza. Los actos tuvieron continuidad en la Casa Consistorial.

El alcalde Escribano, camino de la inauguración del monumento a Cano. Obérvese el despliegue militar que rendía homenaje al poeta. Foto (retocada) del AMVA. Colección Óscar Campillo.

Mas, aquellos elogios al poco se cambiaron por críticas de la prensa, burlas por parte del público y animadversión de los grupos políticos más conservadores. Del monumento se llegó a decir que era una representación de la III Internacional o una alegoría de la República. Aquel cambio tan drástico  seguramente se debía a que el clima político local se estaba radicalizando especialmente por parte de los detractores de la República y porque el escultor era de reconocida ideología de izquierdas. Quizá también porque la escultura rompía los moldes academicistas de los típicos y hieráticos monumentos de aquella época, pues incluso los pliegues del manto de la matrona marcaban claramente sus formas femeninas.

Total, que el Ayuntamiento, de tendencia conservadora,  acordó proponer al escultor que hiciera algunas modificaciones del monumento y que, además, se trasladara a un lugar más apartado de la vista del público, como era el Campo Grande, donde se pretendía que  la hiedra lo cubriría en parte. Aquello contó con el aplauso de la prensa, que llegó a tildar del monumento de “armatoste”.

El escultor Barral se negó a tales pretensiones, pero el Consistorio aprovechó la debilidad del artista en unas semanas en las que se hallaba enfermo, y el 15 de octubre comenzó a desmotar el monumento y lo guardó en los almacenes municipales: apenas habían transcurrido seis meses desde su inauguración y El Norte de Castilla aplaudía que se desmontara aquella “lamentable escultura”.

El consistorio quería mantener el reconocimiento a Leopoldo Cano, y para ello convocó un concurso que el 4 de diciembre de 1935 lo ganó “Cheché”. El busto, de corte clásico,  se inauguró en la plaza de la Libertad en marzo de 1936,  hasta que, posteriormente, unas obras de remodelación de la plaza hicieron que el Ayuntamiento optara por recolocar el busto en  las inmediaciones del paseo del Príncipe del Campo Grande, donde ahí sigue. Al concurso se habían presentado también Ángel Vaquero Agudo y Ángel Trapote Mateo.

Boceto de “Cheché”. En la plaza de la Libertad se estaba construyendo una pérgola y se acordó que en el jardincillo de la misma se pusiera “un monumento sencillo” erigido a la memoria de Leopoldo Cano.

En mayo de 1936 falleció el concejal Remigio Cabello, que fue quien había propuesto, dos años antes, hacer un monumento en homenaje a Cano. Quiso la casualidad que Cabello falleciera en mayo de 1936 y que su séquito funerario pasara por la plaza de la Libertad, de donde se había quitado el monumento al poeta y que se sustituyó por el busto encargado a Cheché, que luego fue a parar al Campo Grande. En la foto del AMVA (colección Oscar Campillo) subrayo la ubicación del busto.

De nuevo alcanzó la alcaldía el socialista Antonio García Quintana, y en junio de ese mismo año (1936),  se decidió  rescatar el monumento a Cano y tras unas modificaciones que aceptó el escultor Barral,  se colocó en la plaza de la Trinidad, frente al Hospicio Provincial.

Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936  provocó su derribo y destrucción por los grupos más reaccionarios de Valladolid.

De aquel monumento solo se conservó el basamento, que se utilizó como banco de la plaza. Y el resto se dio por desaparecido, hasta que a principios de los años 80, el profesor Martín González localizó una parte del monumento, en concreto el torso de la matrona, que estaba en la parte  dependiente de la Cofradía de la Antigua Devoción de Nuestra Señora  de Extramuros.

El sábado 28 de julio de 1984 el torso quedó instalado provisionalmente en el patio de acceso a la Capilla del Museo Nacional de Escultura. En la actualidad se puede contemplar en el jardín del Museo. 

NOTA: fuentes utilizadas

Pintura y escultura en Valladolid en el siglo XX (1900-1936). José Carlos Brasas Egido y Jesús Urrea Fernández.

Escultura pública en la ciudad de Valladolid. José Luis Cano de Gardoqui.

Emiliano Barral. Juan Manuel Santamaría.

“Entre el Arte y la Política: La Frontera, de Emiliano Barral”. Ana Mª Pérez Pérez.

Archivo Municipal de Valladolid

El Norte de Castilla

Museo Nacional de Escultura

FERIA DEL LIBRO

DONDE LA SÁTIRA, LA MÚSICA Y UNA BUENA BIBLIOTECA

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El Archivo Municipal de Valladolid no  solo custodia  legajos, expedientes, documentos, planos y fotos. Tiene, también, una importante biblioteca, y a ella nos vamos a dedicar en este artículo.

Una biblioteca que atesora un fondo de cerca de 40.000 documentos entre monografías, folletos, carteles, revistas, etc. Y que se ha enriquecido no hace mucho con el traslado de los fondos bibliográficos y colecciones que estaban depositados en la Casa de Zorrilla.

Esta desconocida biblioteca está compuesta de variados fondos: lo publicado por el Ayuntamiento o libros sobre Valladolid; libros de derecho administrativo local; un fondo muy curioso que proviene sobre todo del siglo XIX, y que hasta 1991 estaba en el Teatro Calderón: colección formada por gente ilustrada de la burguesía vallisoletana de aquella época. Se trata de  una colección de arte, ciencia e historia. Una colección con leyenda pues cuando el Ayuntamiento se hizo cargo del Teatro Calderón en 1986 se tapió el cuarto donde estaban los libros, y al decir de algunos se les perdió la pista hasta que, se dice, la descubrió un fontanero durante las obras de remodelación del Teatro.

