Vamos a
visitar un museo y yacimiento arqueológico de gran interés, sito en el término
municipal de Almenara.
Las villas eran grandes haciendas que acaudalados romanos dedicaban a la
explotación agrícola y ganadera. Las villas cercanas a las grandes poblaciones
romanas solo eran habitadas por sus propietarios durante unos meses al año. No
parece el caso de esta villa vallisoletana ni, en general, de las que
existieron en Valladolid, que fueron unas cuantas. Es decir, que lo más
probable es que sus propietarios las habitaran todo el año.
Tanto en la provincia como la capital se documentan un buen puñado de
villas, además de haberse detectado numerosos restos romanos diseminados por el
territorio, que se datan en diversos siglos de la existencia del Imperio
Romano.
Algunos
historiadores y cronistas atribuyen Valladolid a un origen romano: un
asentamiento llamado Pincia (o Pintia). Otros investigadores hablan del nombre
de Pisoraca (Pisuerga). Lo cierto es que en el subsuelo de la ciudad se han ido
encontrando numerosos hallazgos de época romana: pavimentos y mosaicos,
cerámicas, enterramientos, numismática, esculturas, inscripciones, etc. Además,
restos y trazados reconocibles de diversas villas: en el Cabildo, en el pago de
Argales, en Villa de Prado… De estas construcciones romanas nos quedamos con la
de Villa de Prado, datada en el siglo IV d.C. Está entre la antigua Granja
Escuela José Antonio y el nuevo Estadio José Zorrilla. De esta villa hay
documentación y restos perfectamente reconocibles, algunos de los cuales se
muestran en el Museo de Valladolid.
No hace mucho quedó al descubierto un hipocaustum (una gloria) en las inmediaciones de la Antigua. Lo que nos habla de un asentamiento romano en la ciudad.
Pero hay otras cuantas referencias romanas de cierta importancia histórica en la provincia: Montealegre (Tela), Tiedra (Amallobriga), Simancas (Septimancas), etc. A estas hay que añadir Becilla de Valderaduey, que conserva parte de una calzada y un puentecillo.
Hay datos o restos de sentamientos en Torozos, en la
cuenca del Pisuerga, en Tierra de Campos… En fin, una pródiga relación que
desborda por completo los límites de este artículo. En cualquier caso, es muy
recomendable la visita al Museo de Valladolid para conocer la presencia romana
en Valladolid.
De todos estos importantes yacimientos, nos vamos a
detener en la villa de la Calzadilla sito en el término de Almenara.
De esta villa, datada en el sigo IV-V, hay noticias desde 1887, cuando un campesino dio noticias del hallazgo de un gran mosaico del Bajo Imperio. De hecho, parece que esta villa fue la primera de las descubiertas en Valladolid. En el año 1942 comenzaron unas excavaciones por parte de la Universidad de Valladolid que confirmó la importancia de esta villa. Y en el año 2003 abrió sus puertas al público el Museo de las Villas Romanas bajo el impulso de la Diputación de Valladolid.
Imagen tomada de la página oficial de Turismo de la Diputación Provincial
Destaca Almenara por sus azulejos, alguno de los cuales está en el Museo de Valladolid, pero in situ hay unos cuantos de gran belleza y perfección, como por ejemplo el de Pegaso o el de los Peces.
Una larga pasarela que sobrevuela sobre los restos arqueológicos facilita la observación de las dependencias, perfectamente reconocibles.
A esta extensa pieza principal se ha añadido una reconstrucción de determinados ambientes romanos y una villa con todos los elementos que caracterizaban estas mansiones campesinas.
Antes de entrar al yacimiento, diversos objetos de época o sus reproducciones, así como amenos y concisos paneles explicativos, preparan adecuadamente la visita a la pieza original, lo que permite su mayor disfrute y configuran un complejo museístico que abarca al mundo romano de la provincia, de ahí el nombre de Museo de la Villas Romanas…
Pero no me resisto a detenerme aunque sea someramente en lo que nos cuenta el libro Los últimos paganos, un relato del antropólogo vallisoletano Luis Díaz Viana (su segundo apellido en realidad es Gongález). Se trata de algo más que una novela pues ambientada en la villa de Almenara, mezcla ficción con hechos históricos reales.
Portada del libro de Luis Díaz Viana
Vayamos al relato. En estas villas, conocidas como “pagos”, vivían pacíficamente los campesinos romanos (fueran propietarios o siervos), alejados de las intrigas de la metrópoli (en este caso Constantinopla, pues estamos hablando de la época del Imperio Bizantino) y en armónica convivencia con sus dioses. Esos seres que, aun estando en el Olimpo, eran asequibles y prácticos: uno se dedicaba a favorecer las cosechas, otro a proteger los ganados… Había un dios o diosa para cada asunto. La gente veía a sus dioses como seres cercanos que les ayudaba en caso de necesidad. Con ellos, los humanos conseguían ordenar su vida e interpretar lo desconocido, que era mucho en aquella época. Eran útiles para conectar con el más allá y les protegían de los males que pudieran acechar.
Más, algo
ocurrió en Constantinopla: la conversión de Constantino y su madre Helena al
cristianismo. No fue, como en general todas las conversiones, sino una decisión
de conveniencia política y económica… Y claro, convertido el emperador y su
corte, el resto de los romanos tenían que seguirle y despedir a los
viejos dioses. El monoteísmo expulsaba al politeísmo. Como el imperio era muy
extenso y no todo el mundo “comulgaba” con aquel cambio, sobre todo porque se
llevaban muy bien con sus dioses de toda la vida, desde Constantinopla se
facilitó que los infieles al nuevo dios, que normalmente eran los súbditos
situados en los confines del imperio, comenzaran a ser acosados por los
llamados bárbaros cristianizados. De tal manera que numerosas partidas de jinetes
hostigaban a los últimos paganos (es decir, a los que vivían en los pagos) para
que adoptaran por la fuerza al dios de los cristianos, además de dedicarse a
arrebatarles sus propiedades.
Pues bien, conocida esta historia, acaso el visitante pueda hacerse una idea más interesante y curiosa cuando se acerque a recorrer esta villa romana, en medio de la planicie de las Tierras de Pinares.
Horario de visita: octubre a marzo: de jueves a domingos y festivos 10:30 a 14:00 y 16:00 a 18:00. Abril a septiembre: martes a domingos y festivos 10:30 a 14:00 y 16:30 a 20:00
Amigas y amigos lectores, VALLADOLID LA MIRADA CURIOSA volverá después de la Feria y Fiestas de Valladolid. Solo un par de consejillos: uno, el tórrido verano, para aquellos lectores de regiones cálidas, es muy apropiado para visitar museos, suelen ser lugares fresquitos; y, otro también es bueno para que leáis El patrimonio del Concejo, ese libro que salió hace unas semanas… os puede dar ideas para visitar algún pueblo de Valladolid, además de disfrutar de una amena lectura.
En
la iglesia de Santiago Apóstol se guarda
una repintada escultura del arcángel San Miguel de tamaño natural y al decir de
los expertos, de escasa calidad. Está datada en el siglo XVIII y es de autor
desconocido.
Esta escultura presidía el Arco de Santiago, derribado en 1864 y que a su vez había sustituido a la llamada Puerta del Campo, un cerramiento de la cerca medieval del siglo XIV. Por puerta del Campo nos estamos refiriendo a la que había al final de la calle Santiago y por la que se salía al espacio abierto que con el paso del tiempo llegó a ser el Campo Grande.
Fotografía del Archivo Municipal
El Arco de Santiago, más
ornamental que defensivo (como era la Puerta), según la historiadora María
Antonia Fernández del Hoyo, se debió construir hacia 1625 por el arquitecto de
la ciudad Diego de Praves –cosa que, no obstante, no está documentada-. En esta
puerta se entronizó una escultura de San Miguel, a la sazón patrono de la
ciudad hasta que en 1746 le sustituyó en su cometido protector de la
ciudad el recién elevado a los altares
Pedro Regalado. Por cierto, por la otra cara de la puerta, la que daba hacia la
calle Santiago había una imagen de la Virgen de San Lorenzo, de cuyo rastro
nada se sabe.
Como es lógico, San Miguel,
protector de la ciudad, tenía su hornacina en la cara del Arco que miraba hacia
el exterior, para así detener a quienes
trataran de hacer daño a la ciudad.
Decíamos que la escultura de San Miguel se instala en la iglesia de Santiago Apóstol en 1864. Pero ¡oh! le falta el dragón, la serpiente, el demonio… ese ángel caído, ese lucero brillante hijo de la aurora –Lucifer, o Luzbel-, como le define el profeta Isaías. Un ángel que quiso ser como el Altísimo y que, sin embargo, fue expulsado al sepulcro, a las profundidades del abismo. En definitiva, en la tradición cristiana, la personificación del Mal, pero que para los helenos el Demonio era, en realidad, un ser superior próximo a los dioses…
Fachada de la iglesia de San Miguel, en la calle San Ignacio.
Ese Satanás -el que nos lleva
por el mal camino- que fue derrotado por
el jefe de las milicias celestiales, el arcángel San Miguel: brazo
ejecutor de la justicia divina que tiene en sus pies, derrotado, al enemigo
infernal. Vestido con coraza, protegido por el escudo y blandiendo la espada,
que en ocasiones es de fuego (también se le suele representar con una lanza).
Este ser protector aparece
también en la religión hebrea e islámica.
El arcángel fue nuestro patrón
durante siglos. Pero aquella imagen que sobre la puerta principal de
Valladolid, la del Campo nos protegía, no tenía al maléfico, al maligno, bajo sus
pies: ¿se le escapó? y, por tanto, ¿eso
ha permitido que el demonio ande libre por nuestra ciudad?
Acaso sí, si nos atenemos a las historias que ruedan por Valladolid. Veamos.
De antiguo viene el que el
Diablo ande haciendo de las suyas por nuestras calles, tal como nos relató
Anonio Martínez Viérgol, que en 1892 publicó esta leyenda titulada “El Puente Mayor”. Mas, ya nos advierte el
autor, desde la primera línea que: “Antes,
lector, que pases adelante, hacerte una advertencia es mi deseo; nada hermoso
hallarás, todo es muy feo”.
En el siglo onceno había en
Valladolid dos linajes enfrentados que controlaron durante siglos la vida
social y económica de la villa: se repartían alternativamente, con la
aquiescencia de los reyes, el gobierno de Valladolid. Se trataba de poderosas
familias cada una de las cuales dominaba siete casas principales: los Tovar y
los Reoyo.
Uno de los jóvenes Tovar,
apuesto doncel, se prendó de una preciosa muchacha que vivía al otro lado del
Pisuerga, el río Mayor. Flor se llamaba: un ser angelical “que nació de un beso
que el viento dio en el cáliz de una rosa”
Cada noche el joven enamorado acudía al encuentro de su
amada cruzando el río con una barca. Pero una de aquellas noches algo
inesperado ocurrió. Era una noche de tormenta y aguacero y se dirigía presuroso
a desatar su barquilla para remar al otro lado del río. En esa ansiedad andaba
camino del Pisuerga, cuando se le cruzó
uno de los Reoyo. Su odio y enfrentamiento secular salieron a relucir y ambos
jóvenes se desafían. Desenvainan las espadas. Con furia se embisten. Cruzan sus
aceros… hasta que “Reoyo cae a un lado traspasado el corazón”.
Aquel inesperado y trágico encuentro retrasó el momento de cruzar el río. La tormenta y el aguacero no habían hecho sino aumentar en los minutos que los jóvenes emplearon en el desafío. Tal era el furor del temporal que la barquilla se había desbaratado. “¿Qué hacer? ¿Cruzar a nado? ¡Vana empresa! El Tovar se desespera”.
Se sintió abandonado por Dios y gritando clama “¡Satán! Ven en mi ayuda; un renegado reclama tu poder a tan buen precio que mi conciencia, cuando soy y ansío, lo depongo desde hoy a tú albedrío (…) condúceme a los brazos de mi amada”.
Fotomontaje realizado con una escultura del siglo XVIII del Museo de Escultura de autor anónimo.
Y de entre las aguas del Pisuerga, entre olores azufrados y pestilentes,
apareció Satanás “muy feo y con rabo”, y le dijo que puesto tanto era su
deseo de ver a su amada Flor, “yo un
puente forjaré porque la veas”. Y en
pocos instantes “el Pisuerga alborotado por el Puente Mayor se vio cruzado”.
El Tovar cruzó el puente a la
carrera y al otro lado del mismo vio a su Flor a sus pies tendida. Parecía
dormida y dándola un beso la susurró “Flor despierta”… Pero, horror, estaba
muerta: un rayo la mató. Preso de una terrible desesperación el desgraciado
Tovar enloqueció…
Y es que el Diablo siempre cobra sus servicios.
En una de las salas del Museo
de Valladolid (plaza de Fabio Nelli) se muestra un sillón de cuero pespunteado
con artísticos clavos y primorosamente decorado
que data del siglo XVI.
De la existencia de este sillón
se tiene noticia hace poco más de cien años. Estaba sujeto en lo alto de la
pared de la sacristía de la Universidad con fuertes abrazaderas de hierro y
bocabajo, lo que hacía imposible sentarse en él.
Esta extraña colocación llamó la atención hace más de un siglo de una persona que preguntó por el sillón, y la respuesta que obtuvo fue que se trataba del sillón del Diablo y que tenía una leyenda de terror.
Mediado el
siglo XVI había en Valladolid un afamado médico que realizaba notables
curaciones. Andrés de Proaza se llamaba y por sus venas corría sangre
mora y judía.
En la calle
Esgueva vivía, cuyas traseras, lamidas por el cauce de la Esgueva, daban
a la actual calle Solanilla. Se murmuraba que era nigromante y que en el sótano
de aquella casa practicaba hechicerías. Por la noche se oían gemidos y en el
cauce del río flotaban coágulos de sangre.
La alarma
producida en el barrio por la desaparición de un niño llevó a los alguaciles a
entrar en su vivienda… y, horrorizados, allí encontraron los restos
de la criatura, que había sido diseccionado en vivo, tal como terminó
confesando el médico.
Procesado por
el Tribunal Universitario (por aquel entonces la Universidad tenía sus propios
jueces y cárcel), fue hallado culpable y condenado a morir ahorcado en la
plaza pública.
Para resarcirse de los daños e indemnizaciones, las autoridades universitarias intentaron vender los bienes de aquel malvado, pero nadie quiso comprar nada que hubiera pertenecido a semejantes monstruo.
Es el caso
que la Universidad se quedó, entre otros objetos, con un elegante sillón de
piel, el que ahora luce en el Museo. Un sillón que, según había relatado antes
el propio Andrés de Proaza, tenía poderes sobrenaturales para la curación de
enfermedades, pero que aquel que en él se sentara por tres veces, no siendo
médico moriría; y también moriría quien intentara destruirlo.
La
Universidad guardó el sillón en un trastero. Mas, un bedel que vigilaba las
aulas entre clase y clase y no tenía más que hacer, lo rescató del trastero y
en él se sentó a esperar que salieran del aula los alumnos. Así un día y otro
más, hasta que al tercer día, al no levantarse tras la terminación de las
clases, trataron de despertarle pensando que estaba dormido… Pero no, no estaba
dormido, estaba muerto.
No le dieron
más importancia a aquel luctuoso hecho, y la vida siguió entre las paredes de
la Universidad. La alarma cundió cuando el bedel que le sustituyó también lo
hallaron muerto recostado en el sillón.
Hechas
algunas indagaciones, se recordó lo que el nigromante asesino había relatado.
Así que las autoridades universitarias decidieron colgarlo bocabajo en la
sacristía de la Universidad, tal como se ha contado al principio de este
relato.
Así nos lo ha contado Saturnino
Rivera Manescau que en 1948 escribió Tradiciones
universitarias (Historias y fantasías).
Y ahí está…
luciendo en el Museo de Valladolid. El historiador Anastasio Rojo Vega, acaso
el mayor experto en estos temas, dejó escrito que tras muchas investigaciones,
el tal Proaza no existió. Pero cierto es que, salvo alguna conjetura,
nada se sabe con seguridad acerca de a quién perteneció este diabólico sillón
de cuero.
Por si acaso, aviso al visitante, mejor ni siquiera rozar el sillón del Diablo del Museo de Valladolid.
En el
capítulo en el que Don Quijote y Sancho montan en el famoso caballo de madera
Clavileño, y les hacen creer que iban volando por el cielo, el caballero le recuerda al escudero que no
debe destaparse los ojos: «No hagas tal —respondió don
Quijote— y acuérdate del verdadero
cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el
aire caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a
Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el
fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en
Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que
cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió y
se vio tan cerca, a su parecer, del cuerno de la luna, que la pudiera asir con
la mano, y que no osó mirar a la tierra, por no desvanecerse»
Más aquí Cervantes erró, pues aquel viaje no partió de Madrid, sino de Valladolid. El licenciado Torralba, de nombre Eugenio (1485-1531) fue un personaje que algunos consideran uno de los más importantes científicos de su época. Nació en Cuenca pero pasó una larga temporada en Valladolid. Médico, filósofo, nigromante… fue sometido a la Inquisición por haber predicho el saqueo de Roma y mostrar saberes ocultos. Ante el Santo Oficio reconoció que tenía un criado (Zequiel) de portentosos poderes que fue quien desde Valladolid le llevó a Roma por los aires montado en un grueso palo la noche del 6 de mayo de 1527 para contemplar el sangriento saqueo de la Ciudad Santa. Y esa misma noche lo devolvió a Valladolid donde contó lo que aún tardaría varias jornadas en llegar como noticia a la Corte española.
