Quantcast
Channel: Valladolid, la mirada curiosa
Viewing all 516 articles
Browse latest View live

UN PASEO POR LA DESEMBOCADURA DE LA ESGUEVA

$
0
0

Valladolid es una ciudad marcada por sus ríos, especialmente por la Esgueva. La población aparece mencionada por primera vez en 1062. Fue una villa que se desarrolló alrededor de este río,  por eso se puede hablar de que Valladolid en la Edad Media era la villa de la Esgueva.  

El río que ahora vemos en la ciudad es un canal artificial, pero que arranca del cauce natural del río antes de su entrada en la ciudad. Un río que siempre tuvo dos ramales principales, amén de ciertos canalillos laterales que se manifestaban o no según hubiera mayor o menor caudal. No obstante, hay historiadores que sostienen que el ramal exterior era artificial, acaso mandado construir con el Conde Ansúrez con la finalidad de evitar los desbordamientos del, hasta entonces, único ramal  que discurría por el interior de la villa.

A este respecto los dos brazos principales de la Esgueva se han conocido como Norte o interior (el que discurría por la zona de la Antigua), el uno; y Sur o  exterior (el que venía por la actual plaza Circular)  el otro.

Estos ramales y sus ramalillos ocasionales obligaron a que la villa llegara a tener hasta 18 puentes de piedra y algunos más de madera. Aquello dio lugar a que algún viajero del siglo XVIII describiera Valladolid como “la Venecia de Castilla”.

El paso de la Esgueva por la ciudad, su posterior cubrimiento  y el canal que se construyó en el siglo XX,  han dejado un rastro de evidencias muy variadas: nombres de calles como Esgueva o barrios como Vadillos (la zona por donde se vadeaba la Esgueva).

Una parte del trazado urbano de Valladolid se explica por el curso que seguían los ramales de las Esguevas, y para ejemplo, las calles Nicolás Salmerón, Dos de Mayo y Miguel Íscar, que están urbanizadas sobre el ramal sur, y  debajo de las cuales están las bóvedas el Esgueva soterrado.

De las esguevas soterradas hay  diversas huellas visibles dibujadas sobre el pavimento: además de algunas placas en la calle de Platerías y plaza del Val, una gran losa advierte en la calle Santiago, próximo a Miguel Iscar, que debajo de ella se hallan los restos del puente de la puerta del Campo. Y, sobre todo, bajo el gran edificio de San Benito, hay unas impresionantes bóvedas que conducen hacia la antigua desembocadura en el Pisuerga.

La Esgueva, con sus ramales, ha sido un río  que  prestó un gran servicio a Valladolid en lo que a regadío de huertas se refiere, instalación de molinos, para lavado de ropa por las mujeres que carecían de pozo y el Pisuerga les quedaba lejos y, sobre todo, como colector de residuos, también produjo calamitosos desbordamientos que arrasaban numerosas viviendas. Razones estas dos últimas que han abonado una mala fama que bien se encargaron de airear algunos poetas del Siglo de Oro.

Hacia 1850 comenzó el soterramiento de las Esguevas y podemos poner la fecha de 1910 como la de finalización de obras.

En la década de 1990 el cauce de la Esgueva conoció una profunda remodelación que, después de varias visicitudes, concluyó en 1999, según una placa que reza en las compuertas.

Contado todo esto, propongo recrearnos en la desembocadura, ubicada entre los barrios de España y Rondilla.

 

Paseos y cauce que conducen hacia la desembocadura, un verdadero jardín botánico en el que se contabilizan numerosas especies arbóreas.

 

Compuertas y detalle de la maquinaria, cuya finalidad era conducir el agua hacia la llamada “fábrica de la luz”, que generaba energía eléctrica para abastecer algunos barrios.

 

Detalle de las balsas de iniciación al piragüismo. Las instalaciones que se ven al fondo están dedicas a Narciso Suárez, destacado piragüista vallisoletano que participó en cuatro Olimpiadas, en las que obtuvo una medalla de bronce y varios diplomas olímpicos. Debajo de la fábrica de la luz está el gimnasio. 

 

La “fábrica de la luz”. Se construyó hacia 1930. En este lugar se había planeado anteriormente un centro de impulsión de las aguas fecales de Valladolid hasta el pinar de Antequera, donde se depurarían mediante el sistema de balsas naturales. Ambicioso proyecto inconcluso del ingeniero Recaredo Huagón, que fue quien diseñó todo el sistema de saneamiento de Valladolid.

 

Inicio de un paseo que conduce hasta el Pisuerga y que nos lleva por debajo de la fábrica de la luz.

 

Desagüe de la fábrica.

 

Puentecillo que permite completar un agradable paseo en torno a la desembocadura.

 

La Esgueva cae más de siete metros sobre el cauce del Pisuerga. Eso generaría un problema de deterioro del entorno, y para paliarlo,   el ingeniero Huagón ideó construir 7 grandes peldaños de tal manera que el agua llegara suavemente hasta el Pisuerga. Esta construcción también se conoce como “salto de Linares”, por estar próximo al paraje que desde siempre se conoce con ese nombre (por plantarse antiguamente lino).

 

 

Arbolado junto a la desembocadura  en el  Pisuerga.

 

 

En el entorno inmediato se pueden ver las huertas populares del barrio España, y diversas instalaciones de la Cámara de Comercio (vivero de empresas), la Cámara de Contratistas y el Centro de Artesanía de Castilla y León.

 

 

 

 



MAYORGA: SORPRENDENTE PATRIMONIO

$
0
0

Presume Mayorga de haber tenido el primer buzón de correos que se instaló en España. Sobre una laja de piedra con su correspondiente boca para el depósito de las cartas, está grabada la siguiente inscripción: “Coreo / Ano de / MDCCXCIII” (1793).

Motivo suficiente para acercarse a conocer más de cerca este municipio de Tierra de Campos que, además, tiene añadido (y con abundancia)  patrimonio, historia y paisaje.

Sin detenernos demasiado en su historia, diremos que se datan asentamientos prerromanos y que en la Edad Media fue una plaza estratégica en las disputas que mantuvieron los reinos de León y Castilla, por lo que  perteneció en unos momentos u otros  a un reino, o al otro. Cuando nos asomemos al impresionante mirador sobre el río Cea comprenderemos la importancia estratégica de Mayorga debido a las inmensas vistas sobre el territorio circundante y, por tanto, dominador de cuantos movimientos de tropas se produjeran en muchos kilómetros a la redonda.

Mayorga fue recinto amurallado con cuatro puertas, de las que una, muy remodelada, aún se conserva, así como algún pequeño lienzo de la muralla. Contó con una importante judería y un enclave templario.

No exageramos si decimos que cuenta con uno de los conjuntos patrimoniales más importantes de la provincia, en el que el ladrillo mudéjar domina de forma bella y notable. Un patrimonio que no solo se asienta en la monumentalidad de los edificios religiosos, sino en numerosos edificios civiles.

Así que, sin mayor dilación, iniciamos un apretado recorrido por el casco urbano de Mayorga.

 

La panorámica sobre Mayorga está dominada por las torres de sus iglesias: hasta 16 parroquias llegó a tener la villa.

 

El patrimonio religioso de Mayorga es muy importante, por lo que será necesario fijarse en unas cuantas de sus iglesias. Como la de  Santa Marina (mudéjar del siglo XV). Un  típico caso de retablos e imágenes que acaban diseminados por el mundo: el Museo de Bellas Artes de Asturias  presume del retablo de Santa Marina como una de las piezas más importantes de su colección;  y el  Carmen Extramuros  de Valladolid también alberga otro de sus retablos.

 

Torre de la iglesia del Salvador, del siglo XVII,  preside la plaza de España, centro de la villa (donde también está la Casa Consistorial, edificio barroco de dos plantas, y  hay caracerísticos soportales castellanos). Su interior aloja un retablo procedente de la vecina iglesia de Santa María de Arbás. (La foto del retablo es de Javier Baladrón, publicada en Arte en Valladolid).

 

Y Santa María de Arbás. Declarada Monumento Histórico Artístico y construida en el siglo XV, aunque actualmente no se encuentra en buen estado de conservación, es uno de los monumentos más representativos del mudéjar de Tierra de Campos.

 

Tiene la villa una calle recoleta llamada “pasaje de San Martín” que en una de sus embocaduras conserva el arco de acceso a la desaparecida iglesia de San Martín. Varios escudos y otras piedras noblemente labradas adornan la calle. Junto al arco, en piedra, el escudo de Mayorga, y frente a él, el centro cívico, que lleva el nombre de Modesto Lafuente: importante personaje de la política y la literatura del siglo XIX, que está enterrado en el panteón familiar del cementerio de Mayorga. Fue miembro de la Real Academia de la Historia e hizo una valiosa aportación con su Historia General de España (1850), que supuso una obra moderna de la historia de España, que al parecer nadie se había molestado en escribirla desde que en el siglo XVI se publicara la llamada Historia rebus Hispaniae (de Juan de Mariana).

 

Sin duda, una de las referencias monumentales de la villa es su Rollo de la Justica, de construcción gótica (se construyó en el primera cuarto del XVI), que es uno de los poco más de media docena de rollos que se conservan en Valladolid. Casualmente se salvaron de la destrucción de estos signos de vasallaje que ordenaron las Cortes de Cádiz de 1812. Su entorno es un agradable jardín.  Mayorga ha ido configurando un puñado de plazas y zonas ajardinadas que no deben pasar desapercibidas para el visitante, como Cuevacaliente o el Mirador (entre otras), hacia donde nos dirigiremos a continuación.

 

Se constata la importancia estratégica que tuvo la villa con solo asomarse a las inmensas vistas que nos ofrece el parque del Mirador sobre la vega del río Cea. Desde este punto se ven las provincias de Zamora, León (montes del Teleno), las montañas de Asturias y los montes de Palencia (que aparecen en la fotografía).

 

El Museo del Pan se instaló aprovechando la nave de la vieja iglesia de San Juan, añadiendo una construcción moderna. Frente a él, la ermita de Santo Toribio de Mogrovejo (s. XVIII),  patrón de la localidad  cuyo pretil se ha decorado con una alegoría de la fiesta del Vítor que cada 27 de septiembre celebra su tradicional desfile nocturno a la luz de pellejos ardiendo. Una rememoración de cuando en 1737 los vecinos salieron a recibir la reliquia de santo Toribio por la noche a la luz de las antorchas.

 

A lo largo del paseo por Mayorga nos toparemos con  numerosos edificios civiles de gran interés, como la casa de los Capellanes de Arbás, conde Catres, del obispo Cachón, casa Calle, etc. etc.  Casonas palaciegas que dan fe de una economía próspera en la que el cereal a buen seguro tuvo mucho que ver. En la imagen, fachada de Capellanes de Arbás y detalle de su escudo, y al fondo asoma el “pirulí” del antiguo y curioso depósito de agua.

 

La calle Derecha atraviesa de lado a lado la localidad. Comienza en la Puerta del Arco  una de las cuatro puertas que tuvo la muralla. Está muy reformada pero aún así conserva su encanto. Esta calle fue en su día cañada. Y su recorrido nos depara un pequeño resumen de Mayorga: puerta (s. XV-XVI), casa de los Calderones (blasonada), convento de San Pedro Mártir… (y sigue…)

 

… Y el afamado buzón de Correos, que presume de ser el primero que se instaló en España, allá por el año 1793, según corrobora oficialmente el organismo de Correos. Está en una casa que en su día funcionaba como posada…

 

… Y continúa la calle Derecha, que nos lleva hasta la plaza de Santa María, donde está la iglesia que da nombre a la plaza, un edificio mudéjar del s. XV que ha sido recientemente consolidado pues estaba a punto de derrumbarse, el Hospital de San Lázaro, del XVIII. Y desemboca en el corro del Templo, donde se ha dejado constancia de que allí la orden de los caballeros del Temple tuvieron una fortificación…

 

 Restos de la vieja muralla y vistas de una calle.

 

… Y qué mejor remate para nuestro largo y detallado paseo por Mayorga  que terminar a la orilla del Cea, junto a un puente que aún conserva sus arcos históricos. Se trata de una zona  bien cuidada y agradable. Del puente se hablaba ya en el siglo XII, pero la traza actual, con muchas reformas, nos lleva al siglo XVI. Es el viejo testigo de la importancia que llegó a tener Mayorga, pues de este puente sobre el Cea se escribió que se trataba de uno de los principales del reino para el comercio, la carretería y la cabaña lanar.

 

Plano del callejero de Mayorga.

 

NOTA: La Oficina de Turismo (abierta todo el año) ofrece visitas guiadas que se pueden concertar en el teléfono 983 752 027.


FRANCIA EN VALLADOLID

$
0
0

A poco que miremos a nuestro alrededor veremos en la ciudad de Valladolid nombres, lugares y personas que guardan una relación más o menos cercana con Francia.

Aunque pueda parecer paradójico, en la Edad Media y siglos inmediatamente posteriores, había un  importante trasiego entre moradores de unos u otros países de lo que conocemos como Europa, del que el Camino de Santiago bien puede ser un ejemplo.  No obstante la mayor parte de la población humilde vivía y moría en la misma aldea o villa donde nació.

También los arquitectos o maestros de obras, pintores, cómicos, literatos… Amén de los ejércitos que con frecuencia guerreaban en países muy alejados de los suyos… Y los nobles y embajadores con sus séquitos… religiosos y congregaciones que acudían a lejanos países para fundar conventos y monasterios al calor de las prebendas de nobles deseosos de congraciarse con el más allá… las monarquías con sus contratos matrimoniales para sellar el dominio o la paz entre reinos y territorios…

En fin, un número importante de personas que, además, dejaron rastro en la historia y el arte de cada época.

Valladolid no fue una excepción, y desde su “aparición” en la historia, es decir, desde que el conde Petro Asuriz (Pedro Ansúrez) llegara a nuestra aldea a engrandecerla ya conocemos la presencia de Francia junto a la Esgueva.

Y con este punto de partida, nos aprestamos a rastrear la presencia de Francia en Valladolid, lo que nos llevará por un largo recorrido de lugares y efemérides.

 

Según relata Juan Agapito y Revilla,  al engrandecimiento de Valladolid también contribuyeron los franceses: “… la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI dio ocasión a que (…) terminada la expedición y licenciadas las tropas, muchos de los francos o franceses que vinieron a ayudar en tal empresa, no volvieron a su patria y se quedaron por nuestras (…) ciudades o villas, una de las cuales fue Valladolid, que fue ajustada por el ilustre Conde don Pedro Ansúrez, señor del territorio, con el capitán Martín Franco y sus quadrillas francesas, por quienes el nombre de la calle de Francos donde sentaron, principalmente, y este apellido en Valladolid…”  La antigua  calle Francos, es la actual Juan Mambrilla.