También forma parte de la biblioteca del Archivo, los fondos bibliográficos y colecciones que hasta 2017 estaban en la Casa de Zorrilla.

Igualmente destaca la biblioteca y fonoteca del antiguo Conservatorio. Un fondo que se ha ido forjando desde 1918.

A todo esto hay que sumar la hemeroteca completa de los desaparecidos periódicos la Hoja del Lunes y el Libertad, además de la colección del Boletín Oficial de la Provincia (desde 1833) y la vieja Gaceta de Madrid…

… Y curiosísimas publicaciones satíricas del XIX.

En cualquier caso, necesite o no consultar algún legajo del archivo o alguna publicación de la biblioteca, visitar el Archivo Municipal es una recomendable actividad. Los arquitectos que han llevado a cabo la rehabilitación son Gabriel Gallegos y Primitivo González.

El Archivo Municipal ocupa la antigua iglesia de San Agustín (cuyos restos visibles datan del siglo XVI), que tras su abandono y usos diversos tales como  actuaciones musicales o depósito municipal de coches, se rehabilitó para funcionar como tal archivo  a partir de 2003.

Imágenes del interior de San Agustín en cuyo patio principal está la sala de consulta.

Ilustraciones de la afamada revista London News que se publicó a caballo entre los siglos XIX y XX: representación teatral en el Londres de 1901 y anuncio de un vigorizante del cabello.

El Boletín Oficial de Valladolid encuadernado en piel. Esa publicación que nos parece tan “administrativa”, sin embargo contiene ordenanzas y otras instrucciones que han influido en nuestras vidas.

Cabeceras de diversos periódicos satíricos decimonónicos. Muchos de ellos apenas superaban la media docena de ediciones.

Retrato de Zorrilla, conservado en la biblioteca. La biblioteca Narciso Alonso Cortés  comienza a formarse a raíz del I Centenario del nacimiento de Zorrilla. Es decir, corría el año 1917.  Pero la biblioteca contiene otras importantes donaciones, cual es la de Francisco Álvaro González: se trata de un fondo importantísimo de investigación y documentación del teatro español del siglo XX. Francisco Álvaro (oriundo de Villalón  de Campos),  entre otros reconocimientos, obtuvo el premio Nacional de Teatro. A este fondo se une la biblioteca de la antigua Escuela de Teatro. Es, en definitiva, un referente para el estudio del teatro contemporáneo.

La biblioteca tiene numerosos libros que eran de Zorrilla, en muchos casos con anotaciones manuscritas del dramaturgo. Zorrilla también era una persona interesada por los libros relacionados con el teatro, como un curioso “Tratado de voz”. En la fotografía una ilustración de Doré del libro “Ecos de la montaña”, novela histórica de Zorrilla.

Libro editado en 1884 con las obras completas de Zorrilla que el poeta corrigió personalmente.

Quizá por creer que Alonso Cortés era un escritor “local”, carece de la relevancia que la ciudad debería darle, pero no solo no fue así, sino que se codeó con la mayoría de los escritores y poetas de su época, como fueron, por ejemplo, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.

La arquería que ahora embellece el edificio, está instalada en su lugar original, después de que se desmontara en 1925 y se fuera emplazando en diversos lugares: Museo Arqueológico, Campo Grande, Museo de Escultura… hasta que, finalmente, con la rehabilitación del edificio, se trajo a su primitiva ubicación.

En torno al edificio de San Agustín se han hecho diversas excavaciones arqueológicas que, sobre todo, han servido para recuperar viejos suelos, aljibes, algunas columnas,  pies de muros y paredes de dependencias históricas de la iglesia conventual, etc.

BARCOS DE PIEDRA

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Las aceñas son edificios destinados a albergar  el  artefacto, “más osado y espectacular que se levanta en Castilla y León en la Edad Media”. Esto escribieron Nicolás García Tapia y Carlos Carricajo Carbajo en su impagable libro titulado “Molinos de la provincia de Valladolid”.

Las aceñas son auténticos castillos,  catedrales o barcos de piedra dentro del agua, capaces de soportar los embates de los caudalosos ríos vallisoletanos como son el Duero y el Pisuerga, pues es en estos dos ríos donde podemos encontrar estas formidables construcciones que aprovechan la fuerza del agua para mover sus grandes piedras de moler el trigo y otros cereales.

Si tenemos que quedarnos con la más acertada similitud, deberíamos hablar de barcos de piedra, pues las aceñas se construían con forma de tajamar, idéntica a la proa de los barcos que va separando las aguas y disolviendo la resistencia, y el espaldón, de estructura plana como el típico castillo de popa de muchos barcos a vela.

Curiosamente, sin embargo  lo que normalmente dañaba estas fuertes construcciones no eran las temerosas crecidas, sino el fuego que se producía con relativa frecuencia  por la concentración de polvo seco en las salas de molienda  y que arrasaba fundamentalmente los tejados; la vegetación que enraizaba entre sus grandes piedras calizas, dislocando la construcción; y los troncos arrastrados por el agua que trababa las paletas  y los cárcavos que movían las pesadas piedras de moler.