Ilustración de una edición del Licenciado Torralba, de Campoamor, en la que se muestra al diablo portando al médico y criado Zequiel.
Sometido a juicio, para salvarse de lo peor reconoció que su criado era el diablo. Pero ¿lo era en realidad? Sobre este interesante personaje escribieron, entre otros, Julio Caro Baroja, y Ramón de Campoamor le dedicó un poemario en el que jugaba con la doble personalidad de personaje benéfico y diabólico que parece que era su criado Zequiel.
En pleno
fervor romántico, José Zorrilla escribió una obra de teatro titulada “El
alcalde Ronquillo o el Diablo en Valladolid” que se estrenó en 1845.
Nuestro
dramaturgo toma como personaje a Ronquillo,
que es el célebre alcalde que juzgó a los comuneros e hizo ahorcar al obispo Acuña. Pero le toma como pretexto
para escribir un drama siguiendo la leyenda de que el Diablo se llevó el
cadáver de Ronquillo, merecedor del infierno por haber hecho matar ni más ni
menos que a un obispo. Aquella acción demoniaca ocurrió mientras los monjes franciscanos estaban velando su
cuerpo en el convento de San Francisco, en la plaza Mayor.
Es tradición indudable que en Valladolid fue enterrado el alcalde Ronquillo, personaje cruel que hizo colgar a un mismísimo obispo. El monje franciscano que al día siguiente de la muerte de Ronquillo tenía que predicar las honras fúnebres del personaje, llegada la noche se retiró a la biblioteca del convento para preparar su discurso… Pero en medio del más profundo silencio un estrepitoso sonido de trompetas le asustó de tal manera que el fraile se escondió entre las estanterías.
Fotomontaje realizado a partir de una imagen tomada del blog Rituals y Propaganda.
Entre los libros que le
ocultaban, vio entrar en la sala a un gran número de enlutados precedidos por
un jefe que ordenó que a la estancia trajeran el cadáver del alcalde. Y en
seguida, en medio de un espantoso ruido
de cadenas un tropel de demonios trajo el alma del difunto envuelta en llamas.
Y allí mismo fue condenado a prisión perpetua en el infierno en cuerpo y alma.
Para ejecutar la sentencia hicieron salir de su escondite al fraile y le
obligaron a bajar a la iglesia donde estaba el cuerpo del condenado al
infierno. Levantaron la losa y extrajeron el cuerpo. Tras una ceremonia, en la
que los demonios hicieron que el alcalde escupiera la hostia que había recibido
antes de morir, se apoderaron de su cuerpo y desaparecieron con él.
A los pocos instantes descargó
horrible tempestad que despertó a toda la ciudad y la población creyó que había
llegado poco menos que el fin del mundo.
Desde entonces, los frailes
franciscanos, cuando mostraban el convento, señalaban un agujero en el techo de
la iglesia que habían abierto los demonios al llevarse el cuerpo del alcalde
Ronquillo.
Y con estas u otras similares
palabras, tan tremenda leyenda nos lo han relatado Matías Sangrador y Antolínez
de Burgos en sus respectivas historias de Valladolid.
Rodrigo Ronquillo en realidad murió en Madrid y fue enterrado en Arévalo.
Entre los libros que le
ocultaban, vio entrar en la sala a un gran número de enlutados precedidos por
un jefe que ordenó que a la estancia trajeran el cadáver del alcalde. Y en
seguida, en medio de un espantoso ruido
de cadenas un tropel de demonios trajo el alma del difunto envuelta en llamas.
Y allí mismo fue condenado a prisión perpetua en el infierno en cuerpo y alma.
Para ejecutar la sentencia hicieron salir de su escondite al fraile y le
obligaron a bajar a la iglesia donde estaba el cuerpo del condenado al
infierno. Levantaron la losa y extrajeron el cuerpo. Tras una ceremonia, en la
que los demonios hicieron que el alcalde escupiera la hostia que había recibido
antes de morir, se apoderaron de su cuerpo y desaparecieron con él.
A los pocos instantes descargó
horrible tempestad que despertó a toda la ciudad y la población creyó que había
llegado poco menos que el fin del mundo.
Desde entonces, los frailes
franciscanos, cuando mostraban el convento, señalaban un agujero en el techo de
la iglesia que habían abierto los demonios al llevarse el cuerpo del alcalde
Ronquillo.
Y con estas u otras similares
palabras, tan tremenda leyenda nos lo han relatado Matías Sangrador y Antolínez
de Burgos en sus respectivas historias de Valladolid.
Rodrigo Ronquillo en realidad murió en Madrid y fue enterrado en Arévalo.
Son muchas las esculturas y pinturas que representan a San Miguel en iglesias y Museo de Escultura. De entre ellas he escogido estas tres.
Ángulo inferior derecho del cuadro Tentaciones de San Antonio Abad, de Jan Brueghel de Velours (1568-1625). Museo de Escultura. Vista parcial del Retablo de San Miguel Arcángel, del Maestro de Osma (hacia 1500). Museo de la Catedral de Valladolid. San Miguel Arcángel, de Felipe de Espinabete (1719-1799). Madera policromada. Museo Nacional de Escultura.
El
Valle del Cuco es uno de los rincones más interesantes de la Provincia de
Valladolid que limita con Burgos. Formado por seis términos municipales, su
nombre se lo da el arroyo del Cuco, que nace en San Llorente y rinde sus aguas al Duero en Bocos. Desde el
Duero, el valle va subiendo hasta el
páramo que separa este río del Valle Esgueva.
Sus municipios se remontan a
los últimos años de la Alta Edad Media, cuando los reinos cristianos consiguieron
dominar el territorio al norte del Duero y comenzaron a repoblar estas tierras.
No obstante, hay evidencias de algún asentamiento de la Edad del Bronce en el
término de Bocos de Duero, lo que habla de la benignidad de estas tierras, con
abundante agua y con algunos altos, como el monte Gurugú, que proporcionaban
adecuadas condiciones para asentamientos humanos bien aprovisionados y
defendidos.
El valle lo forman los
municipios de Curiel, Bocos, Corrales, Valdearcos, San Llorente y Roturas.
Pueblos pequeños pero no
exentos de antigua historia y comunicaciones que, como hemos dicho, se remontan
a la Edad Media: por aquí pasa el camino Real de Burgos, en realidad una
cañada.
La carretera que vamos a
recorrer ensarta cinco de los seis municipios del valle: a Roturas habría que
ir por Pesquera de Duero, aunque podríamos acercarnos desde San Llorente pero
por un camino de concentración de 6 km.
El recorrido nos permitirá
disfrutar de historia, patrimonio, curiosidades y paisajes.
La “puerta” de entrada al valle está en Curiel y su principal recorrido termina en San Llorente, que es el itinerario que vamos a llevar en esta ocasión. En este mismo blog hay diversas entradas relacionadas con el valle que se detienen en recorridos pormenorizados por Curiel, Roturas, el pico Gurugú y las fuentes, que son una de las señas de identidad de este espléndido territorio vallisoletano.
Rollo jurisdiccional de Curiel en primer término y al fondo, el teso donde estuvo su castillo, del que se conservan algunos cimientos. En moderna construcción se ha levantado una posada Real. Este castillo, frente al de Peñafiel, eran dos verdaderos guardianes del paso del valle del Duero… Y en la carretera, un vehículo de museo.
Arco de la puerta de la Magdalena, del siglo XIII da testimonio de las cuatro puertas que tuvo la muralla de Curiel.
Llegando a Bocos, al fondo se ve el pico Gurugú, al que se puede subir para ver una panorámica del valle del Duero. Alguna de las antañonas casas del pueblo y el viejo molino.
En Corrales han puesto la fuente del siglo XIX al pie de la iglesia: antes estaba en la pobeda (chopera) de la parte baja del municipio. Algunas fachadas lucen recuerdos de habitantes que llegaron a centenarios.
De Corrales parten varias sendas que conducen a las fuentes del valle, por si queremos darnos un paseo a pie.
Antes de llegar a Valdearcos de la Vega, todavía en el término municipal de Corrales, hay uno de los árboles singulares de la provincia de Valladolid. Se trata de la “encina de la Tía Isabel”.
Valdearcos de la Vega: ermita de la entrada y rollo jurisdiccional en la plaza. En Valdearcos también hay alguna placa de recuerda a vecinos de centenaria edad, lo que acaso demuestre una peculiaridad de la población del valle del Cuco, que es la longevidad de sus habitantes.
Panorámica de San Llorente, torre del Ayuntamiento (en la plaza Socarrena), y un colmenar tradicional a las afueras del pueblo.
Al final de la calle Hospital, en San Llorente, pasada la Plaza Mayor, hay un amplio balcón que se asoma al valle, y por debajo de esta zona están las bodegas, como tienen todos los municipios del valle.
En el páramo del término de San Llorente está la fuente de la Jarrubia, que da nacimiento al arroyo del Cuco. Y no muy lejos aún se reconocen las ruinas de un antiguo asentamiento o ermita: Isarrubia o Jarrubia. De Isarrubia queda la talla de una Virgen del siglo XIII que ahora se cobija en la iglesia parroquial de San Llorente.
Bella
imagen de cigüeñas en pleno vuelo migratorio.
Valladolid,
a pesar del destrozo de los años 70 del siglo pasado, aún conserva diversos
palacios, más conservados unos, más transformados otros. Es el caso que entre
ellos está el palacio de los marqueses de Valverde. Sito en
la calle San Ignacio frente a la iglesia de San Miguel y San Julián, y haciendo
esquina con la plaza de Fabio Nelli, donde se alza el impresionante palacio de
aquel importante banquero vallisoletano.
Si añadimos que se halla en las
proximidades del convento de la Concepción, hablamos de que nos encontramos en
uno de los enclaves más interesantes de Valladolid, tanto por arquitectura como
por historia. Además, no muy lejos están
la Plaza del Viejo Coso, del siglo XIX,
y la casa del Marqués de Castrofuerte.
En definitiva, por la época en
que algunas de estas construcciones se fueron levantando, estamos en el
epicentro del Renacimiento del Valladolid cortesano.
La casa de los Marqueses de
Valverde, que data de los primeros años del siglo XVI y que ha conocido
diversas reformas en el XVIII y en el XX,
no es el palacio mejor conservado de Valladolid, aunque es perfectamente
reconocible su traza, que mantiene todavía el aire del renacimiento italiano
(especialmente en su esquina con la calle Expósitos) y, en todo caso, una
bonita fachada.
Hay que advertir que el
marquesado de Valverde es, en realidad de Valverde de la Sierra, que nada tiene
que ver con otro título nobiliario que también responde a Valverde: un título
creado en el siglo XVII por Felipe IV que está unido al ducado de
Medina Sidonia.
No, el marquesado de Valverde de la Sierra se remonta a 1678, cuando Carlos II concedió este título a Fernando de Tovar y Enríquez de Castilla Cañas y Silva, a la sazón entre otros títulos, caballero de la Orden de Calatrava y señor de la Tierra de la Reina, que es donde está enclavado Valverde de la Sierra: un bonito pueblecito a los pies del pico Espiguete, todo una referencia de la Montaña Palentina. Desde principios del siglo XXI el título lo ostenta Irene Vázquez, residente en Cataluña y profesora de Formación Profesional.
El edificio palaciego fue levantado por el Oidor de la Chancillería Juan de Figueroa, que junto con su esposa María Núñez de Toledo, fundaron el cercano convento de la Concepción en 1521. Terminó perteneciendo a don Fernando de Tovar Enríquez de Castilla, señor de Tierra de la Reina, y marqués de Valverde a raíz de la creación de marquesado, como se ha dicho, por Carlos II.
La fachada tiene grabada la fecha de 1763, probablemente debida a obras o haber sido reconstruida en dicho año en algunas de sus partes. Juan Agapito y Revilla nos habla de la azarosa vida de este palacio que arrastra una curiosa leyenda que incluso se ha trasladado a la literatura, y sobre la que más adelante volveremos. En julio de 1736 el palacio padeció incendio. En este mismo palacio residieron los Agustinos Filipinos antes de ocupar el convento que ahora ocupan en la calle Filipinos. Más tarde estuvo ocupado por los Padres Carmelitas, hasta que, finalmente se convirtió en un edificio de bajos y viviendas de alquiler.
El almohadillado que hay en la puerta y otros detalles de la fachada siguen los gustos de la arquitectura florentina. Y también llama la atención la hilera de ventanas superiores en la que se suceden formas redondas y formas cuadradas.
La esquina es de dos ventanas superpuestas con un pilar almohadillado que al parecer se mantiene desde el siglo XVI.
Escudos de la familia Figueroa (cinco hojas de higuera), y Tovar (banda engolada).
Esquina coronada por dos figuras femeninas alojadas en sendos óculos flanqueando el escudo de los Tovar.
Patio del palacio que sirve para hacernos una idea de cómo era, dado que este no es el original ni las columnas que lo adornan.
Los Tovar, que como hemos recibieron el marquesado, fueron una importante familia que, por ejemplo, dejaron una fortificación en Boca de Huérgano, en la zona de Tierra de la Reina, de la que se conserva la llamada torre de los Tovar, un torreón medieval de finales de la Edad Media. La imagen está tomada de Diario de Valderrueda.
Los marqueses de Valverde, entre otras rentas que obtenían de sus propiedades de Valladolid tales como casas, riberas y molinos, disponían de unos ingresos extra con el comercio de la nieve. Tenían un contrato con el municipio de Valladolid (estamos hablando del entorno del siglo XVIII) por el cual cuando en los pozos de nieve de la ciudad comenzaba a escasear el hielo que se había empozado procedente de las charcas de la Esgueva y otros lugares durante el invierno, los marqueses (que en realidad vivían en Madrid), previo aviso del Ayuntamiento, mandaban que los arrieros de Valverde de la Sierra, trajeran hielo procedente de los neveros perpetuos del pico Espigüete, que se alza sobre el pueblo. Aquel trasiego es una de las señas de identidad de ese y otros municipios del entorno, que vivían de él una vez que se terminaban las faenas agrícolas.
Y
decíamos que la Casa cuenta con una leyenda relacionada con las infidelidades
de la marquesa, que, al parecer tienen su plasmación en las dos figuras (hombre
y mujer) que flanquean la ventana principal del palacio que da a la calle San
Ignacio. Al parecer, la marquesa fue infiel a su esposo con uno de los criados
de la casa. Se trataba, como no podía ser de otra forma, de un joven atractivo.
Se cruzaban besos al principio y pronto
comenzaron los encuentros furtivos. Según versiones de la leyenda comenzaron a
planificar su huida. Pero en esas estaban cuando fueron descubiertos por el
marqués, que denunció la infidelidad de su esposa que, a la sazón, por aquellas
épocas (no tan lejanas) era delito. Aquello abrió un proceso penal que terminó
en la condena de marquesa y criado.
El
marqués mandó labrar en la fachada la imagen de su infiel esposa y su desleal
criado para que sirviera de escarnio público de ambos.
Esta
leyenda fue recogida por Ramón de Campoamor
en “Drama universal”, que en su escena XXXV titulada Los marqueses de
Valverde, de esta forma la comenzó: «Se alzó en Valladolid un edificio, / de
Fabio Nelli en la plazuela un día, /y desnudo, en el ancho
frontispicio, /el cuerpo de la dueña se veía. /Creyó, haciendo la
impúdica escultura, /este Marqués celoso y delirante, /vil castigar
la vil desenvoltura /de esa adultera esposa y del amante / Ciego, al
llenar a su mujer de lodo, / no ve el Marqués que su deshonra sella /
publicando el imbécil de este modo / la infamia de él y la vergüenza de ella”.
ALGUNA DE LA BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA: “Guía de
Arquitectura de Valladolid” (coord. J.C. Arnuncio); “Las calles de Valladolid” (J. Agapito y
Revilla); “Arquitectura y Nobleza” (
Jesús Urrea); “Guía Misteriosa de Valladolid” (Javier Burrieza); y “Pozos de
nieve y abastecimiento de hielo en la provincial de Valladolid” (Jesús Anta).
El
urbanismo y las modas van dejando numerosas huellas en la ciudad: esculturas,
rotulación del nombre de las calles,
lápidas conmemorativas o explicativas en las fachadas, fechas y placas
en los portales… y hasta en el suelo se pueden
ver huellas que visibilizan lo que algún día hubo allí o lo que se oculta a nuestros ojos en el
subsuelo.
Valladolid, sobre todo en las
últimas décadas en las que hay mayor sensibilidad por la historia y el
patrimonio de la ciudad, han sido unos cuantos los lugares en los que se han
“dibujado” en el suelo detalles mediante colores y materiales que ofrecen a la
ciudadanía una especie de relato que ayudan a entender lo que en realidad no
está visible. Es una forma de ir dejando constancia viva y en lo posible
respetuosa de la vieja ciudad sobre la que se va construyendo la actual.
Con estas premisas propongo recorrer unos cuantos de estos lugares.