 

Mas, no fue esta la primera e importante referencia de la presencia francesa, pues cuando Ansúrez promueve la construcción de la colegiata de Santa María la Mayor elige como primer abad de la misma a Don Salto, francés, así como los miembros del Cabildo, de la misma nacionalidad. En la fotografía, los cipreses simulan las antiguas columnas de la colegiata, que aún conserva  parte de su torre y algún muro.

 

La nobleza, mediante sus estancias más o menos esporádicas en la ciudad,  contribuyó a dar cierta fama a Valladolid. Y entre esa nobleza hubo un buen puñado de franceses  -acaso decir francesas sería más lógico- pues fueron esposas de reyes y príncipes, nacidas en el vecino país, las que recalaron en la ciudad. De estos casos señalamos un par de ejemplos. Germana de Foix (s. XV-XVI) era hija de María de Orleans, hermana de Luis XII de Francia, y se casó con Fernando II de Aragón (viudo de Isabel la Católica). Pues bien, el único hijo de ese postrer matrimonio vio la luz el año de 1509 en Valladolid. Se llamó Juan de Aragón y Foix y tuvo la desgracia (muy común en la época) de fallecer a las pocas horas de nacer. Otra reina francesa, Blanca de Borbón, matrimonió con Pedro I de Castilla (el Cruel) en Valladolid en el año 1353. En la imagen, Germana de Foix.

 

En la ciudad prolifera en edificios públicos y una calle un apellido de origen francés: Delibes. Miguel Delibes (1920- 2010) nuestro convecino y afamado escritor y periodista. Pues bien, el apellido proviene de Francia, de la zona de Toulouse. El abuelo paterno, Fréderic Delibes,  era un técnico que se vino en 1860 a trabajar a España en la construcción del tendido ferroviario Alar del Rey-Cantabria, y en aquellas tierras se enamoró de una española. Aquella línea ferroviaria era el porvenir de los trigos terracampinos, que recorriendo el Canal de Castilla en barcaza, se trasladarían a vagones de tren en Alar para alcanzar los puertos cántabros y, desde ahí, exportarse especialmente a las colonias. Por cierto, hubo otros ingenieros franceses que echaron raíces en Valladolid. En la imagen, la casa donde nació Delibes (Acera de Recoletos, 12).

 

El gran escultor Juan de Juni, que falleció en Valladolid en 1577, había nacido en Francia el año 1506:  en la localidad de Joigny, y cuando recaló en España, su apellido se castellanizó como Juni. Se estableció en Valladolid en 1540, donde vivió más de treinta años, y  junto con Alonso Berruguete fue el creador de la gran escuela de la escultura castellana. Tiene obra en diversos museos y edificios de Valladolid y en otras localidades,  como por ejemplo en Oporto y la fachada de San Marcos en León. En la foto, detalle de Santo Entierro,  del Museo de Escultura.

 

Paulina Harriet, que da nombre a una calle,  nació en Francia hacia 1811 y falleció en Valladolid en 1891. Casó con el también francés Juan Dibildos. El matrimonio se instaló en la ciudad al llamado de la entonces pujante economía vallisoletana (fueron unos cuantos los franceses que vinieron a Valladolid a invertir capitales y montar industrias).  Hacia 1845 el matrimonio adquirió una empresa en quiebra y  montó la  fábrica de curtidos, mantas y bayetas “La Rubia” (sita en las inmediaciones del camino de Simancas) que con el tiempo terminó dando nombre al barrio donde se instaló la manufactura. Juan, entre otras actividades, también  formó parte de la sociedad que construyó el Teatro Calderón.

 

Más, su esposa Paulina, también formó parte activa de la sociedad vallisoletana. Y con ese espíritu emprendedor y filantrópico, impulsó el establecimiento en la ciudad del colegio de Nuestra Señora de Lourdes, de la orden de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (fundada por el francés Juan Bautista de La Salle).  Misma orden que, más tarde, construyó el colegio de La Salle.

 

Resulta llamativa la presencia francesa en Valladolid a través de la educación. Pues no solo están los colegidos antes citados, sino que también tenemos la Alianza Francesa. En 1980 se crea el Petite École française, que ha tenido sucesivas sedes en Valladolid: colegio de El Salvador, edificio RENFE, y finalmente en 1995 da el salto a crear un instituto pero ya en instalaciones de Laguna de Duero. Colegio Lestonnac (calle Cigüeña, 30). El actual colegio Niño Jesús (calle Duque de Lerma, 1)  lo fundó la orden de Hijas de la Caridad; las primeras monjas que recalaron en Valladolid hablaban todas francés;  su primera ubicación fue el antiguo Hospital de la calle Sanz y Forés, en la década de 1960. A esta misma orden, creada por San Vicente de Paúl y Luisa de Marillac en el s. XVII pertenece la  residencia  femenina Labouré (calle Madre de Dios, 9).   Y las monjas dominicas francesas, que concluyeron sus actividades docentes en el convento que ha terminado por conocerse como Las Francesas: edificio que tiene sus orígenes en el siglo XV como convento de Santa Cruz de las Comendadoras de Santiago (el claustro –patio de las Tabas- es del siglo XVI y la iglesia que vemos, del  XVIII).

 

Y siguiendo con la enseñanza, es imprescindible destacar el nombre de Bernés. Que fue, entre otras actividades, capellán de la comunidad de monjas francesas del ya citado colegio Niño Jesús. Se trata del Padre George  (Jorge)  Bernés (nacido en Montesquiou 1921 y fallecido en Toulouse. 2017). El padre Bernés, que ejerció la docencia en el colegio de El Salvador,  introdujo el rugby en Valladolid y creó el equipo de El Salvador durante su estancia en nuestra ciudad acaecida en la década de 1960. (En la imagen un recorte de El Norte de Castilla).

 

La flor de lis (flor del lirio)  es fácil encontrársela en escudos palaciegos y otros nobles edificios. Es el emblema por antonomasia de la heráldica francesa, que lo comenzó a utilizar en el siglo XII y, por tanto,  de la dinastía Borbón. También aparece en el escudo oficial de España. El primero de los borbones en suelo español fue Felipe de Borbón, duque de Anjou, nacido en Versalles: bisnieto de Felipe IV de España (de la casa de Austria), y nieto del rey francés Luis XIV y María Teresa de Austria (que fue infanta de España). Aquel Felipe de Anjou es el que tras la Guerra de Sucesión en España en 1700 se coronó como Felipe V. Desde entonces, el escudo oficial de la Casa Real de España tiene incorporada la flor de lis en su escudo. No obstante, también la veremos con fruición en el colegio de San Gregorio (Museo de Escultura), por ser el símbolo de su fundador: fray Alonso de Burgos. Y en el escudo del Duque de Lerma (el que sostienen los leones de San Pablo). En la foto, el escudo que preside la fachada del Palacio Real de Valladolid.

 

Valladolid está hermanada con la ciudad de Lille desde 1986. Ahora con apenas actividad, sin embargo aquel hermanamiento sirvió para intercambios culturales, estudiantes y sociales. Por ejemplo, el Hospital Clínico firmó un convenio de investigación con un hospital de aquella ciudad francesa. La ciudad da nombre a una calle en Valladolid. En el Campo Grande hay un monolito (frente al número 12 de la acera de Recoletos, donde precisamente nació Delibes). Este monolito tiene grabada  la siguiente leyenda: “Conmemoramos que este año 1994, las ciudades hermanadas de Lille y Valladolid, fueron elegidas para celebrar la etapa inaugural del Tour de Francia y la Vuelta Ciclista a España. Valladolid 25-IV-94”

 

La presencia de los ejércitos franceses en España antes y durante la Guerra de la Independencia, nos ha dejado muchos episodios históricos en la ciudad y buen número de crónicas y noticias. Más no nos vamos a entretener mucho en ello. Una placa de mármol nos recuerda, junto a la Fuente de la Salud (Avenida Juan Carlos I frente al antiguo mercado central y actuales edificios multifuncionales) que en 1762 estuvieron acampados en este lugar varios batallones franceses.

 

Y también en estos altos de San Isidro tuvo lugar un curioso y luctuoso episodio: (que, por cierto, tiene dos versiones). Nos quedaremos con que una baqueta, disparada accidentalmente por un soldado francés,  acabó con la vida de su jefe, el general Malher, que yace enterrado bajo una losa que podemos ver en la entrada de la iglesia de San Pedro  (calle Real de Burgos, 10). Aquello ocurrió en marzo de 1808.

 

José I, hermano de Bonaparte y rey de España durante unos días de enero de 1809, ocupó el Palacio Real sito en la plaza de San Pablo. No obstante su breve paso por el escenario de la historia vallisoletana, hubo tiempo para que en la entrada de San Benito se esculpiera el escudo de aquel breve rey francés. Escudo que no dista mucho de los tradicionales de la casa real española solo que en esta variación bonapartista, las flores de lis de la parte central se sustituyeron por el águila imperial.

 

Valladolid es la provincia española con mayor número de fundaciones del císter. Entre ellas está el actual Monasterio de las Huelgas Reales. Lo fundó Doña María de Molina en 1282 para acoger a la orden cisterciense, muy de moda en aquellos siglos  y protegida por reyes y nobles. Fue creada en el siglo XI por San Roberto de Molesmes y su mayor difusor fue Bernardo de Claraval. La primera fundación tuvo lugar en la localidad francesa de Molesmes. El escudo oficial de la fundación cisterciense está plagado de flores de lis.  Flores que han quedado “incrustadas” en el escudo del colegio de las Huelgas, que nació al  amparo de este monasterio vallisoletano. La traza actual del monasterio de las Huelgas pertenece al siglo XVI.

 

Seguimos en la estela de la religión y hemos de acudir a la iglesia de San Martín, en la calle con el mismo nombre. Está presidida por una escultura de Antonio Tomé de 1721. En ella se representa la partición de la capa por el soldado romano que con el tiempo llegaría a ser San Martín de Tours. Media capa se la dio a un pobre muerto de frío y con la otra siguió arropándose el soldado. Corría el siglo IV de la era cristiana. San Martín fue un santo muy celebrado  desde el principio, y si no fuera por la fama que alcanzó Santiago Apóstol, San Martín habría sido la principal referencia en el mundo cristiano europeo. Se cuentan por miles las iglesias y fundaciones dedicadas al santo, que atesora la advocación de 12 catedrales. El Consejo de Europa le ha investido como una de los primeros grandes viajeros europeos y un valor común que comparten la mayoría de los países de la Unión Europea.

 

Francia ha sido una referencia en el mundo de la hostelería. En Valladolid en 1859 se rotuló con el nombre de hotel Parías un antiguo parador de diligencias. Pero en 1883 se construyó un edificio en la calle Teresa Gil para hacer un hotel: el Hotel de France, promovido por Pedro Hourcade, un francés que quería dar a la ciudad un lugar refinado. Tras la Guerra Civil española se cambió el nombre por Isabel y Fernando (el hotel Inglaterra se mudó por de los Italianos), debido a que aquellos nombres de las democracias europeas no casaban muy bien con la nueva ideología impuesta en España. Con el tiempo el hotel se reconvirtió en la residencia universitaria Reyes Católicos. En la foto del Archivo Municipal observese el abuhardillado del edificio, tan característico del París decimonónico.

 

Renault, sin duda, es actualmente la principal referencia francesa en Valladolid. Se nombre francés anduvo medio escondido cuando la fábrica de automóviles se conocía como FASA (Fábrica de Automóviles S.A.) aunque sobradamente conocido era su matriz francesa. La empresa la promovió  en 1951  el teniente coronel Manuel Jiménez Alfaro, y en 1953 circuló por las calles de Valladolid el primer vehículo: un 4 x 4. En la fotografía de Cacho, del Archivo Municipal de Valladolid, se ve al que fuera alcalde Santiago López en una visita a la fábrica en abril de 1953. Y veinte años más tarde la matriz francesa MICHELÍN fabrica su primer neumático en la factoría de Valladolid.

 

Y concluimos nuestro paseo por la presencia de Francia en Valladolid con dos imágenes. Algunos fotógrafos franceses han dejado las mejores fotografías del Valladolid decimonónico, como la del puente colgante, realizada por Jean Laurent en 1864;  o el grabado del Campo Grande elaborado a vista de pájaro por Alfred Guesdon en 1854. Ambas imágenes están tomadas del Archivo Municipal de Valladolid. Para situarnos en la imagen de Guesdon, el edificio octogonal que está casi en el centro del grabado es la antigua Academia de Caballería, que es donde está la actual.

 NOTA: Amén de indagar en archivos y diversos textos sobre Valladolid,  hay un  libro titulado Valladolid la huella francesa, de Luis Torrecilla Hernández, que aborda algunas de las cosas que aquí se han relatado.

 

 


CANAL DEL DUERO: APAGÓ LA SED DE VALLADOLID

$
0
0

El canal de Duero fue un proyecto sin duda muy positivo para Valladolid y los municipios por los que discurre desde su inicio en Quintanilla de Onésimo. Más, sus primeros años de servicio no estuvieron exentos de controversia.

En otoño de 1886 ya corría por las tuberías de Valladolid el agua que traía el canal. Fue muy largo el parto que permitió  que la ciudad recibiera el agua que le sacaría de sus endémicos problemas de abastecimiento. Los antecedentes  hay que situarlos en lo que se dio en llamar proyecto del canal de Valladolid: en  1864 se autorizó la construcción de un canal derivado del Duero en las inmediaciones del Molino de Villabáñez, cerca de Peñalva. Pero aún habría de trascurrir más de dos décadas hasta que el canal fuera una realidad y, además, con un proyecto diferente, que es el que ahora conocemos.

La ciudad tenía en aquellas fechas unos 66.000 habitantes, y las fuentes  públicas que suministraba la traída de Arcas Reales no daban ni de lejos para atender las necesidades de la población y sus industrias. Durante años se fueron sucediendo iniciativas para satisfacer la necesidad de agua: se reparó la traída de Argales, se hicieron fuentes con agua suministrada por el Pisuerga, se condujeron aguas hasta el interior de la población desde el barrio de la Victoria, se estudiaron todos los manantiales del entorno de la ciudad, etc… Pero la ciudad no estaba convenientemente abastecida. De ahí que el municipio viera con esperanza la construcción del canal del Duero.