Las aceñas y molinos hidráulicos, como ya se ha dicho, hunden sus raíces en la Edad Media y conocieron su particular Siglo de Oro en los siglos XVI y XVII.

Es una lástima que todas estas espectaculares construcciones, que tan útiles fueron durante siglos, estén muy deterioradas. Quizá la causa de este abandono se deba a lo tarde que las instituciones de Castilla y León  y los municipios han tomado conciencia de su importancia, e iniciado procesos para proteger el patrimonio industrial evitando así su pérdida definitiva.

Encontraremos aceñas en un buen puñado de municipios de la provincia de Valladolid, siempre que estén próximos a los dos grandes ríos. Mejor conservadas unas, muy perdidas otras, todavía se pueden observar restos de aceñas en Tudela de Duero, Tordesillas, Valladolid, Peñafiel o San Miguel del Pino.

Cuadro de la Infanta Dª Ana Mauricia, pintado en 1602 por Pantoja de la Cruz. En él hay una ventana que nos permite ver el puente Mayor y las aceñas del Pisuerga. Fijémonos en el detalle al que desciende el artista, pintando caballerías portando blancos sacos, sin duda cargados de trigo o de harina.

De las aceñas y el azud del puente Mayor se tiene noticias al menos desde el siglo XIII. Seguramente se trata de la primera construcción industrial que hubo en la ciudad. Recientemente el Ayuntamiento de Valladolid ha iniciado en abril de 2019 el proceso para la declaración de Bien de Interés  Cultural  (BIC) del puente Mayor y su entorno, que incluye el azud y aceñas. A continuación hay varias fotografías que desde mediado el siglo XIX muestran el deterioro paulatino de las aceñas. La mayoría de las imágenes son del Archivo Municipal. Comienza con una foto de Louis Eugène Sevaistre en 1857, erróneamente en ocasiones considerada la imagen más antigua de Valladolid.

Y seguimos…

La presa, o azud, generalmente  se construía  en diagonal al eje del cauce del río. Eso contribuía a elevar el nivel del agua y llevarla hacia la aceña o molino, tal como se aprecia en estas fotografías: una es  del molino de Simancas; y la otra de la aceña del puente Mayor. La imagen está tomada del expediente del Ayuntamiento para la declaración de BIC. Está accesible a través de internet, y lleva la firma del arquitecto municipal Óscar Burón.

Aceña del Postigo, en Tordesillas, compuesta de tres cuerpos.

También en Tordesillas, frente a la ermita de la Virgen de la Peña está la aceña de la Peña. Es un lugar de especial belleza que hace que incluso haya novios que se hayan hecho su reportaje de boda en el interior de la misma. Aquí vemos muy bien los arcos de medio punto, que  son de una impresionante resistencia, capaces de soportar grandísimos pesos y presiones. Su fortaleza reside en la piedra clave que cierra el arco, que se ha construido con dovelas bien trabajadas. Además de estas dos, en Tordesillas hay otras cinco aceñas que todavía son identificables: del Puente, Herreros, Zafraguillas,  Osluga y Moraleja.

Aceña de San Miguel del Pino. El azud o presa crea una lámina remansada del agua que ofrece bellas imágenes. En una de las plazas del municipio se pueden ver las piedras de moler.

SENDAS DE AFANES Y SUDORES

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El frontón o trinquete de Montemayor de Pililla,  bien plantado y todo él construido en piedra (de los que pocos hay en Valladolid), puede ser un buen lugar para iniciar la “Ruta del Segador”. Una ruta que pide dejarse llevar por las sensaciones.

Esta ruta ilustra sobre los quehaceres tradicionales de las gentes de Montemayor y su entorno: caminos hacia los molinos, las viñas, los colmenares, las tierras de labranza, los pastos,  los pinares donde extraer la miera, los pozos, las fuentes  y el abastecimiento de leña. Es, por tanto,  una senda que nos advierte de cuando campos y pinares conocían un continuo trasiego de gentes y abundantes rebaños de ovejas.

La ruta tiene  por delante una quincena de kilómetros o su equivalente de unas cuatro horas que exigen, en determinados tramos, cierto esfuerzo, pues algunas cuestas se empinan notablemente y algunos caminos son auténticos areneros en los que se hunden nuestros pasos.  Cabe advertir que todo el camino está muy bien señalizado y apenas se tropezará con puntos que produzcan algún desconcierto.

Desde el frontón habrá que ir a buscar el camino Prado Henar, que es por donde iniciaremos la marcha. En apenas 15 minutos se advierte de la presencia de un lapiaz bastante bien conservado. No es fácil ver estas formaciones calizas en Valladolid, de entre las que destaca también la del sabinar de Santiago del Arroyo. Este lapiaz de Montemayor muestra cómo la piedra que emerge en la superficie del páramo, horadada por la lluvia y los ácidos que esta arrastra, se cuaja de agujeros creando una virguería caliza.0

Desde aquí pronto se desciende hacia un valle que terminará por llevarnos al valle del Valcorba. Poco antes de penetrar en un paraje que denominan zona sombría, un chozo de guardaviñas advierte que en estas tierras hubo importante producción vinícola. Esto nos recuerda que el vino nunca faltaba en las casas y que, en su tiempo, era un complemento alimenticio. Alcanzada la zona sombría cuyo nombre es fiel reflejo del paraje que estamos atravesando, hay un punto de inflexión en la ruta y se abandona el arroyo del Valle para coger el vallecillo que labró el ahora escaso caudal del Valcorba. Y pronto encontraremos a un lado del camino un antiguo colmenar que parece una pequeña cabaña.