Lo que más abunda por centro de Valladolid son placas de bronce fijadas al suelo que dan noticia de edificios pretéritos, calles antiguas y relatos de la Esgueva. Si recorremos con detenimiento los soportales de la plaza Mayor serán unas cuantas las que nos encontraremos, así que como ejemplo traemos a colación la que está en la misma puerta de la Casa Consistorial, que da cuenta del edificio que se construyó en 1570 hasta su derribo en 1879 debido a su estado ruinoso. El actual edificio se inauguró en 1908.
En 1885 se remodeló la fachada de la Iglesia de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que acoge una cofradía penitencial fundada en 1596, peor que hasta 1676 no dispuso del templo que ahora se erige en la calle Jesús. Tras una reciente remodelación de la calle, en el pavimento se ha dejado constancia de donde estaba la fachada inicial del siglo XVII (una especie de triángulo isósceles). Aquella fachada se retranqueó en el año 1885 pues, si nos fijamos, veremos que de haberse mantenido, su esquina quedaría completamente pegada al nuevo Ayuntamiento. No obstante en realidad se retranqueó porque se quería dejar paso hasta el recientemente construido mercado de la plaza del Val (1882), que por aquel entonces se consideró una modernización de la ciudad.
Si nos vamos a la calle Sandoval, en un costado del mercado del Val, se ha adoquinado el suelo haciendo un juego con formas y colores distintos para dejar constancia que por este lugar discurría el ramal norte de la Esgueva en dirección hacia San Benito y su desembocadura en el Pisuerga. Al principio de la calle Sandoval, en la parte de la plaza del Val, una placa en el suelo deja constancia de este discurrir de la Esgueva y del “cariño” que tan vallisoletano río le profesaba el gran Francisco de Quevedo.
En un lateral del antiguo convento de San Benito, actuales dependencias municipales, mirando hacia la plaza del Poniente se ha hecho una especie de turrón del duro y se ha indicado en el pavimento el perfil el alcázar real sobre el que posteriormente se construyó el convento. Debajo de este “montaje” sí se conservan restos auténticos de la antigua fortaleza, tal como se refleja en la fotografía.
Delante de la fachada de Archivo Municipal de Valladolid, antigua iglesia y convento de San Agustín, en la calle Santo Domingo de Guzmán, un pequeño resalte de piedra pareciera que hubiera quedado olvidado cuando en 2003 terminaron la inmensa obra de rehabilitación que llevaron a cabo los arquitectos Gabriel Gallegos y Primitivo González. Pero, desde luego, este pequeño resto histórico no es más que un giño de lo que encierra tanto el edificio como el Parque Arqueológico de está en el costado del Archivo. El Parque pone al descubierto no solo restos de convento de San Agustín, sino restos del antiguo barrio de Reoyo. Un barrio con importantes connotaciones en la historia de Valladolid, pues viene de uno de los dos linajes que durante siglos se repartieron la administración y prebendas de la villa. El otro linaje era el de los Tovar. En el Parque se aprecia una noria, un silo y restos de una pequeña iglesia quizá anterior a la de San Agustín; y restos de algunas capillas de San Agustín.
Volvemos a la Esgueva en la calle de Miguel Íscar. Una vez que se cubrió el cauce en el siglo XIX lo cierto es que en ciertos puntos de la calle con frecuencia se producían hundimientos de la calzada, hasta que en 2006 se acometió una obra de envergadura para solucionar este recurrente problema de una vez por todas. Según los planos de los que disponen, que datan de 1860 es la mayor bóveda que cubría el río. Aprovechando la urbanización de la calle, mediante baldosas rojas y negras se ha “dibujado” en el suelo la dirección que seguía el río. Se puede comenzar su recorrido desde la plaza de España por la acera de los pares y cruzar a la de los impares. En las imágenes pueden verse estas marcas frente a la Casa Museo de Cervantes y las obras que se acometieron en 2006 (foto publicada en El Día de Valladolid).
Ya que estamos en la calle Miguel Íscar nos acercamos hasta el paseo de Coches del Campo Grande y a la altura de los edificios acristalados, una decena de pequeñas placas de acero nos informan de que en este lugar estaba uno de los principales cementerios judíos. Cuando en 2002 se remodeló el paseo central de Campo Grande se localizaron restos óseo repartidos por 78 enterramientos. Pero los arqueólogos calcularon que se traba de un cementerio que bien podría haber albergado un millar de cuerpos. Un sencillo texto del poeta granadino del siglo XII, Mosheh Ibn Ezra, rotulado en una de las placas sirve para honrar la memoria de aquellos vecinos judíos que, hasta la intolerancia religiosa del siglo XV convivieron, en Valladolid, con moros y cristianos: “Son tumbas viejas, de tiempos antiguos/en los que unos hombres duermen el sueño eterno/No hay en su interior ni odio ni envidia/ni tampoco amor o enemistad de vecinos/Al verlas mi mente no es capaz/de distinguir entre esclavos y señores”.
Tanto los judíos como los musulmanes tenían que enterrarse fuera de las murallas. Por eso en este punto estaba este enterramiento, y en la Casa del Estudiante de la calle Real de Burgos, estaba el cementerio musulmán.
Pues nos vamos al final de calle Santiago, allí donde estaba la puerta del Campo. Una placa deja constancia de aquella puerta, que marcaba los límites de la cerca de la ciudad. Por debajo del asfalto pasaba el cauce de la Esgueva que venía por la actual calle Miguel Íscar, como antes hemos visto. En este punto el cubrimiento del río dejó una formidable construcción que tal vez algún día se haga visitable para el público en general.
Ya son antiguas las marcas que la traía de Argales y de las Marinas de la calle Teresa Gil –a la altura de los números 10 y 20 de la calle- (en realidad se trata de un grupo de manaderos cercanos uno del otro) del siglo XVI. Trozos de estas conducciones (sifones, tuberías, etc.) se conservan en San Benito y el jardín del Museo de Valladolid.
Nos dirigimos a la Bajada de la Libertad y a la altura de los números 15-17 en el pavimento se deja constancia de otro de los ramales de la Esgueva. Y en la foto (tomada del libro Valladolid y el río Esgueva. Una historia de encuentros y desencuentros) se puede ver que hay debajo del edificio recién construido y sirve de ejemplo de numerosos restos de la canalización del río y de sus puentes históricos que hay en unos cuantos edificios y calles de la ciudad.
Continúa la Bajada de la Libertad por la calle Angustias. En ella, a raíz de un paño de piedra que apareció tras unas obras en el interior de un edificio, ha pasado considerarse parte de la muralla. En cualquier caso, en el suelo se ha marcado con loseta de distinto color la ubicación de algunas puertas de acceso, en esta parte conocida como el Bao. En la imagen una placa adherida al paño de piedra. Esta placa advierte de que la muralla debió levantarse en el siglo XII y que en el XV perdió su función, por lo que parte de sus piedras sirvieron de cimentación para otras construcciones. Y que bajo la cota de la calle se hallan restos auténticos de la fortificación.
Parece que cuando el repoblador Ansúrez llegó a la aldea vallisoletana ya estaba construida la iglesia de san Pelayo, que un siglo más tarde cambió su advocación por la de san Miguel, que fue patrón de la ciudad hasta el siglo XVIII. Aquel templo estaba en la actual plaza de San Miguel. Precisamente en ese siglo se decidió derribar el templo dado su ruinoso estado. La última reforma que se hizo de la plaza, decidió dejar un pequeño testimonio de aquella primitiva iglesia en forma de unas losetas que indican donde aún hay restos arqueológicos. Algunos elementos arqueológicos de la iglesia se depositaron en el Museo de Valladolid junto a un panel informativo. Estos restos, lápidas en general, se encuentran en el acceso al jardín del Museo.
Las recientes obras de ampliación del Hospital Clínico dejaron al descubierto restos de edificaciones religiosas de cuya existencia ya había constancia. De estos restos se ha dejado huella evocadora mediante dibujos sobre el asfalto perfectamente visibles en la zona de acceso a Urgencias.
Y nos vamos a despedir con una
huella simpática que no tiene que ver con ningún acontecimiento histórico o urbanístico
de enjundia, pero que rebosa la evocación de un Valladolid antiguo. Hay en la
calle dibujada una serpiente que es en realidad la plasmación del nombre de la
calle: Sierpes, cuyo nombre viene de lo sinuoso de su trazado, que en realidad
ha quedado reducido a solo un tramo de la vieja calle que era notoriamente más
larga. Delfín Val, cronista de Valladolid, escribió en la Revista de Folklore
de la Fundación Joaquín Díaz un texto titulado “Dos muertes en la calle
Sierpes”. Una, ocurrida en 1750, habla
de un hombre que murió a manos de un soldado que previamente había sido
increpado por la esposa del asesinado por orinar en la calle. La otra, la
relataremos prácticamente en su totalidad: “A principios de siglo se cantaba
por las calles y mercados de Valladolid una coplilla que decía “En la calle de
la Sierpe mataron a Pepinillo por hacer burlo a los guardias y enseñarles el
culillo”. El guardia que disparó contra el despantalonado Pepinillo pertenecía
a un piquete antidisturbios que había tratado, sin resultado, de aplacar los ánimos airados de un grupo de mujeres, que
se manifestaban por las calles de Valladolid porque les habían subido el precio
del pan en unos céntimos. Aquellas mujeres, que debían ser de armas tomar,
apedreaban a los guardias con tan desatada furia, que éstos tuvieron que
refugiarse en la estrecha calle de la Sierpe. Fue entonces cuando el randa de
Pepinillo tiró de pantalón y lanzó por la boca la imitación de una ventosidad
dedicada a la autoridad. Un disparo dio con el pícaro en tierra y solo su
sangre logró dispersar la manifestación, olvidándola, para atenderle a él…”
. NOTA: El
libro Valladolid y el río Esgueva,
editado por el Ayuntamiento de Valladolid, está coordinado por Jesús Misiego y
José Ignacio Díaz-Caneja.
Valladolid,
ciudad conocida en España por su vinculación al cine, especialmente por la
SEMINCI y su Cátedra de Cine de la Universidad de Valladolid, sin embargo, de entre todas las ciudades y
provincias de Castilla y León, no es en
la que más películas se hayan rodado en todo o en parte.
Según escribió en su día en El
Norte de Castilla el periodista Antonio Corbillón, podemos hablar de unas 60 películas
de largometraje (otra cosa son los cortos que tan de moda se han puesto en los
últimos tiempos). Segovia, Ávila, Burgos y Salamanca superan considerablemente
a Valladolid en el número de largometrajes.
XVII edición (año 1972) de la actual SEMINCI, cuando aún se conocía como de “valores religiosos y humanos”, y se celebraba en el mes de abril. Fotografía del Archivo Municipal de Valladolid (AMVA).
Eso sí, hemos tenido entre ilustres directores y actores, a Orson Welles –Mr. Arkadin– y a Charlton Heston y Sophia Loren galopando por Torrelobatón durante el rodaje de El Cid, dirigidos ni más ni menos que por Anthony Mann. Y eso sin olvidarnos de la mítica “Doctor Zhivago”, con Omar Sharif y Julie Christie parados en una estación de ferrocarril en medio de la Estepa Rusa que era, ni más ni menos, que nuestra entrañable Estación del Norte.
Juan Antonio Bardem (izquierda) paseando por Valladolid con Vicente Escudero (derecha) en marzo de 1965. Fotografía de Filadelfo (AMVA).
Pero algo parece que apunta en otra
dirección: si hasta ahora ha sido Hollywood el que en ocasiones se instalaba en
Valladolid, Bollywood y alguna potente
cadena televisiva han recalado en nuestras plazas y pueblos no hace mucho para
rodar un musical, en el caso de la industria cinematográfica india; y una serie
(Magi) sobre un viaje a España
de cuatro niños japoneses en el siglo XVI. Así,
la plaza Mayor de Valladolid, el Palacio de Santa Cruz, el Patio
Herreriano, el convento de Santa Isabel,
y los municipios de Tiedra y
Urueña, han visto las andanzas de bailarines de la India y de principescas
carrozas de los tiempos de Felipe II.
Esto nos lleva a saber que han
sido varios los escenarios de la capital vallisoletana que se han asomado a la
gran pantalla, entre los que figuran el
Puente Mayor, el Museo Patio Herreriano, la Plaza Zorrilla, etc.
De entre todos, acaso el que más veces se ha utilizado ha sido el Museo de Escultura: Una muchacha de Valladolid, el citado Mister Arkadin, Fuego en Castilla (del singular director Val del Omar) así como diversos documentales de cierta importancia, como Y la madera se hizo carne, han llevado a la pantalla la fachada, claustro y algunas salas del Museo.
El Diario Regional y El Norte de Castilla se hicieron amplio eco de la presencia de Orson Welles en Valladolid. La imagen está tomada del libro La controversia de Valladolid, de Clemente de Pablos Miguel.
El Pasaje Gutiérrez (uno de los
más bellos pasajes al estilo europeo que se conocen) ha aparecido en Memorias de Leticia Valle, Soldados de plomo e Íntimos y extraños.
Y la Estación del Norte pone
fondo a Hola ¿estás sola?, Todo menos la
chica y la citada Doctor Zhivago.
La Plaza Mayor y el Café del
Norte decoraron Un buen día lo tiene
cualquiera, Monseñor Quijote y
Soldados de plomo.
Los talleres del Norte
aparecieron en la que se considera primera película rodada íntegramente en Valladolid:
Salida de los obreros de los talleres del
ferrocarril del Norte a la hora de comer, rodada en 1904 por los hermanos
Pradera, que regentaban el añorado cine Pradera en el Campo Grande.
En cuanto a la provincia, en Torrelobatón durante tres días del año 1961 hubo un despliegue impresionante de actores y extras: las crónicas de la época hablan de 600 figurantes, más de la mitad, gente del pueblo: por aquel paraje cabalgó El Cid. Además, en el castillo hay una sala dedicada a recordar este rodaje en el que se exhiben carteleras que anunciaron la película en numerosos idiomas, pues se exhibió en medio mundo.
El Cid, 1961, escenas rodadas en Torrelobatón. Fotografía de Filadelfo ( AMVA).
En Teresa de Jesús (con Aurora Bautista como protagonista) aparece Medina del Campo; en Tordesillas se rodaron escenas de Locura de Amor y El Lazarillo de Tormes; Laguna de Duero en Mamá es boba, y Villavaquerín con la adaptación de Las Ratas, novela de Miguel Delibes, son, entre otros municipios como Wamba, Peñafiel o Fuensaldaña, lugares que han tenido su minuto de gloria en la gran pantalla.
Fotograma de Locura de Amor (1948) de Juan de Orduña, algunas de cuyas escenas se rodaron en Tordesillas.
Añadamos a este somero repaso
sobre rodajes de películas en Valladolid, que el director vallisoletano Iván
Sáinz-Pardo convirtió el Campo Grande en una selva amazónica para rodar El último viaje del Almirante (Colón)
que se proyectó en la SEMINCI. Y Arturo Dueñas tuvo como protagonista destacado
el paisaje de Valladolid en su extenso documental sobre el pintor Cuadrado
Lomas: Tierras construidas.
Contado todo esto, que ha sido publicado en diversos medios, vamos a detenernos en un film que apenas ha sido citado entre las películas que muestran escenas de algún enclave vallisoletano. Me refiero a La Coquito. Se trata de una película dirigida por Pedro Masó en 1977 (en Valladolid se estrenó en enero de 1978). En ella hay una larga escena rodada en el Teatro Calderón, en la que la protagonista -Iliana Ross- mostraba sus encantos interpretando a la cupletista Coquito. Iliana era una jovencísima y espectacular actriz de 17 años procedente de San Juan de Puerto Rico, cuyo nombre real es Ileana Martínez del Valle y acabó casándose con el director de la película, con quien vivió 23 años y de cuyo matrimonio nacieron tres hijos.
Cartel promocional de la película La Coquito.
La escena en el Calderón en
realidad quería pasar como si fuera el Teatro Romea de Barcelona, que es donde
se supone que se desarrollaba la trama.
El film también incluye otros
escenarios vallisoletanos: el interior del Círculo de Recreo y un duelo a
pistola en el Cementerio del Carmen: dos de los varios hombres con los que La
Coquito tuvo relaciones, previo pago de ciertas cantidades de dinero a su
madre, se retaron y la cosa acabó con padrinos y duelo a sangre, es decir que
no era necesario llegar a la muerte, bastaba con que uno hiriera a otro.
Parece, pero no he podido confirmarlo, que también se hizo alguna toma en el Teatro Lope de Vega.
Carátula de La Coquito, cuando se editó para ser distribuida en DVD.
El film estaba basado en una
novela de Joaquín Belda (una historia sobre La Chelito –famosa vedette en su
tiempo-). Pero la familia de la artista no permitió que Pedro Masó utilizara el
nombre real, por lo que optó por desarrollar una historia similar pero con un
nombre fingido. Como anécdota podemos decir que la primera persona en que pensó
Masó fue en la entonces también joven Isabel Pantoja. La Coquitocuando cantaba en realidad lo hacía en
playbak (magistral, por cierto) pues la verdadera voz la puso la cantante
onubense Blanca Villa.
Ambientada en los años 20,
cuando La Coquito, acompañada de su madre, la actriz Amparo Rivelles, llega a
España procedente de su tierra natal, Cuba, en España había una dura pugna
entre Eduardo Dato y Largo Caballero: una escena recrea una manifestación de
obreros protestando por la subida del precio del pan.
