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Channel: Valladolid, la mirada curiosa
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EL SABINAR DE VALLADOLID

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El paraje conocido como El Riscal o El Llanillo, un páramo próximo a Santiago del Arroyo, acoge el mayor sabinar de Valladolid. Si hay un lugar imprescindible que ha de conocerse es este, que, además, ofrece espléndidos paisajes y las siluetas de varios municipios: Iscar, Portillo…

Otros sabinares,  hay en Aldealbar (Monte de la Unión), y en Peñafiel, pero ninguno tiene la concentración de sabinas y enebros que ofrece Santiago del Arroyo. Un sabinar que se extienden por un suelo pobre, pedregoso y calizo, ideal para estos árboles.

Comenzamos el paseo y aconsejo llevar un bastón que nos ayude a mantener el  equilibrio y unos prismáticos para disfrutar de las panorámicas.

 

Entre las casas 18 y 20 de la calle Real de Arriba  (la vieja carretera), comienza una ruta circular de unas tres horas, y cuya mejor referencia de que vamos por el buen camino son las cuatro o cinco bodegas que vemos al frente, en la ladera. Si se prefiere, se puede subir en coche hasta el mismo sabinar. En la primera fotografía, la fachada de la casa del reloj en la que comienza la ruta. Una vez que dejamos atrás el caserío giramos a la izquierda hasta cruzar por debajo de la carretera. Nada más pasar, la primera a la derecha y siguiendo este ancho (y un tanto polvoriento) camino, la primera desviación que sale suavemente  a la izquierda emprende decididamente la subida al sabinar. Una vez arriba, continuaremos el camino hasta que este comienza a descender hacia otro valle. En ese momento comenzados a caminar hacia nuestra derecha siguiendo siempre el borde del páramo. Es imposible perderse pues estamos bordeando una especie de península rodeada de los valles que la dibujan: el arroyo Valseca, el de Santa María y el del Henar. Vista del caserío y del camino  que hemos traído, según vamos ascendiendo hacia el sabinar.

 

Las sabinas parecen alimentarse del suelo calizo que las sostiene.  Cabe advertir que la sabina y el enebro son de la misma familia. Juníperus thurífera es la sabina, y juníperus oxycedrus es el enebro, que, normalmente de porte arbustivo y finas hojas realmente puntiagudas suele mostrar unas pequeñas bayas de.. La sabina es un árbol que puede alcanzar edad milenaria.

 

Panorámica del valle del arroyo Valseca, que discurre a nuestra izquierda.

 

Una desafortunada decisión en su momento ha permitido que se roturasen grandes extensiones de terreno y, además, se llevaron a cabo inadecuadas plantaciones de pino.

 

En un momento dado, todavía en la primera dirección que seguimos, al borde se verá una curiosísima construcción: una especie de pila hecha por la mano del hombre que hay quien la atribuye a un pastor que la labró para dar de beber a sus ovejas. Hay un hito que indica el lugar de la pila (si no lo han desbaratado).

 

A poco que nos fijemos se verán los cortes en el suelo calizo que indican tratarse de explotaciones de piedra; industria que se llevaba a cabo con profusión en estos lugares. Ahora estos parajes tan solitarios conocieron épocas no tan lejanas en las que había trasiego de gente: se labraban las laderas y los caminos se transitaban para acarreo de mercancías entre los municipios del entorno, pues Santiago del Arroyo fue un pueblo de transportistas. Gente que dedicaba su tiempo, una vez concluidas las faenas agrícolas de su pequeño término municipal, a acarrear materiales de construcción a los municipios del contorno.

 

Llegamos a una de las “esquinas”, cuando nuestros pasos nos indican que ya estamos rodeando el Riscal. En la parte alta de la imagen (a la izquierda), la torre del castillo de  Íscar. Si nos fijamos, hacia la derecha y en el llano, se verán los caseríos de Megeces y Cogeces de Íscar.  Y por el valle, el retorcido trazado que marca el arroyo de Santa María.

 

Casi en la esquina opuesta, donde en realidad vamos a iniciar el camino de vuelta, se destaca la silueta inconfundible de Portillo. En la parte de debajo de la imagen, en ruinas, la antigua fábrica de rubia (planta de la que se obtenía tinte rojo muy utilizado en el pasado en la industria textil). Antes de entrar en ruina, en el siglo XX se dedicó a producir energía eléctrica.

 

Ya comenzamos a volver (siempre buscando el borde del sabinar). Observamos que vamos en paralelo a la carretera de Segovia y que ya se adivina el caserío de Santiago: al fondo el municipio de Camporredondo, y en lo alto, el de Montemayor de Pililla.

 

Molino del Valle,  del siglo XVIII,  movido en su día por las aguas del arroyo del Henar.

 

Junto a la carretera, la Laguna del Prado. Es un pequeño pero interesantísimo humedal. Sus aguas no provienen solo de las lluvias o manantiales cercanos, sino que se alimentan de las corrientes subterráneas de las aguas freáticas provenientes de la las montañas de Navacerrada, en Segovia.

 

Vamos a hacer un último recorrido: visitar el Riscal. Se trata de un lapiaz: formación geológica propia de terrenos yesíferos que se erosiona con los ácidos que transporta la lluvia. Está horadado de tal manera que termina por parecer una hermosa filigrana de la naturaleza sin igual en Valladolid (otro lapiaz de menor potencia hay en Montemayor de Pililla). Para llegar hasta él hay que seguir las siguientes indicaciones: según hemos subido desde Santiago, arriba ya, inmediatamente sale un sendero a nuestra derecha (justo frente a un camino bien marcado que va en dirección opuesta). Le seguimos sin dudar y como a 800 metros, junto a una labranza veremos un pino solitario. Casi a su altura, nos metemos en la maleza que hay a la izquierda y a poco que indaguemos daremos con el lapiaz.

 

Diversas imágenes de Santiago del Arroyo: una focha en la Laguna, el arroyo del Henar al atardecer y restos de una linajuda casa.

 

Plano que nos ayudará en nuestro paseo: 1, cuesta que subimos desde Santiago; 2, aproximadamente donde se localiza la pila; 3, antiguo molino de rubia; 4, molino del siglo XVIII; 5, Laguna del Prado; 6, sendero que nos lleva hacia el lapiaz; y 7, zona del lapiaz.



NUEVA ETAPA EN VALLADOLID, LA MIRADA CURIOSA

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A partir del martes 2 de mayo, comienzo una colaboración en Onda Cero radio. El programa Valladolid en la Onda, que conduce Clara Saavedra a partir de las 12:00 h. incluirá TODOS LOS MARTES un reportaje bajo el título de VELAY, palabra muy característica de Valladolid. Este reportaje se emitirá, aproximadamente, a partir de las 13:10 h.

¡Velay!, que viene a querer decir: ahí está, ahí tienes,  míralo, helo ahí, velo tú, claro… también tiene un significado un tanto contrario: ¡qué le vamos a hacer!

Narciso Alonso Cortés dirigió un semanario festivo literario en Valladolid en 1885 bajo el título de  ¡Velay!

Leopoldo Cano publicó en 1895 una obra de teatro titulada ¡Velay! Comedia en tres actos y en verso. Y en una de sus escenas pregunta un personaje a otro:

“-¿Velay?

-Castellano es. Velo tú, o míralo ahí. ¡Velay! Decimos allí”

Y en Retazos de Torozos (1968), Blas Pajarero (Pablo Rodríguez), escribía:

“Hoy me ha amanecido el día a versos.

Velay que esto sea poesía, aunque tan

cortilargo y desparramado me quede”

VELAY, los martes, tendrá en la mayoría de los casos, el mismo contenido que el blog VALLADOLID, LA MIRADA CURIOSA, en otro formato, claro.

Por esta razón  la publicación del blog  pasará a los miércoles (en vez de los viernes, como viene siendo hasta ahora).

Por tanto, la próxima entrega de Valladolid, la mirada curiosa será el miércoles 3 de mayo.

 

 


BARRIOS DE BODEGAS DEL VALLE ESGUEVA

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El mundo del vino se ha convertido en España en un enorme mercado que mueve cientos de millones de euros. El turismo en torno a las bodegas se centra en visitarlas,  dormir en lujosos hoteles en medio de viñedos… incluso en  museos dedicados exclusivamente al vino.

Todo esto ha hecho olvidar que, sin embargo, el vino fue en otro tiempo una cosa sencilla, de producción para el consumo de la familia, de disponer de un majuelo para sacar vino para el año, de ir a merendar a las bodegas con las viandas que hubiera por casa: un poco de queso, un chorizo, rico pan… y vino joven de la bodega… nada de grandes crianzas. Incluso lo que no se hubiera consumido en el año había que tirarlo para meter el  mosto nuevo en las cubas.

Casi nadie disponía de  lagar propio donde prensar la uva: había uno o dos lagares para todo el  pueblo y a él acudía cada vecino con sus cuévanos de uvas: recogía el mosto que saliera en proporción a la cantidad de uva que hubiera llevado, y lo guardaba en la oscuridad de su bodega a esperar que fermentara.

Vamos a hacer un recorrido por el Valle de la Esgueva fijándonos en los tradicionales “barrios de bodegas”, que ofrecen un paisaje con el encanto de lo auténtico y de lo sencillo. Lejos del bullicio de las denominaciones de origen y sus deslumbrantes bodegas.

Los barrios de bodegas responden a  una técnica constructiva, una historia y un paisaje especialmente peculiar en Valladolid, de tal manera que los conjuntos de bodegas antiguas y tradicionales que se pueden ver en muchos pueblos representan un excepcional valor etnográfico y paisajístico.

La producción tradicional de vino ha dado lugar tanto a un paisaje característico en las laderas de los tesos, motas y cerros como a un vocabulario singular: cerceras (cierceras o zarzeras: el nombre viene de la orientación del lugar por el que se ventila la bodega –el norte, el viento del cierzo-), echaderos (por donde se arroja la uva al interior de la bodega, cubas, cubetes, bocoyes,  lagar, viga, cocedera …

Todos los municipios del valle tienen bodegas, pero vamos a fijarnos solo en algunas de ellas, y en algunas cosas más.

 

Como a dos kilómetros  antes de llegar a Piña de Esgueva, al fondo a  mano derecha se ve la espadaña del despoblado de Torremazariegos. Un poblado  (abandonado en el siglo XVIII) que hubo a los pies de un teso  en su día coronado por una pequeña fortaleza. A la espadaña se puede llegar perfectamente por un camino evidente que sale de Piña. En este entorno, en dirección a Valladolid, fue hallado en su día un magnífico cementerio visigodo cuyos restos se conservan en el Museo de Valladolid (palacio de Fabio Nelli).

 

Barrio de bodegas de Piña. Arriba a la derecha se ven los restos de una antigua casa de monte: lugar que se habitaba durante el verano para hacer la cosecha del páramo.

 

Atentos al barrio de bodegas de Esguevillas de Esgueva.

 

Villaco está un poco apartado de la carretera, pero vamos a acercarnos hasta su casco urbano.

 

Y si paramos en Castroverde de Cerrato, subiremos dando un paseo por el cotarro en cuyas laderas están las bodegas. Arriba se mantiene aún en pie la llamada puerta de Santa Clara, que no es sino restos de una formidable fortificación posiblemente del siglo IX.

 

No pasar por alto las antiguas bodegas que hay a la izquierda nada más pasar Torre de Esgueva. Son de un primitivismo sorprendente. Hoy día están prácticamente abandonadas.

 

 

Fombellida.

 

Las bodegas de Canillas están a la entrada del pueblo: torre de la iglesia y las dos columnas de su antiguo castillo.

 

Bodegas de Encinas de Esgueva. Para verlas forzoso es caminar hacia la parte alta del pueblo.

 

Uno de tantos majuelos del valle. Rodeado de almendros, como es tradicional en Valladolid. El valle de la Esgueva no está en ninguna denominación de origen, pero conserva una extraordinaria cultura del vino.


PEDRO EL REGALADO, HIJO DE MARÍA DE LA COSTANILLA

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El 13 de mayo es la festividad de San Pedro Regalado, patrón de Valladolid. Hasta su elección en el siglo XVIII como protector de la ciudad, era San Miguel arcángel el encargado de velar por los hombres y mujeres que habitaban la antigua ciudad cortesana.

Corría el año de 1746. La ciudad, aquel año,  celebró con enorme entusiasmo la noticia del primer vallisoletano que había sido subido a los altares. La fiesta duró varios días y cuentan las crónicas que fue una auténtica locura popular. No faltó de nada: fuegos artificiales, grandes hogueras, corridas de toros,  hubo extraordinarios actos litúrgicos, impresionantes comitivas de gremios y cofradías, desfile de bandas de música,  y no faltaron bailes al son de las chirimías. La ciudad toda era una fiesta. Incluso se hizo una consulta popular para ver si la gente le quería como patrono, con una masiva respuesta afirmativa.

Pero ¿quién era ese tal Pedro? Pedro Regalado nació en Valladolid en 1390 –fecha, en cualquier caso no muy fiable-,  y falleció, ya en olor de santidad,  en La Aguilera en marzo de 1456. Sabemos ahora que venía de una familia de judíos conversos.

Su padre se llamaba Pedro  (y apellidaba Regalado) y a su madre (que quedó viuda siendo aún  joven)  María, como casi todas las mujeres entonces (y casi hasta hoy mismo), la conocían como la Regalada o, también, como María de la Costanilla (por la calle donde vivía), actual de la Platería y donde nació Pedro. A Pedro, ya clérigo, en algún documento se le anota como Pedro de la Regalada, o Pedro de la Costanilla, o Pedro de la Costanilla y Regalado, o incluso Periquillo de Valladolid… o fray Pedro de Valladolid y, una vez muerto, mucha gente lo citaba como “el Santo Regalado”.

No es mucho lo que se conoce de su vida.  Cuando contaba 13 o 14 años entra en el Convento de San Francisco, muy próximo a su casa natal. A los 22 años fue nombrado sacerdote. Estuvo al frente de los conventos franciscanos de La Aguilera (Burgos), y el Abrojo (Laguna de Duero). Conventos con reglas de observancia muy rigurosas en los que la oración, meditación y ayuno severo se sumaban a un hábito espartano y a lo sumo unas sencillas sandalias para cubrir el pie durante todo el año (hiciera la temperatura que fuese).

Su fama milagrera ya se fue labrando en vida, pues se le atribuyeron episodios de bilocación, amén del  renombrado caso de domesticación de un toro que, suelto, aterrorizaba a la población (razón por la que también se le considera patrón de los toreros); y su proverbial capacidad de atravesar el Duero utilizando su manto a modo de liviana balsa.

Apenas fallecido, se contabilizaron cerca de doscientos milagros, entre los que, además de realizar numerosas sanaciones de enfermos deshauciados, llegó a resucitar brevemente para entregar un pan a un pobre hambriento que oraba delante de su tumba.

Alcanzó tal fama  que incluso  la Reina Isabel la Católica visitó su tumba en el monasterio de la Aguilera, y mandó erigir un vistoso  sepulcro.

Pues, contado todo esto, vamos a recorrer los lugares que evocan la historia e imagen de este santo silencioso.

 

La casa natal se le atribuye en el número 1 de la calle de la Platería (antigua Costanilla). No está muy claro que este fuera el lugar exacto –habida cuenta de los dos incendios que tanto en 1461 y 1561 arrasaron la calle-, pero a tenor del apellido de su madre –Costanilla-, sí parece probado que, al menos, nació en esa calle.  Un cuadro y una placa conmemorativa en la fachada dejan constancia del nacimiento del santo.

 Iglesia del Salvador, en la plaza del mismo nombre. Cuando en 1683 se beatificó al Regalado, este comenzó a recibir culto en el templo, debido a que parece razonable que hubiera sido bautizado en él.  Edificada sobre la antigua ermita de Santa Elena, del siglo XIII, ya alcanzó la categoría de parroquia en el siglo XIV, dedicada desde un principio al Salvador.  Su fachada es plateresca, realizada por el famoso Juan Sanz de Escalante entre los años 1541 y 1559. Algún historiador de la época la calificó como de las más preciosas de España.

 

La torre, muy esbelta, presenta dos cuerpos bien distintos: uno, en piedra,  del siglo XVII, y otro –ochavado-  (del s. XVIII) en ladrillo. Rematado por un tejado de pizarra de las canteras de Bernardos (Segovia)  debido a una reconstrucción que hubo que hacerse tras su hundimiento a principios del XVIII. La torre de la Catedral de Valladolid está inspirada en esta de El Salvador.

 

Retablo mayor, del siglo XVIII, definida por el catedrático Jesús Urrea como expresión del rococó vallisoletano. En lo alto del crucero, escudo de los Almirantes de Castilla, protectores que fueron del Salvador.