Encontraremos, luego, algunos caseríos llamado uno del Quiñón y otro del Valcorba, que son  explotaciones agropecuarias que preceden a los edificios que constituyen el Molino  de los Álamos, donde el camino gira e  inicia una fuerte ascensión que advierte de que se abandona el valle y comienza el retorno hacia Montemayor. La historia del   Molino de los Álamos  dice que hasta aquí llegaba el poder del monasterio de la Armedilla (entre Cogeces del Monte y Quintanilla), pues una parte de lo que ahora es todo el amplio complejo molinero perteneció a aquellos monjes hasta 1599.

Ya en la pronunciada cuesta que nos devuelve a Montemayor hay un excelente mirador sobre el valle  y los caseríos y el molino.

Solo una última observación: retornando hacia el pueblo y en medio de un  pinar que atravesamos se nos indica que hay que girar hacia la derecha dejando el camino. No está muy bien señalizado, pero no tiene pérdida. Si por alguna circunstancia esto se nos pasara, no ocurre nada pues el amplio camino que llevamos conduce directamente a Montemayor.

1

El lapiaz que se encuentra nada más comenzar la ruta.

 

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Chozo guardaviñas que mira hacia el valle.

 

 3

A pesar de que ya no se plantan, son abundantes las vides que crecen espontáneamente.

 4

En el camino nos encontraremos  muchos  tramos sombreados.

 

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Viejo colmenar de adobe.

 

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Molino de los álamos, de muchos siglos de antigüedad.

 

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Panorámica del valle del Valcorba, ya en la parte final del recorrido.

 

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Un plano que indica el recorrido de la Senda del Segador.

NOTA: en este mismo blog se puede ver el artículo “Montemayor de Pililla, piedra y pino“.


LA CARA B DE LA HISTORIA DE VALLADOLID

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En el devenir de la historia de Valladolid hay muchos personajes que sin que sean conocidos por el gran público, sin embargo tienen tras de sí curiosas vidas.

Con ellos se podría escribir otra historia de Valladolid, algo así como la cara B de los viejos discos de vinilo. Canciones que se consideraban menores pero que en realidad muchas de ellas escondían excelentes piezas musicales.

En esta ocasión propongo detenernos en cuatro personas que, con mayor o menor vinculación con Valladolid, me parecen interesantes.

Red Hugh O´Donnell  murió en Simancas, donde hay una placa que le recuerda y fue enterrado en el convento de San Francisco de Valladolid. Se trata de un irlandés que nació en 1572 y falleció en 1602. Era un noble de nacimiento, pues su padre era el rey de Tir Connail. Participó al frente de sus tropas en diversas guerras entre clanes, pero, sobre todo en diversas batallas contra las tropas inglesas. En realidad aquella contienda era el enfrentamiento entre los católicos irlandeses y los ingleses protestantes.

Derrotado por los ingleses, O´Donnell huyó a España con otros capitanes implicados en la rebelión irlandesa contra la corona inglesa. En Galicia fue recibido con grandes honores e inició contactos con Felipe III para que el monarca le facilitara tropas y pertrechos con los que hacer un desembarco militar en Irlanda.

Vino por Valladolid en 1601 para entrevistarse con el rey, que parece que le prometió organizar una invasión. Mas, al cabo de un año de no recibir noticias inició viaje para volver a Valladolid, pero la muerte le alcanzó en Simancas (parece que por una infección).

Fue enterrado en el convento de San Francisco, de Valladolid, sin que hasta la fecha esté localizada su tumba en aquel convento, que llegó a parecer un cementerio por la cantidad de personas que en él estaban enterradas. Tras la desamortización y después de varios años de abandono, se recogieron todos los restos de cuantas tumbas quedaban por allí y se depositaron en un osario del cementerio del Carmen, que ha sido removido al menos en un par de ocasiones.

Una placa en el castillo o archivo de Simancas (1991) y otra en el callejón de San Francisco de Valladolid (2011), recuerdan al personaje que llegó a alcanzar gran fama en vida. Lo cierto es que a pesar del tiempo transcurrido, son muchos los irlandeses, descendientes o no de aquel héroe, que cada año vienen a Simancas casi en peregrinación. En Irlanda se la han erigido varias estatuas y publicado unas cuantas novelas.

Alfonso de Espina, que llegó a ser confesor real de Enrique IV de Castilla,  en 1485,  publicó un libro titulado  Fortalitium Fidei (título resumido de “Fortaleza de la fe contra judíos, musulmanes y otros enemigos de la fe cristina”), uno de los textos que integran los Tratados Demonológicos. Espina, famoso predicador  quiso contribuir a advertir sobre los peligros que acarreaba iniciar tratos con el diablo. Estaba muy extendido en aquella época que había personas que para conseguir sus fines pactaban con el diablo. Pero la verdad es que su texto arremetía también contra herejes, moros y judíos. Su texto se ha llegado a calificar como un catecismo de odio hacia los judíos. Este clérigo era un franciscano del convento de Valladolid que llegó a rector de la Universidad de Salamanca.

Su cercanía a los círculos reales le llevó a que Juan II de Castilla le pidiera que asistiera a Álvaro de Luna en el momento de su ejecución, que ocurrió en junio de 1453 en la plaza Mayor de Valladolid. La imagen corresponde a un grabado de Juan Barcelón, 1791.