Ileana solo rodó dos películas
en toda su vida, pues Pedro, muy celoso, no quiso que se convirtiera en una
sexy boom en aquella España del destape, y eso que incluso le propusieron el papel
de una “chico Bond”. En 1981 rodó su
segunda y última película –fallida, la verdad- titulada Puente aéreo.
En el film, acaso el rostro más
conocido que aparece, aparte de Amparo Rivelles, sea el de Juanito Navarro.
Otras localizaciones de esta película fueron Palencia, Cuenca, Palma de Mallorca y San Juan de Puerto Rico.
Reportaje del Diario Regional en julio de 1977.
La prensa local se hizo un eco desigual del rodaje de aquellas memorables escenas del Calderón. Mientras El Norte de Castilla se despachó el 12 de julio de 1977 con un escueto: “Se rueda una película en el Teatro Calderón con extras vallisoletanos”, El Diario Regional publicó un amplio reportaje con varias fotografías.
Parte de la cartelería de los cines de Valladolid en el mes de enero de 1978, cuando se estrenó La Coquito.
NOTA: para documentar este reportaje, entre otras publicaciones, he utilizado la hemeroteca de El Norte de Castilla, Diario Regional y libertaddigital.com ; “Cine en Castilla y León (1910-2010)”, de Ismael Shahín y Alberto Palacios; “Castilla y León en el Cine”, de Fernando González García; el trabajo fin de master (TFM), “Escenarios de películas. Creación de una ruta cinematográfica en la ciudad de Valladolid”, de Irene González Agüera; “Cines de Valladolid”, de Daniel Villalobos, Sara Pérez e Iván Rincón; “El cinematógrafo (1896-1919)”, de Luis Martín Arias y Pedro Sáinz Guerra; y el asesoramiento del experto cinematográfico Jesús Alfonso Población.
Podemos hablar del año 1826
como el de la creación del primer cuerpo de vigilantes que es el antecedente de
lo que ahora conocemos como Policía Municipal.
Aquel grupo se conocía como la Partida
de la Capa, por la prenda con que se protegían de las inclemencias del tiempo.
Hasta entonces, y a lo largo
del tiempo, varias habían sido las
instituciones que se dedicaron a la vigilancia y protección de bienes y
personas. La Santa Hermandad, los alguaciles, los fieles de abastos, los
vigilantes de campo, etc. han ido sucediéndose en la historia hasta que se
fueron constituyendo los cuerpos de policía que existen en la actualidad, entre
los que los policías municipales se han especializado en las tareas de
vigilancia, que se concreta en tareas como proteger a las autoridades de la
Corporación Local, hacer cumplir las ordenanzas, regular el tráfico, prestar
auxilio en casos de accidentes, vigilar los espacios públicos, etc. etc.
Mas, sin perdernos en un
pretérito demasiado lejano, de toda la historia relativa a los oficios de
vigilancia urbana, las generaciones presentes han conocido a los serenos: los
encargados de vigilar las calles por la noche; los vigilantes de parques y jardines;
y los consumeros: los dedicados a cobrar
los impuestos sobre mercancías que se traían a vender a la ciudad, y se
apostaban en sus entradas junto a una pequeña construcción llamada fielato.
El
cuerpo de serenos (también llamados celadores nocturnos), que en los días más
crudos del invierno estaban exentos de cantar las medias horas, estuvo en
servicio hasta el año 1974, en el que extinguieron por orden del Ministerio de la Gobernación
(MUSAP).
Aquellos entrañables serenos,
armados con un chuzo, daban las horas y
las medias, así como socorrían a quien hubiera olvidado las llaves del portal.
El acuerdo de su creación en Valladolid se remonta al año 1820, aunque no
comenzaron a prestar servicio efectivo sino catorce años más tarde.
Imagen de los vigilantes del Campo Grande.
Como ya se ha dicho, el
germen de la actual Policía Municipal es
la llamada Partida de la Capa, que comenzó a pasear por las calles de
Valladolid en enero de 1826 y estaba formado por algo más de una quincena de
personas procedentes del estamento militar.
Posteriormente, en 1835, se crea el Cuerpo de Celadores de Policía
Urbana, que a su vez fue sustituido por
una nueva estructura de vigilancia: la Guardia Municipal. Se creó en 1856 pero tendría que esperar al 58 para comenzar a
ejercer.
Casi cien años pervivió esa
denominación, pues en 1952 un Reglamento estatal unifica el funcionamiento de los guardas
municipales de todas las poblaciones, y entre otras cosas ordena que el cuerpo
encargado de la vigilancia de las ciudades pase a llamarse Policía Municipal, a
la que se le asigna, entre otras cosas, la “Vigilancia y ordenación del
tráfico”.
En ocasiones, los efectivos de
policía se nutrieron de soldados procedentes de las guerras de África y
posteriormente de la Guerra Civil.
Puesto
de Policía Municipal para regular el tráfico en la calle María de Molina
(MUSAP).
En el año 1957 se instaló el primer semáforo en Valladolid. Solo tenía dos colores: rojo y verde. Se puso en la esquina de la calle Regalado con Duque de la Victoria.
Pues bien, todo este brevísimo
recorrido histórico que abarca 193 años, se puede ver amenamente organizado en
el Museo de la Policía Municipal de Valladolid.
El museo (MUSAP), que ocupa parte de las dependencias del edificio
de la Policía Municipal de la avenida de Burgos, es de modestas proporciones
pero no le resta ningún mérito en cuanto a la calidad que se aprecia a lo largo de su recorrido.
Fue montado por varios policías municipales de forma voluntaria, que recogieron
cuantos documentos, fotografías, indumentaria, armas y objetos pudieron
encontrar. El resultado es una didáctica exposición que merece ser visitada. A
través de la Oficina de Turismo del Campo Grande, el acceso al público a este
museo se lleva a cabo las tardes de los viernes.
Todas las fotografías que se publican
a continuación están tomadas en el Museo.
Acceso
al Museo de la Policía Municipal. En la imagen aparece el agente Julio César
Gómez, que ejerce, junto a otros policías, de guía del Museo.
Simulación
de antiguas dependencias de la Policía Municipal. En este siglo XX, la policía
ocupaba parte de los bajos de la Casa Consistorial, hasta que en 1982 se instalaron
en la calle Puente Colgante para, finalmente,
ocupar las actuales dependencias en la avenida de Burgos.
La Guardia Urbana de Valladolid en 1895. Era norma el que se dejaran el bigote. La foto está realizada en las dependencias de Viejo Coso.
Reglamento
de los Celadores, 1848.
Guardias
Municipales en 1915. La foto está tomada en el tejado de la Casa Consistorial.
Primeros
agentes de circulación: 1933.
Las primeras mujeres policías accedieron al cuerpo en 1972. Valladolid, junto a Córdoba y Madrid fue pionera en esta incorporación femenina. En el contrato de trabajo figuraba una cláusula por la que se comprometían a no casarse, perdiendo el empleo en caso de incumplimiento. Pocos años después, aquella cláusula fue eliminada a raíz de que una policía de otra localidad ganara en los tribunales el derecho a casarse, una vez despedida. En la imagen, cuatro de las primeras policías en la Casa Consistorial. Hasta 1982 no accedieron a la sección de motoristas.Por cierto, Valladolid también fue pionera al ser la primera capital de provincia en poner al frente de la Policía Municipal a una mujer, pues en 2014 Julia González fue nombrada superintendente, el puesto máximo de mando.
El primer uniforme de la policía femenina incorporaba una falda por encima de la rodilla, que enseguida se cambió por otro cuya falda fuera más larga.
Policía
Municipal vestida de gala en un desfile de carrozas escoltando a la reina y
damas de las Ferias de Valladolid en la década de 1960.
Uniforme
de los Celadores Urbanos, de 1835.
En
1918 se creó la sección de bicis, que sustituyeron a los caballos, y en 1957 la de motos. No obstante, en 2012 de
nuevo se puso en servicio una patrulla equina, que se eliminó en 2015. También
hubo una sección canina, que en la actualidad la desarrolla la Policía
Nacional. En la izquierda de la imagen se puede ver una foto de uno de los
primitivos policías de a caballo.
Vista
general de una de las salas.
Uniforme
de la banda de música que en su día tenía la policía, y el de fuerza de
intervención, que se eliminó a los pocos meses por considerarse de apariencia
un tanto represora.
Entre
los más diversos objetos, se muestran armas largas y cortas, bien usadas por la
propia policía o procedentes de decomisos.
El
museo muestras enseñas, documentos y diversos objetos de policías del mundo,
como, por ejemplo, una estantería con gorros y viseras.
Retrato de D. Prudencio de Gualdafajara Aguilera, Duque de Castroterreño y Capitán General de Castilla la Vieja. Creó la llamada Partida de la Capa, que empezó a ejercer en 1826. Imagen tomada del libro “Policía Municipal de Valladolid, 185 años de historia”. Aquel primer cuerpo contó con 16 hombres, hoy la Policía Municipal la componen unas 440 personas.
NOTA: La información que aquí se relata está tomada del Archivo Municipal, El Norte de Castilla, el libro “Policía Municipal de Valladolid, 185 años de Historia” (varios autores, cinco de ellos, policías municipales en ejercicio), y el propio Museo de la Policía Municipal.
Arroyo
de la Encomienda, al que más bien se le conoce
como La Flecha es un municipio de humilde origen y enorme crecimiento
urbanístico durante los desbocados años de la construcción de adosados y unifamiliares: de 1.400 habitantes en 1990,
en el año que corre contabiliza 20.000 almas.
Esto pudiera hacer creer que se
trata de uno más de tantos lugares de escasa importancia que entre tanto
ladrillo y numerosas urbanizaciones nada tiene de especial interés. Pero no es
así. Arroyo de la Encomienda guarda edificios, lugares e historias que poco a
poco se van poniendo de relieve por el
Ayuntamiento, y también
gracias a la Asociación Cultural Descubriendo Arroyo, al frente de la
cual está, con gran entusiasmo, Andrés Madroño.
Linda Arroyo con el término de
Valladolid, y los dos focos de mayor interés histórico y monumental están en
sendos extremos del casco urbano, que se divide entre los enclaves de Arroyo de
la Encomienda y La Flecha. El nombre oficial del municipio es el de
Arroyo, aunque parezca que La Flecha se haya “comido” el nombre del municipio. Los referidos extremos son el
antiguo monasterio de Santa Ana (siglo XVIII) y
junto al monasterio lo que queda del pequeño cenobio de San Pedro de las
Flechas, del siglo XII. Y en el otro extremo la interesantísima iglesia
románica de San Juan Evangelista, también del XII. Y en torno a ambos enclaves
diversos testimonios que no deben pasar desapercibidos.
Arroyo, hasta la
desamortización, perteneció a la encomienda de San Juan de los monjes de Wamba.
De ahí que entre el arroyo del Rodastillo (que nace en Ciguñuela) y su
pertenencia los monjes de Wamba, un nombre terminara por ser el que es: Arroyo
de la Encomienda.
Contado esto, nos aprestamos a recorrer el municipio.
Hotel
Santa Ana. Antiguo monasterio de los jerónimos de Nuestra Señora de Prado (Valladolid),
que se fundó como una especie de finca
de recreo. Los monjes tenían aquí importantes explotaciones agrícolas desde
el siglo XV, así como unas grandes
aceñas de producción de harina que compraron al conde D. Gonzalo de Guzmán, y
un molino de papel.
Las aceñas, tras la Desamortización, las compró al Estado Mariano Miguel de Reinoso (que llegó a ser ministro de Fomento reinando Isabel II), y se transformaron en la fábrica de harinas “La Flecha”, que estuvo en servicio hasta el año 1962. El núcleo urbano de La Flecha fue formándose sobre las antiguas propiedades de los monjes sobre todo a partir de la década de 1950, aunque ya en el siglo XIX se cita en ocasiones este enclave como “barrio de La Flecha” que, por ejemplo en 1885 se indica que tenía “dos casas”, “pertenecientes a San Juan de Arroyo”. Iglesia que, a su vez, estaba bajo la jurisdicción de la parroquia de Santa María de la Victoria, de Valladolid.
Pared,
sin la leyenda que presidía su fachada, con escudo episcopal: iglesia de San
Pedro de las Flechas (de ahí el nombre de La Flecha). Se trata de un repoblador
del siglo XII. El resto del edifico se derribó recientemente. El texto que
presidia la entrada era el siguiente: “DON PEDRO PÉREZ PERÓN FUNDÓ ÉSTA IGLESIA
AÑO DE 1150. DON NICOLAS VALDES DE CARRIAZO SU DESCENDIENTE Y ÚNICO PATRÓN
DELLA SIENDO OBISPO DE GUADIX LA RREDIFICO EN EL AÑO DE 1613”.
Casco
viejo de La Flecha, con casas revalorizadas que poco a poco se van arreglando.
Escuelas
de 1968 con la casa del maestro en la esquina del fondo.
En la foto se ve el Ayuntamiento, y a la izquierda el Centro de Salud.
Panorámica de La Flecha, con una colorida escultura de Gabarrón.
Enla izquierda de la imágen, Cotarra o Cotarrona de la Horca. Documentado está la existencia de una horca en este lugar en el siglo XV.En primer plano la plaza que con “Holas” en todos los idiomas, creada por Ángel Marcos.
Escultura
del vaquero (de Gonzalo Coello), en
pleno Arroyo de la Encomienda, sirve de testimonio de la importante industria
ganadera y lechera que hubo en este lugar: la granja de los Ibáñez, de la que
dependía la mayoría de la población.
En
Arroyo hubo unos 200 jornaleros, que habitaban algunas casas (muy interesantes)
que aún se conservan (del siglo XIX).
Iglesia
de San Juan Evangelista, del siglo XII. Es una verdadera joya del románico en
Valladolid.
La
espadaña de la iglesia antes estaba en el centro del edificio, pero se derribó
debido a que el peso amenazaba el hundimiento de la misma. Antigua ilustración
de Parcerisa.
Junto
a la iglesia, una nueva escultura de Coello mostrando al campanero. La campana
es original y la regaló al pueblo el conde de Guaquí en 1876. El conde fue
propietario de buena parte del término de Arroyo.
Presidiendo
la plaza de la Tablonada, el hotel Los jardines de la Abadía. Es una
construcción reciente que inspira un aspecto histórico.
Bodega,
bajo la plaza de la Tablonada, de la que no está muy clara su propiedad
original. Pero desde luego ha servido, recientemente, de bodega comunitaria y
durante la Guerra Civil de refugio antiaéreo. En la imágenes, la entrada que
nos muestra Andrés, el presidente de la
Asociación Descubriendo Arroyo; e interior de la misma.
Los
valores históricos y patrimoniales de Arroyo de la Encomienda se complementan
con la vega y orilla del Pisuerga, pero ese paseo para otra ocasión.
Francisco
Umbral es el seudónimo del escritor Francisco Alejandro Pérez Martínez
(1932-2007). Todo un personaje vinculado a Valladolid, que en 1993 puso de moda
la siguiente frase: “yo he venido aquí a hablar de mi libro” en un programa de
televisión que presentaba la popular Mercedes Milá.
Pues
eso, en esta entrega de Valladolid la
mirada curiosa vamos a hablar de mi libro… de “mi blog” quiero decir.
No se tome esta entrega como un
ejercicio de narcisismo, sino como un curioso resumen del blog que comenzó a
andar definitivamente hace seis años.
Desde entonces registra 650.000 vistas. Creo que se trata de una cantidad nada
desdeñable.
Teniendo en cuenta que el blog
tiene 350 artículos de Valladolid y provincia, el gran número de personas visitantes, y los
1.200 comentarios que han hecho los lectores, acaso sea un termómetro (no científico) de
qué asuntos y temas más interesan al
menos a quienes se han asomado al blog.
Sin duda la estrella es el
pasaje Gutiérrez, con 14.000 vistas. Cosa que me ha sorprendido pues siempre
pensé que era un lugar conocido como cualquier otro de la ciudad.
Destacan los artículos que
tratan sobre los barrios de la ciudad. Y de entre todos, el de la Victoria, con
13.000 vistas… Ya me lo dicen cuantos viven o han nacido en él: “los de la
Victoria somos muy del barrio”.
Le siguen Rondilla y
Pajarillos. Pudiera parecer lógico por cuanto se trata de barrios muy
populosos, con permiso de Delicias y Parquesol, pero lo cierto es que en
general los paseos por los barrios
publicados en el blog han tenido mucha aceptación incluso los que tratan sobre
pequeños barrios. Por ejemplo, el paseo por San Pedro Regalado y Barrio España
ha sumado cerca de 7.000 vistas, y el barrio Girón 5.000.
Algunas personas me han indicado que a los colectivos vecinales y a
los de Educación a lo Largo de la Vida (lo que se conoce como Educación de
personas adultas) este blog les ha venido de perlas para sus actividades.
Las entradas sobre fotos
antiguas son otras de las estrellas del blog. De entre todas destacan las que
se refieren a la Plaza Mayor, a los desaparecidos cines de barrio, los viejos
hospitales, etc. En total, más de 25.000 vistas. No me sorprende, pues el
interés por las fotos antiguas es manifiesto. No hace falta sino saber que la
página de Facebook Fotos antiguas de Valladolid es la que más asociados
registra: más de 23.000, seguida de Descubriendo Valladolid, con 16.000. Es
claro que hay un interés de la ciudadanía por conocer el pasado y el presente
de la ciudad.