 

Una de las capillas más interesantes, concluida en 1487,  es la de San Juan Bautista. Acoge un magnífico retablo (1504) de la escuela flamenca. En el suelo se pueden ver enterramientos que seguramente pertenecieran a la ermita de Santa Elena, al tratarse de la zona más antigua del templo.

 

Pila bautismal que la tradición (no demostrada) indica que en ella fue bautizado San Pedro Regalado.

 

Y capilla de San Pedro, con un retablo de  1709 atribuido a Juan de Ávila, representa la traslación del santo por unos ángeles desde el monasterio del Abrojo al de La Aguilera que, precisamente, imita el grupo escultórico que hay en este último monasterio.

 

A un costado del Salvador se erige una escultura instalada en 2004 y realizada por Miguel García Delgado, sevillano con numerosa obra pública en España.

 

El monasterio de Aniago o del Abrojo está en un paraje próximo a la finca real  que frecuentaron los Reyes Católicos, y sus descendientes Carlos V  y Felipe II. De aquel palacio campestre donde se practicaba la caza, hoy quedan las tapias amuralladas, y en su interior una urbanización de chalets.

No obstante no fueron los franciscanos los primeros  en asentarse en aquel lugar, pues antes perteneció a diversas órdenes religiosas, hasta que en 1441 se instalaron los del císter, que serían sustituidos por los franciscanos reformados a los que pertenecía el Regalado.

Tanto el monasterio como el palacio sufrieron un incendio en 1624. No obstante el monasterio fue reconstruido y actualmente se conservan unos pocos vestigios: restos de un muro, el acceso a la bodega, un estanque (con el que  se regaba la huerta del monasterio), y una fuente (llamada de San Pedro).

 

El santuario de La Aguilera tiene su origen en el siglo XIV, acoge el sepulcro de Regalado, amén de una capilla dedicada igualmente al santo. En la imagen, panorámica del edificio y detalle del sepulcro del santo mandado construir por Isabel la Católica. Está realizado en mármol a finales del XV y atribuido a la escuela de Colonia, que por aquel entonces trabajaba en la catedral de Burgos. Ambas fotografías son de Miguel Ángel Santos.

 

… Y obligado es, al menos, dejar anotado que el desaparecido convento de San Francisco (en la Plaza Mayor), es otra referencia de la vida de san Pedro, pues, como ya se ha dicho, en aquel convento,  del que no queda resto edificado alguno, entró el santo en edad adolescente (en la imágen, placa conmemorativa frente al actual Teatro Zorrilla)

Amén del monasterio de la Aguilera y la iglesia de El Salvador, la cantidad de imágenes (cuadros o esculturas) del Regalado que hay en numerosos lugares, dan idea del alcance popular que tuvo. Así, encontraremos (sobre todo esculturas) en el Carmen de Extramuros,  San Lorenzo, Santuario Nacional, Jesús Nazareno, las Angustias y la Catedral, en Valladolid; también en los conventos de las Descalzas Reales y Corpus Christi de la capital vallisoletana;  y en iglesias de Laguna de Duero, Renedo de Esgueva, Cigales, Cabezón, Medina de Rioseco, Melgar de Fernamental, Burgo de Osma…

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

La Ciudad del Regalado. VVAA. Coordinado por Javier Burrieza. Ayuntamiento de Valladolid, 2004.

San Pedro Regalado: Teófanes Egido. Caja de Ahorros Popular, 1983

Catálogo monumental de Valladolid, de Juan José Martín González y Jesús Urrea. Institución Cultural Simancas y Diputación de Valladolid, 1985.

Iconografía de San Pedro Regalado: S. Andrés Ordax. Junta de Castilla y León, 1991.


UNA VISITA AL MUSEO DE VALLADOLID

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El 18 de mayo se celebra el Día Internacional de los Museos: se abren las puertas de par en par, entrada gratuita,  horarios especiales, actuaciones musicales, etc. Es el caso que todo, ese día, invita a la ciudadanía a zambullirse en el mundo de los museos.

Y Valladolid bien puede presumir de museos de referencia, como el Museo de Escultura; únicos, como el Oriental; especiales, como el de Arte Africano… y unos cuantos más: Arte Contemporáneo, de la Ciencia, etc.

Tomando como pretexto este día, propongo visitar el Museo de Valladolid.

Se trata de “nuestro” museo, el que contiene y relata buena parte de la historia de Valladolid… pero no solo de Valladolid capital, sino que en él hallaremos numerosas piezas y colecciones provenientes de muchos municipios de la provincia, que, además, guarda piezas muy singulares o de gran rareza que no es fácil ver en otros museos.

La simple enumeración de los principales espacios en que se divide el museo  ya da idea de su contenido e importancia: prehistoria, mundo romano, mundo visigodo y medieval, bellas artes…

Prácticamente todas las piezas proceden de municipios de Valladolid: prospecciones arqueológicas; lápidas,  ajuar de palacios (cerámica, orfebrería, armamento, etc.); cuadros, frescos y escultura de iglesias y casas nobles; planos, maquetas, etc… que ayudan a interpretar y conocer Valladolid.

Difícil, por tanto,  resumir en un puñado de palabras, el contenido detallado del museo. Pero, bueno, apuntaremos algunas cosas, siguiendo un cierto orden cronológico.

 

Se trata de un edificio declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento (1996). Es un importante palacio renacentista representante del clasicismo vallisoletano y que quiere destacar el valor del hombre de negocios y humanista, como contrapunto del antiguo noble rico dado al derroche y el ocio. Hablamos del banquero Fabio Nelli (1533-1611). Es, al decir de los expertos, una obra de primera fila de la arquitectura civil y que tuvo dos importantes arquitectos: Juan de la Lastra y Pedro Mazuecos el Mozo. Una advertencia: el gran escudo que preside la fechada lo colocó con posterioridad al fallecimiento del hombre de negocios,  un bisnieto: el  primer marqués de la Vega de Boecillo (Baltasar  Francisco de Rivadeneira y Zúñiga).

 

El patio es de dos plantas con galerías de arcos de medio punto sobre columnas de orden corintio. Y tiene una gran escalera de piedra. (En la imagen, fachada y arranque de la escalera, con una gran pila bautismal del siglo XVI procedente de Melgar de Arriba).

 

Restos de piezas procedentes del poblado celtibérico sito en el Soto de Medinilla (a la orilla del Pisuerga). De la Primera Edad del Hierro, que se sitúa entre el siglo VIII y V a C. Se trata del primer asentamiento conocido de lo que llegaría a ser la ciudad de Valladolid.

 

Fotografía de las excavaciones arqueológicas del poblado.

 

Mosaico de Diana y las Estaciones: Villa de Prado, villa romana del siglo IV. Imagen general, y detalle de las teselas que dibujan a Diana cazadora.

 

También del mundo romano, pero procedente de Andalucía, el museo muestra algunos ladrillos con simbología paleocristiana de entre el s. V y VII. Si llamo la atención sobre esta pieza en la que se ve un ancla, es por el simbolismo de la misma. Entre los primeros cristianos, cuya religión no admitía roma, se extendió la costumbre de usar un ancla que quiere representar la cruz invertida, y así ocultar la práctica del cristianismo.

 

En el término de Piña de Esgueva se encontraron restos de una necrópolis visigoda del siglo VII llamada Las Piqueras. Estamos hablando de casi 170 enterramientos que se descubrieron en 1932. Restos de piezas de cerámica e imagen de los enterramientos. También se ha localizado diverso ajuar personal en el interior de las tumbas.

 

Fresco que representa el Juicio Final. Del siglo XIV, procede del convento de San Juan y San Pablo, Peñafiel.  A sus pies, el sarcófago del infante don Alfonso de Castilla, fallecido en Valladolid en 1291 (tercer hijo de Sancho IV y María de Molina), que estaba en la iglesia de San Pablo, Valladolid.

 

Una pieza muy singular es este Roponcillo del siglo XV, confeccionado en terciopelo de seda. Fue hallado en el sepulcro de don Alfonso, pero lo más probable es que se trate de un vestido que portara en su tumba uno de los hijos de Juan II, y, por tanto, hermano, o hermana,  de Isabel la Católica.

 

Estamos ya en las llamadas salas de las Bellas Artes: vista general de una de ellas: en el techo, mocárabes mudéjares del siglo XV, en madera policromada y procedentes del palacio del Almirante, donde ahora se levanta el Teatro Calderón de la Barca.

 

Detalle de la Inmaculada Anunciación, mural del siglo XV procedente del Convento de San Juan y San Pablo, de Peñafiel. A sus pies un simpático y curioso Niño Jesús dormido sobre una calavera realizado en mármol y fechado en el siglo XVI.

 

Sala con diverso ajuar doméstico y diversas obras de arte. Al fondo, un tapiz de una escena de caza que tiene un curioso compañero…

 

… Un mascarón al que se le atribuye tratarse de un retrato del mismo Fabio Nelli.

 

Y, en la misma sala, donde está la famosa “silla del diablo” con su correspondiente leyenda (dejo al lector o lectora entretenerse en buscarla), una de las piezas más importantes del Museo: un tapiz francés titulado “La Presentación del Libro y de la Espada”, del siglo XVII, de Marc de Comans y F. de la Planche. Forma parte de una serie de 74 episodios dedicados a describir los funerales del rey Mausolo, sátrapa del imperio aqueménida, que vivió en el siglo IV a. C. La escena representa los ideales del humanismo para la educación de un monarca: equilibrio entre la sabiduría de las letras y de las armas, en aras de un ideal de rey preparado para la paz y para la guerra.

 

Y al fondo de esta sala, tres curiosas piezas: una Arqueta veneciana de madera pintada en oro y de cristal de roca (s. XVI-XVII), procedente del Convento de San Pablo de Valladolid, tiene muy de especial el que apenas habrá una decena de piezas como esta en el mundo. Se dice que fue un regalo del Papa a Felipe III cuando nació el que sería Felipe IV, aunque lo más probable es que tal regalo fuera por el nacimiento de la primogénita Ana Mauricia, que llegó a reina de Francia por su matrimonio con Luis XIII…

 

… Maqueta del antiguo Ayuntamiento de Valladolid que, en estado ruinoso,  se derribó en 1879 siendo alcalde Miguel Iscar (hay escasísimas maquetas de época que representen edificios y monumentos vallisoletanos)….

 

… Y espada atribuida al Conde Ansúrez y cofre atribuido a su esposa Condesa Eylo (la verdad es que son del siglo XV y XVI respectivamente).

 

Si, como dicen los expertos en museos, estos en realidad tienen más importancia por lo que guardan que por lo que muestran, el Museo de Valladolid puede presumir de fondos no expuestos de indudable valor e interés: simplemente damos noticia del  Pendón de San Mauricio (siglo XVII) que procesionó en diversas actividades promovidas por la Corte, entonces presente en Valladolid;  restos  de un mosaico  romano procedente de Becilla de Valderaduey; o la cabeza de un proboscideo, animal prehistórico antepasado directo de los actuales elefantes, descubierto en Villavieja del Cerro, o la colección de más de 15.000 monedas de todas las épocas. Piezas estas, y otras más, que no se pueden exhibir principalmente por falta de espacio.

 

Más, no podemos olvidarnos de un discreto y encantador rincón del Museo: El Vergel, que solo se abre un par de meses en verano. En este jardín del palacio de Fabio Nelli se han ido depositando restos varios de la ciudad: desde basas y capiteles de columnas de la plaza Mayor o del mercado del Val, hasta conducciones de la traída de agua de Argales.  En el pasillo de acceso hay restos  procedentes de la antigua parroquia de San Miguel: en la imagen, parte de la lápida sepulcral de Jean Jacques d´Arigon, boticario de Felipe II.

HORARIO: octubre a junio: de martes a sábado: de 10 a 14 y 16 a 19. Domingos, 10 a 14

julio a septiembre: 10 a 14 y 17 a 20. Domingos 10 a 14

Entrada gratuita los domingos

 

… Y un poco de publicidad. La librería está en Crrt. de Medina, 5

 


DE SAN BERNARDO A VALBUENA DE DUERO

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El sendero GR 14, es decir la Senda del Duero,  acompaña al río a lo largo de su recorrido por la Meseta Castellana. Desde el Urbión hasta entrar en Portugal su longitud suma 755 kilómetros. De estos, 150 discurren por Valladolid: entra por Peñafiel y sale por Villafranca del Duero.

Nos hallamos ante una de las opciones más interesantes para pasear por Valladolid: por naturaleza e historia. Y la mejor muestra es recorrer alguno de sus tramos. En esta ocasión vamos a disfrutar del Duero entre el monasterio de San Bernardo y Valbuena de Duero: apenas 10 kilómetros si lo hacemos por el mismo sitio ida y vuelta. Pero haremos alguna variación para contemplar paisajes diferentes: iremos por el río y volveremos por los caminos que unen Valbuena y San Bernardo. Total,  unos 7 kilómetros.

Mas no ha dejarse de apuntar una absurda paradoja: el sendero lo trazó y aprobó la Federación Castellano Leonesa de Montaña hace ya unos cuantos años, que es el organismo autorizado para  aprobar senderos. Pues bien, la Confederación Hidrográfica del Duero ha señalizado un trazado que  muy poco tiene que ver con el de la Federación. Si uno va siguiendo más bien poblaciones, el de la Confederación discurre totalmente pegado al cauce del río. Es el caso que está prevaleciendo este último.  Esto ha ocasionado daños colaterales, pues, incomprensiblemente, el Instituto Geográfico Nacional ha dibujado en los planos oficiales de España, el GR de la Federación sustituyendo muchos nombres de caminos tradicionales, como  la Senda de los Aragoneses, y  otros caminos locales cuyos nombres deberían haber sido respetados.

Total, que los planos marcan una GR 14 que “no existe”,  además de borrar historia y topónimos tradicionales, pues la que está amojonada y promovida es la de la Confederación Hidrográfica del Duero, junto al río.

Con estos antecedentes comencemos nuestro paseo. Y lo haremos partiendo desde la parte de atrás del monasterio de San Bernado. De este, el historiador Jorge Ferrer Vidal dijo que acaso fuera la joya del arte cisterciense.

Tenemos por delante poco más de cuatro kilómetros hasta Valbuena.

 

El monasterio se comenzó a levantar en el siglo XII gracias a  una fundación que realizó Doña Estefanía de Armengol, condesa de Urgel y nieta del Conde Ansúrez. El conjunto monacal tiene una zona visitable (claustro y capilla), un establecimiento hostelero de alto nivel, y acoge la Fundación de las Edades del Hombre. Las casas de colonización que hay en San Bernardo son una pedanía de Valbuena y se construyeron en los años 50 del siglo XX para acoger población rural que fue expulsada de sus municipios para construir el embalse de Entrepeñas, en Guadalajara.

 

Antes de llegar al río y tomar el GR 14 hacia la derecha, vayamos con atención, pues  a nuestra izquierda veremos un singular manantial: la fuente anguilera. Su nombre no puede obedecer sino a que los monjes criaban en ella y el caz por el que viene el agua, anguilas, un pescado de agua salada que, sin embargo, en su juventud remonta los ríos y en ellos pasa largos años de su existencia hasta que vuelven al mar para reproducirse.

 

A lo largo del recorrido veremos rastros de las construcciones monacales, entre las que destacan restos de  muralla y un  molino.

 

El venerado Duero siempre nos acompaña. La senda, en general, discurre por zonas sombrías, por lo que en días calurosos no sentiremos demasiado el rigor del sol.

 

El Duero está incluido en la Red Natura 2000,  con el nombre de Lugar de Importancia Comunitaria (LIC Riberas del río Duero y Afluentes) por sus especiales  valores naturales que incluyen flora y fauna. En la imagen una ardilla tratando de pasar desapercibida en la copa de un chopo.

 

Hacia el final,  la senda toma altura y nos descubre el paisaje de su otra margen, la izquierda. Si estamos atentos veremos los terrenos de Valdemonjas, en el término de Quintanilla de Arriba. Se trata de una bodega cuyo edificio principal ha recibo el reconocimiento internacional más prestigiado en arquitectura: el Architizer (más o menos como los Oscar de la arquitectura).

 

Llegados a Valbuena, continuamos la senda hasta llegar a los restos de un molino harinero. Este paraje, junto a una aceña, es muy agradable y bien merece la pena que nos demoremos un rato en él antes de emprender el camino de vuelta. Como curiosidad diremos que los molinos y aceñas que había en esta parte del Duero pertenecieron al monasterio de Santa María de Palazuelos, sito en las proximidades de Cabezón de Pisuerga.