Otro clérigo importante tuvo Valladolid, que contrasta con Alfonso de Espina. Se trata de Juan de Torquemada (1388-1468), dominico nacido en Valladolid y que alcanzó el cardenalato. Un personaje que a pesar de tener una calle a él dedicada (Cardenal Torquemada), en el barrio de Rondilla es, paradójicamente, muy desconocido. Y esto sucede por la sencilla razón de que su nombre le ha jugado la mala pasada de que la mayoría de las personas crean que la citada calle está dedicada al inquisidor Torquemada, valido de los Reyes Católicos y personaje controvertido que pocas simpatías despierta, que, además era sobrino de Juan. Sin embargo Juan de Torquemada  fue un cultísimo clérigo del siglo XV, doctor en teología,  protector de artistas, experto en Derecho,  reconciliador de religiones y personaje muy importante en vida, en la que llegó a ejercer de pacificador de las disputas entre Carlos VII de Francia y Enrique IV de Inglaterra.

Fue prior de San Pablo de Valladolid y mandó construir la fachada del convento (ojo, no la de la iglesia).

Y concluiremos nuestra pequeña relación de personajes relacionados con Valladolid con una novelista.

La fama de los dramaturgos y poetas más relevantes del Siglo de Oro español, ha eclipsado a otros muchos escritores. Tuvo Valladolid en aquel siglo dorado un amplio círculo de literatos que demostraron acreditada calidad. Y de entre ellos, acaso de los más desconocidos sea, precisamente, una mujer: doña Beatriz Bernal  que fue la única en toda España que escribió una novela de caballerías (muy de moda por aquella época). De largo título que se puede resumir en Don Cristalián de España, editada en Valladolid, se trata de un libro de caballerías, que vio la luz sin que la escritora lo firmara, pero en el prólogo se deja bien claro que estaba escrito por una mujer. Aquello era un verdadero desafío para su época, pues invadía el terreno masculino. Beatríz Bernal era una persona de gran cultura que tuvo la osadía de destruir los prejuicios moralistas de la época que consideraban a las mujeres carentes de ingenio.

Nuestro historiador Antolínez de Burgos dijo de la novela que se la podía comparar a los mejores libros de la época.

En la trama cobran gran importancia los personajes femeninos y, de hecho, a Membrina se la llega a considerar como un antecedente del feminismo, pues de ella dice la autora: “Hubo una ínsula, llamada de las Maravillas, de la cual era señora una doncella muy gran sabidora en las artes. Fue tanto el su saber, que jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviera mando ni señorío sobre ella.

La obra alcanzó gran popularidad y aún en vida vio cómo se tradujo a otros idiomas. Y su título completa era: Historia de los invictos y magnánimos caballeros don Cristalián de España, príncipe de Trapisonda, y del infante Lucescanio, su hermao, hijos del famosísimo emperador Lindedel de Trapisonda”… (toma ya…)

Se desconoce la fecha exacta de nacimiento y fallecimiento de Beatriz Bernal, que oscila entre 1501 y 1586.

Y EL LIBRO SIGUE RODANDO. 2ª EDICIÓN

COGECES DEL MONTE Y LAS CAÑADAS QUE DISCURREN POR VALLADOLID

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Vamos a tratar sobre las cañadas que atraviesan las tierras vallisoletanas, y sobre el Parque Etnográfico de la Arquitectura Pastoril que hay en Cogeces del Monte.

El Parque Etnográfico  se encuentra a poco más de 4 kilómetros de Cogeces del Monte y se asoma al  Valdecascón, un arroyo que ha labrado un vallejo que rompe la planicie.

El Parque, una reconstrucción de la vida pastoril, se ha constituido en torno a un chozo principal, el chozo de los Hilos.

Chozo de los Hilos

Presume Cogeces y la comarca de la Churrería de una tradicional actividad pastoril que se desarrollaba tanto en  los pagos habilitados para el pastoreo, como en la vieja práctica trashumante, aunque con la particularidad de     que los pastores de  esta zona en realidad no solían hacer grandes desplazamientos de sus rebaños. Es decir, que practicaban la trasterminancia, que es la forma de llamar a los movimientos de ganado que no rebasan los 100 km.

Una de las “decoraciones” que ilustran la vida en los chozos de Cogeces

El chozo era el alojamiento indispensable para protegerse de la noche, las inclemencias del tiempo y los depredadores. En su interior, una manta sobre un montón de paja, por cama, y algunas provisiones de leña, para calentarse,  eran todas las comodidades de que disponía el pastor… Eran otros tiempos.

Pues bien, el Parque Etnográfico ha reconstruido chozos y corrales, y ha dispuesto un didáctico itinerario en el que mediante paneles va describiendo la importancia de la actividad ganadera de la comarca. Incluye la posibilidad de practicar los juegos tradicionales en los que los pastores entretenían su tiempo libre, que debía ser mucho si tenemos en cuenta que no se ordeñaba diariamente a las ovejas, pues su aprovechamiento era para obtener lana y la elaboración de quesos para el consumo local.

Chozo de los Pedrines, de gran altura y su panel explicativo

Otra particularidad de la zona de la Churrería era la forma de uso de los chozos y los pastos. Cada pastor usaba el corral que mejor le conviniera en razón de los pastos que cada año le hubieran tocado en suerte. Hasta que los pastores no terminaron por ser propietarios de sus propios rebaños, ya en el siglo veinte, eran contratados por los dueños del ganado por un salario que incluía  algunas ovejas como pago en especie. Por su parte, los propietarios de los corrales y los pastos se conformaban con recoger el estiércol, que usaban como abono.