Acerca de enclaves y rincones
vallisoletanos, la palma de cuantas personas han visitado Valladolid la mirada curiosa,
se la llevan las entradas que se refieren a la historia y curiosidades de la
Plaza Mayor, los puentes, la Fuente del Sol, las Arcas Reales, el patrimonio
industrial y los callejones de oficios.
El cementerio del Carmen, con
su historia e historias, simbología y curiosidades es otra de las estrellas del
blog. Hablamos de unas 10.000 vistas.
Verdaderamente no me asombra, pues es un verdadero éxito la asistencia
de la gente a las visitas guiadas que hacemos por el cementerio.
Sobre la provincia, destacan
las vistas del blog a los despoblados de
Minguela y Villacreces. Situado el primero en las inmediaciones de Bahabón , y
el segundo en las cercanías de Villalón de Campos.
Los rollos de la justicia y el
sabinar de Santiago del Arrroyo también han suscitado mucho interés por parte
de los lectores, así como el “techo” de Valladolid (el Cuchillejo), que todos
rondan las 5.000 visitas cada uno.
En cuanto a reportajes sobre
municipios, los más vistos han sido Mayorga, Nava del Rey, Mucientes, Montemayor
de Pililla, Castronuño, Tiedra y Arroyo
de la Encomienda.
Y en lo que a los reportajes
sobre las comarcas de la provincial, la palma se la lleva el Valle Esgueva.
Cambiando de tema, vamos a
comentar sobre las personas que leen el blog pero que residen en España (por
provincias no da información el sistema). EE.UU. es el país donde Valladolid
la mirada curiosa tiene más vistas. También de Méjico, Francia y
Argentina hay lectores. Y si de países algo más exóticos hablamos, algunas
personas de Kazajistan, Nepal o China
también se asoman al blog… pero, vamos, que no hablo de multitudes.
La
iglesia de San Lorenzo se edificó hacia 1485 sobre una antigua ermita por el
regidor Pedro Niño. Según el historiador Javier Burrieza, seguramente por
indicación de Isabel la Católica. En un principio la virgen de San Lorenzo se
conocía como de San Llorente tal como la citó Niño en su testamento.
Lo primero que hay que decir
del personaje a que me refiero es que no se debe confundir con su ascendiente
también llamado Pedro Niño y que fue un valiente y afamado marino al servicio
de Enrique III.
Pedro levantó la iglesia desde
sus cimientos con sus dineros y la adornó mediante ornamentos sagrados, mandó
construir la torre de las campanas, doró una bóveda a su costa y dotó una capellanía
que se ocupara del culto de la Virgen. Desde entonces tuvieron el patronato de
la capilla mayor, que sería elegida para ubicar su sepulcro.
Pedro otorgó testamento en 1507
en el que se citaba a Nuestra Señora de San Llorente como su Virgen Protectora.
Fue enterrado en su iglesia y
en la actualidad sus restos se encuentran en paradero desconocido, debido
seguramente a las profundas reformas que la capilla ha conocido. Se supone que
siguen en algún punto del suelo de la parroquia.
Fotografía
del archivo de la Fundación Joaquín Díaz tal como era la iglesia antes de su
reciente reconstrucción. De ella lo que se conserva es la torre y el pórtico.
La iglesia tuvo una
reconstrucción en el siglo XVII con portada de Diego de Praves, y Gregorio Fernández talló el paso procesional
de la Sagrada Familia. Se derribó de nuevo en 1967 y la traza actual se
inauguró en 1987 según el proyecto del arquitecto Luis Alberto Mingo que había
redactado en 1979.
Fachada
de la iglesia en la actualidad.
El nombre de la calle que Pedro
tiene en la ciudad viene desde 1920. Antes se conocía como Atrio de San
Lorenzo. Su hijo Alonso también tuvo calle en Valladolid: las actuales calles Caridad y Pasión antes se llamaban
Pasadizo de don Alonso.
Veamos con algún detalle la
vida de nuestro buen Pedro Niño, un personaje que vivió entre el siglo XV y
XVI, seguramente muy desconocido para la
mayoría de la población
Pedro Niño fue regidor y uno de
los caballeros principales de Valladolid. Pertenecía a una dinastía que durante
generaciones se mantuvo vinculada a la corte de los Trastámara. Un antepasado
suyo, también llamado Pedro Niño, fue un caballero medieval que recibió de Enrique III de Castilla el encargo
de perseguir a los corsarios que
saqueaban las costas del Mediterráneo Occidental. Se trataba de un capacitado
capitán procedente de una linajuda familia. Le concedieron el señorío de
Cigales en 1408. Además fue conde de Buelna y señor de otras villas y lugares.
Hasta aquel 1485, en el que
como hemos dicho se edificó la iglesia de San Lorenzo, muchas vicisitudes habían pasado en la saga
Niño, sobre todo en las guerras y disputas entre nobles y miembros de la
realeza. Alfonso Niño I defendió Valladolid en la causa a favor de Enrique IV
(hijo de Juan II) frente a las pretensiones de su hermanastro el príncipe
Alfonso. Aquello le valió en 1464 la obtención del título de Merino Mayor de
Valladolid.
Y en 1467 recibió el señorío de Simancas por
su participación en la batalla de Olmedo.
Escudo
(muy deteriorado) y parte superior del mismo –ambos se pueden ver en la torre-,
y reconstrucción del escudo.Este trabajo de documentación me la facilitado Roberto Legido, un
experto vallisoletano en heráldica.
En una nueva disputa en la que
aparece involucrado Pedro Niño, fue la que
enfrentó a personajes tan
importantes como Juan de Vivero, el Almirante de Castilla y el Conde de
Benavente. Una disputa en la que los principales señores del reino defendían
unos u otros intereses: los del futuro
Fernando de Aragón, los de Isabel de Castilla o los del príncipe Alfonso (hermanastro de Isabel).
Es el caso que entonces Pedro
Niño estaba del lado de los perdedores, lo que le supuso ser desposeído de la
merindad y del señorío de Simancas. Mas, una vez que los Isabel y Fernando fueron reconocidos por los nobles, los Reyes
Católicos confiaron en Pedro y le devolvieron el título de merino. Y, además,
acrecentaron su poder, pues se convirtió en alguacil mayor de la Casa, Corte y
Chancillería de la reina Isabel, el privilegio de contar con cuatrocientos
vasallos y, a mayores, le confirmaron como “capitán mayor de la mar”.
Pedro tuvo dos esposas: Isabel
de Castro (señora de Castroverde) y un segundo matrimonio del que poco se
conoce. Desde entonces el Castro se
añade a los apellidos de la descendencia, aunque siempre debía prevalecer el
Niño. Hubo un Alonso II Niño y un Alfonso Niño de Castro. A partir de ese
momento, el apellido Niño se convirtió en una prestigiosa e influyente saga
vallisoletana. De ellos hay numerosas noticias en la historia de Valladolid y
hasta donde he podido rastrear, por ejemplo en 1730 aún tenían el título de
mayorazgo.
Hemos dicho al principio que
Pedro Niño consideró a la Virgen de San Llorente como su protectora, y en ese
papel, la tradición atribuye la intervención milagrosa de la Virgen para
resucitar a Guiomar Niño, hija de Pedro.
Estaba enferma Guiomar, y su
padre tomó el manto de la Virgen y con él cubrió el cuerpo de su hija, que sanó de su grave
enfermedad. La joven, imprudente, decidió quedarse con el manto y devolvió a la
iglesia una copia del mismo. El fraude provocó la irritación divina y Guiomar
falleció. Su padre, desesperado, imploró a su virgen de San Lorenzo prometiéndola
devolver el manto original. La virgen se apiadó y resucitó a la joven.
La
imagen, en la que se representa el paño y la hija fallecida de Niño implorando
a la virgen, corresponde al cuadro que relata este milagro realizado por Matías
Blasco en 1621 que se conserva en la iglesia de San Lorenzo.
En el siglo XVII, una
descendiente de Pedro Niño, concretamente Inés Niño de Castro y Acuña emparentó
con Baltasar Francisco de Rivadneyra y Zúñiga (I marqués de la Vega de
Boecillo), a su vez descendiente del banquero Fabio Nelli. Por eso en el escudo
que preside el palacio de Fabio Nelli (Museo de Valladolid) se incluyen las
enseñas de los Niño.
En
las imágenes, el escudo tal como ahora se ve en la fachada de Fabio Nelli, y
una recreación en color (como seguramente sería originalmente) en la que se ve
ven las distintas enseñas de cada apellido. Las de Niño y Castro están en la
zona recuadrada: la parte de arriba representa a los Niño, y la de abajo a los
Castro. Reconstrucción coloreada del escudo realizada por Roberto Legido.
NOTA: Hay varios textos que incluyen relatos históricos de la
vida y los avatares de los Niño: “La Virgen de San Lorenzo. Cien años de su
Coronación Canónica·, de Javier Burrieza Sánchez.; “Revista Castellana” año V,
agosto 1919, núm. 55 y ss. (texto de Juan Agapito y Revilla); “Vida de Don
Pedro Niño, primer conde de Buelna, sacada de anteriores coetáneos y documentos
inéditos” (1807), de J. Vargas Ponce; “El Victorial”, una crónica de Gutierrez
Díez de Games. “El Cronicón de Valladolid”, anónimo; y reseña de la Real Academia de la Historia.
Medina de Rioseco es un impresionante municipio por historia y monumentalidad. Sus cuatro iglesias principales tienen un imponente porte catedralicio. Y el patrimonio civil que ofrece no será fácil verlo en otros lugares.
Rioseco
vivió de la riqueza y pujanza económica,
como en general toda Tierra de Campos, cuando el trigo de esta comarca
era una auténtica mina de oro. A Medina de Rioseco se le llegó a conocer como
la “India chica” -o “la ciudad de los mil millonarios”-, equiparándola de esa
manera a las ricas tierras de ultramar. Triste es ver, hoy, como buena parte de
esta comarca está sometida a un declive y despoblamiento tremendos.
Hay
muchas opciones de recorridos por Rioseco, entre los que el entorno de la
dársena del Canal de Castilla no es la menor… o los jardines y plazas: …. o sus
fuentes; y anotadas quedan sus iglesias, sin olvidar el Museo de
San Francisco, el de Semana Santa o la Harinera San Antonio; y, en general, el
callejero de la ciudad, con un agradable sabor a antiguo y señorial (en razón
de sus casonas).
Hablar
de Rioseco es hablar de palabras mayores tanto en patrimonio (como ya se ha
dicho) como en historia. De hecho, su casco histórico está declarado Conjunto
Histórico Artístico desde 1965. Y para ello solo un par de detalles, que
relatamos a continuación.
En
Rioseco se refugiaron, recién casados, Isabel y Fernando. El casamiento
no contaba con el beneplácito de Enrique IV hermanastro de Isabel.
Es el caso que para protegerse de las iras del rey, los jóvenes esposos
contaron con el respaldo del poderoso Fadrique Enríquez, Almirante de
Castilla (que a la sazón era señor de Rioseco, abuelo de Fernando y tío
lejano de Isabel), por tanto personaje por cuyas venas corría sangre
real, y en caso de conflicto podría ser enemigo temible del propio rey.
Pero
es que en Rioseco, lustros más tarde (1520), también se refugió el cardenal
Adriano, regente del reino en ausencia del Emperador Carlos V, huyendo de las
tropas comuneras.
Entre
las muchas opciones que hay de disfrutar de Rioseco, propongo buscar las tres
puertas que aún se mantienen de las siete que llegó a tener en su momento. Esto
nos va a permitir pasear por las calles del municipio y contemplar diversos
edificios y ambientes.
Comenzaremos
en el puente sobre el Sequillo, que da entrada a Rioseco si llegamos desde
Valladolid.
Nada más cruzar el puente hay
un edificio de ladrillo que da la bienvenida y es la sede de la Asociación de
Amigos del Camino de Santiago. Pues bien, este modesto edificio era en otro
tiempo como otra puerta (virtual) pues en él estaba alojado el “portazgo”, es
decir, el lugar donde se recaudaban los impuestos por los productos que se
introducían en la localidad para venderlos en tiendas y mercados. Estos
portazgos también se conocían como fielatos… vaya, lo que hoy llamaríamos
peaje.
Camino de la plaza Mayor, ya
adentrados en la ciudad, veremos a un lado el Parque Duque de Osuna: situado a
los pies del desaparecido castillo, se urbanizó por el Ayuntamiento
en 1858 y ha sido el lugar tradicional
de paseo de los riosecanos. Cuentan que antaño la gente pudiente frecuentaba
uno de los paseos, y el pueblo llano, la
servidumbre y los artesanos, el otro. Acaso el paseo central lo usaban las
parejas de enamorados, por eso también se le conoce como “el paseo”. Las
columnas y pilastras son restos del antiguo palacio de los Almirantes, que con
frecuencia se cita también como el castillo. Pero en realidad se trata de dos
construcciones diferentes: el parque del duque de Osuna eran los jardines del
palacio, destruido por los franceses; mientras que el castillo propiamente
dicho se erigía en lo alto del cerro. Del castillo no queda resto alguna sobre
todo porque su piedra se usó para otras edificaciones.
La fuente de La Flora, en el parque, que no es la original, pues aquella
está en la Casa Consistorial.
Junto al parque, según se entra en la ciudad, casi en las puertas del Museo de
San Francisco, se levanta una escultura que rinde memoria de la famosa batalla
de Moclín (un teso próximo a Rioseco), la primera batalla en toda regla que
disputaron las tropas francesas invasoras y el endeble ejército español al
principio de la Guerra de Independencia, en julio de 1808. Perdieron los
batallones españoles y los franceses entraron a saco en Rioseco. El autor es
Aurelio Carretero, escultor nacido en la localidad y cuyas obras más conocidas
son el monumento al Conde Ansúrez y la escultura de Zorrilla, ambas erigidas en
Valladolid.
Y el antiguo Convento de San
Francisco (s. XVI- XVIII), que hoy alberga un interesantísimo museo que, si
tenemos tiempo, no hay que perderse por la historia, cultura y escultura
que ofrece.
Precisamente frente al
Convento, bordeando el parque, sale la calle del Almirante que, cuesta
arriba, lleva hasta la puerta de Zamora. Construida en el XVI, también se
conoce como Arco de las Nieves, por haber en ella una capilla dedicada a la
Virgen de las Nieves (¿será porque en sus inmediaciones había uno de los
pozos de nieve que tuvo Rioseco?). El alzado es muy original pues tiene que dar
acceso a varias calles. Podemos subir hasta los jardines del Castillo y ver una
panorámica de la ciudad.
Al final de la calle del Castillo se encuentra el Corro del Asado, donde se alza el Torno, un edificio del XVI levantado junto al desaparecido castillo, que ha servido a los habitantes de Rioseco para diversos menesteres. Fue, originalmente, pósito -almacén de trigo-; luego sirvió para dar dio cobijo a pobres; durante la II República aquí ensayaban las murgas de carnaval; y tras la Guerra Civil, un torno recogía a los bebes de las mujeres solteras.
Ocupan estos jardines el suelo de una fortaleza de la que, como ya hemos dicho, ya nada queda. Se trata de un lugar un tanto desarmado pero que se compensa con la quietud que respira y el paisaje que despliega a sus pies. Allí abajo se verá la vieja máquina del ferrocarril que unía esta localidad con Valladolid -el famoso tren burra-, y una gran escultura de Jesús Capa, artista plástico nacido en Rioseco. Pero necesariamente hemos de volver por el mismo sitio a buscar la plaza Mayor.
Plaza Mayor y casa Consistorial,
reconstruida en el último tercio del s. XX, sus soportales pertenecieron al
claustro del convento de San Francisco. Medina de Rioseco es una de las
tres poblaciones de la provincia que ostenta el título de ciudad:
Valladolid y Nava del Rey son las otras dos.
Una calle lateral del
Ayuntamiento (Ronda de Santa Ana), con traza amurallada, lleva directamente
hasta nuestra segunda puerta: la del Arco del Ajujar. Comenzada a construir en
el siglo XIII (como la muralla), en sus bajos hay un pequeño museo Municipal.
Junto a la puerta se podrán observar restos de la antigua fortificación.
Bordeando la población,
encinchada por el cauce del Sequillo, alcanzaremos la puerta de San Sebastián.
Esta es una puerta señorial que no pertenece a la muralla original. Se
construyó en el siglo XVI –sustituyendo una anterior-, y fue costeada por el
municipio (es decir, por el pueblo): en su frontispicio figura la inscripción
“populus faciebat”. Se trata de una puerta monumental, llamativa por sus dos
arcos y característica del Renacimiento. En su cara exterior están labrados los
escudos de la ciudad, y en su interior alberga una capilla donde se venera la
imagen del Cristo de las Puertas.
Fuente y alberca de San
Sebastián, en la carretera de Villalón, algunos artículos la fechan en el siglo
XVI y sería, por tanto, la más antigua de todas las fuentes de la ciudad,
erigidas en el siglo XIX.