Muy arduas fueran las gestiones que realizó el Ayuntamiento de la capital para asegurarse de que el proyecto del canal, de iniciativa privada por una empresa formada en 1862, saliera adelante. Aquello fue motivo de no pocos debates entre los munícipes capitalinos, pues el proyecto no dejaba de ser un negocio privado y había quienes apostaban por emplear las aguas del Pisuerga y no las del Duero para abastecer la ciudad. Ganaron, finalmente, los llamados “dueristas” y, si bien al menos sirvió para asegurar el saneamiento de Valladolid (además del abastecimiento de aguas potables), a partir de aquel año de 1886, no empezaron sino un sinfín de disputas entre la empresa y las autoridades municipales:  que si eran leoninas la condiciones de abastecimiento,  que si la empresa no ponía todas las fuentes a se había comprometido, que si estas eran de hierro y mala calidad, que si la calidad del agua que suministraba a las casas dejaba mucho que desear (especialmente la que iba a los barrios humildes), etc. Todo aquello condujo a que tras muchas polémicas, el Ayuntamiento municipalizara el servicio en el año 1959, para lo que se firmó un acuerdo con la Sociedad Industrial Castellana que era la que en aquellas fechas gestionaba el canal.

La construcción del canal se acometió para atender dos objetivos: abastecer de aguas a Valladolid,  y regar unos cuantos miles de hectáreas. Para ello necesitó construir túneles, acequias, puentes, acueductos y depuradoras.

Es el caso que esta fenomenal obra de ingeniería ha dejado un interesantísimo patrimonio industrial y natural. Y con esta somera introducción sobre la historia del Canal, vamos a recorrerlo desde su nacimiento.

 

Las obras del canal comenzaron en noviembre de 1880. La captación de las aguas del Duero está en Quintanilla de Onésimo. Duraron seis años y en algunos momentos hubo hasta 1.000 jornaleros trabajando en su construcción. El canal principal tiene una longitud de 52 kilómetros y desemboca en el Pisuerga a la altura del municipio de Santovenia.

 

Por cierto, hay que aprovechar el paseo para admirar el puente que une Quintanilla con Olivares. Se trata de una obra del renacimiento cuya construcción comenzó a principios del s. XV y no estuvo completamente terminada hasta dos siglos después. Ya en tiempos de los Reyes Católicos se comenzó a barruntar la necesidad de construir este importante paso sobre el Duero.

 

A partir de la captación, el canal discurre bajo Quintanilla por un túnel de 450 metros. Cuando sale a la luz, a las afueras de la población, es donde se sitúa propiamente el nacimiento del canal. Desde este punto,  una senda discurre  entre el río y el canal  que, hasta Tudela, corren parejos  consolidando un bello y exuberante paisaje de ribera: chopos lombardos, olmos, pinos, fresnos, encinas, robinias y otras muchas especies son las dueñas de estas orillas.

 

Ambos cauces van tan próximos que incluso en algunas ocasiones sus aguas han llegado a mezclarse, motivo por lo que en un tramo entre Quintanilla y Abadía Retuerta hubo que construir un muro de hormigón de casi trescientos metros de longitud y  un metro de ancho que los separase.

 

En Sardón, el canal se estrecha formando un puente para salvar la desembocadura del arroyo de Valimón en el Duero.

 

Y, de nuevo, a la altura de Puente Hinojo, el agua tiene que pasar sobre la desembocadura del arroyo Valcorba. Para ello se construyó un puente por donde pasa el canal. Recientemente sobre este puente se construyó un pontón de madera que une el paraje recreativo de Puente Hinojo con la Senda del Duero. Veamos esta misma construcción hace unos cuantos años, donde se aprecia que el canal se utilizaba para baño y disfrute de la gente. La foto antigua está tomada del libro “El canal del Duero” editado por la Junta de Castilla y León en 1991, en el que participan varios autores.

 

Una de las mayores dificultades con que se encontraron los ingenieros del Canal fue que este debía salvar el cauce del propio río Duero en un punto a la altura de Tudela. Para ello construyeron un viaducto de hierro que sobrevuela el río. La fotografía está cogida del blog “Valladolid en bici”.

 

Una de las casas que se construyeron para servicio del Canal y que ocupaban vigilantes y capataces.

 

Típico puente a la altura de Laguna de Duero.

 

El canal antes pasaba sobre la carretera de Segovia. Para tal fin se construyó lo que se conocía como tubo Barrasa. Era de hierro y con alguna frecuencia se rompía por el paso de camiones de cierta altura. Se solucionó haciendo una desviación del canal que evitara el paso sobre la carretera. Aún se pueden ver los estribos sobre los que se apoyaba el tubo. Están sobre la vieja carretera en las inmediaciones de la urbanización La Corala.

 

Los caminos de servicio del canal son frecuentados por ciclistas y corredores. Y sus aguas se aprovechan para la pesca de barbos, carpas y cangrejos.

 

El canal entra en Valladolid hacia la depuradora de San Isidro.

 


Diversas construcciones del canal, entre las que hay que apreciar dos modestas construcciones:  las antiguas arcas para solventar atranques en el canal, que en este tramo discurre bajo tierra.  Las encontramos junto a la carretera de Soria en el tramo que entra ya en el casco urbano de Valladolid.

 

Edificio de la depuradora de san Isidro  y otras construcciones de 1886.

 

Nuevas  instalaciones que ampliaron la capacidad de la vieja depuradora. La gestión del servicio de abastecimiento durante 20 años (desde 1997) la llevó a cabo una empresa privada. Recientemente el Ayuntamiento ha vuelto a recuperar la gestión directa.

 

Y nos vamos a introducir en el interior de las instalaciones. Se conservan las viejas salas, como la de filtración, de reactivos, el primer cuadro eléctrico de bombeo, etc.

 

El tratamiento del agua y su posterior distribución exigen una maquinaria y tecnología importantes,  tal como se puede apreciar en estas imágenes de la depuradora. En 1955 el Ayuntamiento tomó la decisión de usar también las aguas del Canal de Castilla para abastecer la futura Huerta del Rey y otros barrios de aquel lado del Pisuerga. Para ello se iniciaron los trámites de construcción de una nueva depuradora y su correspondiente red de abastecimiento.

 

Y concluimos nuestro paseo virtual por el canal con dos perspectivas del primitivo aljibe de la depuradora: una fascinante construcción en ladrillo que guarda, en la oscuridad, el agua en espera de ser distribuida para el consumo.


TIEDRA: HISTORIA, PATRIMONIO Y PAISAJE

$
0
0

La villa de Tiedra es uno de los municipios vallisoletanos con mayor y más variado patrimonio. Con la venia de otros municipios, también acreedores al premio, Tiedra ha sido elegido como uno de los pueblos más bellos de Castilla y León para este año.

Esta villa estaba asentada desde época vaccea y romana en la planicie de la ermita, donde aún se encuentran restos en el subsuelo de la ciudad romana. En el siglo XII el caserío se trasladó hasta la ubicación actual, frente a la ermita, para mejor defender la frontera entre León y Castilla. Su importante desarrollo posterior se manifiesta en el levantamiento de cuatro parroquias, la consolidación de una singular plaza Mayor y la construcción de importantes edificios civiles, tanto de servicio público, como el pósito, como residenciales particulares.

Su emplazamiento en el borde de Torozos, su paisaje, sus edificios y su historia brindan a cuantos visitan Tiedra un verdadero placer para los sentidos que, además, ofrece un observatorio astronómico y un pequeño museo con diversos hallazgos arqueológicos…

… Y a disfrutar de ello nos aprestamos sin apenas palabras, no sin antes indicar que recientemente se ha editado un libro titulado “Tiedra, un viaje casual” en el que hemos participado diversos autores. El libro ya está disponible en las librerías.

 

La ermita de Nuestra Señora de Tiedra Vieja, con un reloj de sol acaso el más antiguo de Valladolid y curiosos exvotos en el interior de la iglesia. Fue primero hospedería (s. XVII) y el siglo siguiente se construyó la iglesia, con un órgano barroco:

 

Pobladura de Sotierra, a los pies de la villa:

 

 El perfil de Tiedra desde la ermita:

 

  Fuente de San Pedro, donde comienza una interesantísima ruta:

 

El pósito o almacén público de grano, del s. XVIII:

 

 

Uno de sus impresionantes caserones de piedra:

 

 

El ladrillo está muy presente en el caserío de Tiedra:

 

Antigua casa del Concejo e iglesia de San Miguel:

 

Iglesia de El Salvador, edificada en el XVI:

 

La Casa Consistorial, de hechuras palaciegas, que demostraba la pujanza económica de Tiedra en el s. XIX, y vieja casa con soportales  en la plaza Mayor:

 

Parque y antiguos lavaderos:

 

La ermita, sobre el primitivo asentamiento romano,  vista desde las estribaciones del castillo:

 

El antiguo matadero y un palomar:

 

Las viejas escuelas:

 

 Su singular castillo y vistas desde la torre (desde donde se puede ver Toro, con prismáticos):

 

 

NOTA: Oficina de Turismo de Tiedra: tlfs. 667763852 y 983791405; e-mail: turismortiedra@gmail.com


SÍMBOLOS EN EL CEMENTERIO DEL CARMEN

$
0
0

Si hay un lugar en la tierra en el que los símbolos hablan más que las palabras, ese  es, casi con toda seguridad, un cementerio. Y el Cementerio del Carmen de Valladolid no es una excepción. A poco que nos paseemos con detenimiento y sin recelo alguno mirando de frente y con detalle las tumbas y mausoleos, veremos cómo resaltan detalles  que terminan por componer una sinfonía de símbolos: macabros unos,  cultos otros, íntimos, personales…

En definitiva,  mensajes que los deudos o  los propios finados, según  voluntad dictada en vida, y según las modas de cada época, quieren dejar para la postrimería.

Los símbolos muchas veces son enigmáticos,  pues con frecuencia se prestan a dobles lecturas,  según contextos históricos o culturales. De hecho, en numerosas ocasiones resulta harto imposible hallar una interpretación inequívoca,   cierta y clara. Por ejemplo una pirámide (que no es  indicativo único de la masonería); de una estrella (¿cinco o seis puntas?);  una flor, un ángel…

La muerte para la religión cristiana es en realidad una paradoja: fin y principio, fallecimiento y vida, esperanza, mejor vida… por eso la presencia de plantas vivas, verdes es el mejor exponente de lo nos espera. De ahí la costumbre de adornar las tumbas con flores, de la presencia del ciprés (cupressus sempervirens -siempre verde, vivo-), de la vid (que cada año revive)…

Cementerio: dormitorio, un sueño pasajero para los cristianos, el lugar donde reposan los cuerpos en espera de  la resurrección… esperanza.

Lo que este reportaje  propone no es un catálogo exhaustivo de símbolos, ni mucho menos una propuesta única e incontestable de su interpretación. Ha sido necesario consultar unos cuantos artículos y varios libros especializados en simbología e iconografía para llegar a poner un texto a cada fotografía… Así que lo aquí escrito queda a merced de mejores y más fundadas interpretaciones. Y, sobre todo, solicita la clemencia del lector o lectora  por la reducción a tres o cuatro líneas de cosas que exigirían una larga explicación.

Pero antes de entrar en materia, demos unas escuetas pinceladas al porque de noviembre como mes de difuntos. En las culturas celtas, griegas y romanas, la época del año que luego terminaría por conocerse como noviembre,  representaba el fin del ciclo agrícola:  ya todos los frutos del campo han sido recogidos, la tierra entra en letargo, se avecina el invierno… Hades, el dios del inframundo permitía que en esta estación los muertos emergieran a la superficie para comunicar con sus familiares. Los primeros cristianos celebraban cada mártir, hasta que estos fueron numerosos y no era posible honrarlos a todos. Entre el s. VIII y IX se va consolidando la idea de dedicar un día especial para recordarlos a todos: los santos (ahora 1 de noviembre) primero; y los difuntos en general (2 de noviembre) después. Otros cristianos, como ortodoxos, anglicanos y luteranos no comparten la celebración de difuntos en estas fechas, aunque también rinden recuerdo a los fallecidos.

Más, dejémonos de literatura. Y adentrémonos en el Cementerio del Carmen. Las imágenes que acompañan este reportaje no indican el lugar concreto de donde han sido tomadas. Y ello por dos razones: porque en ocasiones son muy frecuentes, y… en otras, porque este reportaje lo que quiere es invitar a que paseemos por el cementerio con los ojos bien abiertos, advirtiendo, en todo caso, que se trata de la parte más antigua del camposanto.

 

1

El rey de los cementerios católicos occidentales es el ciprés. Nos recibe y nos acompaña,  se encuentra por doquier tanto en el interior como en los alrededores del camposanto: longevidad, perennidad. Tronco y follaje alto,  ascendente hacia el cielo: nexo de unión entre el cielo y la tierra: hunde sus raíces verticales en la tierra y se eleva hacia el cielo. En la Grecia antigua ya tenía carácter funerario, igual que en la Roma posterior: por su verdor perenne  es referencia de la eternidad. Vertical.. tránsito de la tierra al cielo.

 2

3a

Sin duda la cruz, desnuda o con sudario, es el símbolo por antonomasia del cementerio. Su origen es anterior al cristianismo, pero claro es que cobra total relevancia en la religión a raíz de la crucifixión de Cristo: glorificación del alma, perdón de los pecados, la salvación a través del símbolo del Redentor. La cruz es la intersección entre lo horizontal y lo vertical, lo que la convierte en un símbolo totalizador. Su presencia está en todas las culturas,  más en el cristianismo cobra la fuerza de la unión del cielo y la tierra, la reconciliación del Creador con su creación: el centro del mundo.

 3b

El ancla es uno de esos símbolos que tiene varias interpretaciones. De entrada hace referencia a la cruz, pues era una forma oculta de representación de la misma en los primeros tiempos del cristianismo para evitar la persecución. También es un símbolo de seguridad, de confianza, de esperanza y salvación: firmeza, solidez.

 

4

 La calavera y las tibias cruzadas son inequívocamente representación de la fugacidad  de lo material, es decir, de la muerte, también de la tumba de Adán.

 

 Escalera… ascensión. En el Libro de los Muertos de los egipcios: “ya está colocada mi escalera para ver a los dioses”…  La escalera es un intento de remontarse a un nivel superior. En el Génesis, el sueño de Jacob aparece una escalera que comunica con los cielos. En la Edad Media, símbolo de representación entre los mundos.

 

¿Arca de la Alianza? Trono de Yahvé para los israelitas. Relación de Yahvé con su pueblo elegido, guarda las Tablas de la Ley.

 

La vid y  el acanto.  La vid, planta sagrada, hierba de la vida, signo de la inmortalidad.  El mismo Jesucristo se compara con la vid: “Yo soy la vid… “. Uvas: Eucaristía. La viña, símbolo del reino de los cielos. Acanto: renacimiento, perennidad.

 

El monte del Calvario, monte pelado, pétreo. El Gólgota en griego… el lugar donde fue enterrado Adán, también donde se ajusticiaba a los reos . Por eso, con frecuencia, al pie de la cruz se representa un cráneo. A Jesús se le representa ajusticiado en el lugar donde estaba la tumba de Adán, y con la sangre derramada caída sobre el primer hombre hay un nuevo renacimiento de la raza humana: Adán sale de su tumba renacido.