 

Podemos volver por donde hemos venido, pero propongo que subamos hasta Valbuena y que, atravesado su casco urbano, salgamos por un camino junto al depósito de agua que nos conduce hacia el cementerio: en poco más de 25 minutos ya estamos de vuelta a San Bernardo, contemplando paisajes diferentes a los  hasta ahora hemos tenido. Veremos el arco de la vieja muralla que se mantiene entre el edifico de la Casa Consistorial y la iglesia de Santa María la Mayor del Castillo, de los siglos XVI-XVII.


LAS TRES PUERTAS DE MEDINA DE RIOSECO

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Medina de Rioseco es un impresionante municipio: por historia y monumentalidad. Sus cuatro iglesias principales tienen un imponente porte catedralicio. Y el patrimonio civil que encierra no será fácil verlo en otros lugares.

Es una muestra de la riqueza y pujanza económica que vivió Rioseco, como en general toda Tierra de Campos, cuando el trigo de esta comarca era una auténtica mina de oro. A Medina de Rioseco se le llegó a conocer como la “India chica” -o “la ciudad de los mil millonarios”-, equiparándola de esa manera a las ricas tierras de ultramar. Triste es ver, hoy, como buena parte de esta comarca está sometida a un declive y despoblamiento tremendos.

Hay muchas opciones de recorridos por Rioseco, entre los que el entorno de la dársena del Canal de Castilla no es la menor… o los jardines y plazas: …. o sus fuentes;  y  anotadas quedan sus iglesias, sin olvidar el Museo de San Francisco, el de Semana Santa o la Harinera San Antonio; y, en general, el callejero de la ciudad, con un agradable sabor a antiguo y señorial (en razón de sus casonas).

Hablar de Rioseco es hablar de palabras mayores tanto en patrimonio (como ya se ha dicho) como en historia. Y para ello solo un par de detalles.

En Rioseco se refugiaron, recién casados,  Isabel y Fernando. El casamiento no contaba con el beneplácito de Enrique IV  hermanastro de Isabel.  Es el caso que para protegerse de las iras del rey, los jóvenes esposos contaron con el respaldo del poderoso Fadrique  Enríquez, Almirante de Castilla (que a la sazón era señor de Rioseco,  abuelo de Fernando y tío lejano de Isabel), por tanto  personaje por cuyas venas corría sangre real, y en caso de conflicto podría ser enemigo temible del propio rey.

Pero es que en Rioseco, lustros más tarde (1520), también se refugió el cardenal Adriano, regente del reino en ausencia del Emperador Carlos V, huyendo de las tropas comuneras.

Entre las muchas opciones que hay de disfrutar de Rioseco, propongo buscar las tres puertas que aún se mantienen de las siete que llegó a tener en su momento. Esto nos va a permitir pasear por las calles del municipio y contemplar diversos edificios  y ambientes.

Comenzaremos en el puente sobre el Sequillo, que da entrada a Rioseco si llegamos desde Valladolid, no sin antes advertir que no daremos cuenta de todos y cada uno de los lugares, edificios, monumentos y ambientes que nos vamos a encontrar en el camino, pues su relación obligaría a un extensísimo reportaje… no obstante, volveremos a la Ciudad de los Almirantes en más ocasiones.

 

Nada más cruzar el puente hay un edificio de ladrillo  (P: en el plano que acompaña este reportaje) que da la bienvenida y es la sede de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago. Pues bien, este modesto edificio era en otro tiempo como otra puerta (virtual) pues en él estaba alojado el “portazgo”, es decir, el lugar donde se recaudaban los impuestos por los productos que se introducían en la localidad para venderlos en tiendas y mercados. Estos portazgos también se conocían como fielatos… vaya, lo que hoy llamaríamos peaje.

 

Camino de la plaza Mayor, ya adentrados en la ciudad, veremos a un lado el Parque Duque de Osuna: situado a los pies del desaparecido  castillo,  se hizo en 1858 y ha sido el lugar tradicional de paseo de los riosecanos. Cuentan que antaño la gente pudiente frecuentaba uno de los paseos, y el pueblo llano y la servidumbre, el otro. Las columnas y pilastras son restos del antiguo palacio de los Almirantes (o castillo).

 

Y el antiguo Convento de San Francisco (s. XVI- XVIII), que hoy alberga un interesantísimo museo que, si tenemos tiempo, no hay que perderse por  la historia, cultura y escultura que ofrece.

 

Precisamente frente al Convento, bordeando el parque, sale la calle del Almirante que, cuesta arriba,  lleva hasta la puerta de Zamora. Construida en el XVI, también se conoce como Arco de las Nieves, por haber en ella una capilla dedicada a la Virgen de las Nieves (¿será porque en sus inmediaciones había uno de  los pozos de nieve que tuvo Rioseco?). El alzado es muy original pues tiene que dar acceso a varias calles. Podemos subir hasta los jardines del Castillo y ver una panorámica de la ciudad. Pero necesariamente hemos de volver por el mismo sitio a buscar la plaza Mayor.

 

Plaza Mayor y casa Consistorial (1 en el plano), reconstruida en el último tercio del s. XX, sus soportales pertenecieron al claustro del convento de San Francisco. Medina de Rioseco  es una de las tres poblaciones de la provincia que ostenta el  título de ciudad: Valladolid y Nava del Rey son las otras dos.

 

Una calle lateral del Ayuntamiento (Ronda de Santa Ana), con traza amurallada, lleva directamente hasta nuestra segunda puerta: la del Arco del Ajujar (13). Comenzada a construir en el siglo XIII (como la muralla), en sus bajos hay un pequeño museo Municipal. Junto a la puerta se podrán observar restos de la antigua fortificación.

 

Bordeando la población, encinchada por el cauce del Sequillo, alcanzaremos la puerta de San Sebastián (14). Esta es una puerta señorial que no pertenece a la muralla original. Se construyó en el siglo XVI –sustituyendo una anterior-, y fue costeada por el municipio (es decir, por el pueblo): en su frontispicio figura la inscripción “populus faciebat”. Se trata de una puerta monumental, llamativa por sus dos arcos y característica del Renacimiento. En su cara exterior están labrados los escudos de la ciudad, y en su interior alberga una capilla donde se venera la imagen del Cristo de las Puertas.

 

Fuente y alberca de San Sebastián, en la carretera de Villalón, algunos artículos la fechan en el siglo XVI y sería, por tanto, la más antigua de todas las fuentes de la ciudad, erigidas en el siglo XIX.

 

Desde la puerta de San Sebastián, sugiero acercarse hasta el Canal de Castilla (llamado Ramal de Campos) cuya dársena, terminada de construir hacia 1850, se convirtió en el epicentro de una gran actividad industrial y agrícola. Tanto por la zona ajardinada que la rodea como por las vistas que ofrece (la gran lámina de agua crea una luminosidad especial), bien merece la pena recrearse un rato en su entorno. La Fábrica de Harinas San Antonio conserva toda su maquinaria del siglo XIX, y tiene horarios de visita al público.

 

 Nuestra vuelta al punto de inicio es el mejor pretexto para atravesar el corazón de Rioseco recorriendo la calle Rúa (como así se conoce en la localidad), pero que, en realidad son dos calles: Lázaro Alonso y Román Martín. Calle a cuyos lados se ubican buena parte de los edificios más monumentales del municipio. La Rúa, singular por sus soportales, está considerada como uno de los conjuntos más interesantes de la arquitectura popular de la provincia.

 

Ya hemos dejado atrás la Plaza Mayor y nos dirigimos al puente donde comenzamos nuestro paseo… y nos despedimos de Medina de Rioseco fijándonos en un interesante edificio que está a nuestra izquierda: una posada del siglo XVI en la que se alojó el poeta León Felipe (1884-1968) en sus estancias en la localidad. Por cierto, al albaceas de León Felipe, que fue un tal Alejando Campos Ramírez, más conocido por el seudónimo de Finisterre (escritor también aunque de escasa fortuna), se le atribuye ser el inventor del futbolín.

 

Plano de Medina de Rioseco.


VALLADOLID 1866, LA CIUDAD QUE SORPRENDIÓ A ZORRILLA

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Después de más de treinta años de ausencia, Zorrilla recaló en Valladolid. No conozco con precisión si eso fue en 1866 o 1867, pero para el caso es lo mismo. Veamos: José Maximino Zorrilla y Moral nació, como sobradamente se conoce, en Valladolid en 1817. Con nueve años su familia se traslada a Sevilla y Madrid. El joven José Zorrilla vuelve a Valladolid en 1835, donde  mal estudió Derecho algún  año. Y a partir de ahí comienza un largo periodo de su vida propio de una novela. Es el caso que después de casi doce años de residencia en Méjico, en 1866  regresa a España e inicia un viaje por varias ciudades, recalando en Valladolid, donde permanecerá algún tiempo.

Es decir, pasó unos  31 años fuera de su ciudad natal.

En 1867, durante la estancia del poeta en España, fusilan a su protector en  Méjico, el emperador Maximiliano, dejándole huérfano de amparo  y sobrecogido por aquella noticia. Producto de su periplo por España y de su aflicción por la muerte de Maximiliano, Zorrilla escribe un alegato  –El drama del alma– en favor del emperador asesinado que incluye diversas consideraciones sobre ciudades y tierras de España,  y el  reencuentro con su Valladolid natal.

En 1866 estamos en una ciudad que aunque mostraba ciertos signos de crisis, sin embargo había conocido unos cambios extraordinarios que el propio poeta refleja en sus versos: junto a los recuerdos de su infancia, se encuentra con una ciudad de febril actividad económica que ni se podía imaginar. Estaba ante el Valladolid moderno cuyas huellas aún son perfectamente identificables.

Sin duda, el recuerdo que Zorrilla guardaba del Valladolid de su niñez era el de una ciudad “poco más que un pueblo grande, un lozadal en invierno y un lugar polvoriento en verano, en el que viejas iglesias, conventos y palacios, a los que costaba mantenerse en pie, formaban la postal turística de la población”, tal como relata José Miguel Ortega del Río en su libro El siglo en que cambió la ciudad. Y cuando nuestro poeta, treinta años más tarde, se encuentra con una ciudad que había más que duplicado su población en treinta años: la dejó con menos de 20.000 habitantes y se la encontró con  unos  50.000.

No es de extrañar, por tanto, el asombro del vate:

Esta es Valladolid… ¡al fin la veo! / ¡Con qué placer…, como la luz primera / cuando en ella nací! ¡Dios mío!, creo / que vuelvo hoy a nacer. Espera, espera / cariñosa amistad!, solo un paseo /Por la plaza, una vuelta por la Acera, / déjame este aire respirar: deseo / beber las dulces aguas de esta fuente / de mis recuerdos y bañar mi alma / en el remanso tibio y trasparente / que hace, con ellas resbalando en calma, / del tranquilo Pisuerga la corriente. / Déjame… quiero hablar con estas piedras, / y abrazar estos árboles, y ansioso / besar estas paredes de que yedras / son mis dulces memorias, y reposo / tomar en estos bancos en que un día, / mal estudiante, a divagar venía.

(…)

Aquellas son las torres bizantinas / del buen don Per-Anzules… en  mi oído / no olvidando jamás, vibrando ha ido /  el son de sus campanas argentinas.

 ¡Qué esta es Valladolid! Fábricas nuevas / banco, teatros, fuentes, adoquines / canal, ferrocarril….; ¿y mis Esguevas? /  ¿y mis prados de ayer?…  plazas…  jardines, / ¡pero, oh noble amistad! ¿dónde me llevas? / Yo recuerdo estos curvos callejones: / conozco esos antiguos caserones… / Esta es la calle de terreno escasa / donde mis muertos padres han vivido: / y esa… ¡que existe aún! … esa es la casa / donde a mi vida inútil he nacido.

Lógico era que el poeta se sintiera incluso aturdido ante lo que estaba viendo según paseara por las calles de su ciudad natal. En poco más de 30 años el Valladolid de los 60 mostraba los enormes cambios y mejoras en todos los sentidos, incluido la creación del Banco de Valladolid (1857). Las primeras obras para soterrar los ramales de la Esgueva comenzaron en 1848. Y en el año 1854 se instalaron farolas de gas  para el alumbrado.

Más, que mejor manera de ver ese Valladolid de 1866 que dándonos un paseo por algunos de los lugares que cita Zorrilla (y algunos otros). Para ello, hasta donde se pueda, nos serviremos de fotografías y grabados de la época.

 

Plano de la ciudad en 1866. Archivo Municipal de Valladolid (AMVA).

 

La torre de la Antigua, que junto con la de la Colegiata  (¿o la de San Martín?), eran las “torres bizantinas del buen don Per-Anzules” que tanto apreciaba Zorrilla. (AMVA)

 

Las calles Torrecilla, Prado, Empecinado, etc. (en definitiva, el entorno de la casa donde nació Zorrilla) tenían casonas o palacios que la piqueta destructora de los años 60 del siglo pasado se encargó de destruir. No obstante quedan algunas fachadas y patios que permiten apreciar esos “antiguos  caserones” que Zorrilla cita como lugares de sus correrías infantiles. Por ejemplo el portón  del número 9 de la calle Empecinado: casa del licenciado Juan de Zarandona, con su patio renacentista. (Foto J. Anta)

 

Zorrilla se marchó de Valladolid conociendo un solo puente, y cuando vuelve se encuentra con el llamado puente Colgante, de Hierro o del Prado, una demostración de modernidad y del imperio del hierro en la construcción moderna. Su construcción comenzó a gestarse en 1851   y se inauguró en 1865. (Foto de Jean Laurent -AMVA-)

 

El Arco de ladrillo  se había construido en 1856, con casi 150.000 ladrillos macizos. Se levantó incluso antes de que comenzaran las obras del ferrocarril (se puede considerar, por tanto, la primera obra ferroviaria de Valladolid). Cuando en julio de 1858  la Reina Isabel II visitó la ciudad y los terrenos de la futura estación de ferrocarril, ya estaba construido el Arco de Ladrillo (que por entonces se conocía como Arco de la Estación) pero las vías aún no pasaban por debajo de él. Y, a mayor abundamiento hemos de indicar que la primera estación ferroviaria se construyó junto al Arco. En 1860  había llegado la primera locomotora a Valladolid, y en 1864 ya estaba concluida por completo la línea ferroviaria Madrid-Irún… (La foto está tomada del blog Domus Pucelae).

 

… Y el canal (de Castilla) que cita Zorrilla en sus versos. Su dársena era lo que ahora llamaríamos un polígono industrial. Se había terminado de construir en 1835 y se había constituido en el principal foco industrial de la ciudad: industrias harineras, talleres, un tejar, almacenes de grano, empresas siderometalúrgicas, empresas de hilados y tejidos… Muchos de sus edificios estaban construidos con cierto gusto: frisos, columnas y esculturas mitológicas… ventanas ojivales como una iglesia. En 1856 había sido pasto de las llamas durante los motines del pan. La empresa Fundiciones  del Canal realizó, entre otras cosas, la estatua de Cervantes de la plaza de la Universidad, y la fábrica de harinas la Perla se ha mantenido activa hasta el año 2006. (Las imágenes corresponden a un grabado del Semanario Pintoresco Español y una foto del AMVA).

 

Las aceñas del puente Mayor aún eran perfectamente reconocibles. (Foto de Jean Laurent -AMVA-).

 

La Casa Consistorial que se levantó durante la reconstrucción del centro de Valladolid tras el pavoroso incendio de 1561 todavía estaba en pie, pero se encontraba en muy mal estado, y tras varios años sin tomar decisiones acabaría derribándose en 1879, siendo Miguel Íscar alcalde de la ciudad. (Foto de Jean Laurent -AMVA-)…

 

… Y la Plaza Mayor en un día de mercado.  En la Acera de San Francisco  se había abierto el moderno café del Norte en 1861, local donde con el paso de los años se formó  una especie de club de admiradores de Zorrilla: hacían una tertulia y a alguna de ellas acudió el poeta en su postrera y última estancia en Valladolid.  El rincón de la imagen se corresponde con el actual Banco de Santander que, como se ve, el edificio se comió una calle -que ahora se llama callejón de San Francisco-.(Foto de B. Maeso -AMVA-)

 

Los teatros Lope de Vega y Calderón de la Barca, que le sorprendieron,  se habían inaugurado en diciembre de  1861 y en septiembre de 1864 respectivamente. El Corral de Comedias (que estaba en la actual plaza Martí y Monsó) que Zorrilla recordaba de su temprana juventud hacía tiempo que estaba cerrado y amenazaba ruina. Por eso la ciudad recibió con alegría la construcción de sendos nuevos teatros. En la inauguración del Lope de Vega se representó “El premio del buen hablar” (Lope de Vega); y el Calderón, con la obra “El alcalde de Zalamea”.  Precisamente en el Calderón se tributó un homenaje al poeta durante su estancia en la ciudad. (AMVA)

 

La casa que habitó Cervantes junto a la Esgueva suscitaba dudas, así que  tras diversas investigaciones sobre cual podía ser la verdadera, en 1866 se decidió colocar una placa en la fachada que ahora conocemos, declarándola Casa de Cervantes. (AMVA)

 

 La Fuente Dorada, que el poeta recordaba, cuando recaló en Valladolid estaba adornada con una escultura del dios Apolo. (Foto de Gaudín -colección  C. Sánchez-)

 

Y la Catedral, sin ninguna de sus dos torres: la única que tenía se había derrumbado en 1841 y hasta 1880 no comenzaría a con construirse la actual. (AMVA)


Antigua Academia de Caballería, de forma ochavada. (Grabado de Emilio Prieto -AMVA-)

 

 

 



PASEO POR MINGUELA: UN VIEJO PUEBLO ABANDONADO

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Son muchos los pueblos que a lo largo de la historia se han ido abandonando en el  territorio vallisoletano, especialmente durante la Edad Media. Forzados por las guerras fronterizas, hambrunas, epidemias o los caprichos de los señores feudales, comunidades enteras, a un tiempo o poco a poco, fueron abandonando sus casas para buscar lugares más amables que habitar. De todos estos despoblados medievales acaso el más famoso sea el de Fuenteungrillo (en el término de Villalba de los Alcores).