Desde
la puerta de San Sebastián, sugiero acercarse hasta el Canal de Castilla
(llamado Ramal de Campos) cuya dársena, terminada de construir hacia 1850, se
convirtió en el epicentro de una gran actividad industrial y agrícola. Tanto
por la zona ajardinada que la rodea como por las vistas que ofrece (la gran lámina
de agua crea una luminosidad especial), bien merece la pena recrearse un rato
en su entorno. La Fábrica de Harinas San Antonio conserva toda su maquinaria
del siglo XIX, y tiene horarios de visita al público. La zona está
agradablemente ajardinada y se conoce como “jardines de la Concha”, me imagino
que por la forma que ofrece la dársena.
Nuestra vuelta al punto de
inicio es el mejor pretexto para atravesar el corazón de Rioseco recorriendo la
calle Rúa (como así se conoce en la localidad), pero que, en realidad son dos
calles: Lázaro Alonso y Román Martín. Calle a cuyos lados se ubican buena parte
de los edificios más monumentales del municipio. La Rúa, singular por sus
soportales, está considerada como uno de los conjuntos más interesantes de la arquitectura
popular de la provincia.
Ya hemos dejado atrás la Plaza
Mayor y nos dirigimos al puente donde comenzamos nuestro paseo… y nos
despedimos de Medina de Rioseco fijándonos en un interesante edificio que está
a nuestra izquierda: una posada del siglo XVI en la que se alojó el poeta León
Felipe (1884-1968) en sus estancias en la localidad. Por cierto, al albaceas de
León Felipe, que fue un tal Alejando Campos Ramírez, más conocido por el
seudónimo de Finisterre (escritor también aunque de escasa fortuna), se le
consiera el inventor del futbolín.
Plano de Medina de Rioseco,
tomado de la página de la Oficina de Turismo.
Medina de Rioseco tiene otros puntos de gran interés, como es la fuente de Valdescopezo, un paseo a recorrer por las afueras del municipio; sus iglesias (auténticas catedrales) una de las cuales, la de Santiago, alberga el Museo de Semana Santa; su curiosa plaza de toros de 10 lados inaugurada en 1861; la ermita de Castilviejo; y las fuentes que bordean Rioseco. Pero acaso sean muy desconocidas las bodegas que tiene, muchas en piedra de sillería, y también los restos de su muralla, cuyas piedras están ocultas tras las edificaciones.
Del Museo de San Francisco y de la Fuente de Valdescopezo hay sendos reportajes en este mismo blog.
Hay un edificio en Valladolid en el que de alguna manera se siente representada la ciudadanía y sus instituciones: la Casa Consistorial.
El Ayuntamiento actual de la ciudad se inauguró en 1908 y, simplificando, su estilo suele catalogarse como ecléctico, es decir un poco de todo y de tendencia historicista, muy en boga en aquella época. Antes hubo otras casas consistoriales, la última anterior, del s. XVI con numerosas reformas posteriores, en el mismo emplazamiento que el actual. Hasta la Edad Moderna los munícipes se reunían en los lugares más variados: atrios de iglesias, casas alquiladas, conventos… Pero los Reyes Católicos querían dejar bien claro la existencia de un poder civil distinto al de la Iglesia, así que ordenaron que en todas las poblaciones se construyesen casas consistoriales.
Una cosa que siempre han tenido buen cuidado los concejos de pueblos, villas y ciudades, es que hubiera un reloj que pudiera escucharse tanto en el casco urbano como en las tierras de alrededor. A veces ese reloj “municipal” no estaba en el mismo edificio concejil, sino en alguna torre independiente o campanario de una iglesia… pero lo normal es que los gastos de instalación y mantenimiento, así como el pago del salario del relojero se costearan con cargo al presupuesto municipal. Hay muchas historias curiosas e interesantes en torno a los relojes concejiles. Pero eso lo dejo para mejor ocasión.
El arquitecto del Ayuntamiento fue Enrique María Repullés y Vargas, que tiene obra nueva o intervenciones rehabilitadoras por muchas ciudades españolas. En concreto, el edificio de la plaza Mayor que hace esquina con calle Ferrari, es de este mismo autor. Las dependencias acogen numerosos objetos y obras de arte, cuyo detallado enunciado haría muy largo este reportaje. En general, la representación de reyes y personajes relacionados con la monarquía está muy presente en la decoración, aunque no faltan escenas costumbristas ni paisajes.
Y sin más preámbulo vamos a introducirnos en el interior de edificio.
Como cosa curiosa, cuando en septiembre de 1908 se inauguró el Ayuntamiento, aún no estaba concluida la torre, por lo que el reloj no comenzó a dar las horas hasta enero de 1909. En el ladrillo de la fachada se aprecian claramente impactos de bala producidos durante los primeros meses de la Guerra Civil
Escalinata principal, de mármol. Cristaleras con el escudo de la ciudad
Antesala del Salón de Recepciones y dependencias de la Alcaldía. Tapices con escenas del lecho mortuorio de Isabel la Católica y otras escenas de los Reyes Católicos. Arcones de tres llaves que guardaban documentos y tesorería
Salón de Recepciones. Diversos detalles. El techo representa varios acontecimientos de la historia de Valladolid: el Conde Ansúrez, Felipe II, los Reyes Católicos… Pintados por el cubano Gabriel Osmundo Gómez. La decoración del techo se completa con dos medallones: uno de ellos, firmado por el catalán Barral Nualar, representa una escena cortesana de Dª María de Molina. Las vidrieras que dan al balcón incluyen rostros de varios personajes históricos: Ansúrez, Reyes Católicos, Felipe II y María de Molina Y retrato idealizado del Conde Ansúrez, propiedad de la Diputación y realizado por Pedro Díaz Minaya en el s. XVII
Hay una sala apartada, llamada “de los pasos perdidos” (porque es donde antiguamente la gente esperaba horas y horas a ser recibida por el alcalde) que tiene buenas copias de cuadros originales de Velázquez: Felipe IV, Mariana de Austria y Carlos II. Están muy, muy deteriorados. Como curiosidad, si se entra en el Ayuntamiento por la puerta de la calle Manzana, en las paredes del pasillo se ven reproducciones en papel los tres cuadros, y una leyenda “mentirosa”, que se instaló hace varios lustros y que dice que están en proceso de restauración
Otra dependencia administrativa que en su día fue sala de comisiones, guarda un enorme y delicioso lienzo firmado en 1901 por Antonio García Mencía. El cuadro tiene varios orificios de bala de cuando la sublevación franquista
El pasillo que da acceso a las dependencias de Alcaldía tienen diversos retratos entre los que se incluyen los de sendos alcaldes de la Democracia: Rodríguez Bolaños y León de la Riva realizados por Cano y Quesada, respectivamente
Hay una sala de espera, inmediata a la Alcaldía, que reúne un buen puñado de obras de arte. Entre ellas, retratos de María Cristina con su hijo Alfonso XIII en brazos, y del mismo monarca, cuya autoría la firman, respectivamente, Marcelina Poncela y Gabriel Osmundo Gómez
Despacho de Alcaldía. Un San Juan, de Ribera; una Magdalena firmada por Cesare de Sexto y un busto de San Pedro, que lleva la firma de Torre Berasategui, entre otros objetos artísticos, decoran una pieza totalmente decimonónica
Concluiremos la visita a las, digamos, dependencias nobles de la Casa Consistorial en el salón de Plenos: retratos de Ansúrez y su esposa Eilo, de finales del s. XX y autor desconocido. La vidriera advierte sobre la fecha de inauguración del edificio
Como indiqué, hay numerosa obra de arte en el Ayuntamiento. De entre todas las que no he citado, no me resisto a ignorar un cuadro costumbrista ambientado en el Puente Mayor y que fue pintado en 1903 por Francisco Prieto Santos (observar las vías del ferrocarril en el pavimento del puente: el llamado tren burra que llegaba hasta el interior de la ciudad); un bajorrelieve que evoca una vida silvestre y pastoril -muy del gusto de la època-, ubicado en un apartado pasillo, realizado por el escultor Tomás Argüello; así como dos bustos en madera tallados por Crispín Trapote: La Ciega de Íscar y el Labriego Castellano
El próximo jueves 12 presentamos la segunda edición de mi libro. Será en los locales que amablemente nos ha cedido la Asociación Vecinal Rondilla. Tanto la editorial como yo queríamos un lugar diferente, un barrio, además.
Como véis, queremos que tenga un formato diferente a la habitual presentación de libros. Queremos que se compre o no, pasar un rato agradable: María José Larena con la voz, y Miguel Ángel Pérez, más conocido como Maguil, con la música, contribuirán a dar una visión más cercana y curiosa del contenido del libro.
La Editorial Páramo sorteará algunos lotes de libro de su fondo editorial.
Y luego tomamos un vinito de elaboración propia.
No dejéis de acudir, tengáis comprado ya o no el libro, y tengáis intención o no de comprarlo.
El Ayuntamiento de Valladolid ha iniciado el proceso para que estos dos puentes tan importantes en la historia de la ciudad así como por sus características arquitectónicas, sean declarados Bien de Interés Cultural (BIC). De momento la Junta de Castilla y León, que es quien tiene que aceptar la propuesta ha dado la callada por respuesta.
Esto no significa que el camino haya quedado cerrado, sino que se va a alargar un poco más de lo previsto. En este artículo me voy a centrar en el caso del Puente Mayor y para ello he realizado un resumen del documento oficial del Ayuntamiento. En internet se puede acceder al expediente completo. El arquitecto municipal Óscar Burón Rodrigo ha sido el encargado de “pilotar” este proyecto.
El memorándum que ha presentado el Ayuntamiento a la Junta de Castilla y León comienza con estas bellas palabras que escribió Cervantes en La Galatea: «Volved el presuroso pensamiento a las riberas del Pisuerga bellas, veréis que aumentan este rico cuento claros ingenios con quien se honran ellas. Ellas no solo, sino el firmamento, donde lucen las claríficas estrellas, honrarse puede bien cuando consigo tenga allá los varones que aquí digo».
El Ayuntamiento de Valladolid entiende que por su relevante interés artístico, histórico, arquitectónico y etnográfica hacen que el Puente Mayor reúna, de forma singular y relevante, los valores que justificarían la incoación de la tramitación de su declaración como Bien de Interés Cultural a la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, en la categoría de Conjunto Histórico, de acuerdo a los artículos que regulan la legislación sobre el particular.
Así mismo el Ayuntamiento de Valladolid prevé realizar actuaciones tendentes a recuperar la importancia relevante que ha tenido el puente y su entorno en la historia de la ciudad, de cara a su protección y conservación, así como facilitar a los ciudadanos el conocimiento de la singular construcción y conseguir que sea una herencia para las generaciones futuras.
El puente fue el primero en ser construido y único durante casi un milenio. Realizado en fábrica de sillería caliza, tiene una longitud de 153 metros con 10 ojos de diferentes secciones, y desde finales del S. XIX una anchura media de la plataforma superior de 12 m, volada sobre el puente histórico con ojos de 9,05 m. de ancho. Constituye uno de los elementos urbanos históricos más antiguos e importantes de Valladolid, si bien su actual imagen está configurada también por las modificaciones que se han realizado sobre él a lo largo de la historia, en especial las obras ejecutadas hace poco más de un siglo con el objeto de ampliar su anchura y enrasar su perfil longitudinal; en cierta forma esta reforma cubrió a la vista el alto valor artístico e histórico de este puente de origen medieval y de gran belleza.
Su estructura responde a la tipología común de los puentes de origen medieval, si bien existen tres particularidades que caracterizan de forma singular al Puente Mayor. Por un lado, que es un puente doble, algo que puede comprobarse en el intradós de varios de sus ojos, claramente es un puente que fue ampliado al doble de su anchura original en algún momento de la historia (quizás en el siglo XV) por lo que en realidad son dos puentes paralelos adosados.
El más antiguo de los dos es el que se sitúa aguas abajo. La segunda característica es que, pese a ser un puente de origen medieval, el aspecto que hoy conocemos poco tiene que ver con su perfil original, abombado en el centro como otros puentes del Medievo. Una reforma drástica realizada a finales del S. XIX fue la responsable del enrasamiento, así como de la ampliación de la anchura del tablero.
La tercera particularidad es que posee diez ojos casi todos diferentes, fruto de las sucesivas reformas que fueron moldeando el puente de forma irregular. Sus formas se engloban en tres tipos principales: dos ojos son de medio punto, otros dos no llegan a la media circunferencia, otros dos también de media circunferencia, pero peraltados, y finalmente, los cuatro restantes son apuntados.
Todas las singularidades geométricas en tajamares y ojos son fruto de las numerosas reformas que se acometieron a lo largo de la historia, en las que fueron reconstruidos y reforzados arcos, pilares, cepas y pretiles, algunas veces por el desgaste propio del tránsito de personas, animales y vehículos y, en la mayoría de las veces, por las múltiples riadas e inundaciones que cada poco sufría el puente. Pero lamentablemente también por las consecuencias de la guerra, pues en 1812 fue parcialmente destruido por el ejército francés por su importante ubicación estratégica.
El Puente Mayor debe su nombre a su trascendental valor en la historia de Valladolid, aunque en la documentación antigua se le llama “la Puente del Río”, “la Puente de Piedra”, e incluso solamente “la Puente” (antiguamente puente tenía género femenino), señal inequívoca de que fue el único hasta fechas recientes. La existencia de un gran número de pequeños puentes que atravesaron los dos cauces de las Esguevas, es seguramente la razón por la que se le denominó “Mayor”, para diferenciarlo del resto.
Como muchas otras construcciones antiguas, la historiografía clásica vallisoletana, que en buena medida hunde sus raíces sobre la tradición y la leyenda, liga la construcción del Puente Mayor al propio surgir de la ciudad a la Historia de la mano de los condes Pedro Ansúrez y Eylo Alfonsez. Estos mitos derivan de la publicación de dos novelas a finales del siglo XIX cuya influencia es patente incluso a día de hoy, y se repite popularmente confundiendo a los propios vallisoletanos: una novela habla de que fue construido por un moro por órdenes directas de la Condesa Eylo, y la otra que directamente construido por el mismísimo diablo.
En realidad, poco se puede asegurar sobre la fecha de su origen (a pesar de la historiografía tradicional). La primera documentación histórica realizada a un puente de Valladolid es del año 1114, y muy posiblemente sea el Puente Mayor, pero de lo que sí hay algo seguro es que muy poco se parecería al que nos ha llegado hasta nuestros días. Su fábrica actual está muy alterada al haber sido objeto de innumerables reparaciones desde su construcción.
Un documento de la reina Urraca (primeros años del siglo XII) de donación del monasterio de San Cosme y San Damián a la Colegiata de Valladolid, dice que el mismo estaba situado “caput pontis valleadolleti” (algo así como “en la cabecera del puente de Valladolid”).
Del puente se sabe que las partes más antiguas datables se remontan a fechas de entre los siglos XIII y XIV. La opción de vincular el Puente Mayor a la presencia de posibles asentamientos previos a la época ansuriana en nuestra ciudad, ya fueran romanos o hispanovisigodos, es imposible a día de hoy; si bien se han encontrado muchas evidencias arqueológicas de algún tipo de asentamiento romano de cierta entidad, quizás un vicus, no hay rastro de ningún registro posterior al periodo del Bajo Imperio hasta los inicios de la Baja Edad Media, cuando ya nos encontramos con un núcleo de vecinos “in territorium de Kabezone” que, con centro en la actual plaza de San Miguel, nace por la actividad que todo cruce importante de caminos genera: en nuestro caso el configurado por los que cruzaban el territorio en las direcciones cardinales, uniendo León y Rioseco con el Valle de Esgueva, y Simancas con el norte y Cabezón. Las condiciones favorables de la zona, terreno fértil y llano irrigado por abundantes cauces, hizo el resto para el asentamiento de la población que Ansúrez recibió de manos del rey Alfonso VI cerca del año 1072.
Nuestro Puente Mayor se sitúa en un ensanchamiento natural del río que, casi con seguridad, dio lugar a un vado natural que tenía posibilidades de ser cruzado en determinadas épocas del año; no debería pensarse en la existencia de un puente más antiguo que el de las fechas que barajamos, pues si hubiese sido así muy probablemente la población se hubiese asentado en origen más cercana a él, como en muchos otros casos en los que así ocurre. Y, sin embargo, aunque la tradición hizo fundar al conde Ansúrez ese lugar llamado “la Puebla del Puente”, hoy barrio de San Nicolás, en realidad no aparece en los registros históricos hasta finales del s. XII. En todo caso, no podemos dudar de la existencia temprana de un paso sobre el río, y de la inmediata importancia que éste comenzó a tener para la población y su economía. Por todo ello se puede concluir que este puente quizá sí pudo ser contemporáneo a los condes Pedro y Eylo, pero su morfología debía corresponder a algo muy diferente a lo que imaginamos: una estructura de pontones de madera sobre machones de fábrica de piedra, que permitía un acceso más bien precario a la villa, necesitado de continuas reparaciones dado que el Pisuerga es un río con frecuentes crecidas.