3-crop

El reloj alado, normalmente acompañado de la frase “tempus fugit”, o lo que es lo mismo: el tiempo vuela, se escapa. Irremisiblemente el tiempo todo lo acaba, devora la vida: nuestro paso por el mundo es, sin duda,  breve y transitorio. Más las alas también pueden hacer referencia al alma, pues es una forma muy clásica de representarla, la capacidad del espíritu para remontarse a las alturas.

 

Guadaña y pala, símbolo puro y duro de la muerte. La guadaña, atributo de la Muerte, que iguala  y no discrimina… también representación de la cosecha y la esperanza.

 6a

La típica corona de flores con la que se rinde homenaje y recuerdo a los difuntos, y adorna, esculpida, multitud de lápidas,  tiene un origen difuso: ¿a gloria?  Pero  bien puede venir explicado por el círculo, la eternidad. Símbolo, también, del tiempo: movimiento sin principio ni fin, sucesión continua de instantes: recuerdo permanente.  Cristo es el alfa y el omega: principio y fin de todas las cosas… El círculo, figura geométrica perfecta, sin principio ni fin. Unidad con Cristo tanto en la vida como después de la muerte. Más la corona también es el nexo entre la realidad humana y el más allá: el ser coronado se relaciona con el orden superior como premio, pues es un símbolo de carácter sagrado, venido del origen divino del poder.

 7

8

9

Columnas, pirámides, obeliscos, columnas truncadas… símbolos muy masónicos, pero no exclusivamente, ni mucho menos. La columna, representación de las dos columnas de templo de Salomón (masonería pura), pero también firmeza, solidez, conectan la tierra con el cielo. Como la pirámide y el obelisco: elevación, creatividad divina; un símbolo ascensional. Los egipcios ya la usaban y el cristianismo la adoptó como representación del mismo Jesucristo. La  pirámide también es característica de los enterramientos masones. Y la columna rota lo dice todo: la vida se ha truncado. Muy típico en enterramientos masones, pero no solo.

 10

Triángulos por doquier. Aquí estamos, en principio, ante enterramientos masones. Primero porque es la parte del cementerio que antes estaba segregada de los enterramientos cristianos. Y segundo, porque el triángulo es el símbolo masón por excelencia. Representa la perfección… y también columnas. Aunque también representación de la Santísima Trinidad, sin embargo, por el contexto, más bien  tiene unas claras connotaciones masónicas: la Fuerza, la Belleza  y la Sabiduría… o los tres reinos: mineral, vegetal y animal. Pero el triángulo también representa la Trinidad. Se ha constatado que bajo símbolos masónicos se ha enterrado a gente que nada tenía que ver con esta disciplina, simplemente porque eran comunistas o desafectos declarados del régimen franquista.

 11

Muy repetida: la urna cubierta. Simboliza la eternidad, que da fe de la muerte del cuerpo y el polvo en que se convertirá. Y el velo cubriéndola custodia esos restos.

 12

12a-crop

Y el fuego… y la antorcha, que iluminan el camino de los muertos. El símbolo de la luz de la verdad y del espíritu… de la vida, de la inmortalidad. La antorcha invertida, encendida o apagada,  es la muerte, la vida extinguida.

 
15

Muchas flores pétreas adornan las tumbas. La flor, representación, entre otras cosas, de la virtud y la armonía. Hojas y pétalos perennes… rosas, pensamientos: la regeneración, no mueren, están siempre llenas de vida ¿la vida eterna? La rosa es el renacimiento, la victoria sobre el dolor y la muerte, también símbolo del amor y a perfección. En Oriente, por ejemplo,  una amapola es el símbolo del sueño eterno.

 
19-crop

20-crop

Estrellas de cinco puntas ¿la estrella de Belén, las cinco llagas de Cristo? ¿Un símbolo masónico sobre todo si lleva un ojo en su centro? Y la de seis puntas: la estrella de David, el alma humana. Representa, también, el cruce de dos triángulos aludiendo a la imbricación del espíritu y la materia. Pero las estrellas también pueden ser puertas de los cielos, canales por los que se comunica lo divino y lo humano… el principio de las cosas, de la vida.

 

18-crop

Los ángeles son los intermediarios entre la tierra y el cielo: protectores del sueño eterno, implorantes, acompañantes hacia el cielo. Seres alados, pues las alas significan espiritualidad. Al igual que en la tierra los reyes se rodean de una corte, los ángeles son la corte del reino celestial. Más, también son los mensajeros del Juicio Final, anunciado a golpe de trompetas.

 

16-crop

17-crop

Las virtudes teologales Fe, Esperanza y Caridad. Tienen muy diversas forma de representarse. La Fe, con una cruz, con un cáliz, con una lámpara o cirio, o con los ojos vendados: aceptar lo que no se ve. La Esperanza eleva sus manos y mirada hacia el cielo, a veces porta una cruz, suele ser una figura alada. La Caridad (que no aparece en imagen) suele ser una matrona que lleva en brazos (o protege) a uno o varios niños. Para los budistas, la Caridad es la mayor virtud.

 

21a Casi un resumen de los símbolos es esta tumba: guadaña, antorcha invertida, reloj de arena con alas.

 22

Y nos vamos: antaño la campana tañía advirtiendo de que el cementerio se iba  a cerrar. Habrá que volver otro día a seguir paseando por entre tumbas y panteones.


LA PREMONICIÓN DE LA LECHUZA Y OTRAS LEYENDAS

$
0
0

Hay lugares por los que seguramente pasamos a diario, u objetos cotidianos cerca de nosotros que, sin embargo, guardan una secreta historia: leyenda en muchos casos  y realidad en otros, sobrecogen cuando se conocen.  Pues bien, vamos a recorrer algunos de estos lugares  que esconden un relato fantástico… ¡que a veces fue verdad!…

En una de las salas del Museo de Valladolid (Plaza  de Fabio Nelli) se muestra un sillón de cuero pespunteado con artísticos clavos  y primorosamente decorado.

De la existencia de  este sillón se tiene noticia hace poco más de cien años. Estaba sujeto en lo alto de la pared de la sacristía de la Universidad con fuertes abrazaderas de hierro, de tal manera que  no pudiera descolgarse, y bocabajo, lo  que hacía imposible pretender sentarse en el sillón.

¿Por qué  aquella extraña colocación?  La primera persona que hace más de un siglo preguntó por aquello recibió la siguiente respuesta: “Es el Sillón del Diablo y tiene una leyenda de terror”.

Mediado el siglo XVI había en Valladolid un afamado médico que realizaba notables curaciones. Andrés de Proaza se llamaba y por sus venas corría sangre  mora y judía. En la calle Esgueva vivía, cuyas traseras, lamidas por el cauce de la Esgueva,  daban a la actual calle Solanilla.

Se murmuraba que era nigromante y que en el sótano de aquella casa practicaba hechicerías. Por la noche se oían gemidos y en el cauce del río flotaban cuágulos de sangre.

La alarma producida en el barrio por la desaparición de un niño llevó a los alguaciles a entrar en su vivienda… y, horrorizados,  allí encontraron  los restos de la criatura,  que había sido diseccionado en vivo, tal como terminó confesando el médico.

Procesado por el Tribunal Universitario, fue hallado culpable y condenado a morir  ahorcado en la plaza pública.

Las autoridades universitarias intentaron vender los bienes de aquel malvado, pero nadie quiso comprar nada que hubiera pertenecido a semejantes monstruo.

Es el caso que la Universidad se quedó, entre otros objetos, con un elegante sillón de piel, el que ahora luce en el Museo. Un sillón que, según había relatado antes el propio Andrés de Proaza, tenía poderes sobrenaturales para la curación de enfermedades, pero que aquel que en él se sentara por tres veces, no siendo médico moriría; y también moriría quien intentara destruirlo.

La Universidad lo guardó en un trastero, pero lo recuperó un bedel para sentarse en espera de clase y clase… hasta que el tercer día lo encontraron muerto recostado sobre el sillón. Y aquel mismo triste destino le alcanzó al bedel que sustituyó al fallecido anteriormente.

Hechas algunas indagaciones, se recordó lo que el nigromante asesino había relatado. Así que las autoridades universitarias decidieron colgarlo bocabajo en la sacristía de la Universidad, tal como se ha contado al principio de este relato.

Y ahí está… luciendo en el Museo de Valladolid. El historiador Anastasio Rojo Vega, acaso el mayor experto en estos temas, dejó escrito que tras muchas investigaciones, el tal Proaza no existió.  Pero cierto es que, salvo alguna conjetura, nada se sabe con seguridad acerca de a quién perteneció este diabólico sillón de cuero.

Por si acaso, aviso al visitante,  mejor ni siquiera rozar el sillón del Diablo del Museo de Valladolid.

 

Los moros… las moras.  ¡Cuántos lugares de nuestra geografía se conocen con el término de mora o moro!: ¿para referirse a algo muy antiguo? … ¿para designar un lugar maléfico?… Tratados y enciclopedias podrían escribirse al respecto. Nosotros aquí lo dejaremos en algo mucho más sencillo.

En el pueblo de Sieteiglesias de Trabancos hay una fuente llamada de la Mora. Se trata de una de esas fuentes apartadas del municipio que incluso algunos lugareños la atribuyen un  origen romano ¡cuántas fuentes romanas parece haber en nuestra provincia! En su frontispicio de acceso figura la fecha de 1862, que seguramente obedecerá a una reconstrucción de la misma aprovechando un manantial natural que mana de la ladera en la que se encuentra la fuente.

Esta fuente está como a un kilómetro de distancia del casco urbano y dispone de dos túneles (a derecha e izquierda): de buenas aguas, dicen, es uno de ellos; de aguas más duras el otro.

Incluso se le atribuyen propiedades curativas,  y hasta ella llegó a beber sus aguas Isabel la Católica cuentan algunas gentes del municipio, tal como relata Margarita Álvarez, que ha escrito la historia de Sieteiglesias. Pero…

… una mora habita en su interior, en unos túneles que ¿se juntan o no?… que  cuando el sol se ponía,  de ellos salía  a peinarse con peine de plata.

Una leyenda que así se contó en el  pregón de las fiestas de San Pelayo de 2008, que se celebran cada 25 de junio: “La leyenda más famosa/ que vamos a interpretar/ es la fuente de la mora/ que queremos resaltar/… Y relata la Mora en primera persona:  Desde la mudéjar fuente/ vuestra sed habéis saciado/ en mis pasadizos os he curado/ bebiendo el agua corriente./ La reina Isabel/ a mí vino en ocasiones/ para saciar su sed/ sin cobrarle comisiones./ Por las noches perdidos/ no andéis por los caminos/ que sabéis por conocidos/ la maldad de mis hechizos./ La fuente vigilo/ cerca de mi morada/ peinándome en sigilo/ con peine de plata./ Si bebes agua cristalina/ procurar hacerlo de día/ pero cuídate de visitar/ la fuente en la oscuridad”.

Estos ripios no nos dicen sino que al caer la noche, ningún varón prudente debe acercarse a la fuente, pues la mora los encandila y, un vez hechizados, se los lleva al fondo de la oscura galería, de donde ya nunca jamás saldrán…

… Pero todo esto ha sido relatado en pretérito, ¿y quién nos asegura que esta estas leyenda no es una realidad en tiempos actuales? En cualquier caso, al atardecer no es buena idea acercarse a ninguna fuente de la mora.

 

Ya es asunto de viejos recuerdos entre las comadres de Santa Clara, ese antiguo enclave vallisoletano que absorbieron los nuevos barrios de Rondilla y Hospital nacidos al calor del desarrollo del Valladolid industrial de la década de 1960.

“¡Me he cruzado con la mujer a la que se le aparecía su abuela!”. No se sabe su nombre, pero todo el barrio así conocía a una joven que vivía por la calle del Soto… corrían los años inmediatos de posguerra.

Dos ancianas mujeres relatan que a aquella mujer con frecuencia se le aparecía su difunta abuela. La joven rezaba el rosario pero el espectro de su abuela se lo rompía. Iba al cementerio del Carmen y las puertas se abrían sin que la joven tuviera que empujarlas. Hasta que ofreció una misa en la iglesia de Carmen Extramuros por el alma de su abuela. Parece que aquello aquietó al espíritu y que ya no volvió a aparecer…. “Yo conocí a la joven a la que se le aparecía su abuela, ¡pobre muchacha!”, me contaron no hace mucho.

 

¡Ay! con el tema de las abuelas: ya escribió el insigne José Zorrilla que en la casa que habitó de niño (ahora Museo Casa de Zorrilla, en la calle Fray Luis de Granada) que también se le apareció su abuela. Cuenta en su libro “Recuerdos del tiempo viejo” que “Una tarde (…) creí ver a alguien en el sillón de brazos (…) empujé y abrí del todo la puerta: una señora de cabello empolvado, encaje en los puños y ancha falda de seda verde, a quien yo no había visto nunca, ocupaba efectivamente el sillón (…) me acerqué a ella sin miedo ni desconfianza (… y me dijo…) yo soy tu abuelita; quiéreme mucho y Dios te iluminará”.

 

Más, mucho da de sí la iglesia de Carmen Extramuros. Corría el mes de octubre de 1977. Durante varias noches cientos de personas acudían a  la campa donde se levanta esta popular iglesia remozada su fachada en 1966. De los alrededores de la iglesia salía el inquietante sonido de una profunda respiración. Así varios días. Un entretenimiento para muchos que, aunque incrédulos, no dejaban de tener una morbosa inquietud. Los más exaltados rompieron cristales, forzaron verjas y se subieron a los tejados. Otros, entre quienes lo recuerdan, hablan de remover las lápidas para ver a la luz de linternas si, efectivamente, algún difunto respiraba. Incluso los recuerdos añaden la existencia del cuerpo de un hombre de raza negra recientemente hallado ahogado en el Pisuerga. Hubo incidentes entre la policía y los más exaltados.

Parece que, al fin, se desveló que se trataba de una o varias lechuzas que emiten ese peculiar sonido en época de celo.

Aunque la ciencia todo lo explique, nadie quiere escuchar el sonido de la lechuza cerca de uno mismo,  pues a este ser alado de la noche se le atribuye un poder premonitorio. En realidad se considera animal de mal agüero: “¡Uf!, Una noche escuché la lechuza: al día siguiente una pobre muchacha que vivía en una casa próxima a la mía se arrojó al tren por causa de un desengaño amoroso”, me relataron no hace mucho en un pueblo de Valladolid.

 

En la antigüedad muchas personas pensaban que los puentes tenían que ser obra del Diablo, sino no se explicaban como era posible que se construyera obra de tanta dificultad…

…Bueno, a lo mejor no les faltaba razón, a tenor de la leyenda que se escribió a finales del siglo XIX sobre cómo se construyó el Puente Mayor de Valladolid.