No obstante, el despoblamiento es un fenómeno que  ha seguido produciéndose a lo largo de la Edad Moderna y Contemporánea: baste recordar Villacreces y Honquilana, que se abandonaron en los  años 80 del siglo pasado.

Pero en esta ocasión vamos a fijarnos en un mítico pueblo abandonado: Minguela. Sus derruidas paredes están  en la cabecera del arroyo Valcorba y se apunta la fecha de 1638 como el año en el que el abandono ya fue definitivo. Sus habitantes se repartieron principalmente por los vecinos Bahabón y Campaspero.

Daremos un paseo de unos cinco kilómetros entre ida y vuelta. Para ello partiremos desde Bahabón. El itinerario no tiene pérdida alguna.

 

Plaza Mayor de Bahabón, un pueblo en la raya de Segovia, en el que predominan las construcciones en piedra, característico de la comarca: Torrescárcela, Cogeces del Monte, Campaspero, Viloria, etc.

 

Tomaremos la carretera que conduce hacia Campaspero. Pasamos por delante de un solitario crucero, y antes de llegar al puente sobre el Valcorba se abre un camino a nuestra derecha.

 

No queda más que seguirlo hasta que a la izquierda una caseta de pozo nos advierte de que tenemos que ir en aquella dirección cruzando el arroyo por un improvisado puente de madera.

 

Y al fondo ya nos anuncia su presencia lo que se conoce como “el Torreón” que no es sino lo que queda de la iglesia de San Cristobal.

 

Potente muro que encincha los restos de “el Torreón”.

 

Pasado el Torreón, llegamos a un marcado camino: hemos de tomar la derecha y, antes de adentrarnos en la espesura de la chopera, fijémonos en un puentecillo de piedra que forma parte de un viejo camino empedrado…

 

… Y, ahora, es momento de internarnos en la chopera: un murete de piedra bordeará el camino al principio. El sendero, por muy cubierto de vegetación que esté, no se pierde nunca. El frondoso arbolado que ha medrado a orillas del Valcorba, las covachas de la pared, los muros… confieren a todo el conjunto un aspecto singular, tan agradable como solitario… y un tanto inquietante: la sensación de que aún resuenan las voces de sus antiguos habitantes…  

Nos recibe el  escarpado borde del páramo que ampara el nacimiento del Valcorba y protegía las casas de Minguela.

 

Paredón que se conoce como el Hospital. El pueblo ocupaba un lugar estratégico en el camino entre Cuéllar y Peñafiel, dos plazas muy fuertes y poderosas  en su época, y también con numerosas rivalidades, razón por la cual Minguela se vio envuelta en muchas disputas entre los señores de Peñafiel y Cuéllar. Bien es verdad que aquella posición también fue causa de una creciente importancia, que hizo que incluso llegara a ser más importante que Campaspero. Se relata la pernocta en el poblado de algunos monarcas. Además de la iglesia, disponía de hospital, panera y ermita.

 

Aunque abandonado, siguió conservando parte de sus casas, que los antiguos habitantes ocupaban ocasionalmente en razón de las tareas agrícolas y ganaderas.  Esto ha hecho que aún se mantengan en pie algunos muros. De Minguela ya hay noticias en el siglo XI. Se apunta que la causa del rápido abandono de Minguela fue una insoportable carga de impuestos… Y si dejamos que las causas nos las explique la leyenda se nos hablará de una serpiente que se escondió que, agazapada en una cueva,  durante una noche envenenó la leche que al día siguiente iban a beber sus habitantes, produciendo una gran mortandad sobre todo entre la población infantil.

 

Minguela tuvo dos barrios y parece que la fuente que nos encontraremos en lo más profundo de la espesura arbórea estaba, más o menos, en el centro del poblado. Esta fuente acaso sea de las más antiguas que se conservan en Valladolid. Hasta la fuente de Minguela han estado viniendo  a lavar la ropa, aún en pleno siglo XX, mujeres de Campaspero, que dista cuatro kilómetros. Aquella costumbre ha forjado leyendas y numerosas historias que relatan quienes todavía viven. A estas mujeres se las conocía como “mingueleras”.

La Revista de Arqueología  publicó en 2007 (nº 314) que una de sus cuevas se habían hallado cuatro pinturas rupestres esquemáticas  de pequeñas dimensiones (siete centímetros) que podrían corresponder a la Edad del Bronce (digamos que unos 2.000 años a.d. C.)… más no parece que sea un hallazgo debidamente contrastado y confirmado ¿una broma de unos mozalbetes que se entretuvieron en inventar un pasado prehistórico al lugar pintando en las paredes de las cuevas que presiden el lugar? Dejémoslo aquí. En cualquier caso, seguro que estas oquedades (amplias en algún caso) sirvieron para refugiarse de las inclemencias del tiempo y pernoctar a aquellos primeros colonos que llegaron al valle en lo que se iban levantado las casas que habrían de habitar.

 

La vuelta a Bahabón nos depara algunas vistas de este viejo municipio, cuya iglesia ofrece en uno de sus muros el típico frontón o trinquete tan típico de los pueblos vallisoletanos. En otro tiempo lugar que congregaba a todo el pueblo los días festivos para disfrutar de los juegos de pelota a mano.

 NOTA: Si algún lector o lectora quiere profundizar en la historia de Minguela, hay un libro escrito por José María de Viloria García titulado “Minguela: un pueblo muerto en su juventud”.


PRESENTACIÓN DEL LIBRO SOBRE LOS POZOS DE NIEVE

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En la Mota de Medina del Campo se conserva la estructura exterior y el desaguadero de un gran pozo de nieve. El lugar se conoce como Mirador de la Reina. A buen seguro que habría otros pozos de nieve habida cuenta de la importancia que tuvo la villa medinense. Además, el Archivo Histórico de la localidad conserva un buen puñado de legajos que da cuenta de la actividad de empozado y venta del hielo.

 


CANAL DE CASTILLA: UNA QUIMERA DE LA ILUSTRACIÓN

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De la dársena del barrio de la Victoria hasta la esclusa 42 (a la altura del antiguo poblado de Tafisa), el recorrido por las orillas del canal de Castilla es un paseo excepcional en la Meseta Castellana.

El Canal de Castilla es una de las obras más relevantes de la ingeniería española de la época Moderna. Las obras adquirieron el máximo rango posible, al declararse como Reales Obras del Canal de Castilla. Se trataba del intento de una España moderna que seguía la estela de los países europeos y que perseguía el progreso material del país.

Hasta llegar al proyecto definitivo del actual canal no se puede olvidar que ya en los siglos XVI y XVII la Corona andaba soñando con la construcción de un canal (por cierto, no solo en el de Castilla, sino en otros varios, incluido el de Aragón). Sabemos que Carlos I de España, hacia 1550 ya planteaba tras la posibilidad de unir por vía acuática la Meseta con el Cantábrico.  Y Felipe II también acarició esta posibilidad, para lo que encargó el levantamiento topográfico del territorio español.

Pero no fue hasta 1751 para que, bajo el impulso del Marqués de la Ensenada, Fernando VI ordenara la constitución de una comisión de estudio sobre las posibilidades de construir algunos canales de navegación.

Nació el canal con la quimérica pretensión de atravesar la Cordillera Cantábrica y unir el corazón de la meseta con el mar. No se consiguió finalizar aquella empresa de titanes que comenzó en 1753, y los trigos terracampinos sólo llegaron, en barca, hasta Alar del Rey. Desde allí, el ferrocarril transportaba el cereal hasta los puertos santanderinos.

Su construcción adquirió notable proporción administrativa, hasta el punto de convertirse en un ente de magnas proporciones. El canal generó un complejo entramado compuesto por los más diversos cargos políticos y burocráticos, amén de numerosos oficios.

También necesitó proveerse de hospitales en diversos puntos del trazado según avanzaban las obras: Sahagún el Viejo, Dueñas, Cigales, Medina de Rioseco y el monasterio de Matallana -que luego pasaría a ser cantera para las obras del Canal-, por ejemplo. Además hubo que habilitar presidios para acoger a los penados que desde distintas cárceles de España se enviaban a trabajar en las obras del Canal, con toda la intendencia que ello suponía.

Un curioso detalle: los esfuerzos que por temporadas exigían las obras del canal llevaron en varios ocasiones a pedir licencia al obispado de Palencia para que permitiera trabajar en días festivos, con la condición de hacerlo después de haber oído misa y anunciándolo al pueblo durante la misa para evitar malos entendidos.

Para hacernos idea de la magnitud de la obra diremos que en 1786 se anota la presencia de 2.000 soldados y otros tantos campesinos trabajando en las obras.

Pero ¿qué es el Canal de Castilla?

Una arteria de agua de 207 km. que atraviesa 38 términos municipales de Valladolid, Palencia y Burgos, y que tiene sus dársenas en Medina de Rioseco, Alar del Rey y Valladolid.

Los primeros barcos comenzaron a navegar en 1792, y tras algunos lustros de gran actividad (hasta 365 barcas llegaron a estar al servicio del Canal), en 1954, después de una larga y agónica decadencia, navegó la última embarcación. Ahora el Canal sirve para proveer de agua potable a las poblaciones que se encuentran en su recorrido, y para regar las tierras de labranza.

Para las funciones de regadío fue necesario someter al canal a unas costosas obras: subir el fondo, estrechar la sección, reducir la altura de los saltos de algunas esclusas y suprimir compuertas; todo  para conseguir el objetivo de aumentar la velocidad del agua, pues esta debería correr más rápido si se quería que el Canal funcionara para regadío. Como curiosidad cabe indicar que el Canal, pese a lo que se cita en muchas ocasiones, jamás ha perdido, oficialmente, la condición de navegable. Ningún decreto, orden o circular ha advertido de que el Canal de Castilla dejara de ser navegable.

Vamos a dar un paseo de apenas un par de horas entre ida y vuelta. Un recorrido que tiene en su mayor parte carácter muy urbano, pues discurre en paralelo a los barrios de la Victoria, Parva la Ría y antiguo poblado de Tafisa, lo que aumenta el disfrute de puntos de vista y parajes muy variopintos.

 

En el barrio de la Victoria, de Valladolid, está la dársena donde termina el ramal del sur, cuya obra concluyó en 1835. Hasta 1849 no estuvo en uso la dársena de Medina de Rioseco – el ramal de Campos-, y entonces ya esta insólita arteria de agua quedó practicable para la navegación. En total, 207 kilómetros que pasan por 38 términos municipales de Palencia y Valladolid principalmente (además de Burgos).

 

Andar por las orillas del canal es recorrer uno de los patrimonios históricos industriales más importantes de España.

 

En la orilla izquierda, donde están las naves de mantenimiento, estaba el puerto seco: lugar donde se reparaban las barcas. Ahora está tapado, pero se conserva la estructura y piedras que parece que la Confederación Hidrográfica del Duero quiere rescatar.

 

En la nave principal (-calle Canal- frente al Archivo de la Confederación), se señalizan los senderos GR 39 y GR 89, que son senderos de largo recorrido que discurren por Montes Torozos y Canal de Castilla, respectivamente.

 

El Canal fue declarado Conjunto Histórico Artístico el 14 de agosto de 1991. En la imagen, uno de los miliarios que marcan los kilómetros. Hasta donde sé, solo se conservan dos de estos hitos.

 

Los caminos de sirga del Canal son un marco ideal para el paseo, la bici o la carrera.

 

El canal es un auténtico corredor biológico que facilita la dispersión de los organismos que lo habitan. Sus ecosistemas ribereños configuran una franja de hábitat ideal para especies animales y forestales. Una densa arboleda jalona los caminos, cuyo itinerario desde la dársena debe comenzarse por la orilla derecha y cruzar hacia la orilla izquierda en el primer puente que se vea. La grafiosis de la década de los ochenta del siglo XX también hizo estragos en los olmos que crecían en las orillas del canal. Ahora, algunos ejemplares se recuperan entre la alameda. En el tramo más urbano, numerosos patos y pollas de agua acompañaran el camino al que asoman varios barrios de la ciudad: la Victoria, la Maruquesa, Fuente el Sol, la Parva de la Ría y, ya casi al final, las ya despobladas casas de la antigua Tafisa.

 

Esclusa 42 -la última del canal-, cuyo edificio sirvió antes de almacén y fielato, y ahora es un  centro de control del canal. Esta esclusa, además, parece que es la única cuyas puertas siguen funcionando.

La viejas casas del poblado de Tafisa, a la altura de la esclusa 42: melancolía a raudales.

 

Paralelo al primer tramo de la dársena discurre la calle Canal, en la que hay tanto naves como viviendas que se facilitaron a los trabajadores de la empresa. En la imagen, pequeños corrales que cuidan los habitantes de la calle.

 

… Y, a continuación, unas cuantas fotos en blanco y negro. La dársena llegó a ser en el siglo XIX el principal centro de actividad económica de Valladolid: fundiciones, cerámicas, tejidos, industrias harineras y diversos talleres,  constituían lo que hoy llamaríamos un auténtico polígono industrial. La primera imagen es de 1888 y el resto ya del siglo XX.  Las fotos son del Archivo Municipal de Valladolid y de la Confederación Hidrográfica del Duero.

 




PASEO ENTRE ÁRBOLES: DÍA MUNDIAL DEL ÁRBOL

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Las viejas huertas de los conventos, las riberas de ríos y canales, y los parques, aportan a Valladolid  un valioso patrimonio natural formado por los árboles. Pero estos testigos vivos y en continua evolución, también se prodigan por calles y plazuelas.

En las  últimas décadas Valladolid ha incrementado de forma exponencial sus parques y zonas ajardinadas, creando una mancha ecológica que supera incluso las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a los metros cuadrados de zona verde que debe disponer cada habitante. La estadística dice que en Valladolid hay casi 20 metros cuadrados por persona (la OMS recomienda 15). Eso referido solo a jardines digamos urbanos. Si incluyéramos el Pinar de Antequera, la Fuente El Sol y las riberas de ríos y canales, tendríamos que decir que cada vallisoletano dispone de 90 metros cuadrados de zona verde y arbolada.

Cabe anotar que buena parte de esos jardines urbanos se han tenido que hacer en zonas periféricas de los barrios: Canterac, La Salud, Ribera de Castilla… pues la brutal especulación urbanística de los años 60 y 70 ocupó prácticamente todo el suelo urbanizable de los barrios de Delicias, Pajarillos y Rondilla (entre otros), haciendo imposible crear buenas zonas verdes entre el callejero de esos barrios.

Pues bien, contado esto, y tomando como disculpa que el día 28 de junio se celebra el Día Mundial del Árbol, vamos a dar un paseo buscando algunos de los árboles y jardines más interesantes de Valladolid ciudad, no sin advertir que esta propuesta no agota en absoluto todas las posibilidades de disfrutar de nuestros árboles y jardines.

 

Plátanos de la plaza Circular. Son sin duda los más imponentes de Valladolid. Esta plaza se construyó una vez que se soterró la Esgueva que pasaba por aquí buscando la actual calle de Nicolás Salmerón. En la plaza había un puente que aún se conserva en el subsuelo.