No muy lejos de aquí, hacia el Oeste, discurre la Cañada Real Soriana que viene desde Peñafiel hasta Medina del Campo, donde se une a las cañadas que conducen a Extremadura. Por aquí pasaban los rebaños sorianos y burgaleses que en el invierno buscaban las cálidas tierras extremeñas. Esta cañada, dice Federico Sanz Rubiales, que escribió un interesante libro sobre las cañadas  de Valladolid, también se conoce en otros pagos de la provincia como Cordel Real Burgalés, y en el término de Cogeces del Monte se la denomina Cañada de Baitardero, nombre de una fuente por la que pasa.

Y esto nos lleva a que Valladolid es uno de los territorios españoles con mayor número de kilómetros de cañadas, pues la provincia, por la posición central que ocupa en la Meseta, está atravesada por cuatro cañadas principales:  la Real Leonesa Occidental, la Real Leonesa Oriental, la  Real Burgalesa y la Cañada Soriana. También cruzan otras cañadas “menores”, como la de Martín Abad, la Montañesa, la de Tamarizo y la de Marrundiel, por citar algunas. En total, 4.129 km. están clasificados como vías pecuarias, en las que se incluyen las cañadas propiamente dichas (unos 450 km.),  cordeles, veredas, y coladas. Si se añaden los terrenos  que ocupan los descansaderos, unas 11.800 Ha. están dentro de la protección que dispensa la Ley de Vías Pecuarias, de 1995. Bien es verdad que la avaricia urbanizadora y la labranza  han invadido ilegalmente parte de las cañadas y descansaderos.

Cada primavera, algunos rebaños atraviesan la provincia en busca de los pastos del Norte. Este fotografía, realizada por Jonathan Tajes fue publicada en El Día de Valladolid.

No obstante, esta extensa red cañariega ha consolidado puentes, chozos y corrales, abrevaderos y pozos, además de haber generado un patrimonio histórico y etnográfico de extraordinario valor. Un patrimonio que empezó a consolidarse cuando Alfonso X, en 1273, reconoció al Concejo de la Mesta sus derechos inmemoriales.

Chozo y corraliza en Quintanilla de Arriba
Corrales de Duero, en el Valle del Cuco.

Si bien las cañadas han perdido casi por completo la función para la que se fueron abriendo paso por páramos, valles y bosques, aunque se siguen usando en parte,  ahora les queda la oportunidad de constituirse en un recurso para la educación, el recreo y el contacto con la naturaleza, tal como propone la Ley de Espacios Naturales de Castilla y León.

NOTA: en este mismo blog hay sendos artículos sobre Cogeces del Monte: Cogeces del Monte: piedra e historia y La belleza del hematites. El primero ofrece un paseo por el casco urbano del municipio, y el segundo un visita al museo de geología que hay en la localidad (muy interesante, por cierto).

SIMANCAS, TESTIGO DE UNA LEGENDARIA BATALLA

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A los pies de Simancas, y atravesando el último puente medieval de su recorrido, el Pisuerga corre a rendir sus aguas en el Duero.

Es este, por tanto, el último lugar en el que aún se puede disfrutar de los paisajes que ha ido labrando el caudaloso río desde que nació en las montañas Palentinas.

Partiremos desde el otro lado del puente medieval, cuya fábrica actual se remonta al siglo XIII, y al que se le atribuye un primer origen romano. Desde aquí apreciamos una panorámica general del caserío,  que creció trepando las laderas que caen sobre el río. El paso sobre el puente nos permite apreciar el punto en el que el Pisuerga ya ha adquirido su máximo caudal escasos metros antes de desembocar en el Duero.

Nos encaramos hacia Simancas por un murete de piedra que se ve perfectamente desde el puente y que nos conduce hacia uno de los pocos rollos jurisdiccionales que se conservan en Valladolid, y hasta el afamado mirador de Simancas, al final de la calle Costanilla. Este rollo fue fruto de una disposición de  Felipe II, que eximió a la población de su dependencia  de Valladolid otorgándola, por tanto, capacidad para administrarse por sí misma.

Desde el mirador, que no por las veces que haya sido visitado deja de perder interés, se aprecia en toda su dimensión el impresionante puente, y cómo el Pisuerga comienza a describir una curva hacia donde perderá su nombre.

Buen lugar es el mirador para percatarnos de la magnitud que debió tener la batalla de Simancas,  pues se desarrolló, más o menos, por los campos que, a este lado del río, se encontraban hacia nuestra izquierda.

Aquella famosísima batalla y la mejor documentada de todas las de aquellos siglos, se desarrolló en agosto de año 939. Fue una gran victoria de los reinos cristianos de León, Castilla y Navarra sobre las tropas sarracenas de Abderraman III: algunas crónicas hablan de que aquel poderoso califa vino con un ejército de  100.000 hombres (seguramente una exageración). Lo cierto es que aquella victoria cristiana tuvo eco en toda Europa, y se considera el principio del declive de la dominación musulmana, pues se rebasó la frontera del Duero hasta el río Tormes y, desde entonces, apenas hubo razias del Al Andalus al norte de este río. Como en buena parte de aquellas batallas de reconquista, no falta la leyenda acerca de la intervención de un santo en favor de los cristianos, en este caso San Millán, lo que junto a su aparición en otras batallas, lo convirtió en co-patrón de España, junto a Santiago. 