El Puente Mayor también sufrió los rigores de la Guerra de la Independencia. Acompañado de unos 10.000 hombres, el 6 de enero de 1809 Napoleón entró por el Puente Mayor en Valladolid, por entonces un gran nudo estratégico en el camino desde Francia a Lisboa y de ahí su importancia para las tropas francesas para despejar el camino hacia Portugal. Ya en 1812, después de que la ciudad se levantase en armas, y siendo escenario de las batallas entre fuerzas inglesas y francesas, el 29 de julio los franceses volaron uno de los ojos centrales del puente en su huida, que el Ayuntamiento reparó en precario con maderas, que el 7 de septiembre los franceses volverían a sabotear. Ese mismo día las tropas angloespañolas con Wellington al frente consideraron pequeño el destrozo y volaron un segundo ojo que debía situarse junto a él. Volvieron a arreglarse los daños en precario en 1815 hasta que finalmente se repararon con sillares entre los años 1826 y 1828.
En 1888 el puente sufrió una gran reforma, pues desde hacía años se advertía que el primer ojo de la margen derecha amenazaba ruina inmediata, lo que hace que el Ministerio de Fomento elaborase un proyecto de recomposición del puente, atendiendo también a la posible ampliación y ensanche del mismo. Fue la intervención más agresiva que se ha realizado sobre el puente.
Para hablar de las aceñas, el azud y la pesquera que también forman parte del proyecto de declaración de BIC, debemos saber que desde tiempos inmemoriales el hombre se ha servido de la fuerza natural de los ríos para construir ingenios que la aprovecharan, tales como aceñas y batanes, que facilitaron la elaboración de harinas y tejidos.
En lo que a Valladolid concierne, la primera noticia de estas aceñas es de 1230. Estas fueron conocidas como las Aceñas del Puente, de San Benito o de los Frailes, y son el testimonio más antiguo del patrimonio industrial de Valladolid. Junto a las aceñas se situaba una pesquera, construcción de ingeniería fluvial que simula un ramal para la circulación de los peces ante la barrera que suponía el azud, hasta una balsa en la que poder los pescar de una forma mucho más sencilla.
En definitiva, el Puente Mayor es un puente medieval cuya estructura básica pervive tras un gran conjunto de reformas que le han ido configurando una marcada singularidad y personalidad característica, por ejemplo con su duplicación en sus primeras etapas, que ha progresado intrínsecamente con la ciudad siendo una de las más importantes representaciones culturales de ella, y testimonio etnográfico de la evolución de Valladolid en la Historia desde sus comienzos.
Por otro lado tenemos el valor del patrimonio arqueológico industrial del conjunto del azud, las aceñas y la pesquera, cuyos restos son el testimonio, al menos desde siglo XIII, de la utilización del río mediante artilugios hechos por el hombre para la obtención de energía para la confección de tejidos y la molienda del cereal, así como para la acuicultura, es decir, los recursos pesqueros.
Ambos son testigos del desarrollo sostenible histórico de los vecinos con el río Pisuerga.
Mas, a ambos elementos hay que sumar los valores inmateriales, culturales y etnográficos del sistema medieval amurallado de la ciudad, por la ubicación de puertas y postigos en el Puente Mayor y sus alrededores, como muestra del sistema de vigilancia vinculado a la ciudad moderna, al principio y de forma principal desde el aspecto defensivo y después desde el económico a través del control fiscal. Y también el patrimonio arqueológico de los edificios religiosos que históricamente se situaron en los extremos del puente, ermitas y humilladero, ligados al comienzo de los caminos, cuyos restos posiblemente aún queden en el subsuelo y pudieran ser recuperados en los trabajos de restitución del antiguo perfil del puente.
No se pueden olvidar los valores culturales e históricos de los proyectos reformadores ilustrados de finales del XVIII y su influencia en la modernización del país, como el proyecto de Canal de Castilla para trasladar el trigo castellano a los puertos cantábricos, el plantío de árboles para el embellecimiento del paseo del Espolón Nuevo, o la plantación de Las Moreras para el apoyo de la industria de la seda en la ciudad.
No tienen menor importancia los valores naturales de las riberas del río Pisuerga, en especial de la orilla derecha, que aun estando situada en un entorno urbanizado y consolidado de Valladolid, todavía conserva el paisaje fluvial propio del bosque de galería que caracteriza a nuestro río.
Añadamos los valores científicos vinculados al periodo en el que Valladolid fue capital de la Corte, en el que fue escenario de proyectos y artefactos tecnológicos revolucionarios, como el ingenio de Zubiaurre para la elevación del agua, el proyecto de navegación por los ríos de Castilla, o el primer sistema de respiración automática para la práctica del buceo, son buenos reflejos de la superación tecnológica de los siglos XVI y XVII.
En conclusión, se trata de un conjunto de valores singulares y excepcionales que configuran un sistema de relación de los ciudadanos de Valladolid con el río, un testimonio único que ha sobrevivido conservado en buena medida hasta el día presente, y que lo hace único e irrepetible en la Comunidad de Castilla y León.
NOTA: Todas las imágenes aquí mostradas están obtenidas del informe del Ayuntamiento.
Amigas y amigos lectores, el viernes 27 estaré en la librería Sandoval firmando libros. No importa si los habéis adquirido en otra librería. Solo pretendo brindaros la posibilidad de personalizar vuestro libro o el que hayáis comprado para regalar.
Llama la atención que hasta más recientemente, se utilizaba más el término de “año viejo” que el de “noche vieja”. E incluso los llamados cotillones eran muy habituales en la noche de Reyes. Eso nos lleva a indicar que las fiestas navideñas ponían más énfasis en el recibimiento del Año Nuevo que en la despedida del año que terminaba.
Al principio los cotillones o fiestas de año nuevo se celebraban en los círculos de recreo tanto de la capital como en las sociedades de los pueblos de la provincia.
Mas, ¿qué es el cotillón? En realidad se trata de un tipo de baile y música que parece que se creó en 1700 pero que cayó en decadencia hasta que “resucitó” a finales del siglo XIX y se comienza a tocar en todas las celebraciones festivas: en carnaval, en bailes de puesta de largo de las “señoritas” de la alta sociedad, fiestas veraniegas (“en el casino se va a celebrar el primer cotillón del Verano”), en los numerosos círculos que había en la ciudad (“En octubre se celebrará un cotillón en los salones del Círculo de Labradores”), etc. Eran piezas musicales que frecuentemente dirigía algún maestro de ceremonias que invitaba a cambiar de pareja. En definitiva un baile que inducía a facilitar la relación entre las personas que acudían a la fiesta. Es habitual que se incluyan piezas de cotillón en los conciertos de los teatros.
Así, era habitual que junto a piezas como el rigodón, la mazourka o el vals, se incluyera como cierre de los conciertos el cotillón.
El cotillón era tan popular en Valladolid que la prensa de finales del siglo XIX llegó a escribir que tal pieza de baile “era una institución en los bailes de Valladolid”, aunque necesitaba tiempo para que los danzantes perfeccionasen su ejecución.
Imagen tomada de la revista La Ilustración Castellana (año 1883). Círculo de Recreo de Valladolid. Dibujo realizado por Mario Viani. Archivo Municipal de Valladolid.
El cotillón terminó por imponerse como una fiesta en sí misma que incluía algún servicio de merienda o cena, una orquesta y algún obsequio: eso que más recientemente terminó por llamarse “bolsa de cotillón” (antifaz confetis, serpentinas, etc.), en las salas de fiesta o restaurantes que celebraban la fiesta de Reyes o la de Noche Vieja. La Granja Royal ofrecía el 31 de diciembre de 1929 “Gran fiesta de las uvas, regalos, cotillón, desde las 11 hasta la madrugada”.
Los hoteles o establecimientos hosteleros, como el antiguo Hotel Felipe II (actual Felipe IV), el Hostal Florido, el hotel Conde Ansúrez, Hotel Inglaterra, etc. era donde tradicionalmente se celebraban los cotillones, hasta que ya a partir de los años 60 se comenzó a generalizar en restaurantes, salas de fiesta y discotecas. Y el cotillón desaparece como celebración de las actividades festivas como carnavales o fiestas de verano para convertirse en la fiesta de fin de año.
El cotillón de fin de año incluye las famosas doce uvas. La costumbre de comer las uvas ya estaba extendida a principios de siglo XX. El origen de este hábito no está claro, pues hay historiadores que la sitúan en la Francia de la década de 1880, y otros en España. En cualquier caso, a principios del siglo XX se inicia la costumbre de acudir a la plaza Mayor de Valladolid a comer las doce uvas de la suerte. Incluso los teatros, como el Lope de Vega, que ofrecían espectáculos el día 31, suspendían momentáneamente la actuación para que los espectadores tomaran las uvas que el propio teatro les ofrecía. Las doce uvas simbolizan los 12 meses del año. Por otro lado, la uva se asocia a símbolos positivos, como la hermandad, la alegría o el placer.
Las fechas navideñas eran muy propicias para actividades solidarias. Así, es llamativo cómo en la década de 1920 había bailes de caridad para recaudar fondos “para los niños pobres de las escuelas públicas”.
Pero la palma en esas iniciativas caritativas se la llevan las rifas que recaudaban dinero “para los presos de Chancillería”. Ha de tenerse en cuenta que hasta que en 1935 se iniciara la construcción de la nueva cárcel en la calle Madre de Dios, la de Chancillería era el presidio provincial.
El dinero recaudado, según noticas recogidas en 1930, para los penados (hombres y mujeres) se destinaba para, entre otras cosas, la compra de carbón para las estufas, pues el edificio y las celdas era muy frías y húmedas. También a los presos se les daba un par de comidas especiales que incluían “vino y tabaco”. El menú de aquellas comidas se componía de paella si era a medio día, y si era cena, alubias con salchichas y bocadillos de jamón. El postre se componía de mantecadas de Astorga e higos de Fraga.
Las navidades eran fechas propicias para que los establecimientos comerciales incluyeran anuncios deseando un feliz año nuevo a su clientela.
Aunque nos parezca que los turrones, digamos de “fantasía”, son una invención moderna para salirse de la rutina de los turrones típicos, como son el de Alicante, Jijona o avellana, los cierto es que algunas tiendas de Valladolid anunciaban en el año 1900 la venta de turrones de Cádiz como el de coco, piña, fresa, café, naranja, limón o nieve. Por cierto, a 4 pesetas el kilogramo.
En las Navidades de principios del siglo XX la carne más consumida como propia de esas fechas, era la de pavo y capón. Y cómo ahora, que hay panaderías que ofrecen asar el lechazo o el tostón aprovechando el calor residual de los hornos tras la elaboración del pan, había establecimientos que ofrecían asar aquellas grandes aves.
Acaso pensamos que los juguetes educativos son una opción reciente, pero la prensa de principios del XX anunciaba que la Casa Santarén, una importante y gran librería que estaba en la plaza de Fuente Dorada, vendía juguetes instructivos y estuches de ingeniería.
Por cierto, era costumbre en los años centrales del siglo pasado hacer obsequios a los policías municipales que se encargaban de regular el tráfico. De tal manera que hay testimonios de algunos guardias en medio de una plaza rodeados de varias cestas de navidad.
NOTA: buena parte de este artículo, y las fotos, está realizado con información procedente de El Norte de Castilla.
Artistas, mercaderes, banqueros y artesanos coincidieron en Medina del Campo, antes una villa amurallada que, en una encrucijada de caminos, gozó de los favores de la Corona. Aquella conjunción de creadores, comerciantes y nobles llegó a hacer de Medina uno de los más importantes centros comerciales de Europa, al abrigo de las Ferias que en mayo y octubre de cada año se celebraron con gran importancia desde principios del siglo XV, y que conocieron su apogeo en el XVI convirtiéndose en la mayor feria de España. Era entonces Medina una de los municipios más grandes de todo el Reino.
Fachada y zaguán del museo.
Para recoger todo aquel esplendor, que dejó una huella aún perceptible en el comercio mundial (la letra de cambio, por ejemplo), se ha creado este museo que recoge una selecta colección de piezas originales desde el siglo XV al XVII. Algunas sirven para ilustrar la vida de la villa y la mayoría, para mostrar la trascendencia que aquellas ferias tuvieron. Todo ello ordenado y explicado de manera muy didáctica. Hay algunas piezas procedentes de iglesias de Medina.
Vista parcial de la panorámica de Medina del Campo que dibujó Anton Van den Wyngaerde en 1565.
Vista general de la sala principal y su artesonado.
A TANTO LA TABLA DE FLANDES
El comercio de la lana y el textil fue la principal actividad de las ferias. En Medina se cerraban transacciones mercantiles que suponían un importante comercio de importación y exportación con Europa, explica Antonio Sánchez del Barrio, director del museo. La serie de tapices más antigua que cuelga en el Palacio Real de Madrid, fue mandada comprar por la reina Isabel de Castilla en Medina del Campo. Esos tapices antes adornaban las paredes mudéjares del Palacio Testamentario de Medina. Y debe saberse que estas obras de arte textiles, ahora cuidadas con primoroso cuidado, antes servían, simplemente, para vestir las paredes y abrigar a los moradores de palacios y fortalezas del frío invernal que se colaba por las rendijas que se abrían entre las piedras y los ladrillos.
Una Piedad de Juan de Juni, procedente de la Colegiata de San Antolín.
Mas no sólo fue la lana, sino que buena parte de los admirados retablos y tablas flamencas que se exhiben en museos e iglesias de España, se encargaban por los comerciantes asentados en Medina. Y la platería de Limoges y de Italia pasaba por las ferias.
Llanto sobre Cristo Muerto, de autor anónimo de los Países Bajos. Antes estaba alojada en la iglesia de Santiago.
Cosas, todas ellas, de las que da fe el museo mostrando escogidas piezas de cada una de aquellas actividades.
Talla original de la conocida como Virgen del Pópulo. Antes estaba en el balconcillo de la Colegiata desde donde se oficiaba la misa hacia la calle los días de mercado para que los comerciantes no tuvieran de dejar sus puestos.
Si fuera preciso destacar una de las muchas imágenes y esculturas que se conservan en el museo, esta es, sin duda, la del obispo Barrientos. Realizada hacia 1454 en varias piezas de alabastro y después policromadas, conserva buena parte de los colores. Representa la primera figura orante de la que se tiene constancia documental. Tiene, entre otras singularidades, el ser una temprana figura mortuoria que no está en posición yacente, como era costumbre aún en la Edad Media. Fue este un personaje influyente en la corte de Juan II de Castilla y, aunque hombre culto que llegó a escribir varios libros, no dudó, sin embargo, en participar en la quema de los libros que escribiera Enrique de Villena, pariente del propio rey, acusado, por su gran conocimiento de la ciencia, de tratos con el diablo.
La zona acotada a banqueros y cambistas se rodeaba de cadenas ancladas a unos rollos jurisdiccionales.
LA VITRINA DE LOS LIBROS
En el comercio de las ferias no faltaron los libros. Ahora sorprende la manera en que en su momento se trataba al libro. A Medina llegaban los libros impresos sin encuadernar, en bruto, elaborados por los impresores. Estos grandes paquetes de pliegos se pasaban al encuadernador, que se encargaba de ordenarles y cubrirles con tapas de cuero, de piel, más o menos adornadas. Y, finalmente, era el librero el que los ponía en el mercado. Un mercado casi siempre de encargo, como aquel que hizo el Cardenal Cisneros en 1480 para las dependencias de la Casa Real. Como no podía ser de otra manera, al calor de ese comercio también los emprendedores hombres de negocios de Medina decidieron iniciarse en la impresión. Por eso, en 1511 se hace la primera edición en la villa -y uno de cuyos únicos cinco ejemplares que existen se exhibe en el museo- de “Valerio de las Historias Escolásticas”. Y la primera edición del Lazarillo de Tormes se imprimió en Medina, aunque aquí no se conserve ejemplar alguno.
Diversas vitrinas mostrando libros de cuentas, pesas y medidas y otros objetos relacionados con las transacciones comerciales.
SIMÓN RUIZ, DESTACADO HOMBRE DE NEGOCIOS
Figuras orantes en alabastro talladas por los escultores Pedro de la Cuadra y Francisco de Rincón. Se hicieron siguiendo indicaciones del testamento de Simón Ruiz. Muestran al propio banquero y a sus dos mujeres: María de Montalvo y Mariana de Paz. Detrás de las esculturas sendos retratos del banquero y su segunda esposa, Mariana de Paz, atribuidos a la escuela de Pantoja de la Cruz.
El museo, más exactamente la Fundación Museo de las Ferias (en la están el Ayuntamiento de Medina, la Diputación, la Junta de C y L y la Universidad, custodia el archivo de Simón Ruiz. Ruiz (1525-1597) fue un importantísimo mercador y banquero con intereses en toda Europa y América y que en ocasiones financió a los reyes. Amasó una enorme fortuna y financió la construcción del Hospital General más conocido como Hospital de Simón Ruiz, un inmenso edificio renacentista construido entre 1592 y 1619. Está declarado como Bien de Interés Cultural. Algunos de los objetos pertenecientes a aquel hombre de negocios se exhiben en el museo. De Simón Ruiz se ha heredado una masa documental que aporta gran información sobre la época en la que vivió.
Fachada de la Colegiata de San Antolín que da a la plaza Mayor de Medina y detalle del balconcillo donde se exhibe una copia de la virgen del Pópulo.
ALGUNOS DATOS
MUSEO DE LAS FERIAS LUGAR: c/ San Martín, 26. Medina del Campo VISITAS: de 10 a 13:30 y de 16 a 19 de martes a sábado. Domingos y festivos de 11 a 14. Lunes cerrado. Se puede concertar visita guiada. Teléfono 983 837 527 CONTENIDO: Piezas originales del s. XV al XVII de la historia de Medina y de sus ferias.