 

El Campo Grande es sin duda es el gran jardín botánico de la ciudad. Pero no vamos a detenernos especialmente en él, sino que vamos a buscar un par de ginkos  que hay en la zona de juegos infantiles presidida por un gran barco de madera, junto al Paseo de Zorrilla. No será fácil verlos y para ello hay que fijarse en las ramas altas que despuntan de entre el resto de árboles. El ginko, llamado también árbol de los abanicos por la forma de sus hojas, se considera acaso el árbol más antiguo de la humanidad que se conserva. A esta conclusión se ha llegado por encontrarse sus hojas junto a antiguos fósiles.

 

El árbol del amor, o de judas (que tan contradictorios nombre tiene), ofrece una espléndida floración en primavera. El nombre de judas viene dado por que se dice que en un ejemplar de ellos se ahorcó Judas, desesperado por su traición a Jesús en el huerto de los olivos. Este ejemplar está en la calle Núñez de Arce –en el jardincillo de la Fundación Segundo y Santiago Montes-.

 
Cipreses de la plaza de la Universidad. Se plantaron para simular las columnas de la antigua colegiata que aún ofrece buena parte de su torre y algunos muros. El ciprés es un árbol cargado de simbolismo asociado a la unión de la tierra y el cielo, y a la vida. Los romanos los plantaban en los caminos y delante de las casas que ofrecían alojamiento a los viajeros. Realidad o leyenda, se dice que con la madera de ciprés se construyó el arca de Noé y parte del templo de Salomón.

 

Curiosísimo ejemplar de higuera que medra en las paredes de piedra del pozo que preside el patio del palacio de Fabio Nelly, actual sede del Museo de Valladolid.

 

Pasaje del Voluntariado, tras la iglesia de San Benito. Un gran tejo preside el espacio, en el que también se pueden ver tilos y algún saúco. El tejo es el árbol sagrado de los celtas debido a su longevidad. De hecho, los cementerios se construían junto a algún ejemplar de este árbol hasta que en la cristiandad fue sustituido por el ciprés. Otro tejo hay en la plaza del Viejo Coso. En la segunda imagen hay un ejemplar de saúco y se puede ver la estructura del antiguo frontón de la calle Expósitos: un lugar mítico de Valladolid cerrado al público desde hace muchos años.

 

En la plaza de San Pablo, un cedro plantado en 1880 actúa de escenario para la escultura de Felipe II que preside la plaza: erigida en 1964 es una copia del original de Pompeyo Leoni.

 

La plaza de la Trinidad ofrece también dos buenos ejemplares de cedros, que junto a los plátanos, dan sombra a la columna central de la plaza que no es sino un adorno que antes estuvo embelleciendo la Fuente Dorada.

 

Las Moreras dan buenas oportunidades para observar diversos árboles. En el antiguo vivero, llamado de San Lorenzo y hecho en los años 60 del siglo XIX, hay un raro pinsapo (árbol endémico de las sierras mediterráneas de España). 

 

El paseo de las Moreras muestra los mejores ejemplares de sauces de Valladolid: árbol de hoja caduca que parece aspirar a tenerla perenne, pues apenas termina de tirarla en invierno cuando ya muestra los brotes de las nuevas hojas. El nombre de Moreras viene de la gran plantación de moreras que se hizo en tiempos pasados, cuando la confección de seda era una industrial boyante (y protegida por los reyes), y había que alimentar a los gusanos de las que se extraía el material con que confeccionar tan delicada tela.

 

Lugar tradicional donde pasar los días soleados del invierno (los de verano se solía ir al Prado de la Magdalena), la chopera de las Moreras viene del siglo XVIII, cuando la Asociación Económica de Amigos del País, que  propiciaba obras y actividades para modernizar España y mejorar las condiciones higiénicas de la población, consideró saludable para la aireación de Valladolid plantar árboles en el Espolón Nuevo (detrás del palacio de los condes de Benavente –actual sede de la biblioteca de Castilla y León en la plaza de la Trinidad), cosa que se llevó a efecto en la década de los 80 del s. XVIII.

 

Y buena forma de rematar este paseo es hacerlo delante de la secuoya del Canal de Castilla. Plantada junto a una casa llamada “tirolesa o suiza” por su forma y adornos, mide 36 metros. Se trata de uno de los cerca de 150 árboles que existen en  el Catálogo de especímenes vegetales de singular relevancia de Castilla y León.


EL VUELO DE LA CARPA: MUSEO ORIENTAL

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El centenario Museo Oriental ya tenía organizada una colección en 1874, aunque solo con el objeto de mostrar a los seminaristas agustinos-filipinos las culturas en las que habrían de sumergirse cuando, ya formados, marcharan hacia Oriente.

El museo, acaso uno de los más desconocidos de Valladolid,  acoge la mejor colección de arte de Extremo Oriente existente en España, y abarca una cronología que va desde el siglo VI a. C. hasta el siglo XXI.

Se trata de piezas y objetos  que se centran en las culturas china, filipina y japonesa.

En 1908 se colocó la colección en un enorme salón del convento. Y a partir de aquel año el Museo  se abre al público aunque sólo a los varones, pues las normas de entonces establecían que en un convento de frailes no podían entrar mujeres. Esta restricción desaparece por completo en 1980, cuando se abre  en las dependencias actuales.  El Museo no está estancado con su colección original, sino que se enriquece con nuevas aportaciones, como  la que hizo en su día la familia Ibañez-Urbón, que cedió varias porcelanas chinas Yuang que abarcan un periodo que va desde el siglo XIII hasta el XXI.

¿Qué nos vamos a encontrar en este museo? La verdad es que es imposible resumirlo, pues se trata de una ingente variedad de objetos, materiales y costumbres. Pero podemos destacar los esmaltes, la cerámica y porcelana, las lacas, esculturas en jade y marfil, sedas, caligrafía, mobiliario vario, armas y armaduras, vestimenta, etc. etc. además de numerosas fotografías, grabados y dibujos.

Más, antes de comenzar un recorrido por el museo es necesario indicar que en él está muy presente la figura de fray Andrés de Urdaneta. Este monje agustino no solo encabezó la primera expedición de seminaristas a Filipinas, sino que su fama trascendió por haber sido el que estableció el llamado “tornaviaje”. Esta ruta, que se utilizó durante siglos, marcó a los barcos el rumbo de ida y vuelta entre Filipinas y México, y permitió un continuo trasiego de mercancías y especias de todo tipo que, desde México, terminaban por llegar a España. Itinerario que siguieron buena parte de los preciados objetos que se exponen en el Museo, entre los que se encuentran los famosos mantones de Manila que, en realidad, proceden de Cantón o la provincia de Fukien, ambos enclaves en suelo chino.

Entremos en algunos detalles sobre este interesante viaje: en 1559 Felipe II escribe desde Valladolid una carta a Urdaneta en la que pide al que antes fue experto marino (que incluso navegó junto a Juan Sebastián el Cano), que condujera las naves reales desde Méjico (que es donde estaba el agustino), hasta Filipinas y que las hiciera regresar con éxito: le estaba pidiendo que hiciera un viaje de ida y vuelta que hasta entonces jamás se había realizado. Y así se llevó a cabo en el año de 1565. El viaje de ida y vuelta se hizo  por rutas distintas, para aprovechar los vientos favorables a las velas de las naves.

El museo tiene, además, un valor añadido: el edifico en el que se halla emplazado… Pero, pasemos a deambular por sus salas, deteniéndonos con detalle en algunas de sus piezas.

 

La sede del museo está en el edificio neoclásico que comenzó a construirse en 1759 siguiendo los planos del afamado arquitecto Ventura Rodríguez. Este arquitecto tiene numerosa obra pública y religiosa en toda España: Palacio de Liria, fachada de la catedral  de Pamplona, culminación del Pilar de Zaragoza, capilla Real de Madrid, balneario de las Caldas, etc. etc.

 

Pasillos y claustro, en el que se ha instalado un busto del padre Manuel Blanco, importante botánico del siglo XIX. Describió más de dos mil especies de la flora filipina y su obra tiene el especial valor de indicar las aplicaciones culinarias y medicinales de cada especie.

 

Entrada al  Museo.

 

Blas Sierra, director del Museo, en una de las salas de China destaca un  dibujo sobre papel, titulado “Carpas remontando una cascada”, de la Dinastía Ming, que gobernó China entre 1368 y 1644, en el que se ve una gran carpa que  parece  pretender alcanzar la luna anaranjada que preside el cuadro,  mientras que las olas, casi unas garras, tratan de atraparla impidiéndola cumplir su sueño. Es, en definitiva, una metáfora que representa la lucha contra los obstáculos que el ser humano ha de superar para conseguir  sus deseos.

 La pintura está muy influenciada por el taoísmo, que muestra su amor y sensibilidad por la naturaleza. A buen seguro que el cuadro lo pintó algún monje budista que, al igual que otros pintores y poetas, escogió para su “fugis mundo” –cual anacoretas- las montañas o las orillas de los ríos. Dice la leyenda que se comunicaban entre ellos a través de las carpas: depositaban un mensaje en la boca del pez para que este lo llevara hasta otro eremita asentado en alguna montaña o en otro remoto lugar de la orilla de algún río. 

 

Y como en todo cuadro chino que se precie, se verá una muestra de caligrafía –los ideogramas-, que representa el arte de escribir. Pero en lo que a caligrafía se refiere nos fijaremos en otras muestras.  En China, la caligrafía y la pintura persiguen la misma cosa. El arte de escribir es la exhibición de la libertad de movimientos. La mano del calígrafo –del pintor- traza los ideogramas moviendo su muñeca como si se tratara de pasos de danza. En la cultura china, una pintura con caligrafía adquiere más valor que una pintura sin ella. Es más, con frecuencia, los cuadros son, en realidad, únicamente ideogramas: representaciones del arte de la danza, del ritmo, de la libertad. La caligrafía es el arte de danzar sobre el papel. Y de este arte de la caligrafía ofrece el museo diversas y bellas muestras. Algunos de los lienzos no han podido ser traducidos por tratarse de dialectos  chinos ya extinguidos.

 

En las salas de Filipinas, un Santo Niño de Cebú, realizado en madera, oro y plata por un orfebre chino hacia 1760 por encargo de los misioneros Agustinos-Filipinos, reproduce la imagen original de este Niño –realizada únicamente en madera- que se conserva en la Basílica del Santo Niño de Cebú, propiedad de los mismos frailes. La talla original, símbolo de los Agustinos, la portaba Magallanes cuando recaló en Filipinas, allá por 1521,  y se la regaló a una princesa de la isla que se encaprichó de la talla.

 

Y no podían faltar los kimonos japoneses en el museo. De entre ellos se puede destacar el “Kimono con cerezo en flor”. Realizado en el siglo XIX, está pintado y bordado en seda y oro. La prenda ofrece las tres artes más características del Japón: el arte textil, el de bordar y el de pintar. Representa el espíritu japonés: el kimono, la floración del cerezo, el renacer de la vida –las flores- en pleno invierno aún cuando parece que el árbol está totalmente muerto. Pero también advierte de lo efímero de la vida y la belleza, pues estas delicadas flores invernales pronto caerán abatidas por el viento. La flor del cerezo es, en realidad, corta como la vida del samurai. Una vida corta pero intensa que, sin embargo, ha merecido la pena, porque la flor y el samurai han luchado y vivido por algo.

 

 Buda Sakyamuni, realizado en China en bronce.

 

Avalokitesvara, dinastía Ming (1368-1644). Se trata de uno de los santos del budismo, que aún preparándose para llegar a la categoría de Buda no logran alcanzar su objetivo.

 

Traje de dragones, bordado en seda, es del siglo XIX.

 

Colección de armas de Mindanao (Filipinas).

 

Marfiles hispano-filipinos: en este caso se trata de figuras para ser vestidas.

 

Armadura japonesa de hierro, laca,  cuero y seda. Realizada en el siglo XVII.

 

Vitrina de marfiles chinos. Obsérvese en uno de ellos el  detallado trabajo para representar escenas de una batalla.

 

 

Entre tantísimos objetos curiosos que alberga el Museo está la espada del general Jáudenes, que en nombre de España rindió Filipinas en 1898.

 

NOTAS. El museo está en el Real Colegio de PP. Agustinos, sito  en paseo de Filipinos, 7 Valladolid. HORARIO: de 16 a 19 horas de lunes a sábados. Domingos y festivos de 12 a 14. Por las mañanas, sólo grupos concertados.  Teléfonos 983 306 800 y 900


LAS ARCAS REALES: FANTÁSTICA OBRA DE INGENIERÍA

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Acaso se trata de la obra de ingeniería civil más importante que ha conocido  Valladolid y que ha dejado una profunda huella en la ciudad: construcciones, fuentes, conductos y trazado urbano.

Pues bien, a esta magna obra del Renacimiento español vamos a dedicarnos a continuación.

Corría el año 1497, cuando los señores regidores de la villa de Valladolid inauguraron la fuente que se había levantado el año anterior junto a la puerta del Campo  (al final de la actual calle Santiago). Y en ese lugar tomaron diversas medidas para que la población pudiera tener “para siempre jamás” tanta agua como la que salía, o más, procedente de la huerta de las Marinas, junto a los manantiales de Argales, desde los que desde hace unos cuantos años los monjes de San Benito condujeron el agua hasta su convento.

Y en el año 1974 (exactamente el 17 de julio), el entonces alcalde Julio Hernández informó a los concejales del Ayuntamiento, que “como consecuencia del informe de la Jefatura Provincial de Sanidad, en el que se califica de impotable el agua del manantial de la finca de Argales, ha sido clausurada dicha fuente para evitar enfermedades”. En esa fecha el viaje de Argales aún surtía de agua a seis fuentes.

Fueron 450 años los que la traída o viaje de Argales prestó un servicio importantísimo a Valladolid.

Pero ¿qué es el viaje de Argales… o la conducción de las Arcas Reales?

Es el tercer y definitivo intento de traer las aguas de aquellos manaderos y establecer fuentes en el interior de la ciudad y que se impulsó durante el reinado de Felipe II. Es verdad que el resultado final se quedó lejos de las expectativas, pero aún así, se trata de una fantástica obra de ingeniería que se considera una de las más relevantes de la arquitectura civil del Renacimiento. Cosa acaso poco valorada dado que por tratarse de una conducción bajo tierra apenas somos capaces de entender la extrema dificultad técnica que supuso su construcción.

En cualquier caso conviene indicar que hasta que se consolidó la definitiva conducción de aguas en el siglo XVI-XVII, hubo varios trazados distintos, pero no nos vamos a detener en esta larga historia.

Para hacernos idea de esto, se puede indicar que pasaron muchos años y muchos arquitectos: incluso alguno terminó en la cárcel por incumplir el contrato. Felipe II tuvo que destinar a su arquitecto principal, Juan de Herrera, a que concluyera definitivamente aquella obra que se demoraba años y años.

Parece que aquel destino no le hizo mucha gracia al afamado arquitecto,  pero se entregó por completo a resolver aquel desafío para la ingeniería: incluso llegó a crear un instrumento especial para medir milésimas de milímetro.

¿En qué radicaba la extraordinaria dificultad de la obra? Pues en que mediante gravedad había que traer el agua hasta la ciudad desde unos manantiales situados a cinco kilómetros y medio de distancia ¡y con un desnivel de solo nueve metros! Para ello había que construir un sistema que mediante arcas y registros se asegurara que el agua corriera de continuo: había que aprovechar cualquier curva de desnivel por pequeña que fuera.

El resultado fue de treinta y tres arcas de las que se conservan quince.

Hasta que en 1496 se construyó aquella fuente de la puerta del Campo, la población se abastecía de agua por distintos medios: pozos, manantiales del Pisuerga o del Esgueva (o cogiendo el agua directamente del cauce de ambos ríos), aguadores.

Debe saberse que la construcción de estas arcas atendió a la forma de ir recogiendo, a lo largo de su trazado, cuantos manaderos iba encontrando por el camino, que eran muchos en esta zona muy pantanosa (argales y las marinas entre otros), y cuya complejidad técnica puede apreciarse asomándose al interior de las arcas.

Es el caso que en 1982 las Arcas Reales  fueron declaradas Monumento Histórico-Artístico Nacional.

Aquella conducción ha dejado profunda huella en la ciudad: desde el trazado de las calles hasta las construcciones que aún se conservan: arcas, registros, fuentes, etc.

Y para conocer un poco más esta fantástica obra, vamos a darnos un paseo tanto por las antiguas arcas como por algunas plazas y calles de Valladolid.

 

Sugiero comenzar al final de la calle Arca Real, cuando ya se apunta una reciente urbanización… y como punto de referencia podemos tomar la ya famosa torre de talleres Gualda, rematada por algo así como una escultura de hierro. Se trata de un paseo que recorre casi todas las arcas exteriores.

 

El arca número 10 está empotrada bajo el viaducto del Arco de Ladrillo, en la carretera de Madrid. Aquí comienza un paseo de unos dos kilómetros.