En este punto de Simancas, y antes de volver a su puente medieval, vamos a dar un paseo por el interesante caserío de la villa. Desde la plaza del Mirador se vislumbra la fachada del Ayuntamiento, hacia donde iremos para bordear la iglesia románica de El Salvador y situarnos frente a la entrada principal del Archivo General. Allí está la llamada fuente del Rey. Antes habremos pasado por una escultura de Coello que representa la leyenda de las doncellas mancas.

Siguiendo la ronda del Archivo, en su costado nos acercamos hasta una fuente antigua, con su pilón, que, cosa poco corriente, aparece dibujada en grabados del siglo XIX.

Desde este lugar, y apenas iniciado el largo descenso hasta el río, tomaremos la calle Cava que, ascendiendo, nos introduce de nuevo en el casco urbano: por  las calles Cava, Olmas y Herradura llegaremos hasta la de El Salvador, donde se levanta uno de los muchos hospitales de pobres, huérfanos y peregrinos que había por todo Valladolid –muchos ya desaparecidos-. Este conserva muy bien su traza del siglo XVI. Y esto nos lleva de nuevo a la famosa batalla de Simancas: El Salvador es el nombre  de la iglesia de la localidad, el de una calle, el del hospital que acabamos de visitar… es El Salvador (uno de los sobrenombres de Cristo) patrón de la villa porque en la fecha de su onomástica (6 de agosto) se conmemora la batalla.

Concluiremos la excursión buscando calles que, bajando, nos permitan volver a nuestro punto de partida, desde donde nos acercaremos a tocar el agua del río. Los más curiosos pueden llegar hasta el mismo centro del cauce caminando sobre las piedras de una antigua pesquera: la potencia de las aguas del Pisuerga impone… y si nos dejamos llevar por las sensaciones, vivifican.

Camino del mirador está el rollo de la justicia que se puede ver en la izquierda de la imagen. Un poco más arriba se puede ver el arranque de un arco que servía de puerta de entrada a la fortaleza simanquina.

Paisaje desde el mirador, donde se aprecia el lamentable estado de la vieja fábrica de harinas.

Escultura de Gonzalo Coello que representa la leyenda de las siete mancas y cuyos ellos se remontan a los tiempos de Abderramán II. La tradición de doncellas que tributaban algunas poblaciones a los califas árabes también existe en otros puntos de España.

Fuente del Rey, frente al Archivo General. La traza actual del castillo se debe a Juan de Herrera, pero el origen de la fortaleza se remonta a una construcción musulmana. El archivo fue iniciado por Carlos I y consolidado por su hijo Felipe II, que encargó a Juan de Herrera que hiciera las modificaciones pertinentes para esta finalidad archivística. Guarda toda la documentación producida por los órganos de gobierno de la monarquía hispánica desde los Reyes Católicos hasta Isabel II. La UNESCO lo declaró en 2017 Patrimonio de la Humanidad en su categoría de Memoria del Mundo

Vieja fuente del siglo XIX

Hospital de El Salvador, del siglo XVI.

Las aguas del Pisuerga vistas desde la pesquera.

NOTA. Sobre la batalla de Simancas recomiendo la lectura de “Simancas 939. La batalla del Supremo Poder” en el blog Ermitiella, de la arqueóloga vallisoletana Mariché Escribano.

EL FERROCARRIL Y LAS ESTACIONES

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El ferrocarril ha desempeñado un papel fundamental en la historia de  Valladolid y su provincia. De hecho, la llegada del ferrocarril a la ciudad en 1860 supuso un antes y un después para la vida y la economía vallisoletana.

También para algunos  municipios de la provincia, como es el caso de Medina del Campo, que se convirtió en un centro neurálgico de las comunicaciones ferroviarias, y en diversos pueblos, que vieron como la construcción de una estación supuso un avance importantísimo. Si a ello añadimos sendos talleres de reparaciones en Valladolid y Medina del Campo, que llegaron a tener incluso escuela propia de aprendices, acabamos de entender cuanto bienestar aportó el ferrocarril a Valladolid.

Pero no vamos a meternos en la harina de la historia, sino a darnos un paseo por algunas estaciones y lugares relacionados con el ferrocarril.

El ferrocarril supuso un enorme avance para las comunicaciones y para el desplazamiento de viajeros. El ferrocarril tenía una enorme capacidad de arrastre de mercancías, así como una comodidad para los pasajeros, hasta entonces baqueteados en largos e incómodos desplazamientos en diligencia. Y hasta que el vehículo no se popularizó muy avanzado el siglo XX, el ferrocarril (también el coche de línea) fue la manera de desplazarse por la península e incluso al extranjero.

Tras la Guerra Civil, el gobierno nacionalizó el ferrocarril creando la empresa RENFE (Red Nacional de Ferrocarriles Españoles), pues desde el principio las líneas del tren las habían puesto en marcha  empresas privadas, que conseguían del Estado las concesiones correspondientes.