La construcción de este puente tiene varias versiones más o menos históricas, pero lo más seguro es que, desde luego, no se construyera en tiempos del Conde Ansúrez –tal vez hubiera a lo sumo  un puente de madera-. Pero no nos interesa, en este caso, la ciencia sino la leyenda. Y a ella vamos.

En el siglo onceno había en Valladolid dos linajes enfrentados  que controlaban la vida social y económica de la villa: los Tovar y los Reoyo. Es el caso que un Tovar, apuesto doncel, se prendó de una preciosa muchacha, Flor se llamaba, que vivía al otro lado del Pisuerga. A su encuentro ansioso acudía atravesando el rio con una barquilla. Una de aquellas noches en las que buscaba el abrazo propio de corazones amantes, en su camino se interpuso un Reoyo. Noche de tormenta y aguacero. Se desafían y chocan las espadas. En este lance cae herido el Reoyo, atravesado su corazón por la acero de su oponente.

Más, aquel encuentro sangriento retrasó el momento de cruzar el río y la tormenta había desbaratado la barquilla del Tovar…  y temerario sería intentar atravesar el Pisuerga a nado. En su desesperación reniega de Dios y clama: “Satán, ven en mi ayuda”.

Entre las aguas emergió Satanás, que al Tovar le dijo: “Mísero mortal (…) yo un puente forjaré porque la veas”. Con el consentimiento del doncel, ansioso de unirse a su amada Flor, en unos instantes unos cíclopes construyeron el Puente Mayor que el Tovar cruzó a la carrera.

Pero cuando alcanzó la otra orilla, tras un trueno aterrador, se halla a sus pies tendido el cuerpo inerme de su amante… “horrible maldición, estaba muerta”. Y en su inmensa desesperación, el desgraciado Tovar enloqueció.

Visto que el Diablo siempre cobra sus servicios, aconsejable es cruzar con premura el Puente Mayor.

 

Bajo el suelo de la ermita de Fuenlabradilla hay fuerzas telúricas y subterráneos secretos. No muy lejos de aquí se encontraron restos de humanos gigantescos. Esta ermita, también conocida como de las Huelgas, está a las afueras de San Miguel del Arroyo, en un discreto enclave paralelo a la carretera que conduce hacia Viloria.

Don Exiquio García-Carbajo (que algunas gentes del pueblo llamaban “el brujo”) fue pionero de la parapsicología en España. Hijo del pueblo, compró ya en edad avanzada este enclave silencioso y apartado. Su intención: construir un centro de referencia para la meditación y el desarrollo de la parapsicología. Algunos jóvenes del pueblo  ayudaron voluntariamente a consolidar las ruinas de una iglesia que fue construida por la orden del Císter siguiendo las enseñanzas arquitectónicas de los templarios.  Incluso la fuente de agua clara que hay junto a la vieja iglesia a ciertas horas del día deja de manar. Una fuente de la que, en tiempos, salía aceite y cuando los frailes intentaron hacer negocio con su venta dejó de manar.

Se trata de  un punto de paso de peregrinos hacia Santiago de Compostela, y los médiums a los que Don Exiquio invitó a visitar el lugar afirmaron que en él se juntan energías telúricas y cósmicas.

Es un sitio muy, muy hermoso… pero, por si acaso, mejor no andar muy a solas por el enclave al atardecer.

 

NOTA: Para realizar este reportaje, aparte de hemeroteca y relatos personales, he consultado los libros (ambos de recomendable lectura): “Tradiciones universitarias: historias y fantasías”, de Saturnino Rivera Manescau, 1948 (de donde he tomado la historia sobre el sillón del diablo);  y “Guía misteriosa de Valladolid”, de Javier Burrieza  (Castilla y León Tradicional, 2009). El relato original sobre el Puente Mayor, cuyo autor es Antonio Martínez Viergol, publicado en  1892, se puede consultar en Biblioteca Digital de Castilla y León.

PALACIOS VALLISOLETANOS: HISTORIA DE VALLADOLID Y DE ESPAÑA

$
0
0

Entre el siglo XV y el XVII, Valladolid vivió acaso sus años de oro. Fueron dos  centurias del mayor esplendor histórico y cultural. Aquellos años dejaron un inmenso patrimonio arquitectónico que acogió a la nobleza y a influyentes burgueses en la política y la economía de la época. Más no solo fueron los palacios, sino también los conventos, la catedral  e instituciones, como la Real Audiencia y Chancillería, los edificios de la Universidad (histórica facultad de Derecho y Colegio de Santa Cruz), los talleres de los escultores Berruguete, Gregorio Fernández y Juan de Juni, etc.

La marcha de la Corte a Madrid y las posteriores crisis económicas contribuyeron a la decadencia, abandono y ruina  de muchas de aquellas casas. Y a eso se añadió el desafuero urbanístico vallisoletano que se practicó en las décadas de 1960 y 1970, que dejaron maltrecho el esplendor palaciego: se destruyeron muchas de aquellas construcciones, aunque alguna conserva,  como testimonio, la puerta de entrada.

No obstante es muy valioso el censo de palacios que aún son perfectamente reconocibles. A su rehabilitación ha contribuido en buena medida el uso administrativo o cultural que han ido adquiriendo sobre todo a partir de los años 80.

Acaso no seamos muy conscientes de lo que se conserva, pues parte de ese patrimonio ha quedado enmascarado por el uso que tiene, que no apunta a considerarlo como palacio. Me refiero, por ejemplo, al Palacio Real, que aún se sigue llamando “capitanía”, o al Arzobispado, que ocupa uno de los mejores y bien conservados palacios, o  la Biblioteca de la Junta de Castilla y León (antiguo hospicio y tal vez el palacio más grande que hubo en Valladolid), o la Casa del Estudiante y el Centro Buendía (ambos de la Universidad que ocupan varios palacios)… por no traer a colación diversos colegios y órdenes religiosas que se hicieron propietarios de casas palaciegas.

Si hacemos caso al cronista portugués  Pinheiro da Veiga, en los años en los que la corte se instaló en la ciudad entre 1601 y 1606, se contabilizaban hasta 400 palacios o casas palaciegas. Un número acaso exagerado. Lo cierto es que a día de hoy, según Jesús Urrea –catedrático de Arte de la Universidad de Valladolid-, podemos hablar de que se conservan casi  cuarenta construcciones,  de que de poco  más de una docena ofrece restos identificables, y noticias hay de una treintena  que ha desaparecido, entre ellos el palacio del Almirante de Castilla, sobre cuyo solar se levanta hoy el Teatro Calderón.

No vamos a entrar en detalles de cómo se han conservado varios de estos palacios, algunos de los cuales  han sufrido  modificaciones sustanciales. En cualquier caso, en el mundo de los palacios  palpita buena parte de la historia de Valladolid (y de España).

Bien merece la pena disfrutar de este patrimonio que aún existe. Y con esto dicho, vamos a pasear por Valladolid con unas breves pinceladas sobre algunos edificios palaciegos. Veremos una sucesión de pórticos, patios, escaleras y salones. Los principales destacan  por sus características dos torres a ambos lados de la fachada.

Prácticamente todos tienen algún tipo de protección histórica y urbanística. Salvo el palacio Real, al que solo se puede acceder mediante visita guiada, el resto en general se puede ver sobre todo en horario de mañana, pues se trata de espacios administrativos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El palacio Real (plaza de San Pablo) tiene el patio más grande de todos los palacios que hubo en Valladolid. El edificio se fue construyendo a partir de varias casas que en esta manzana tenían Francisco de los Cobos –secretario personal de Carlos I- y su esposa María de Mendoza. Desde 1876 tiene uso militar. Se puede visitar llamando  a los  teléfonos  983 219 310 o 983 327 302. En las imágenes: galería y jardín  de Saboya,  y escalera principal.

 

 

Palacio del Marqués de  Villena –una de las dependencias del Museo de Escultura- en la calle Cadenas de San Gregorio. Data del siglo XVI. Conserva la fachada y su puerta de entrada, la galería y la escalera. Las dos torres que la coronan datan del siglo XIX y  se construyeron  cuando se hizo una profunda reforma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El  palacio de Pimentel –sede de la Diputación Provincial de Valladolid e inmediato al de Villena-, también obedece al nombre de Rivadavia cuyos condes fueron sus propietarios durante 300 años, hasta que lo vendieron a un particular en 1849 y este, a su vez, a la Diputación Provincial en el año 1875. Ha sufrido muchas transformaciones. Conserva como más destacado la esquina plateresca que da a la plaza de San Pablo. En su escalera principal exhibe uno de los más importantes cuadros de Juan Pantoja de la Cruz: La resurrección de Cristo –considerado una de las primeras obras  del “tenebrismo”, corriente barroca del XVII que jugaba con fuertes contrastes entre la luz y la sombra-.

 

En la misma calle de Cadenas de San Gregorio no ha de pasarse por alto la fachada del palacio del Conde de Gondomar (más conocido como Casa del Sol). Actualmente está adscrito al Museo de Escultura. Construido en 1540, el conde lo adquirió en 1599. Este palacio acogió la más importante biblioteca que había en España, propiedad de Gondomar. Gran parte de esta riqueza bibliográfica ahora está en la Biblioteca Nacional de España. En la cripta de la aledaña iglesia de San Benito el Viejo (actual Sala de Reproducciones) está enterrado el conde. Este personaje, de los más influyentes en su época, fue embajador de España en Inglaterra entre los difíciles años de 1613 y 1622. Su vasta cultura y habilidad diplomática le ha valido el que se le conozca como “el Maquiavelo español”.

 

Los Condes de Benavente eran propietarios del que tal vez fue el más grande de los palacios. Sito en la plaza de la Trinidad, actualmente acoge la Biblioteca de la Junta de Castilla y León. Sus tapias llegaban hasta la misma orilla del Pisuerga y hasta que se construyó el palacio Real, en él se alojaron los reyes Felipe II y Felipe III. En 1847 lo compró la Diputación Provincial para dedicarlo a Hospicio, y en 1990 se instaló la Biblioteca.

 

Hemos de asomarnos al Pisuerga para detenernos a contemplar el paredón de piedra que se alza en la orilla contraria de la playa fluvial: se trata de los restos del palacio de la Ribera. Era el lugar de veraneo de la corte de Felipe III  y además de sus edificios correspondientes, presumió de fuentes monumentales y notables esculturas. La corte tuvo en la ciudad todos los ingredientes propios de su poder, pues incluso disponía de un barco militar y su correspondiente dotación de tropa que, para entretenimiento de los cortesanos y el pueblo, realizaba maniobras de navegación. Parece documentado que a los pies de estos muros se realizó la primera demostración de buceo del mundo, mediante un artilugio ideado por el reputado ingeniero Jerónimo de Ayanz: corría el año de 1602.

 

El palacio del licenciado Butrón (plaza de Santa Brígida, aunque su fachada principal da a la calle San Diego), terminó de construirse en 1572 y ahora se dedica a Archivo General de la Junta de Castilla y León, además de acoger algunos servicios administrativos relacionados con la conservación del Patrimonio. Su patio tiene tres pandas (galerías o corredores de un claustro) desiguales más una cuarta que, en realidad, es una fachada. Son varios los palacios que  tienen solo tres lados con arcos. La escalera de este palacio puede presumir de ser tal vez la más grande, con enormes peldaños de una sola pieza de granito. El patio está presidido por una representación de la Concordia (no olvidemos que estamos en la casa de uno de los abogados más prestigiosos en su época): diosa romana del acuerdo y el entendimiento.

 

El banquero Fabio Nelli mandó construir su espectacular residencia en el último cuarto del XVI, siguiendo los gustos italianizantes. Se trata de uno de los edificios renacentistas más importantes de Valladolid y el más reputado de la arquitectura civil vallisoletana.  Desde 1967 alberga el Museo Arqueológico que pasó, posteriormente,  a denominarse Museo de Valladolid. Parece que sus dos torres siguen el modelo del palacio Arzobispal.

 

Junto al palacio de Fabio Nelli está el de los marqueses de Valverde, mandado construir en los primeros años  del XVI. Parte de la fortuna de esta familia se basó en el comercio de la nieve que para las ciudades del interior de la península mandaban traer desde sus tierras de la montaña palentina. Cuenta la leyenda, verdaderamente infundada, que el marqués, habiendo pillado en adulterio a su esposa, mandó instalar en la fachada sendas figuras del amante y su mujer para escarnio del vecindario.

 

 

Y entre los palacios más notables está el del marqués de Villasante, actual palacio Arzobispal desde 1857. Sito en la calle San Juan de Dios (detrás del teatro Calderón), se construyó mediado el siglo XVI. Tiene diversas y valiosas obras de arte y el artesanado (también del siglo XVI)  de su escalera principal  se trajo del municipio de Fuente el Sol.

 

Uno de los palacios con más trascendencia histórica es el de los Vivero. Su construcción se remonta al siglo XV y en él firmaron en 1469 su compromiso matrimonial los reyes Católicos, lo que les valió la animadversión de parte de la nobleza. Formó parte de la Chancillería y desde 1996 alberga el Archivo Histórico Provincial. En su origen se trataba de una construcción fortificada, con torres y foso, hasta que los reyes Católicos mandaron eliminar estos elementos defensivos.

 

Hasta aquí los que podríamos considerar principales palacios nobiliarios, pero aún hay en la ciudad más construcciones palaciegas de indudable interés. La mayoría de ellas se reparten entre en el entorno de la iglesia de San Martín, la calle Fray Luis de León y la plaza de Santa Cruz. Mas otros hay repartidos por diversos  lugares de la ciudad: Casa de Luis de Vitora (actual colegio de Jesús y María en la plaza de Santa Cruz, y cuyo arquitecto bien pudo ser el mismo que el que construyó el palacio de Fabio Nelli)FOTO 1; palacios de Pedro Laso de Castilla (actual casa del Estudiante)FOTO 2 y 3; casa de los Galdós (c/ Prado 7); casa de Simón de Cervatos (c/ Zúñiga, 11); Casa del conde de Buendía (c/ Juan Mambrilla, 14 –actuales dependencias de la Universidad-); casa del doctor Diego Escudero (c/ Fray Luis de León, 15); Casa de los Gallo, actual Hotel Imperial, etc. etc.

 

Restos dispersos pero interesantes tenemos en el interior del Museo de la Universidad (Pl. de Santa Cruz) en la imágen;  y  jardines del Museo de Escultura.

 

No podemos terminar este paseo por los palacios vallisoletanos sin llamar la atención sobre uno de los que amenazan  ruina, a pesar conservar, al menos que se vea, su fachada principal: la casa del Secretario Alonso Arias (c/San Martín, 14). Su construcción se remonta también al siglo XVI.

 

Curiosos grafitis y diversos juegos en sendas balaustradas de los patios del Palacio Real y del licenciado Butrón, seguramente gravados para su solaz por la servidumbre y guardia palaciega.