 

Arcas y detalles de las mismas. Todas están numeradas en su origen. Si nos vamos asomando a las mismas, además de ver las características de la conducción, en alguna de ellas incluso se oye como corre, aún, el agua.

 

Habrá que salvar la Avenida de Zamora y continuar el paseo por una pequeña abertura que hay detrás de la finca del colegio de la Salle.

 

No olvidemos fijarnos en los registros que se construyeron entre las arcas y  que servían para reparar los atranques mediante el vareo de las cañerías.

 

En 1999 se constituyó la primera Escuela Taller que comenzó a intervenir en la rehabilitación de las Arcas Reales. La segunda Escuela Taller es de 2011 y terminó su periodo formativo en 2003.

 

El arca principal, o número 1, destaca por su tamaño y noble construcción. Sobre los escudos reales se puede leer la siguiente inscripción: REINANDO LA MAGESTAD DEL REI DON PHILIPE II / NUESTRO SEÑOR ACABÓ ESTA ARCA / VALLADOLID SIENDO COREGIDOR DELLA / DON GARCIA BUSTO. AÑO DE 1589.

 

Cruzamos la carretera  e iniciamos una senda perfectamente marcada que nos llevará a las arcas menos conocidas de esta conducción. En una de ellas veremos el escudo de Valladolid con la fecha de 1588.

 

Nuestro paseo, antes de volver al interior de la ciudad, termina en la acequia del canal del Duero.

 

Desde el viaducto del Arco de Ladrillo, entre la maleza, se puede ver otra de las arcas, y todavía hay dos más en el arbolado que conduce hacia el barrio de Delicias, que ahora está ocupado por varias chabolas.

 

En la calle de Teresa Gil, tanto a la altura de la iglesia de San Felipe Neri,  como frente al número 20 se conservan, bajo tierra, restos de las conducciones. Vemos que en una de ellas se cita la fuente de las Marinas: en realidad se trata de un manadero colindante con el de Argales, tal como ya se ha comentado más arriba.

 

Cuando la conducción de Argales se clausuró definitivamente en 1974, aún prestaba servicio a seis fuentes de la ciudad: calle de Embajadores esquina paseo de Farnesio, la de las tapias de RENFE en calle Estación (frente a la calle Panaderos), y plazas del Caño de Argales, Fuente Dorada, el Val y la Solanilla. En las imágenes: plaza de de la Trinidad, con el vástago que hubo en Fuente Dorada, y plaza de la Solanilla. Por cierto, en el Vergel del Museo de Valladolid se pueden ver restos de tuberías y sifones del viaje de Argales.

 

El aspecto actual de la fuente de la plaza del Caño de Argales, se compuso en 1888 con las piedras del lavadero de las Moreras, y tiene reformas de 1931. Esta plaza ha conocido varios nombres: Pi y Margall, Dos de Mayo, José Mosquera, y el actual: Argales. No obstante fue una de las primeras fuentes que dio servicio (allá por el siglo XVI). Solo cabe añadir que la actual traza de la fuente Dorada es muy posterior a la clausura de la traída de Argales de 1974.

NOTA. Para quien quiera conocer con amplitud y detalle cuanto aquí se ha narrado, recomiendo los siguientes libros: El viaje de las Arcas Reales (coordinado por Carlos Carricajo Carbajo); Ingeniería y arquitectura en el Renacimiento español, de Nicolás García Tapia, y Fuentes de vecindad en Valladolid, de Jesús Anta Roca.

 


SERRADA: UN PASEO POR EL ARTE

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La labranza en general y la viticultura en particular han sido la base de la economía de este pueblo que ha sabido sacar buen partido a su pequeño pero feraz término municipal.

Sobradamente conocido es que la  uva está enraizada en la historia de Serrada, como de toda la comarca de Tierras de Medina, lo que en el pasado produjo buenas ganancias a particulares y réditos a los Ayuntamientos: de ahí sus casonas e  impresionantes iglesias, con sus afamados órganos barrocos.  Esa vieja pujanza económica  se refleja en que la mayoría de las casas tradicionales muestran su zarcera. Hubo, además, varios lagares de cierta importancia. Actualmente el término de Serrada forma parte de la Denominación de Origen Rueda.

Algunas de las espléndidas casonas de las que presume el pueblo fueron en su momento levantadas por órdenes religiosas como epicentro de sus propiedades rústicas,  y para la elaboración del vino.

Por otro lado, y más recientemente, Serrada es conocido por los premios Racimo, el Paseo del Arte y algunas otras actividades culturas que tienen su origen en el programa cultural conocido como “Cosecha”, cuyos impulsores fueron el periodista Carlos Blanco, el fotógrafo Luis Laforga, el pintor Manuel Sierra, la artista Concha Gay  y el escritor Avelino Hernández, por supuesto con el imprescindible apoyo del Ayuntamiento de la localidad.

La idea de esta “Cosecha”, era demostrar que se puede llevar a cabo actividades culturales potentes en el ámbito rural, incluido, por ejemplo, el arte abstracto, del que hay varias esculturas en la localidad.

Más si de arte seguimos hablando es necesario indicar que la localidad atesora   la colección de Lorenzo Frechilla y Teresa Eguibar (su esposa) que en su día fue donada al pueblo. De momento reposa en cajas en espera de encontrar un lugar apropiado para ser mostrada al público.  Lorenzo alcanzó fama internacional y recorrió muchos países con sus exposiciones. Nació en 1927 en Valladolid y falleció en 1990. Tiene obra en numerosos museos y colecciones: Reina Sofía, arte contemporáneo de Bilbao, Helsinki, Roma, Copenhague, etc.

Con estas breves notas vamos a perdernos por las calles de Serrada. No vamos a seguir un itinerario concreto: el municipio es pequeño y sin querer nos iremos encontrando con las cosas que aquí veremos.  Por orientarnos de alguna manera, indicamos que la mayor concentración de obras de arte está en torno al Paseo del Arte, en la salida del pueblo hacia La Seca.

 

Destaca la Casa Consistorial (en la plaza Mayor),  del siglo XVIII, que muestra la mano del afamado arquitecto Ventura Rodríguez. aquitecto que, entre otras muchas obras, llevó a cabo la Casa Consistorial de la Seca, la iglesia de los  Flilipinos (Valladolid), el Palacio de Liria (Madrid), Catedral de Pamplona, etc.

 

Detalle del arco conopial de una casona en la plaza Mayor.

 

La iglesia del siglo XVII a cuyo costado se erige un soberbio trinquete.

 

Casa señorial de Víctor de Castro Bocos que destaca, además, por su esquina redondeada a manera de potente contrafuerte. Detalle de la boca del lagar, elemento muy común en muchas casas de Serrada.

 

Casona de la familia Medina,  llamada casa del Obispo. El patriarca de la familia fue  César Medina Bocos, abogado y personaje importante del pueblo que en  el primer tercio del siglo XX ocupó en España cargos de relevancia política. Con vocación literaria y amante del arte en general, de sus trece hijos destacan, Santica,  Elvira y  José Luis Medina Castro (pintoras ellas y escultor él). Como curiosidad cabe indicar que el zaguán de la casa guarda la portada del antiguo Hospital de la Resurrección de Valladolid (donde ahora está la casa Mantilla).

 

Antigua casa de labranza de los dominicos, que ahora es propiedad de Bodegas Alberto. Tiene un gran lagar y una bodega cuyas galerías alcanzan el kilómetro de longitud. Imágenes de la fachada, parte trasera y bodega.

 

Hay en Serrada cuatro bodegas y dos queserías, a estas industrias agroalimentarias cabe añadir una fábrica de muebles de cocina.  Imágen de la bodega de quesos de Campoveja, empresa fundada en 1952.

 

El pozo Viejo, una de las construcciones más emblemáticas de Serrada. Es difícil datarlo (¿siglo XVIII?).

 

Antiguas eras del pueblo. La presencia de un crucero es muy típica de las funciones de protección que la religión cristiana atribuye a la cruz, por lo que con frecuencia  se erigen en eras, campos, cruces de caminos, etc.

 

Acercándonos al Paseo del Arte nos encontraremos con la primera plaza que se habilitó para ir creando la zona de exposición: el Parque del Encuentro, como señala Julio del Valle, concejal del Ayuntamiento que me acompañó en uno de mis paseos por Serrada.

 

En el parque del Encuentro una de las primeras obras de arte que se instaló en Serrada. Su autora es Concha Gay.

 

El Paseo del Arte ofrece numerosas obras de arte de muy diversos autores y estilos:  Eduardo Cuadrado, Carlos Colomo, Mario Bedini, Lorenzo Duque, Concha Gay, Jorge Egea, Luis Santiago, Francisco Barón, Pedro Monje, Feliciano Álvarez  (estos últimos ya fallecidos), el cubano Francisco Rivero, afincado en París, que decoró las paredes del colegio, etc…  en fin, una larga lista que no se agota en los nombres aquí anotados. Todos ellos están dejando un patrimonio inestimable que solo ha sido posible por la generosidad de los propios artistas, que han trabajado al más bajo coste posible.  Este proyecto, ya consolidado, arranca en el año 1991, en el que el pintor Manuel Sierra realizó  cinco murales por diversas paredes del pueblo (pero solo uno se conserva… y muy transformado). El resto pronto comenzó a deteriorarse, aunque alguno, como el dedicado a la caza (frente al pozo Bueno), aún permite entrever su traza.


Como curiosidad podemos relatar que hay un mural que decora las tapias del campo de fútbol realizado por  Isabel Sevillano. En ese mural se puede ver  el detalle de un dibujito que dejó hecho el que más tarde sería presidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero, que acudió invitado a una de las actividades culturales que se desarrollan en el pueblo.

 

El Paseo del Arte termina en la Plaza del Milenio, con obra del escultor Lorenzo Duque.

 

Y, hablando de labranza, forzoso es referirse a una curiosa actividad lúdica que desde hace unos años se lleva a cabo en julio. Se trata de construir espantapájaros en la salida del pueblo en dirección de La Seca.  ¿Qué tiene de particular esta actividad? Pues que obedece a una leyenda según la cual hace siglos los labriegos se reunían una noche de julio alrededor de espantapájaros bailando y bebiendo hasta la madrugada invocando conjuros para atraer las buenas cosechas y ahuyentar los malos espíritus. Para sustentar esta actividad se invoca un documento desaparecido que remonta incluso al siglo XVIII…. Es el caso que en realidad solo tenemos una tradición oral que ha terminado por construir una leyenda.

 

Y bien podemos rematar este recorrido por las calles de Serrada visitando el Museo Diocesano.  Está en la iglesia de San Pedro (plaza principal del pueblo)  y reúne numerosas piezas cuya antigüedad se remonta al siglo XVII. Sin duda, la pieza principal de este museo es una imagen del arcángel San Miguel aplastando al rebelde Lucifer, realizada por Gregorio Fernández hacia 1605. Dicen los expertos que tal vez se trate de una obra preparatoria de la pieza que preside la iglesia de San Miguel de Valladlid. En cualquier caso, se trata de una pieza de gran belleza que hasta no hace muchos años pasaba desapercibida y llena de polvo en un retablo de la iglesia. Hasta que una cuidada restauración sacó a la luz su belleza y sus colores.

NOTA: del Museo  hay una entrada en el blog: Serrada, museo parroquial: los guardianes de la plata.

 

 

 

 

 

 

 



LA ARMEDILLA, EN UN BELLO PARAJE

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En torno a la Armedilla se puede dar un paseo con espléndidas vistas, acogedora soledad y unas magníficas ruinas del monasterio jerónimo que pugnan por salir de su olvido y abandono.

 En lo alto del valle de Vadillana o Valdecas, entre los siglos XV y XVI, se fue construyendo el conjunto de edificios del Monasterio de Santa María de la Armedilla, entre los que llegó a haber un palacete de la dinastía de Alburquerque, cuya cabeza fue Beltrán de la Cueva, señor de Cuéllar e importante personaje de la historia de España.

El lugar que ocupa el monasterio no es el resultado de la casualidad: los jerónimos son  una orden de oración y, por tanto, buscaban lugares apartados. Pero, además, lugares que ofrecieran buenas condiciones para el sustento de la comunidad. En este caso se trata de un lugar con abundante agua (se conserva un arca madre del siglo XV), buenas tierras de labor (el valle, regado por numerosos manantiales y el arroyo Valdecascón –por eso al valle también se le conoce con este nombre-), y en una cañada. Pero, además, no demasiado alejado de una población importante, como era Cuéllar.

De que el valle era lugar feraz y muy bueno para el pasto dan prueba los numerosos conflictos que se produjeron entre Cuéllar y Peñafiel por el uso y control de este territorio. Hasta que Fernando de Antequera mandó delimitar los territorios mediante mojones que aún se conservan, tanto en el campo como en diversos lugares (iglesia de Cogeces del Monte, por ejemplo),  lo que no significó que cesaran por completo los pleitos.

Este enclave se encuentra en la carretera que conduce de Quintanilla de Onésimo hacia Cogeces del Monte que, desde Quintanilla, está en dirección a Cuéllar. Está declarado Bien de Interés Cultural por la Junta de Castilla y León.

Más, lo mejor es comenzar nuestro paseo según vamos comentando detalles de este monasterio y su historia.

 

Fernando de Antequera, que fue el gran príncipe de Castilla  y más tarde erigido en Fernando I de Aragón, casado, además, con Leonor Urraca, una “ricahembra” –como así se llamaba a las mujeres importantes y adineradas-,  invitó a los jerónimos de la Mejorada (Olmedo), del que era protector, a que se establecieran en la Armedilla. Formalizaron la cesión del terreno en 1402, aunque parece que ya llevaban un tiempo establecidos en la ermita.

 

Chozo de los Pedrines, de centenaria construcción, tiene algo más de seis metros de altura y llegó a disponer de dos corrales. Se puede ver en el horizonte, fijándonos en el borde del páramo al otro lado del valle que se aprecia en la otra imágen, en la que se ven restos de la cerca de piedra que cerraba las propiedades del monasterio.

 

 

Restos de la iglesia. La evolución de la Armedilla a partir de los jerónimos es bien conocida y documentada. Groso modo: sabemos que ya existía la cueva-ermita, dependencia del ermitaño,  algún rústico albergue de peregrinos,  y una granja.  Lo primero que  construyen los jerónimos es  una pequeña iglesia y refectorio encima de la cueva, y esta se reconvierte en cripta. Luego un claustro. Algunas dependencias para los jornaleros, aunque la mayoría de estos habitaban en la Casería, ahora un despoblado próximo al monasterio. Se levanta una cerca que acota toda la propiedad del monasterio que, entre otras cosas disponía de un molino en el Valdecascón, palomar, colmenar, huerta,  tierras de labranza y viñedos.

 

En el siglo XVI se levantó la nueva iglesia y una nueva entrada al conjunto monacal, con su portería. En la iglesia  se entronizó a la virgen y de esta manera se evitó  el trasiego de peregrinos por la zona reservada a los monjes. Además, los Alburquerque de Cuéllar construyeron algunas dependencias para su uso personal, incluyendo una notable bodega. Detalle del ábside de la iglesia.

 

 La consolidación de  este lugar sagrado se debe a la existencia de una ermita rupestre de la que se  tiene noticias al menos desde el siglo XII. Es el caso que,  como todos estos lugares, la realidad y la leyenda se funden hasta formar un todo único. Hablamos del siglo XII, cuando comienza una auténtica fiebre descubridora de vírgenes en cuevas y fuentes.  La ermita reúne ambos requisitos: la imagen de la virgen románica se “descubre” –por los “típicos” pastores-  en una cueva que disponía de un caudaloso manantial. A partir de esto comienzan peregrinaciones y se termina por acondicionar la cueva, construir un albergue para peregrinos  y poner un ermitaño que  cuide el lugar. Estamos, seguramente,  ante el típico ejemplo de cristianización de un espacio rupestre con posibles antecedentes culturales paganos, a los que se añaden otros intereses territoriales  o económicos  para la explotación del solar.

 

 

Bodega de los Duques de Alburquerque, bajo su palacio.

 

Arca Madre, del siglo XV. La existencia y canalización del agua fue fundamental para el desenvolvimiento del monasterio.

 

El altar de la pradera está sustentado sobre dos mojones del siglo XV que sirvieron para delimitar las propiedades del Duque de Antequera y terminar con las disputas territoriales entre Cuéllar y Peñafiel.

 

Interesante detalle del esgrafiado que decoraba las paredes de la fachada de la iglesia que, como se puede apreciar, en su día estuvieron revocadas y decoradas.

 

El escudo de los duques de Alburquerque preside la espadaña.