Si nos proponen visitar iglesias de Valladolid, seguro que sin dudarlo encaminaremos nuestros pasos hacia Santa María de la Antigua, la Colegiata Catedral, la del Salvador o la de San Martín, por ejemplo. Concluido el paseo por ese puñado de excelentes construcciones religiosas que tenemos en Valladolid, nos daremos por satisfechos, saciados de arte, historia y patrimonio. El románico, el gótico, el neoclasicismo y algo de barroco nos ofrecerán un impresionante abanico de estilos y arquitecturas.
En general todos estos templos ofrecen excelentes y grandes retablos, capillas cargadas de imágenes, lápidas que recuerdan a los patronos de la iglesia y más de un sepulcro de importantes personajes de la historia de Valladolid como María de Molina o Pedro de la Gasca.
Escultores e imagineros de la talla de Gregorio Fernández y Juan de Juni habrán aportado un enorme caudal de arte a nuestro paseo por las iglesias y parroquias vallisoletanas.
Pero seguro que habremos pasado de largo por ese largo censo de iglesias que se han ido levantando sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, cuando Valladolid comenzó a crecer al rebufo de la industrialización, pues tal vez consideramos que son de escaso interés. Es más, de hecho no suele hacerse referencia a ellas cuando se habla de arte y arquitectura religiosa.
Y es un error, pues ofrecen interesantísimos testimonios de arquitectura contemporánea y de religiosidad posconciliar.
Para este paseo que os voy a proponer por algunas iglesias contemporáneas vallisoletanas he acudido a diversos autores que han aportado interesante literatura sobre el particular. Y especialmente he consultado la obra de Paloma Gil Giménez y su libro El templo del siglo XX; y de Esteban Fernández-Cobián con sus Escritos sobre arquitectura religiosa contemporánea.
Desde luego, cuántas veces hemos admirado los potentes contrafuertes que sustentan muros y techo de las iglesias y las catedrales. También sus pequeñas ventanas cuando su construcción se remonta al románico, o por el contrario sus admirables vidrieras cuando la arquitectura del gótico permitió abrir grandes ventanales para iluminar el interior de los templos. También esos colosales pilares en los que se apoyan los nervios que sujetan las bóvedas.
Sin embargo, como en la arquitectura civil, los modernos materiales de construcción y las nuevas técnicas arquitectónicas, han permitido la desaparición de basas, pilares, contrafuertes o los admirables nervios para sustentar las bóvedas.
Al igual que la arquitectura civil contemporánea, la religiosa, especialmente a partir del Concilio Vaticano II, ha ido buscando nuevas formas de representación e iconografía. Una nueva liturgia se abre paso en la que influye hasta el mismo hecho de que ya no se oficie de espaldas a los fieles, sino de cara a la feligresía. Incluso que ya dejaran de construirse coros y púlpitos. Los arquitectos también han aplicado a las construcciones religiosas el funcionalismo contemporáneo, la limpieza de las forma, la economía formal.
Los retablos, como expresión de la teatralidad religiosa, en general desaparecen, y las cabeceras de las iglesias se desnudan de cualquier otra representación que no sea la mera figura de la cruz o el crucificado, en el mejor de los casos acompañado de su madre la Virgen María. Ya no se construyen ni ensanchan los templos con capillas laterales. Las esculturas representando la nómina del santoral, y los grandes cuadros o lienzos que otrora eran signo de riqueza y devoción quedan sustituidos por paredes desnudas: el ladrillo, la loseta, la madera o cualquier otro material constructivo moderno evita la distracción del creyente, y toda la actividad religiosa se centra en el altar. Como escribe Paloma Gil, esto supone “la desaparición de elementos que dificultan el protagonismo del tabernáculo”. O, también nos dice Gil: “El objetivo del templo no es solamente congregar a los fieles, no es ser un monumento o un edificio para grandes recepciones. En él se debe crear un flujo de sensaciones, sentimientos e ideas que lleven a la comunicación con lo divino”. En definitiva, “ha de hacer visible lo invisible”
Pero, sobre todo, la luz diáfana y abundante inunda el interior de los templos. En otros casos toda la luz se concentra en el altar, dejando en penumbra el recinto de la feligresía. Algunos arquitectos expresan la modernidad de los templos en cuanto a su decoración, iluminación, formas geométricas, etc. el que los fieles sean parte activa del culto y no meros espectadores, como venía ocurriendo en las prácticas religiosas tradicionales.
Todo ello, por fuerza, exige un diseño arquitectónico que consiga estos objetivos, en los que la desnudez prima para que todo converja hacia el altar. Bien es verdad que no existe una uniformidad entre las formas arquitectónicas, pero todos los arquitectos más afamados han aceptado encargos de construir templos: Alvar Aalto, Ronchamp, Álvaro Siza, el afamado Le Corbusier…
Aunque todo esto que aquí relato no deja de ser una tendencia en absoluto dogmática que tiene muchas interpretaciones. Porque, en realidad, todo lo que se pueda contar sobre la arquitectura religiosa contemporánea no es más que parte de un debate sobre cómo deben construirse los templos. Por ejemplo, Fernández-Cobián ya nos advierte de que por ejemplo en EEUU se han reactivado cátedras de arquitectura religiosa que enseñan a construir iglesias “tradicionales”, es decir, románicas o barrocas. Una actitud, que en realidad nunca desapareció, aunque ha estado relativamente silenciada, que propone que los credos también se expresen por su construcción evitando uniformidades que diluyan las diferencias entre una mezquita, una sinagoga, un templo evangélico o una iglesia católica, y que estas han de proyectarse con su propia identidad.
En cualquier caso, una iglesia, por contemporánea que sea, no debe renunciar a una torre o una espadaña, más o menos altas, eso es un tanto lo de menos. Dice Fernández-Cobián que ha de ser un lugar abierto y acogedor, de formas serenas, debe invitar a entrar, debe ser un edificio serio, pues aunque la religión debe ser una cosa alegre, el edificio no puede ser una construcción trivial o risible.
Y hecho este largo exordio, vamos a recorrer unos cuantos templos de moderna y contemporánea construcción. Lógicamente la mayoría de ellos están en los nuevos barrios que han surgido en el siglo XX y XXI, pero también algunas iglesias o parroquias históricas han realizado reformas o rehabilitaciones que han dejado atrás su clásica construcción, como por ejemplo la iglesia de Nuestra Señora de San Lorenzo, la Victoria, Canterac o San Ildefonso. Algunas de las más modernas iglesias llevan la firma de importantes arquitectos, como Ispizúa o Fisac, también de artistas como Antonio Vaquero o Coello (parroquia de La Milagrosa, en las Delicias).
En la calle Fuente el Sol está la parroquia de Nuestra Señora de la Victoria. Se trata de una construcción reinstalada en 1967 –tras desmontarse en 1964- de la que básicamente lo único que se conserva es la fachada. Desde 1544 estaba en el barrio ocupando la parcela, más o menos, donde hoy están las dependencias de la Policía Municipal (carretera de Burgos).
San Ildefonso es una parroquia sita en la calle que lleva ese nombre. Su construcción original es del siglo XVII cuya traza era de Juan de Naveda y la ejecución de obra la hizo Francisco de Praves. La nueva iglesia que ahora vemos se construyó en 1965.
Entre estas iglesias históricas “reinventadas”, entre las que hay que incluir la de San Lorenzo y Canterac, y la segunda mitad del siglo XX, hay varias parroquias y templos interesantes que comentamos a continuación.
La capilla del convento de las Salesas, en la calle Juan Mambrilla haciendo esquina con Colón, de ladrillo, fue inaugurada en 1907. Los planos los realizó el afamado arquitecto Teodosio Torres.
Nuestra Señora del Pilar –popularmente conocida como la Pilarica-, en la plaza Rafael Cano. Este señor y su esposa costearon la construcción del templo, donde el matrimonio está enterrado. Acaso es la única obra importante del arquitecto municipal Juan Agapito y Revilla. Se trata de otra construcción neogótica de 1907, declarada Bien de Interés Cultural en 1994.
Y San Juan Bautista, en el barrio de San Juan, que es una moderna iglesia de 1932 que sigue la estela de la que en el siglo XIV levantó la Orden templaria.
La iglesia de San Pío X, en el barrio Girón, construida en la década de 1950 apunta modernas tendencias que se salen de lo tradicional que hasta esas fechas aún se venía construyendo. Según algunos expertos, los arquitectos González Martín e Ignacio Bosch se inspiraron en arquitectos alemanes u austríacos que apostaban por la modernidad. El interior del templo es enormemente austero.
También de los años 50 es la parroquia de la Inmaculada Concepción, sita en el paseo Zorrilla, 27. Al igual que la de Girón, el arquitecto fue Julio González Martín.
La misma autoría ofrece la iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en la plaza del Doctor Quemada, cuyo altar está presidido por un Cristo esculpido por Antonio Vaquero. Cuentas las crónicas que el edificio en ladrillo contó con cierto rechazo por parte del público. Sin embargo, el paso del tiempo ha hecho que aquella arquitectura se revalorice, de tal manera que la Inmaculada Concepción y Santo Domingo de Guzmán hayan pasado a ser considerados edificios significativos de la arquitectura moderna, tal como los ha declarado la prestigiosa entidad internacional DO.CO,MO.MO (acrónimo inglés de Documentación y Conservación de la Arquitectura y el Urbanismo de Movimiento Moderno).
La iglesia de la Paz abrió sus puertas en 1963. Lleva la firma del reputado arquitecto Pedro Ispizúa Susunaga, con destacada obra en el País Vasco. El enorme arco parabólico de su fachada puede estar inspirado en la arquitectura de Gaudí, del que Ispizúa fue alumno. El proyecto inicial incluía una altísima torre campanario en el lado izquierdo según se mira la fachada, lo que habría dado al edificio la monumentalidad que merecía, sin que por eso carezca de singularidad.
La Compañía de Jesús tiene su iglesia en la calle Ruíz Hernández, integrada en un edificio residencial de la misma congregación. La iglesia actual se inauguró en 1972 y sustituyó a otra de estilo neogótico terminada de construir en 1896. Sorprende el amplísimo espacio que ocupa inimaginable viendo la fachada del edificio presidida por una gran cruz. La imagen histórica está tomada del blog artevalladolid.blogspot.
San Ramón Nonato, erigida en la calle Calixto Valverde, del barrio de Huerta del Rey, es un construcción de 1981, toda ella en ladrillo. Carece de retablos y capillas y su alter está presidido por un gran crucifijo del siglo XIV. Tiene una Virgen del XV y una imagen del patrón del XVII. Destaca por una bella iluminación cenital sobre el altar.
La parroquia de Santa Rosa de Lima, en el barrio de Arturo Eyries se inauguró en 1988. Aunque, como otras muchas parroquias, se financió a expensas del Arzobispado, los muebles, campanas, bancos, imágenes, etc. se pagaron con las aportaciones de la feligresía.
Parroquia de Nuestra Señora de Prado en la calle Adolfo Miaja de la Muela, se inauguró en abril de 1999. De los padres carmelitas, es una de las más grandes de Valladolid pues tiene capacidad para unas setecientas personas sentadas. Su fachada está construida con pizarra y piedra artificial con estructura de madera y tejado de cobre. Su interior muestra un retablo de la escuela de Berruguete y un altar iluminados por un lucernario que arroja luz sobre ello mientras el resto del templo carece de luz y adornos que distraigan a los feligreses.
El edificio de la parroquia carmelita Virgen del Henar (calle Trilla) se construyó en el año 2000 con todos los atributos arquitectónicos propios de los recintos religiosos contemporáneos. Destaca su fachada de piedra blanca y la cubierta de madera. El templo, de muy agradable aspecto, está firmado por el arquitecto Elesio Gatón. Recientemente fallecido, ha trabajado especialmente (aunque no solo) en edificios religiosos, tanto en obra nueva, como en rehabilitación, como es el caso de la recientísima limpieza y restauración del interior de la iglesia de la Antigua. No son fáciles este tipo de intervenciones arquitectónicas pues se trata de actuar en edificios singulares.
La parroquia del Beato Florentino Asensio se terminó de construir en 2006, en el barrio Parque Alameda –calle Vega-. Su arquitecto fue, también Elesio Gatón. Para su construcción se emplearon todo tipo de materiales: madera, cemento blanco, ladrillo, cristal, mármol blanco y un cemento que imita la piedra de granito.
Aunque no sea un templo parroquial, lo cierto es que la capilla de los dominicos de las Arcas Reales es una de las más bellas de Valladolid. Su arquitecto fue el afamado Miguel Fisac, Premio Nacional de Arquitectura 2002. La iglesia y el conjunto docente donde se ubica se construyeron en la década de 1950. Se considera por los expertos como una obra clave en España, pues el arquitecto marcó unos nuevos parámetros de la arquitectura religiosa, y se convirtió en un referente de la nueva orientación emanada del Concilio Vaticano II en lo que tenía que rodear la liturgia. En 1954 recibió la Medalla de Oro en el Concurso de Arte Sacro de Viena, y en 2011 la iglesia fue declarada Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento.
NOTA: como se ha podido apreciar, algunas de las imágenes están tomadas del blog ArquitecturaVA
Vamos a fijarnos en cuales son los lugares más fotografiados de la ciudad de Valladolid. Cabe considerar, por tanto, que también serán, más o menos, los más visitados.
Hace un tiempo publiqué un artículo en el que destacaba las entradas más visitadas de este blog Valladolid la mirada curiosa y, por tanto, lo que podía considerarse una encuesta –no científica- de los lugares sobre los que los vallisoletanos demostraban tener más interés. En esa especie de ranking, en lo que a edificios y monumentos se refiere, la plaza Mayor y el pasaje de Gutiérrez se llevan la palma.
Pasaje Gutiérrez
Pues bien, me ha parecido interesante seguir indagando acerca de cuáles son los lugares que más valoran las personas que visitan Valladolid. A tal fin he rastreado internet para ver aquellas páginas que recogen los lugares más fotografiados de la ciudad.
Algunos periódicos (El Norte de Castilla, ABC y El Día de Valladolid), han publicado sus respectivos artículos sobre este tema a lo largo de los últimos años, basados en informaciones de las páginas de internet dedicadas al turismo.
Academia de Caballería
Según El Norte de Castilla, los lugares más fotografiados, y por ese orden, son la Academia de Caballería, la plaza Mayor, la plaza e iglesia de San Pablo, la plaza de la Universidad, la Catedral, la estatua de Colón, Fuente Dorada, la calle Gamazo, el Campo Grande y el Museo de Escultura. Llama la atención el último lugar que ocupa el museo cuando es el museo más visitado de Valladolid, y que en una reciente encuesta a visitantes, lo consideran el monumento más valorado.
San Pablo
Según la plataforma sightsmap.com, en 2017 los lugares que más se subieron a la red fueron fotos de la Academia de Caballería, seguida por la plaza Mayor y la iglesia de San Pablo. En este ranking vienen a continuación la Catedral, la plaza de la Universidad, el Museo de Escultura, la plaza de Colón, la de Fuente Dorada y el Campo Grande.
Museo Nacional de Escultura
Mas, vamos a una especie de encuesta natural en la que solo opinan habitantes de Valladolid. En este sentido, El Día de Valladolid hace un par de semanas ha publicado un resumen de los 200 reportajes que en los últimos cuatro años ha realizado este periódico. En estos reportajes se entrevistaba a personas representativas de los más variados estamentos sociales, culturales, deportivos, políticos y económicos de la ciudad. En definitiva, como dice el mismo diario: “vallisoletanos más o menos ilustres”.
Pues bien, preguntadas estas 200 personas sobre sus diez lugares preferidos de la ciudad, el resultado ha sido el siguiente: Campo Grande, plaza Mayor, Pasaje Gutiérrez, plaza de San Pablo, Teatro Calderón, riberas del Pisuerga, estadio José Zorrilla, Pinar de Antequera, iglesia de Santa María de la Antigua y la Estación del Norte.
Estación del Norte
Además de este “top ten”, también aparecen entre los lugares preferidos por los entrevistados, la Catedral, la playa de las Moreras, el mítico bar Penicilino, la plaza de la Universidad, el Museo Patio Herreriano, otro bar como El Minuto, la Academia de Caballería, etc.
Como se puede observar, la valoración del turista y la del residente no difieren en demasía, aunque, como es lógico, hay matices que indican distintas visiones de la ciudad. Cierto es que hay un puñado de edificios, lugares y monumentos que se han convertido en la postal de Valladolid para propios y extraños, y otros que forman parte de la vida cotidiana y los recuerdos de los que viven a diario la ciudad.
Comentado todo esto, vamos a ver que nos cuenta la Oficina de Turismo. Ésta ha realizado su propio listado. Un puñado de lugares que sugiere a quienes vienen a Valladolid. Este listado se ha elaborado teniendo en cuenta la opinión que vierten en la red y en misma oficina de turismo personas que han pasado por nuestra ciudad.
Campo GrandePlaza del Viejo Coso
La lista se compone de diez lugares considerados imprescindibles que no puede perderse el turista que recala en nuestra ciudad. Se trata de la Plaza Mayor, la Catedral, el Museo de Escultura, el Campo Grande, San Pablo, la Antigua, el Viejo Coso, la portada de San Benito, Caballería y el Patio Herreriano.