 

NOTA: existe abundante bibliografía sobre el particular, por lo que por no cansar, me limito a citar a  autores que han tratado sobre los palacios: Jesús Urrea, María Antonia Fernández del Hoyo, Daniel Villalobos, Javier Pérez Gil, Sara Pérez, Eloísa Wattenberg, Juan Carlos Arnuncio, Juan José Martín González …

 


VALLADOLID EN EL MUNDO

$
0
0

Nada mejor que iniciar el año asomándonos al mundo. Por eso vamos a dar una vuelta al globo terráqueo siguiendo la estela de los “Valladolid” que hay repartidos por el planeta.

 Son unos cuantos los lugares  que tienen o han tenido el nombre de Valladolid: ciudades en unos casos, barrios en otros, es el caso que  el nombre de nuestra ciudad abunda, especialmente en Latinoamérica.

Es corriente que los países que han ejercido la colonización en otros continentes, hayan llevado también el nombre de la ciudad materna de su fundador o  explorador: una forma de rendir homenaje y recuerdo. Franceses, ingleses, belgas, portugueses,  italianos o españoles han ido regando el mundo de topónimos que reproducen el nombre de pueblos y ciudades del continente europeo.

Si a países de destino nos referimos, son Filipinas y Méjico los dos que tienen  más referencias de ciudades españolas.

En cuanto al ranking de los nombres, probablemente sea San Sebastián el que más se repite,  seguida muy de cerca por Zaragoza y Málaga.

Pero Valladolid no se queda corta, pues hay más referencias en el mundo  de las que se manejan en las informaciones que por ahí circulan, si sumamos, además, municipios que en algún momento de su historia han llevado el nombre de nuestra ciudad.

Dispongámonos, pues, a iniciar un largo viaje de circunvalación a la Tierra: embarcamos en nuestro particular jet, aceleramos por la pista y despegamos… ¡ponemos rumbo a África!

Nuestro primer destino es Guinea Ecuatorial.


La República de Guinea Ecuatorial obtuvo su independencia en 1968. Hay en ese país centro africano una ciudad llamada Añisok o Añisoc, fundada  como Valladolid de los Bimbiles por España en la década de 1940 sobre una pequeña aldea. Con la independencia del país recupera el nombre de la vieja aldea. Actualmente rebasa los 40.000 habitantes. Este municipio, que ha pedido hace unos años hermanarse con Valladolid (asunto al que parece que no se ha dado respuesta), tiene una curiosa anécdota: en 1954, el gobernador de Guinea envió a Valladolid un telegrama de agradecimiento por que desde nuestro Ayuntamiento se le hubieran remitido fotografías y planos de la fuente Dorada con el fin de erigir una réplica de la misma en la población. Parece ser que aquella fuente se destruyó en 1978 bajo la dictadura de Macías.

 

Y atravesamos el Atlántico rumbo  a Méjico. Aterrizamos en Morelia, ciudad azteca fundada con el nombre de Valladolid en 1545 (antes Michuacan). Nombre que mantuvo hasta el año 1828 que lo cambió por el de Morelia en honor al generalísimo José María Morelos, nacido en aquella población. Morelia, que ronda los 800.000 habitantes está hermanada con Valladolid desde 1978, fecha en que celebró los 150 años de su nuevo nombre. El centro de Morelia está declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Presume de ser el destino turístico más importante de Méjico (si exceptuamos algunas zonas de playas).

 

No abandonamos Méjico sin acercarnos a Valladolid, una ciudad situada en Yucatán. Zací era el nombre de la ciudad maya sobre la cual en 1543 se fundó la ciudad de Valladolid. Zací significa gavilán blanco y da nombre a uno de los cenotes a cielo abierto más grandes e impresionantes de la península del Yucatán: una caverna de unos 45 metros de diámetro. Valladolid, de unos 50.000 habitantes, vive fundamentalmente del turismo.

 

 Atrás dejamos la península del Yucatán y ponemos rumbo hacia el estado de Aguascalientes: en esta ocasión no vamos a aterrizar pero sobrevolamos sobre una pequeña localidad, apenas 1.500 habitantes llamada Valladolid, perteneciente al municipio de Jesús María, y situado a más de 1800 metros de altitud.

 

Nuestro siguiente destino es  Honduras para disfrutar del paisaje montañoso en el que está asentada la cafetalera Valladolid de las Mercedes, en el Distrito o Departamento de Lempira.  La población, que roza los 4.000 habitantes, está asentada sobre suelo de origen volcánico y rodada de grandes precipicios y  bosques de pinos.

 

Sin abandonar Honduras vamos a tomar tierra en Nueva Valladolid de Comayagua, que en el país se moteja como la “Antañona”, debido a que se trata de una de las primeras fundaciones españolas del país. Su nombre inicial fue el de Santa María de la Concepción de Comayagua. Popularmente también se conoce como el País de las Higueras. Cambiado al de Valladolid por Felipe II. Tiene el casco histórico mejor conservado de Honduras, lo que le proporciona una próspera actividad turística. Tiene Comayagua unas salas cinematográficas llamadas Valladolid. Nos estamos quedando sin combustible, así que ponemos rumbo a otro destino: Colombia.

 

Repostamos en un aeropuerto cercano al municipio de Apia, en territorio colombiano. El municipio de Apia (región de Risalda) está ubicado sobre territorio montañoso cuyo relieve corresponde a la vertiente oriental de la cordillera occidental de los Andes. La ciudad se divide en veredas o fracciones municipales, y es una de estas verederas la que responde al nombre de Valladolid.

 

Kennedy es una de las localidades del distrito de Bogotá, la capital de Colombia, que comenzó a gestarse en la década de 1930. Tiene una población que supera el millón de habitantes, y entre sus 438 barrios está Valladolid. Para hacernos una idea, Bogotá es una conurbación que supera los ocho millones de habitantes.  Bueno, pues en ese inmenso océano de calles y casas está el barrio de Valladolid.

 

Decimos adiós a  Colombia.  El radar de nuestro avión señala que volamos sobre Ecuador. Damos varias vueltas en el cielo sobre Valladolid en la zona de Zamora-Chinchipé. Consultamos nuestros datos y nos indican que esta población se fundó en 1557  y que llegó a ser la capital de la Gobernación de Yaguarzongo, a orillas del río Chinchipé (por cierto también hay en la zona un río llamado Valladolid).  A principios del siglo XX estaba prácticamente deshabitada, hasta que nuevos colonos comenzaron a darla una segunda vida: se refundó solemnemente en 1962. Su población se dedica fundamentalmente a la agricultura y elabora unos afamados quesos. Atrás quedan las leyendas de la antigua y  majestuosa Valladolid, de la que aún se reconocen restos arqueológicos.

 

No abandonamos territorio ecuatoriano pues nos dirigimos hacia Loja, muy cerca de Zamora-Chinchipe.  Loja, una provincia de 500.000 habitantes,  se conoce como la capital cultura de Ecuador. Su ubicación, fronteriza entre la costa y la amazonía le confieren unas peculiaridades económicas, etnográficas e históricas. Y entre uno de sus tantas parroquias o barrios, también nos encontraremos con Valladolid…  Tenemos que pensar en nuestro próximo y lejano destino. Nos aseguramos de tener  lleno el tanque de combustible pues hemos de atravesar el Océano Pacífico, camino de Filipinas.

 

En la provincia de Negros Occidental,  el municipio de Valladolid supera ronda los 38.000 habitantes. Fue una ciudad importante de las Islas Filipinas y hasta que fue bautizada con el nombre de nuestra ciudad, se conocía como Inabuyan. Destaca, de entre su patrimonio, la iglesia de Guadalupe (1851), y también ofrece el Balay Dolid (Museo de Valladolid). Para entender la complejidad urbana de Filipinas, indicamos que Valladolid se distribuye en 16 barrios o barangays.

 

Filipinas tiene, sin duda una enorme relación con Valladolid que proviene de la presencia en aquellas islas de los Agustinos. Y para un detallado conocimiento de esta huella española en Filipinas nada mejor que visitar el Museo Agustino-Filipino de Valladolid. Pero aún hemos de ver un detalle más sobre la presencia vallisoletana en Filipinas: la iglesia de San Joaquín, en Iloilo. Esta construcción religiosa, levantada a finales del XIX con trazas de fortaleza representa en su fachada una imagen de San Pedro Regalado, patrón de Valladolid. La iglesia está construida en un colina inmediata a la costa y su campanario servía como observatorio para avistar la presencia de piratas en busca de esclavos filipinos: detectada la presencia de “garays” (barcos piratas), las campanas llamaban a que la población  se pusiera a salvo refugiándose en la iglesia. La fachada, además de la imagen de San Pedro, ofrece un enorme mural de motivo militar: la batalla de Tetuán, en la que los españoles derrotaron a los soldamos musulmanes. Fue construida entre 1859 y 1869 impulsada por el fraile vallisoletano Tomás Santarén, de la orden Agustina. No se sabe muy bien a qué obedece esta decoración: ¿homenaje a su padre que luchó en aquella batalla?… ¿intimidación a los moros negreros que se acercaban a por esclavos filipinos? Es el caso que se trata de una construcción y decoración verdaderamente curiosas.

 

Nuestro vuelo alrededor del mundo toca a su fin: volvemos a casa. Pero aún nos queda una nueva sorpresa antes de aterrizar en el aeropuerto de Villanubla: el Valladolid coruñés del Concello de Touro, dependiente de la parroquia de  San Fiz de Quión. Este Valladolid es un minúsculo núcleo rural de apenas dos casas perdido en una hermosa zona boscosa.

 

VICENTE ESCUDERO: LA INSPIRACIÓN DE BERRUGUETE

$
0
0

Yo me inspiré en las tallas del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, mi ciudad natal, dijo Vicente Escudero allá por la década de 1950. De entre los escultores, sin duda fue Alonso Berruguete el que más interiorizó el bailarín: decía que en las figuras del imaginero se puede intuir el movimiento del zapateado, y de las alegrías, bulerías  y seguiriyas.

Vicente Escudero Urive fue uno de los bailarines más importantes de su generación. Tanto, que algunos críticos llegan a decir que  en el baile hay un antes  y un después de Vicente Escudero, pues fue pionero en muchas cosas y  bebió no solo de las tallas clásicas, sino de otras variadas fuentes.  De edad y actividad artística longeva (nace en Valladolid en 1888 y fallece en Barcelona en 1980) fue, además,  coreógrafo y teórico respetado de la danza. Dio conferencias, escribió algunos libros, hizo exposiciones de pintura, no renunció al cante y también  fue actor  en algunas películas.

De él se dice que introdujo la pureza en el flamenco y que fue decisivo para popularizar este arte fuera del entorno gitano y llevarlo a las salas de conciertos. Se crió en el barrio de San Juan (nació en la calle Tudela) y de los gitanos aprendió a amar el flamenco. Tanto fue así que a veces pareciera que incluso él fuera gitano.

Se trata de un personaje rodeado de historias que abundan en su insobornable afición, como el que ensayara sus zapateados infantiles en las tapas de las alcantarillas, llegando a romper algunas; o sus prácticas de baile y equilibrio que llevó a cabo subido a  un tronco caído sobre la Esgueva, que le obligaron a desarrollar un equilibrio sorprendente (parece que más de una vez cayó al agua, tal como relata el propio bailarín).

Su familia, humilde (su padre era zapatero artesano de calzado a medida), terminó por rendirse a la vocación del Vicente aún niño, y con quince años recién cumplidos comenzó a ganar sus primeras perras con el baile en pueblos y ferias de Valladolid. No obstante aún habría de trabajar en algunas imprentas, en las que al parecer duraba muy poco, porque incluso sobre los estribos de las máquinas tipográficas practicaba su baile, desatendiendo sus cometidos laborales.

Pronto asaltó los escenarios madrileños, en los que tuvo más de un disgusto, dado que los guitarristas se negaron a actuar con él porque parece que no dominaba aún el compás, y la velocidad y arranques de sus zapateados hacía imposible el trabajo de los músicos. No parece que aquello arredrara al futuro maestro, pues apostaba por la innovación y por evitar que los pases de baile fueran una cosa rutinaria y previsible. Y en cuanto al acompañamiento musical dijo que igual le daba que fuera con una guitarra, con el compás de un martillo o con el rugido de un león.

Corría el año de 1910 y Vicente, sin ningún miedo ni reparo, decide marcharse al extranjero: Lisboa fue su primer destino y ese mismo año recala en París, donde creó su primera compañía y abrió una academia de baile español que pronto quedó desbordada por el numeroso alumnado.

Actuó en los principales escenarios de París, Lisboa, Madrid, Barcelona, Roma, San Petersburgo, Berlín o Nueva York: algún periódico norteamericano llegó a señalarle como el mejor bailarín del mundo.  En la capital francesa pronto entró en contacto con artistas de otras artes que le llevaron hacia las vanguardias de la época, como el cubismo y el surrealismo tan de moda en los años 20 y 30. Asistía a las tertulias de los artistas destacados y trabó buena amistad con algunos de ellos, como fueron los pintores Picasso, Fernand Leger, Joan Miró o Juan Gris; poetas y escritores tales como Louis Aragón y Paul Éluard;  y con cineastas y fotógrafos: Luis Buñuel y Man Ray.

Se codeó con todos los grandes del baile y la danza, convirtiéndose él mismo en uno de los maestros de su época. Actuó con Carmen Amaya, La Argentina (Antonia Mercé), Marienma, Pastora Imperio,  Ana Paulova, Antonio de Bilbao…

No obstante el bailarín, no se prodigó en actuaciones en España porque, tal como relató  él mismo en 1956: “Aquí se entiende poco mi baile, salvo una minoría… el resto de  la gente no está acostumbrada al baile flamenco serio, ahora lo que se lleva es la velocidad y la acrobacia”.

Cuando Escudero comenzó su carrera, el flamenco adolecía de un exceso de florituras y falsos dramatismos. Escudero eliminó todo eso y, al hacerlo, recuperó la esencia y el corazón de esta forma de danza. La negativa de Escudero hacia las concesiones y su fe en su visión de la danza, dieron nuevo vigor a esa forma de arte que es el baile de flamenco.

Después de retirarse como bailarín en 1961, continuó desempeñando una importante labor docente a través de sus conferencias y escritos. Residía en Barcelona.

Contado todo esto, vamos a dar un paseo por el Valladolid que evoca a Vicente Escudero.

 

Iglesia de San Juan, el barrio donde nació Escudero en 1888. De esta misma plaza parte la calle que lleva el nombre del bailarín.

 

En el año 2005 se inauguró el Centro Cívico Bailarín Vicente Escudero, sito en la calle Verbena. A un costado del edificio, en la calle Santa Lucía, hay una escultura que representa al personaje. Se instaló en 2006 y sus autores son los artistas Bustelo, Ostern y Juan Villa.