 

 La Desamortización de Mendizábal fue el principio del fin del monasterio. Las piedras de los edificios se vendían al peso y el patrimonio inmobiliario sufrió el expolio. No obstante, algunos objetos pudieron salvarse. ¿Donde se encuentran? La Virgen, en la iglesia de Cogeces del Monte; la portada de la iglesia en la Casa de Cervantes en Valladolid; el tímpano de la portada en Museo de Arte Spencer (Universidad de Kansas); las campanas, en Segovia;  en Riaza, el retablo (con representaciones de la vida de san Jerónimo); en Cuéllar, la platería; en Museo del Prado, diversos cuadros; y la sillería se ha troceado entre Rueda, Museo Nacional de Escultura de Valladolid y Museo del Louvre de París. Incluso el molino que había en el valle se desmontó y reinstaló en Quintanilla de Onésimo. (La imagen del la virgen está tomada del blog Ermitiella).

 

Aspecto de la puerta de la iglesia, instalada en la Casa de Cervantes en 1925, e imágenes de su evolución. 

 

El tímpano (Llantos sobre Cristo muerto) que coronaba la puerta  de la iglesia lo descubrió una investigadora de los Estados Unidos de Norteamérica. Pieza que después de pasar por las manos de la familia Gehry,  terminó en el Museo de Arte Spencer, como ya se ha dicho.

 

Los fines de semana se hacen visitas guiadas y también se pueden concertar a través del blog Asociación de Amigos de la Armedilla, que son el alma mater de la consolidación y protección del monasterio. En la capilla que del prado, construida hace apenas cuatro décadas, hay unos interesantes murales que explican la historia del monasterio: en la imagen, la arqueóloga Mariché Escribano durante una visita guiada.

 

La visita a la armedilla se puede completar  una visita al  parque temático de los chozos, un paseo por Cogeces,  y los museos de minerales y  etnográfico de Orrasco.  En este blog se  puede ver un paseo por Cogeces y un reportaje sobre el Museo de Minerales. Llegar al parque etnográfico de los chozos (que está el tramo de carretera entre el monasterio y Cogeces) es muy sencillo: una vez que salimos de la carretera para coger el camino (está señalizado), tomamos el primero a la izquierda y luego el siguiente a la derecha hasta llegar a un pinarcillo.

 

NOTA: Este artículo ha sido posible gracias a  las excelentes explicaciones de Mariché Escribano y sus entradas sobre el tema en su blog ERMITIELLA); y el artículo de Roberto Losa (En torno a los orígenes del monasterio de Santa María del Armedilla), arqueólogo que participó en los trabajos de documentación y excavación del lugar. El artículo está editado en Estudios del Patrimonio Cultural. No obstante hay más autores que han abordado la historia del monasterio.

 

AVISO: El blog va a descansar hasta septiembre, igual que el programa Velay, que hago todos los martes en el programa de Valladolid en la Onda, de Onda Cero. No obstante la próxima semana colgaré algunas sugerencias para disfrutar este verano. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


CERRADO POR VACACIONES

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Me despido hasta septiembre, al igual que la sección Velay que hago todos los martes en el programa de Clara Saavedra Valladolid en la Onda, de la emisora Onda Cero.

Pero permitidme que haga algunas sugerencias para este mes de agosto.

Desde luego, con los rigores del estío, los ríos y el agua son buena buena compañía: algún tramo de la Senda del Duero; en Castronuño, además de espléndidas vistas está la Senda de los Almendros… o cualquier lugar del Canal de Castilla. Tiedra, que acaba de ser elegido pueblo más bonito de Valladolid, además de sus calles y principales edificios ofrece la Ruta de las Fuentes (caminando o en bici). Un paseo por el cauce del Canal de Castilla con el barco Antonio Ulloa, en Medina de Rioseco. Y si queréis actividad casi de montaña: los Cortados de Cabezón de Pisuerga, con amplias vistas sobre el Pisuergva, pero recomiendo que por la mañana o a última hora de la tarde, y no olvidar llevar un bastón. Arranca por la zona de las bodegas.

Los museos suelen ser fresquitos y hay muchos en Valladolid. El Museo de las Ferias de Medina del Campo, el de San Antolín en Tordesillas… desde luego la exposición sobre Berruguete del Museo Nacional de Escultura. Y, a propósito, esta exposición puede complementarse con la que hay en Paredes de Nava (Palencia)… maravillosa población; y si de camino pasáis por Becerril de Campos, lo bordáis: su callejero, un buen museo diocesano con mucha obra del desconocido escultor Alejo de Vahía y un curioso planetario… acaso la zona más rica en historia y patrimonio de Tierra de Campos.

Si eres seguidor de las Edades del Hombre, no hace falta recordar que hay una nueva edición en la vecina Cuéllar. Más si se acerca hasta esta magnífica e histórica población, no hay que dejar de pasear por su casco viejo, la muralla (moderna) o ver la magnífica puerta mudéjar de su castillo… y como también estamos hablando de senderismo, hay en Cuéllar una senda llamada de los Pescadores que discurre en buena parte junto al Cega.

Y de museos fuera de Valladolid también el del Cerrato Palentino, en Baltanás.

Urueña: paisaje, atardeceres, sabor medieval, villa del libro, museos: Fundación Joaquín Díaz, de Campanas, de Instrumentos Musicales Luis Delgado, Centro E-Lea…

De casi todas  estas sugerencias hay una entrada en el blog.

Más, también es buen mes para bucear en los blogs, no solo éste de Valladolid, la mirada curiosa, pues son muy, muy interesantes los blogs Ermitiella, Vallisoletum, Siempre de paso, Arte en Valladolid, Domus Pucelae, Valladolid de pueblo en pueblo, etc…

 

 

… Y permitidme un poco de publicidad; tiempo es de leer mi libro Pozos de Nieve y comercio de hielo en la provincia de Valladolid… ¡precisamente ahora, con los rigores de agosto!

Bueno,  hasta septiembre.

(La imágen de Mafalda no la he creado yo,  la he tomado del blog La isla de las cabezas cortadas).


EN SEPTIEMBRE, FERIA Y FIESTAS DE VALLADOLID

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La Feria de Septiembre tiene su origen en la Edad Media, aunque  el formato que más o menos conocemos ahora, ha arraigado sobre todo a lo largo del siglo XIX, donde ha adquirido notoriedad y atención municipal.

Esta Feria   ha tenido ligeras variaciones en su denominación ( a veces de Septiembre, otras de Valladolid…) hasta que en 1960 oficialmente se convirtió en Feria y fiestas de San Mateo (en 1939 también se la llamó así pero solo aquel año). Y en el año 2.000 Ferias de la Virgen de San Lorenzo.

El abanico de sus fechas ha sido muy abierto, pues no era raro que llegara hasta entrado octubre. En cualquier caso, se trataba de unas fiestas encajadas entre la finalización de las labores agrícolas del verano y el inicio de la vendimia. No en balde la fiesta estaba más pensada en atraer a forasteros de los pueblos de la provincia que en los propios habitantes de la ciudad. Y eso por una sencilla razón: se trataba de que además de que se cerraran transacciones comerciales en torno la feria del ganado y la agricultura,  los comercios incrementaran sus ventas.

La Feria de Septiembre hunde sus raíces en el privilegio para organizar feria que en  1156 el rey Alfonso VII concede al concejo vallisoletano. Aquella feria anual se concedió para ser celebrada en la fecha de Santa María (Asunción de Nuestra Señora) es decir, el 15 de agosto.

Más, con el tiempo, entrado el siglo XVIII,  se pasó a septiembre, pues su celebración en agosto impedía la presencia en la ciudad de abundante público, dado que el campesinado se hallaba en plena recolección de la mies.

Tiempo después, se celebró la feria en octubre, en torno a la festividad del Arcángel san Miguel, a la sazón patrón de la ciudad hasta que en 1746 se le cambiase por el recién ascendido a los altares San Pedro Regalado.

El problema es que la feria en torno al arcángel San Miguel se alargaba hasta octubre y aquello originaba continuas quejas de los  empresarios de la plaza de toros y los comerciantes, debido a que llegaban las lluvias y el mal tiempo. Así que el concejo en 1843  las adelantó a  fechas en torno al 21 de septiembre, día de San Mateo aunque la fiesta no se llegara a conocer con el nombre del santo.

Este factor climático volvió a surgir en 1910 cuando de nuevo los representantes empresariales pidieron que se celebraran las fiestas en torno a la Virgen de San Lorenzo, alegando un estudio de pluviometría y temperatura que abarcaba los últimos 40 años anteriores… aunque el cambio no llegó a cuajar.

Pues vayamos a ver algunas imágenes de la historia de estas ferias vallisoletanas.

 


El programa de fiestas dependía mucho del presupuesto municipal y de las aportaciones que hicieran empresas y comercios. El repaso a los programas desde que podemos conocerlos, indica que las actividades han sido tan variadas como  los gustos y las épocas, y su inventario sería casi interminable: desfile de carrozas, certámenes literarios, juegos florales, concurso de dulzainas, demostraciones ecuestres, proclamación de reinas y damas, juegos de cañas, cinematógrafos, demostraciones aerostáticas… Pero de entre toda la panoplia casi nunca han faltado las corridas de toros, los fuegos artificiales, las competiciones deportivas, exhibición bandas y música, el circo y las consabidas casetas y barracas con los más variados contenidos y productos.

Las exhibiciones más antiguas han sido las corridas de toros y juegos de cañas. De los fuegos artificiales al menos en el siglo XVI ya se tiene noticias.

Y la feria de ganado y productos agropecuarios que, en definitiva, es el origen de las fiestas septembrinas de Valladolid. (El primer cartel corresponde al año 1871)

 

Las fiestas de Valladolid no han tenido apellido santoral hasta que en 1960 pasaron a denominarse oficialmente “de San Mateo”.

Y en 2000 pasaron a “Virgen de San Lorenzo”, entre otras cosas por razones climáticas más benignas en los primeros días de septiembre, frente al chorro invernal y llovedizo que con frecuencia acontece en los últimos días del mismo mes.

 

De los populares gigantes y cabezudos que se sepa al menos ya pasearon en 1877.

Más, lo cierto es que buena parte de toda aquella actividad tenía, básicamente, como objetivo, animar a los forasteros a venir a la ciudad y que en ella gastaran sus buenos cuartos. De ahí la ocurrente colaboración entre ayuntamiento y comerciantes e industriales. Esa finalidad era tal que incluso en 1887 se subvencionaron los billetes de tren para animar a venir a la capital, habida cuenta de que el año anterior parece que la afluencia fue algo floja.

También ha sido frecuente el debate entre los munícipes sobre si colaborar o no económicamente al desarrollo de las corridas de toros, en unas ocasiones por razones presupuestarias y en otras por evitar amiguismos, toda vez que las corridas siempre han sido organizadas por particulares, aunque fuera en el coso municipal.

 

La actual Feria de Muestras enraíza en las ferias medievales del siglo XII.  Y ha conocido diversos avatares. Con un formato y otro se ha mantenido siempre hasta que se comenzó a pensar en otro formato más del tipo Feria de Muestras que ahora conocemos. En 1850 se celebró una magna Exposición Pública a la que acudieron empresas y otras entidades de muchos lugares de España. La feria del ganado siguió pero no así aquel formato de Muestras, a excepción de 1906. De nuevo se retoma en 1935 a propuesta de la Cámara de Comercio y se montan pabellones en el Campo Grande, pero sin llegar a disponer de un edifico permanente. En 1936 ya no se llevó a cabo a causa de la Guerra Civil (por cierto, tampoco fiestas: ni el  37 ni el 38). Hasta que en 1965 se inaugura en unos pabellones de obra la Feria Regional de Muestras, que ha llegado a nuestros días tras alcanzar el rango de Nacional y luego Internacional. (La última foto es de los años 70).

Cuadro de Gabriel Osmundo: Feria de Valladolid. 1880. Conservado en la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid

Feria de ganado en Campo Grande, principios del s. XX.

Los escenarios han variado también muchas veces, aunque en general  intentado que fuera en lugares céntricos habida cuenta, tal como se llegó a decir en algún pleno municipal, que había que facilitar las cosas a los forasteros y hacer demostración de las bellezas y virtudes urbanísticas y monumentales de la ciudad. En general giraron en torno al Campo Grande (incluso la feria de ganado), hasta que definitivamente se desechó para evitar el deterioro de tan magnífico y apreciado jardín.

 

Así, sin entrar en fechas ni secuencia de acontecimientos, las Fiestas de Valladolid y la Feria de Ganado han conocido el citado Campo Grande, la Plaza Mayor-calle Santiago-Fuente Dorada, las Moreras, la plaza de San Nicolás, la explanada de la Academia de Caballería tras su incendio, los aledaños del viejo estadio Zorrilla, y la Rubia hasta su actual emplazamiento en Parquesol para carruseles, circos  y barracas.

La feria de ganado también conoció el Prado de la Magdalena en los años 60. (La primera imágen es de 1937 en el Campo Grande, la otra, de la Rubia en 1974).

 

Muy curiosos son los contenidos de los bandos que cada año pregonaba el Ayuntamiento para el buen desenvolvimiento de la feria. Su contenido se repite sin apenas variaciones durante muchos años, hasta que nuevas circunstancias y costumbres obligan a introducir modificaciones.

Por ejemplo el de 1870, convocando a la”Feria Anual”, entre otras cosas advertía: “Los carruajes y recuas de bestias al atravesar y circular por la población irán al paso, llevando la derecha y sin pararse en punto alguno”… “ “No se confiará caballería alguna a los menores de 15 años”…  “Las tiendas de bebidas y cafés no despacharán desde las once de la noche hasta el amanecer”… “Todo vendedor admitirá la moneda corriente de oro, plata o cobre (salvo) que esté resellada o con falta notable de peso”…

El bando del alcalde Miguel Íscar, pregonado en 1878, básicamente decía lo mismo, más abundaba en que “En la parte exterior de tablones y tiendas no se podrá colocar objeto alguno que pueda entorpecer el paso en aceras y soportales”…

En fin, otras veces se advertía de que “En las calles y sitios públicos donde puedan interrumpir el libre tránsito, no se permitirán los juegos de bolos, barra, morrillo, pelota y demás de esta especie”… “Todos los juegos prohibidos por ley serán perseguidos” (¿y el resto del año?)…. “Tendrán que retirarse andamos, escombros, materiales de construcción que permanezcan en las calles y plazas”…

También se dictaban bandos para el buen desenvolvimiento de las corridas de toros, con contenidos tales como: “Con el fin de evitar desavenencias no podrán abrirse bajo ningún pretexto paraguas ni sombrillas”… “No se entrará al tendido con palos, bastones ni otro instrumento contundente”… “Nadie arrojará a la plaza cáscaras de fruta u otros objetos que puedan perjudicar la lidia”….

 

…Y veamos otras variadas imágenes y recuerdos de la ferias vallisoletanas…

 Pregón de Concha Velasco, en primer término, sentada, Rosa Chacel. Año de 1985.

Desfile de carrozas, año de 1963.

Pregón y proclamacion de reina y damas en 1974.

 

 

 

Anuncio en El Norte de Castilla de exhibición de los primeros cinematógrafos durante las ferias. Año de 1896.Noticia del 21 de septiembre de 1975 (El Norte de Castilla).

 

Uno de los hermanos Toneti, durante una rifa benéfica en una caseta de las ferias: 1967.

 

Si el lector o lectora está interesado en conocer con mayor detalle esto que aquí se ha contado, al margen de los numerosos documentos municipales consultados, están, entre otros, los siguientes libros:

Ferias y fiestas de San Mateo, de Paz Altés Melgar y Rosa Mª Calleja Gago.

El ayuntamiento y la fiesta, de Juan Manuel Olcese Alvear.

Virgen de San Lorenzo, patrona de la ciudad, de Javier Burrieza Sánchez.

 

NOTA: Todas las fotos excepto la que indique otra cosa, están obtenidas del Archivo Municipal de Valladolid,  y los recortes de prensa del archivo digital de El Norte de Castilla.


DE PASEO POR EL CAMPUS… UNIVERSITARIO

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A fuerza de lo cotidiano, quizá  apenas valoramos que en Valladolid tenemos una Universidad. Una institución que es una auténtica ciudad dentro de la ciudad. Por historia, por arquitectura, por arte, por patrimonio, por número de personas implicadas: en torno a 18.000 entre alumnado, profesorado y personal administrativo (aparte, los campus de Palencia, Segovia y Soria).

(Ayer, como cada martes, lo conté en Onda Cero Radio en el programa de Valladolid en la Onda.) 