El primer tren que llegó a Valladolid fue el 8 de julio de 1860. Venía de Burgos y a esa ciudad se volvió después de pasearse varias veces por el Arco de Ladrillo. Todavía no estaba construido el tramo Madrid-Valladolid de la línea ferroviaria Madrid- Hendaya que estaba construyendo la concesionaria de ese tendido ferroviario: Ferrocarriles del Norte. Sorprendió a la muchedumbre que salió a recibir el tren, el que vinera con 56 vagones. Vagones cargados de traviesas, railes, clavos y carbón para los obras del citado tramos Valladolid-Madrid. La potente máquina de vapor, a la que habían bautizado con el nombre de “Valladolid”, estaba construida en Francia por la empresa Grafenstaden y Schneider. Se trataba de una locomotora muy parecida a la que aparece en la fotografía.

Fotografícas del Archivo Municipal de Valladolid

La primera estación de Valladolid estuvo al pie del Arco de Ladrillo, hasta que en 1895 entró en servicio la que ahora conocemos: Estación Campo Grande.

La necesidad de un sitio para que la población de Valladolid se expansionase, de manera especial la clase trabajadora, animó al Ayuntamiento del año 1900 a realizar gestiones para que la Compañía de los Ferrocarriles del Norte construyera un apeadero en el Pinar de Antequera; poco más tarde se levantó una pequeña estación que sin contemplaciones ni sensibilidad por la historia vallisoletana, se derribó en 2008 bajo el pretexto de las obras de soterramiento del tendido ferroviario a su paso por el Pinar. Se trataba de una típica estación  de ladrillo que en su interior ofrecía una interesante estructura y escalera de hierro. Un lugar donde facilitar que la gente pudiera llegar al Pinar y “saturar los pulmones dando vida y energía”, según se escribió en las crónicas periodísticas de principios del siglo XX.

Unos pocos años antes de la estación de El Pinar, exactamente en 1885, se había construido la de La Esperanza, en el tránsito del Arco de Ladrillo a la Farola. Se trata de la línea Valladolid-Ariza, que servía para dar salida a los trigos, y otras mercancías y pasajeros hacia el corredor del Ebro. La línea la construyó y explotó la compañía MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante). Aunque pueda desanimar visitar ahora esta vieja estación,  habida cuenta de lo apartado que está, se puede respirar todavía su ambiente ferroviario. En las imágenes se ven el reloj, muy característico de todas las estaciones de tren, y junto a la estación construcciones de la Azucarera Santa Victoria. La línea fue cerrada al tráfico de viajeros en 1985 y a mercancías en 1994. No obstante en las inmediaciones de Valladolid sigue prestando servicio a la fábrica RENAULT.

La Esperanza ofrece un conjunto de típicos edificios ferroviarios compuesto por almacenes y edificio de pasajeros. El edificio principal  es de  fachada de mampostería y tradicional reloj de estación. En este edificio  tiene su sede ASVAFER, una asociación de amigos del ferrocarril que trata de conservar la memoria y la historia de este trascendental medio de locomoción, así como fomentar su utilización.  A la derecha de la fotografía se ven los edificios de la antigua Azucarera Santa Victoria.

Fotografía del AMVA

Este paseo un tanto melancólico nos lleva a  hablar de la estación de la plaza de San Bartolomé, en el barrio de la Victoria. Era el punto de partida del tren económico a Medina de Rioseco,  o más popularmente conocido como tren burra (por la lentitud de su marcha). Comenzó a prestar servicio en 1884 y la línea se cerró en 1969. Su puesta en marcha requirió la compra de 5 locomotoras Sharp-Stewart que se fabricaron en Manchester. La línea ferroviaria la explotaba la Compañía de Ferrocarriles Castilla y Española de Ferrocarriles Secundarios.  Una de estas pequeñas máquinas de vapor se puede ver en la citada plaza rindiendo homenaje a tan entrañable e histórica línea ferroviaria. También en Medina de Rioseco hay otra locomotora  en uno de los jardines que bordean la carretera de León. 

Ambas imágenes son del AMVA

Hubo otra estación en el corazón de Valladolid. Donde ahora presta servicio la Estación de Autobuses antes estaba la estación Campo de Béjar, que daba servicio a la línea ferroviaria llamada tren burra. Las unidades, más bien pequeñas, entraban desde la Plaza de San Bartolomé por el Puente Mayor, el paseo de Isabel la Católica  y el Paseo de Zorrilla, hasta esta estación inmediata al Arco de Ladrillo. En una de las imágenes se ve cuando se comenzó a derribar el edificio de Campo de Béjar en la década de 1970;  en otra, unos curiosos posan junto a la máquina del tren frente a la Academia de Caballería pues había descarrilado y tuvo que permanecer parada unas cuantas horas; y por último, el tren a su paso por Isabel la Católica: un operario iba en el morro de la locomotora avisando de la presencia del trenecillo.

Foto del AMVA

La estación de Medina del Campo entró en servicio en septiembre de 1860 una vez que las obras del tendido hacia Madrid, desde Valladolid, llegaron a la villa. La estructura de la estación  es casi idéntica a la de Valladolid, incluso en la marquesina de los andenes. La estación se inauguró en 1902. Medina del Campo siguió creciendo en importancia ferroviaria cuando entraron en servicio nuevas líneas que comunicaban con Zamora y Segovia.

NOTA: Hay varios libros muy recomendables que tratan detalladamente de algunas de las cosas que en este artículo se comentan: El ferrocarril en la ciudad de Valladolid (1858-2018), de Pedro Pintado Quintana; y de este mismo autor, El ferrocarril Valladolid-Ariza. Godofredo Garabigo Gregorio escribió el libro El ferrocarril de Valladolid a Medina de Rioseco, tren burra.

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