 

Junto a la Oficina del Turismo del Campo Grande se halla la escultura en bronce realizada por Belén González Díaz en 1995. La autora ha querido destacar un gesto característico del bailarín haciendo sonido con sus propias uñas.

 

En el año 2014 en los soportales del Teatro Calderón se instaló una placa conmemorativa del bailarín, muy próxima está  la de Marienma.

 

A finales de la década de 1950 el director de cine José Val del Omar, muy desconocido para el gran público, pero de reconocido prestigio por su cine experimental, rodó en la salas del Museo de Escultura de Valladolid un documental titulado “Fuego en Castilla”. Este documental recibió una mención especial en el Festival de Canes y en otros festivales internacionales, como en Méjico. El film, en su segunda mitad tiene el sonido de fondo que produce con su baile Vicente Escudero. Él no sale en ningún momento, pero se ha publicado esta imagen el artista en pleno rodaje. La foto es de Filadelfo, aunque entre lo hasta ahora publicado no se cita al fotógrafo, o se cita con otro nombre. El film, que dura 17 minutos, está en continua exhibición en una sala del Museo.

 

Sin salir del Museo, en la sala Arte y Vida Privada, se exhibe un documental del NODO titulado “Flamenco en Castilla” y rodado en 1970  (aunque ya se había retirado de la escena) en el que bailan María Marquez y Vicente Escudero. Sabemos de la inspiración que al bailarín le producían las tallas de Berruguete. Para Vicente Escudero, el Museo de Escultura era algo así como la madre de todos los sonidos: los suelos de madera que permitían un zapateado y un raspado divinos; las esculturas de los imagineros, que parecían transmitir movimientos de danza, el sonido de las salas… Escudero también actuó en un largometraje protagonizado por Antonio Gades y dirigido por Mario Camus en 1967: “Con el viento solano”, se titulaba

 

Corría el mes de marzo de 1965 cuando la ciudad rindió un homenaje al artista: se inauguró una calle con su nombre en el barrio de San Juan (esta calle antes se llamaba Catorce Metros),   y en el Teatro Calderón actuaron las principales figuras del flamenco en España. En la imagen, Vicente Escudero y el alcalde Santiago López González.  En las imágenes se ven los carteles que anunciaban el homenaje del Calderón, que en aquellas fechas coincidió con la Semana Internacional de Cine. Fotos de Filadelfo del Archivo Municipal de Valladolid.

 Cartel del homenaje que le rinden en 1941 en Barcelona. Actuaba con su amada Carmita García, con la convivió hasta el fallecimiento de ella.

 

Escudero recibió diversos reconocimientos en España. En 1932 ya se le hizo un homenaje en Valladolid impulsado por el académico Narciso Alonso Cortés, al que le unía una gran amistad. En 1941 se le concedió la medalla de oro de la ciudad. En 1954 hubo un deslumbrante espectáculo en su honor en el Teatro Carrión. En noviembre de 1974 recibió el gran reconocimiento nacional. Vicente ya tenía 87 años y el Ministerio de Información y Turismo le da un gran homenaje en el Teatro Monumental de Madrid. La foto, de autor desconocido, pertenece al Archivo Municipal.

 

 En diciembre de 1980 falleció Vicente Escudero  cumplidos los 92 años, y fue enterrado en el Panteón de Personas Ilustres del cementerio del Carmen.

EL ESCUDO DE LA CIUDAD DE VALLADOLID

$
0
0

El escudo de Valladolid arranca de antiguo y su historia se ha ido escribiendo a partir  de diversos documentos, fechas y conjeturas más o menos bien fundadas. Una historia en la que no faltan leyendas  sobre el origen y su evolución.

Sabemos que Alfonso X el Sabio en el año de 1255 ordena que los lugares de Tudela de Duero, Simancas y Peñaflor de Hornija, no ostente otras señas ni sellos que no sean los de Valladolid. ¿Cuáles eran esos sellos?  Los historiadores llegan a la conclusión de que eran los que aparecían en  dos privilegios expedidos por el Concejo de Valladolid: firmado uno en 1266 y el otro, diez años más tarde. Relacionados el primero con un asunto de impuestos, y el otro sobre el lugar donde había de edificarse el convento de San Pablo. El sello tenía dos caras: en una se representa la muralla de Valladolid con ocho puertas y en el medio la inscripción VAL con la leyenda de  “SELLO DEL CONCEJO DE VALLADOLID”,  y en la otra un castillo de tres torres con la leyenda   “LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO ESTÉ CON NOSOTROS”, tal como se puede apreciar en las imágenes que siguen.

Reproducción del sello,  en la que se aprecia que al original encontrado en su día le faltaba una parte del mismo tanto en el anverso como en el reverso.

¿Cuál podía ser la enseña de Valladolid hasta entonces? No hay documento alguno que nos dé una pista,  pero en alguna medida se ha venido aceptando que el característico ajedrezado de Ansúrez podía ser el emblema en el que se reconociera la villa.

Fotografía tomada de una de las paredes del Ayuntamiento.

Hasta el siglo XVI no se ha documentado  ninguna otra enseña de la ciudad. Un documento del Archivo de Simancas fechado en 1520  muestra un escudo también de forma circular con ocho castillos en el borde (como bordura se conoce técnicamente) y seis  figuras –una de ella incompleta-  de forma triangular  y onduladas. Este escudo se describe como que las figuras parten del lado izquierdo hacia el derecho. Sobre la orientación correcta de las lenguas no volveremos a entrar pues es muy recurrente el debate sobre el tema. El escudo lleva además la leyenda de “Noble concejo vallisoletano” (traducido del latín, que es como figura).

Uno de los escudos que aparecen al pie de diversos privilegios del siglo XVI, conservados en el Archivo Municipal de Valladolid.

Y entramos en el origen de las banderas, llamas o farpas. Se han manejado por los historiadores locales de todas las épocas diversas teorías. Una, es que se trata de una adopción del escudo de armas del conde Rodríguez González Cisneros, más conocido como Girón y que dio nombre a una larga saga. Este noble fue coetáneo del Conde Ansúrez y a él también se le atribuye haber contribuido a la repoblación de Valladolid; su escudo incluía tres girones. Otra, la de que Valladolid es una ciudad fluvial y de riberas. Otra más: en tiempos de Fernando III soldados vallisoletanos ayudaron a la conquista de Carpio en poder sarraceno; para ello se levantaron varias hogueras  con el fin del engañar a los sitiados, a los que derrotaron; y así, la ciudad tomó el símbolo de unas  llamas doradas sobre un fondo encarnado – en recuerdo de la sangre derramada en la contienda-  para incorporarlo a su escudo; corría el siglo XIII. Una muy socorrida que sigue tomando el fuego como motivo: se trata de llamas que recuerdan los  dos horrorosos incendios que vivió Valladolid en 1461 y 1561. Y seguimos con aquella explicación que habla de la representación de los pendones posaderos. Por si eran pocas las conjeturas, hay que añadir aquella que indica que las llamas onduladas representan las cinco casas de los linajes de los Tovar y los Reoyo;  estos eran clanes que se repartían todos los oficios concejiles no sin cierta rivalidad entre ellos. Estos clanes surgieron en el siglo XIII y ostentaron el poder del municipio hasta el siglo XVI; más de una vez el rey tuvo que intervenir para poner paz entre ellos.   Terminamos añadiendo que tal vez las farpas se traten de una representación del banderín que podían ostentar los caballeros en sus lanzas o los caudillos locales; mientras que la enseña del rey era el banderín rectangular y completo, los caballeros a su servicio o los municipios que tuvieran derecho a disponer de caballería o los caudillos concejiles, tenían que ondear un banderín roto en farpas. Esto último viene a cuento pues en su día se creó la caballería del concejo: 150 hombres buenos y pobladores de Valladolid, ateniéndose a las indicaciones de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Este cuerpo de caballeros tenía la obligación de acompañar al rey cada vez que viniera a la villa y hacer a lo largo del año tres alardes (demostraciones) como forma de mantenerse en forma y adiestrado.

Banderín de la escultura del Monumento a los Cazadores de Alcántara,  frente a la Academia de Caballería.

 A partir de aquí los diversos historiadores optan por alguna de las opciones, pareciendo más sólida aquella que apunta a la última explicación indicada. Y en cuanto a la fecha en que comenzó a usarse el escudo que ahora conocemos, pues tal vez habrá que dar por bueno el de los tiempos del reinado de Juan II, cuando en 1422 de  el título de Noble  a la ciudad de Valladolid. Más otro ha venido siendo el debate sobre cuantas llamas debían contener el escudo. Es el caso que los diversos escudos que han ido apareciendo en documentos y representaciones, el número de figuras oscila entre cuatro y ocho.

Y en cuanto a los colores rojo y amarillo (oro) que también a veces entran en conjeturas en lo que al escudo de Valladolid respecta, hay que indicar que  son los típicos colores del reino de Castilla desde Fernando III y los ostentan numerosas poblaciones. Rojo y oro que se adoptan en los pendones de caballería de Carlos I.

La corona que preside el escudo de Valladolid, aunque en menor medida, también ha conocido algunos cambios. Si bien parece más extendida y reproducida la coronal real (ocho florones: de los que tres son vistos completos y dos la mitad), no faltan representaciones, sobre todo en los años de la república pero también anteriormente, de lo que podría ser una corona condal –en homenaje y reconocimiento de la ciudad al Conde Ansúrez-, o simplemente por descuido de los dibujantes, que no supieron representar la corona real. El caso es que el escudo no ha ostentado corona hasta finales del siglo XVII.

Reproducción del escudo que Valladolid  ostentaba en 1908 y  que se puede ver en el patio interior del Ayuntamiento.

En julio de 1939 Francisco Franco concede a Valladolid la Cruz Laureada de San Fernando, indicando expresamente en el decreto, que debía incorporarla al escudo de la ciudad.

En definitiva, siguiendo la descripción de Filemón Arribas (que, entre otras cosas fue Archivero del Archivo de Simancas), el escudo actual de Valladolid debe describirse y reproducirse como: “De gules cinco banderas de oro flameadas, nacientes del lado siniestro del escudo y la bordura de gules cargada de ocho castillos de oro, almenados de tres almenas, con tres homenajes el de en medio mayor y cada homenaje también con tres almenas, mazonados de sable y aclarado de azur. Timbrado con coronel de ocho florones, visibles cinco de ellos ”… aunque el Ayuntamiento (hablamos de la década de 1940) indicara que las banderas deben salir del lado diestro.  Al escudo había que añadirle la Cruz Laureada de San Fernando.

La descripción que hace Fernando Pino, Archivero del Ayuntamiento de Valladolid, es la siguiente:”De oro, terminado en cinco triángulos de líneas rectas, mirando a la derecha del escudo sobre fondo rojo. Alrededor bordura de color rojo  con ocho castillos de oro, con tres almenas cada uno, siendo mayor la del medio, y cada torre con tres almenas. Corona real de ocho florones, visibles tres completos en el centro y dos mediados en los extremos. Enmarcado todo el escudo en la Cruz Laureda de San Fernando”.

Rematamos este somero recorrido por los escudos de la ciudad indicando que el actual se adoptó en 1939, como ya se ha dicho.  Su diseño había salido a concurso, pero este quedó desierto a juicio del tribunal, por lo que tras escuchar las opiniones de los expertos se le encargó a un tal Amador Hernández, que lo dibujó siguiendo las instrucciones que se le pasaron.

Fotografía  del año 1939 del escudo conservada en el Archivo Municipal.

Y en cuanto a esas llamas, como muchos llaman a  las farpas del escudo, no me resisto a incluir lo que de ellas pensaba Quevedo, del que es sobradamente conocida su aversión a tener que residir en Valladolid al calor obligado de la Corte. En sus “Alabanzas irónicas a Valladolid, mudándose la corte de ella”, en sus últimas estrofas, esto escribió el ingenioso poeta: “En cuanto a mudar tus armas, / Juzgo, que acertado fuera, / Porque solos los demonios / Traen llamas en sus tarjetas. / La primera ves que las vi, / Te tuve en las apariencias /  Por arrabal de el infierno, / I en todo muy su parienta. / Más ya se, por tu linaje,  / Que te apellidas Cazuela. / Que en vez de guisados hace / Desaguisados sin cuenta.”

Realizado este repaso por la historia de la enseña de Valladolid, sugiero un paseo siguiendo la estela de algunos escudos que se pueden ver por las calles y jardines de la ciudad.

 

Representación del anverso y reverso del primer escudo de la ciudad (s. XIII). Se puede ver en el pedestal del monumento al Conde Ansúrez de la Plaza Mayor.

 

Fachada del Ayuntamiento de Valladolid, coronado por corona real.  El edificio se inauguró en 1908.

 

Cristalera de la escalera principal del Ayuntamiento: observese que, intencionadamente o por descuido, el escudo no está rematado por una corona real.

 

Antiguo convento de San Francisco, sito en la plaza Mayor: su fachada se adornaba con sendos escudos del concejo: imágenes de la reproducción del convento en el llamado callejón de San Francisco (el autor es Sousa), y la fachada original del convento, realizada en el siglo XVIII por Ventura Pérez.

 

A los pies de Zorrilla y sobre la cabeza de la musa, se reproduce el escudo de la ciudad que imperaba a finales del siglo XIX. Se trata de la escultura que hay en la plaza de Zorrilla.

 

Gigantesco escudo floral a la entrada del Campo Grande.

 

Uno de los escudos que adornan la fuente de la Fama en recuerdo del alcalde Miguel Iscar, erigida en 1880. También la fuente del Cisne, en la Pérgola, ofrece escudos realizados en 1887.

 

La fachada de la Estacion del Norte está rematada por este grupo escultórico llevado a cabo por el Angel Díaz Sanchez. Las figuras representan a la Industria y la Agricultura.

 

Leones portantes del escudo de la ciudad que vigilan al antigua entrada del vivero de San Lorenzo, en el Paseo de Isabel la Católica, que se acondicionó a finales del s. XIX.

 

Una de las arcas de la traída de Argales y el arca principal ostentan el escudo vallisoletano. En uno de ellos se puede leer la fecha de 1588. Se trata de los escudos labrados en piedra más antiguos de Valladolid.

 

Así mismo el escudo se puede ver en la mayoría de los letreros anunciadores de las calles, en adornos de puntos de luz y en diverso mobiliario urbano, como las fuentes de piedra que se instalaron en la década de 1950, tal como se aprecia en la segunda imágen. Arriba, la coronación de la antigua Casa de Socorro  (década de 1930) de la calle López Gómez, que ahora acoge una biblioteca municipal dedicada a Francisco Javier Martín Abril.

FUENTES DOCUMENTALES: Archivo Municipal de Valladolid;  “Títulos y Armas de la Ciudad de Valladolid”, de Filemón Arribas Arranz; “El Escudo de la Ciudad de Valladolid”, de Alejandro Rebollo Matías; “Artículos”, de Fernando Pino Rebolledo… y otros artículos diversos.