El siglo XIII es la centuria de las universidades en Europa (la de Bolonia, en el siglo XI, fue la primera universidad de Europa), aunque aún no tenían las características que ahora conocemos. Eran, más bien, lugares de Estudios Generales, en los que se trataba todo el conocimiento universal sabido hasta la época. No se expedían títulos que acreditaran una especialización ni nada parecido. Esta enseñanza, hasta que se formaron universidades propiamente dichas,  se daba en abadías, monasterios  y sedes episcopales. Era,  en definitiva, la Iglesia quien la impartía.

En el recurrente debate sobre la antigüedad de nuestra universidad, podemos dar por bueno que fue la tercera universidad que se creó en España, detrás de la de Palencia (que duró pocos años), y la de Salamanca. En cualquier caso,  la de Valladolid fue una universidad modelo y de ella se copió cuando Sancho IV impulsó la creación de la universidad de Alcalá de Henares. Aquello ocurrió en el año 1293. Por tanto en el siglo XIII ya existía en Valladolid lo que entonces podíamos llamar universidad.

Será en 1417, reinando Juan II, cuando se convierta propiamente en universidad. Es decir, paso de un lugar de Estudios Generales a Universidad confirmada por el papa Martín V al aceptar el establecimiento de una cátedra de Teología.

En el siglo XVI en Valladolid ya estaban claramente configuradas las especialidades de Cirugía y Medicina (nació como cátedra de Física), Matemáticas, Filosofía, Leyes, Cánones, Teología, Retórica, Griego y Hebreo. Incluso ya había dos colegios mayores: el de Santa Cruz y el de San Gregorio. La denominación de las cátedras y el número de ellas fue evolucionando con el discurrir del tiempo.

¿Cómo era, por ejemplo, en tiempo de los Reyes Católicos, el calendario universitario? Pues no muy distinto al actual: el curso duraba desde el 18 de septiembre hasta el 15 de agosto, con vacaciones en Navidad y Semana Santa… más un buen montón de días festivos, que según unas épocas u otras, rondaba los 55.

Las graduaciones (el doctorado diríamos hoy día), se celebraba con gran solemnidad: misa y procesión  por la ciudad, obsequio de vino a los asistentes, a veces también corrida de toros o vaquillas, paseo a caballo del nuevo doctor por toda la ciudad… y al final, el nuevo doctor invitaba a comer en su casa.

Con estos antecedentes propongo dar un paseo por los principales lugares relacionados con la Universidad. Nuestros pasos nos llevarán desde el edificio histórico de la plaza de la Universidad hasta el final del campus Miguel Delibes pasando por Santa Cruz, Centro Buendía, Facultad de Medicina y Campus Esgueva.

Vamos a disfrutar paseando de una especie de ciudad viva y con su propia personalidad en el vientre de Valladolid. No sin antes indicar que además de lo que aquí relatamos, la Universidad tiene el Museo de Ciencias Naturales en el interior del colegio público  García Quintana  sito en la plaza España. Las colecciones de museo se comenzaron a formar en el año 1860.

 

Propongo comenzar frente al edificio materno de la Universiad, en la plaza que lleva el mismo nombre. El primer edificio data de finales de finales del  s. XV. Tenía su fachada hacia la actual calle de la Librería. En el siglo XVIII (1716) se reconstruye con la fachada que ahora conocemos. Es el mayor exponente del barroco vallisoletano.  Sobre todo la parte que da a Librería es la que más reformas ha conocido: tuvo un observatorio astronómico (1915) y un reloj en la esquina con plaza de la Universidad. Hasta lo que ahora se puede ver, que incluye una profunda modificación en 1972 tras un incendio y otras reformas posteriores.  Este edificio acogía antes todas las especialidades universitarias hasta que el número de facultades y de alumnos fue creciendo y hubo que construir nuevas dependencias. (En las imágenes, la parte superior de la fachada en la que se representa a la Sabiduría pisando a la Ignorancia –en forma de niño-; y antiguo edificio -imagen tomada de la Fundación Joaquín Díaz-).

 

Fachada medieval de la calle Librería, según el grabado de Antolínez de Burgos.

 

Torre del observatorio astronómico, que daba a la plaza de Santa Cruz (foto procedente del Centro de Documentación de la Universidad)

 

Escudos de la Universidad de Valladolid, expuestos en el Museo al que se accede por el edificio Rector Tejerina. Hay una sala de exposiciones  montada sobre unas arquerías góticas del finales del XV.

 

Palacio de Santa Cruz (1484) y reformas del XVIII.  Este era el antiguo colegio mayor, que ahora está detrás (1675), quedando el edificio histórico para dependencias administrativas del rectorado. En la imagen se ve la campana que regulaba las horas universitarias y uno de los vástagos supervivientes que delimitaban el área de dominio de la Universidad, en la que no podían entrar autoridades ajenas a la propia institución. Entre otras cosas, el palacio acoge una maravillosa colección de Arte Africano. E imagen antigua de la Biblioteca Histórica (foto tomada del Museo de la Universidad).

 

Centro Buendía. En el número 14 de la calle Juan Mambrilla (antigua calle de Francos) está ubicado en un palacio de finales del s. XV de la familia Acuña (condes de Buendía). Es, junto con el palacio de los Vivero (Archivo Histórico Provincial), el único vestigio de arquitectura civil del XV: es un buen ejemplo del tránsito de gótico al renacimiento.

.Presume la Facultad  de Medicina de  antigüedad, pues Enrique III  en 1404 creó su antecedente más inmediato,  que por entonces se conocía como cátedra de Física. Una fotografía del primer edificio de Medicina a finales del siglo XIX (foto de AMVA)

 

Biblioteca Reina Sofía: antigua cárcel de Chancillería y casa del Alcaide. El patio por donde antes paseaban los presos se ha convertido en una sala de estudio. El edificio se acondicionó en el año 1988.

 

Casa del Estudiante, reacondicionada sobre dos antiguos palacios del siglo XVI (Condes de Ribadabia y Marqueses de Camarasa). Uno de ellos fue anteriormente un centro de beneficiencia. En las reformas que se hicieron a partir de 1973 (cuando los adquirió la Universidad), se descubrió la maqbara (cementerio) musulmana.

 

Edificio de Ciencias, en el prado de la Magdalena. Edificado sobre terrenos municipales en 1968. Junto a él la actual residencia de estudiantes Alfonso VIII, que en realidad se concibió para albergar un hospital materno que nunca llegó a funcionar. Junto a la facultad está el edificio de la antigua Escuela de Enfermería, hoy dedicado a residencia estudiantil universitaria.

 

Facultad de Filosofía y Letras (inmediatamente detrás de Ciencias) y una imagen de la cúpula central. A un costado está la de Comercio, y al fondo, los talleres de mantenimiento de la Universidad (desde 1989): antiguas naves de fabricación de sacos construidas en 1928 por  el arquitecto Manuel Cuadrillero.

 

Y cruzamos la Esgueva: Escuela de Ingenierías Industriales, (junto a la facultad de Ciencias Económicas y Empresariales –que comenzó a funcionar en 1985-). El otro edificio de Ingenierías  está en la Huerta del Rey, así como la Escuela de Arquitectura, que comenzó en el curso 1979-80. (Foto del Archivo Municipal de la colocación de la primera piedra de la Facultad de Económicas en 1982).

 

Y llegamos al Campus Miguel Delibes (rebasada la Facultad de Económicas), levantado entre el paseo del Cementerio y el paseo de Belén, se ha consolidado ya en el siglo XXI. Alberga diversas facultades y servicios universitarios, así como el afamado IOBA. Pasee hasta el final, donde está la planta de Biomasa que surte de calor a casi todas las dependencias universitarias. Detalle del interior del edificio de Investigación Científica… Por cierto, hay cafeterías en varias facultades por si necesitamos reponer fuerzas durante nuestro paseo.

 

En el paseo del Cementerio, además de una  residencia para estudiantes, se ha plantado un “arboreto”, que tiene su origen en el que ya hubo en la Universidad en el siglo XVIII hasta 1960 como unidad didáctica. En esta versión moderna se reproducen los paisajes característicos de Valladolid: Tierra de Campos, de Pinares y los páramos. Y al otro lado de las facultades, junto a las vías del ferrocarril, un espacioso y agradable jardín con su lago. Se trata de espacios que urbanizó y mantiene la propia Universidad.

NOTA: En Valladolid la mirada curiosa hay sendas entradas sobre el Museo de la Universidad y el de Arte Africano del Palacio de Santa Cruz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


LOS ECOS DE JEROMÍN: VILLAGARCÍA DE CAMPOS

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¡Qué mejor manera de comenzar el recorrido por los lugares más relevantes de Villagarcía que de la mano del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha!

En el capítulo 49 de la obra de Cervantes, Don Quijote dice a otro personaje que, entre sus antepasados está un tal Gutierre  Quijada, que no es otro que un ascendiente de don Luis Méndez de Quijada importante personaje de la Corte de Carlos V y Felipe II. La dinastía de los Quijada fue una saga de fieles a la Monarquía que sirvieron anteriormente a los Reyes Católicos y a Felipe el Hermoso.

Don Luis casó con Magdalena de Ulloa (mujer importante por familia, fortuna y fundaciones) y juntos habitaron el castillo- palacio de Villagarcía de Campos mediado el siglo XVI.

Durante seis años correteó por aquella fortaleza el jovencito Jeromín, que en realidad era el diminutivo de Jerónimo, que así le llamó su padre Carlos V cuando nació producto de una relación extramatrimonial.

Jeromín, una vez reconocido por su padre (en Yuste),  y por su hermanastro Felipe II, pasó a formar parte de la familia real con el nombre de Juan (de Austria). Fue aquel detalle del rey Felipe un acto muy cariñoso, pues convirtió a Jeromín en el verdadero hermano (varón) que nunca llegó a tener el monarca, pues dos hijos de Carlos V que nacieron en 1537 y 1539 –y a los que se les puso de nombre Juan- fallecieron inmediatamente después de su llegada a esta vida; y otro hermano, Fernando, también había muerto prematuramente.

Mas, Villagarcía, además de esta historia y el viejo castillo, ofrece al visitante algunas interesantes casonas y  la colegiata de San Luis, mandada construir por Magdalena de Ulloa y que acogió  un importante convento jesuita.

Contado esto, ¡ea! a caminar por Villagarcía de Campos.

 

Castillo original del siglo XIII, fue  levantado durante las luchas fronterizas entre los reinos de León y Castilla. En su interior, y hacia el siglo XV,  se construyeron estancias palaciegas que habitaron los Quijada, ya en el siglo XVI. Por los pasillos del palacio y los patios y almenas del castillo correteó el famoso Jeromín, hijo bastardo de Carlos V.

 

La torre del homenaje permite disfrutar de amplísimas vistas y varios municipios (recomiendo llevar prismáticos): Medina de Rioseco, Tordehumos, Urueña…

 

Vistas del caserío de Villagarcía y de la Colegiata, que parece presidir el municipio.

 

Encaramos la calle Sacramento que, frente al castillo, conduce hacia la Colegiata. Pasamos por la plaza Mayor, donde se alza la iglesia de San Pedro, del principios del XVI,  con torre mudéjar.

 

Tiene Villagarcía varias casas blasonadas. Dos de las principales y que mejor se conservan están frente a la colegiata. Se trata del hospital de la Magdalena, fundado por Doña Magdalena de Ulloa (presiden su fachada sendos escudos de los esposos), y la casa del siglo XVII del obispo fray Francisco Guerra.

 

Y nos hallamos ante la Colegiata. La fachada, y en general su fábrica, es de un sobrio renacentista con aire clasicista herreriano.  Es muy  característico de las iglesias construidas bajo la tutela de la orden de los jesuitas. Veremos cómo es casi idéntica a la de la iglesia de San Miguel, en Valladolid. Y en su interior se respira el siglo XVI en cada detalle: eso es debido a que desde su construcción no ha sufrido alteración alguna, ni siquiera en los suelos. El edificio se erigió a finales del XVI según el proyecto de Rodrigo Gil de Hontañón, uno de los mejores arquitectos de su época. En realidad lo que ahora vemos del XVI (iglesia y algunas dependencias anejas) es una parte del gran conjunto que llegó a tener la colegiata. Su abandono tras la expulsión de los jesuitas por orden de Carlos III llevó a que se hundiera toda la parte conventual, erigida en su día en torno a un claustro de dos pisos.  La colegiata, aunque la ocupan los jesuitas, actualmente pertenece al Arzobispado de Valladolid. Antes de  comenzar el recorrido por la Colegiata y Museo de Villagarcía de Campos debe saberse que se trata de un conjunto histórico y artístico impresionante. Visitar estas dependencias es disponerse a ver obras que, en opinión de expertos en arte,  son palabras mayores. Aquí se verán obras de Francisco Gutiérrez, Luis Salvador Carmona, Tomás de Sierra, Cristóbal Ruíz de Andino, Gregorio Fernández o el palentino Juan Sáez de Torrecilla. Unos podrán ser más conocidos que otros, pero todos son referencia en el arte religioso. Se trata, en definitiva, de un conjunto de retablos, esculturas y pinturas de los siglos XVI, XVII y XVIII que atesora una de las más importantes colecciones de obras de arte que se puedan ver en España.

 

El pasillo por el que se inicia el recorrido por la Colegiata y su Museo, recibe con cinco grandes lienzos de Francisco Gutiérrez que representan escenas bíblicas con imaginativa ambientación italianizante propia de la escuela veneciana, y unas perspectivas extraordinarias.

 

Óleo de Miguel Ángel Galván, de 2009. Representa el encuentro entre Felipe II y su hermanastro Jeromín, acompañado del señor Luis Méndez de Quijada. El hecho tuvo lugar en las inmediaciones de la Santa Espina, no muy lejos de Villagarcía de Campos.

 

Y como no puede ser de otra manera, pronto se presentan a los visitantes los mecenas de la Colegiata: dos grandes retratos de Doña Magdalena de Ulloa y Don Luís Méndez de Quijada, separados por un enorme lienzo con el escudo de la casa que preside la Sala de Visitas o Sala de los Fundadores (que de las dos maneras se conoce).  En ella se expone una colección de libros y dos copias de sendos cuadros de El Greco, además de diversos muebles de la época.

 

Sin perder la continuidad, se transita de la parte propiamente museística a la Colegiata, no sin antes recorrer la sala de los Canónigos y Capellanes, donde se verán numerosos ornamentos, casullas, un altarcillo barroco y retaros de los primeros generales de los jesuitas.

 

Y  la capilla de las reliquias. La unidad de conjunto de la capilla tiene la firma de Tomás de la Sierra que, tal como relata Teresa, la guía de la visita, posiblemente se trata del mejor relicario de España. Representa pequeñas esculturas, grandes vitrinas con huesos que llevan grabado el nombre de su mortal dueño, frascos con restos humanos… todo ello sin destilar la menor sensación macabra, debido, sobre todo, a la armonía que exhala la capilla. En la imagen,  detalle del relicario de “las santas mujeres”.

 

No se abandona el recinto principal de la iglesia, en dirección a la cripta bajo el altar, la capilla de los novicios y la sacristía, sin admirar el retablo principal, diseñado por Juan de Herrera, que destaca por sus relieves en alabastro y una escultura de Gregorio Fernández.

 

Al introducirnos en la cripta bajo el altar en la que están enterrados los restos de Doña  Magdalena y Don Luis,  podemos entender porque la iglesia se construyó sobre unas altas escalinatas: era la manera de evitar que la cripta se encharcara. Cosa que habría ocurrido de haberse abierto bajo  la iglesia y que esta estuviera construida a nivel del suelo, dado que  en Villagarcía la capa freática se encuentra muy próxima a la superficie.

 

Acaso sea la sacristía de la capilla del noviciado otro de los peculiares rincones de la Colegiata. En ella se verá, entre otros objetos, una colección de casullas negras mandadas hacer por Doña Magdalena  para los funerales de su esposo, próximo a morir, y un gran tenebrario del siglo XVI. Pero se ha de llamar la atención sobre un Niño Jesús en una minúscula cama que es una muestra de la colección de figuras que acumuló Doña Magdalena que, imposibilitada de tener hijo, se dedicó a coleccionar muñecos a los que vestía de las formas más curiosas y de los que se verán varias ejemplos en la Colegiata.

 

La capilla de los novicios acoge un deslumbrante retablo  dorado de madera, presidido por un  San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas y que recuerda el espíritu viajero de muchos personajes, santos o no, de su época: estudió teología en París, se ordenó sacerdote en Venecia y murió en Roma, en 1556. No sin antes haber pasado largos años en Salamanca, Valladolid, Alcalá y Palestina.

 

NOTA: Hasta el 15 de octubre castillo y colegiata se pueden visitar los fines de semana llamando al 669 082 210. Teresa, la magnífica guía de Villagarcía,  conducirá  las visitas. A partir de esa fecha, hay que llamar directamente a la Colegiata: 983 717 032.


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