 

VALLADOLID: DE ALDEA A CIUDAD

$
0
0

En vida del Conde Ansúrez, Valladolid seguramente ya  comenzó a conocerse  como villa. Aquella aldea junto a las Esguevas que en el siglo XI ocupó el Conde con el encargo de fortalecer la frontera del Pisuerga, pronto vio crecer su caserío y su importancia. Mas tendrá que esperar hasta el siglo XVI para que Felipe II le conceda el título de ciudad.

A fecha de hoy, Valladolid ostenta los títulos de MUY NOBLE, MUY LEAL, HEROICA Y LAUREADA CIUDAD. Esta acumulación de atributos se ha ido cuajando a lo largo de ocho siglos. Es, por tanto, una larga historia.

La primera vez que aparece escrito el título de villa es en un privilegio firmado por Alfonso VII (en la imagen, tomada de wikipedia) en 1152.  Se trata de un documento en el que la Corona establece los términos y límites de la villa y su tierra declarando, además, los mojones que la separaban de las tierras colindantes. De la importancia de aquella villa medieval da cuenta el hecho de que el monarca la visitara con frecuencia, llegándose incluso a celebrar varios concilios en Valladolid para, entre otros asuntos, arreglar las diferencias con el reino de Portugal.

Carlos I (V de Alemania) residió frecuentemente en Valladolid. España no tenía una capital fija y allí donde estuviera la corte ese el centro de los territorios españoles. A lo largo de los siglos XV y XVI fueron muchos los años que la corte se asentó en la villa, hasta que en 1561 Felipe II escogió Madrid como sede permanente de la corte convirtiéndola de facto en la capital del Imperio.

Seguramente para compensar ese “abandono” de Valladolid, el monarca concedió a la villa donde nació el título de ciudad. Así, el 9 de enero de 1596 el monarca firma una cédula mandando que se diera el nombre de CIUDAD a Valladolid. Documento que, entre otras cosas decía: “Sabed que teniendo consideración a los muchos, buenos y leales servicios que el Concejo, justicia, regidores, cavalleros (sic), escuderos, oficiales y hombres buenos de la muy noble villa de Valladolid a hecho a los señores reyes nuestros progenitores y a mí, y a los que continuamente haze (sic), y a que yo nací en ella, y a que es calificada por las muchas particularidades y cosas insignes que tiene…” etc. etc. Y se mandó hacer el nuevo sello de la ciudad para acomodarlo al nuevo título, apareciendo, desde entonces el lema de MUY NOBLE Y MUY LEAL CIUDAD. (Fotografía tomada frente al antiguo matadero -pº Zorrilla- en la que una fecha rememora el año del nombramiento de ciudad).

¿Más, de dónde venía el timbre de Noble y Leal que aparecía junto al de Ciudad?

Para saber esto hay que retroceder dos siglos. Corría  el año de  1329, cuando Alfonso XI (nieto de María de Molina) calificó a los vecinos de la villa como “Buenos y leales” vasallos. Ese nombramiento fue fruto de una larga historia que puede quedar resumida de la siguiente manera: Alfonso XI tenía como valido a Alvar Núñez Osorio. El valido estaba sometido a numerosas conjuras promovidas por sus rivales políticos. Es el caso que los enemigos de Alvar Núñez hicieron correr el rumor de que se quería casar con la infanta Leonor de Castilla,  hermana del monarca y que residía en Valladolid. Resulta que la infanta, por indicación de su hermano,  se iba a desplazar a la frontera de Portugal por unos asuntos de estado, pero los vallisoletanos, tanto de la villa como del alfoz, creyendo que en realidad iba a ser llevada para casarla con el valido, debido a un rumor que hicieron correr sus enemigos,  sitiaron las puertas de Valladolid impidiendo la salida de Leonor. En ese episodio ardió el monasterio de las Huelgas (sabe Dios quien lo prendió). El monarca, pensando legítimamente, que los vallisoletanos se habían rebelado contra él, vino armado hacia la villa. Las gentes de Valladolid se negaron a recibir al monarca mientras estuviera acompañado de su valido. Una vez despedido este, las soliviantadas gentes de Valladolid franquearon al monarca las puertas de la villa. Aclarado todo ese embrollo, el monarca se dio cuenta de que, fuera por unas razones u otras, las gentes de Valladolid actuaron de buena fe en defensa de la Corona (la imagen está tomada de wikipedia y se trata de un cuadro del Museo del Prado).

La larguísima carta concediendo el título, señalaba el agradecimiento por los  servicios prestados por los vallisoletanos a su abuela María de Molina y a él mismo durante su niñez; califica de traidor a Alvar Núñez; reconoce la lealtad de la villa defendiendo los intereses de la corona; les exime de responsabilidad en el incendio de las Huelgas Reales; etc. En definitiva, concluye la carta  llamando “bonos e leales vassallos al Concejo de Valladolit e a todos los vecinos moradores…” (sic)

Otros muchos favores hizo el rey a la villa, entre otros, eximirla de ciertos impuestos y donarla de varias poblaciones cercanas, contribuyendo a la creación de un rico y grande alfoz de Valladolid.

Fue el rey Juan II, padre de Isabel la Católica, el que en 1422 otorgó a Valladolid el título de Muy Noble por los buenos y leales servicios de la villa a los reyes que le precedieron.  Este título se lo ganó la villa debido al gran peso que a lo largo del siglo XIV tuvo en la historia de los reinos hispánicos. Por eso, el monarca, a petición de los procuradores del reino reunidos en Ocaña, dictó: “… por quanto la mi villa de Valladolid es la mas notable villa de mis rregnos e aun de los regnos comarcanos, que me suplicavades que por la mas ennobleçer e por los muchos e buenos, e leales serviçios que los vecinos e moradores de la dicha villa fizieron a los rreyes mis anteçesores e fazen a mi cada dia (…) que la dicha villa se llamase de aquí adelante la muy noble villa de Valladolid…” (sic) De ahí que el sello de la ciudad de entonces en adelante incluyera la leyenda de NOBILISMI CONCILLI VALISOLETANI. (Fotografía del sepulcro de Juan II en la Cartuja de Miraflores, Burgos).

Isabel II, mediante Real Decreto fechado el 8 de agosto de 1854 otorgó a la ciudad el calificativo de Heroica, firmando para ello lo siguiente: “En atención al patriotismo y decisión con que la ciudad de Valladolid y su Ayuntamiento levantaron el estandarte de la libertad en la noche del 15 al 16 de julio último, contribuyendo así eficazmente al triunfo del glorioso alzamiento nacional, vengo en disponer que la ciudad de  Valladolid una el título de heroica a los de muy noble y muy leal que antes tenía, y que al Ayuntamiento de la misma se dé el tratamiento de Excelencia”.  Aquel reconocimiento fue recibido por la ciudad  “con el mayor júbilo y entusiasmo”. (Fotografía de Isabel II capturada en wikipedia).

¿Qué es lo que había ocurrido aquella gloriosa noche de julio de 1854?  Pues que la ciudad se echó a la calle para reclamar la dimisión del gobierno y exigir la recuperación de la Constitución de 1837.  En realidad aquel pronunciamiento venía precedido del malestar de las clases populares, pues  arrastraban problemas de subsistencia y se incrementaba desmesuradamente el coste de los productos más básicos. Se disparó el precio del pan en la ciudad y los alcaldes de entonces no dieron muestras de tomar medidas, hasta que estalló una revuelta  que alimentó el levantamiento  de la noche del 15 de julio. Aquel pronunciamiento  progresista, capitaneado por una Junta provincial,  encumbró a la alcaldía de Valladolid a Calixto Fernández de la Torre y situó a la ciudad a  la cabeza  de las primeras poblaciones en secundar la exigencia del cumplimiento de la Constitución y, sobre todo, de exigir a la reina Isabel II que dejara de proteger a los moderados apoyados en un sistema electoral caciquil.

El último y  controvertido título de Laureada, lo firma Francisco Franco el 17 de julio de 1939: concede a la ciudad la facultad de ostentar la Cruz Laureada de San Fernando y ordena que se grabe en los escudos del municipio. Aquel decreto comenzaba así: “La intervención de la ciudad de Valladolid en el Alzamiento nacional ha tenido singularísimo relieve (… la ciudad…) rompe con su cerco urbano dominado, invade la provincia, frena a las avanzadillas de la invasión minera y en ciega superación de españolismo parte en ayuda de los patriotas de Madrid (…y…) logra con sin igual arrojo la conquista del Alto del León (…y concluye…) Como recuerdo a las gestas heroicas de Valladolid en la Movimiento nacional y homenaje a quien desplegó decisiva aportación a él en los primeros momentos de la guerra de liberación de España, concedo a aquella ciudad la Cruz Laureada de San Fernando, que desde hoy deberá grabar en sus escudos”.

En pocas fechas el Ayuntamiento convocó un concurso para el diseño del nuevo escudo de la ciudad. Quedó desierto y tras precisas indicaciones, se encarga el dibujo a un tal Amador Hernández.

Desde entonces, Valladolid ostenta los títulos honoríficos de MUY NOBLE, MUY LEAL, HEROICA Y LAUREADA CIUDAD

 

FUENTES CONSULTADAS: “Títulos y Armas de la Ciudad de Valladolid”, de Filemón Arribas Arranz; “Valladolid durante el bienio progresista”, varios autores;  “Una historia de Valladolid” (VV.AA.) coordinado por Javier Burrieza; hemeroteca de El Norte de Castilla; y Archivo Municipal de Valladolid.

VILLALÓN DE CAMPOS: HISTORIA, PATRIMONIO Y SOPORTALES

$
0
0

Villalón fue una de las poblaciones más importantes de Tierra de Campos, cuando el trigo era el oro de Castilla y el mercado de ganados el centro de la actividad comercial de muchos pueblos de alrededor. Pero toda aquella actividad ha venido muy a menos y queda lejos de los casi 4.000 habitantes que contabilizada al comenzar el siglo XX. Es el desesperante signo de los tiempos que corren en buena parte de Castilla y León

Villalón de Campos asentó su importancia histórica entre otras cosas en el privilegio que Fernando III otorgó a la localidad en 1204 para celebrar Mercado Grande en la plaza todos los sábados del año, convirtiéndose en los siglos XIV y XV en uno de mercados financieros de Europa, debido a que los cambistas tenían instalados aquí sus negocios al igual que ocurriera en Medina de Rioseco y Medina del Campo.

A aquellas actividades le siguió un importantísimo negocio en torno a la producción y distribución de cereales que pervivió razonablemente bien hasta entrado el siglo XX. Prueba de ello es que en 1912 se inauguró, con presencia del mismísimo Alfonso XIII,  la línea ferroviaria que unió la localidad con Palencia y Medina de Rioseco (y lógicamente, con Valladolid). La ferroviaria fue, a su vez, una actividad importante por el personal y servicios que movía y, sobre todo, para el tráfico de mercancías. Pero el declive de la comarca en la década de 1960 llevó a que en 1969 se clausurara el servicio.

En otro tiempo, no solo el trigo y el ganado eran importantes, sino que incluso antes fue un importante centro de distribución para buena parte de España de pescado desalado procedente de los centros pesqueros del Cantábrico.

No obstante,  este pasado espléndido y el empeño que su gente pone en conseguir un futuro para el municipio, deja un rastro de patrimonio y evocaciones muy importante.

Mas,  antes de comenzar nuestro paseo por la localidad, dejemos constancia del nombre de una de sus calles. Entre los personajes nacidos en la localidad, como el noble Alonso Pimentel, el escritor y protestante Cristóbal Villalón, o el hebraísta Gaspar de Grajal, amigo de fray Luís de León, entre otros, hay una calle dedicada a Clara del Rey. Nació esta mujer en Villalón en 1765 y falleció en Madrid por la metralla de una bala de cañón en los sucesos del 2 de mayo de 1808 combatiendo, junto con su marido e hijos, contra las tropas napoleónicas en el parque de artillería de Monteleón. Una placa en la fachada de la iglesia madrileña de la Buena Dicha y el nombre de una calle de la capital de España también recuerdan su memoria.

 

Recorriendo la soportalada calle Rúa, la principal de la localidad, se llega a la Plaza Mayor, o del Rollo, en torno a la iglesia de San Miguel (s.XIII-XIV)  que, por cierto, guarda una talla de Juan de Juni y otra atribuida a Berruguete.

 

Por muy conocido que sea, el Rollo es una de las joyas de Villalón y, además, de los mejor labrados de toda España, según se puede apreciar en sus detalles. Construido en 1523 se atribuye al gótico burgalés.

 

Fachada de la Casa Consistorial, edificada en 1928 con una personalísima decoración.

 

Primer plano de una escultura en bronce que rinde homenaje a la vendedora de quesos (es famoso el llamado queso de pata de mulo), obra de Jesús Trapote Medina.

 

Foto del arco apuntado de los restos del convento de San Francisco, en la parte alta de la plaza Mayor.

 

Pilares de los soportales seguramente procedentes del vecino convento de San Francisco, que estaba detrás de la iglesia de San Miguel.

 

Diversas casas nobles,  y una vivienda considerada como destacada muestra de la arquitectura tradicional terracampina,  la del número 4 de la calle Ángel María Llamas.

 

Fuente del Chicharro, al final de la calle Constitución (que sale de la plaza Mayor en dirección a Boadilla) antes estaba en la plaza del Rollo pero se reinstaló en la plaza de San Juan, cuya iglesia se ve al fondo.

 

Algo muy característico de la iglesia de San Juan (s. XV)  es su construcción humilde y característica de Tierra de Campos: apenas se ve piedra y lo justo de ladrillo,  el resto es adobe y madera, incluido su ábside, tal como se aprecia en la foto.

 

Antiguo hospital en la plaza de San Juan, de estilo gótico. Ahora está oculto tras un andamio que intenta evitar su derrumbe total. De esta joya de la arquitectura del barro ya solo queda la fachada, tras hundirse toda la cubierta.

 

Villalón tuvo hasta cinco  parroquias. De ellas, quedan tres iglesias, las ya citadas de San Miguel y San Juan, y la de San Pedro (gótico mudéjar s XIII-XIV) en mal estado de conservación.

 

Frente a San Pedro, la fachada de una antigua panera.

 

Villalón llegó a tener cuatro fábricas de harina, lo que da testimonio de su importante actividad cerealística.

 

Depósito de agua inspirado en los palomares, una forma amable de hacer construcción civil moderna evocando la arquitectura tradicional.

 

Dos escuelas construidas en el último tercio del XIX hay en la localidad: una alberga el Museo del Queso (en la imagen), la otra acoge dependencias dedicadas a servicios sociales. Otros dos centros museísticos hay en la localidad: el Museo del Calzado Vibot y el Centro de Interpretación del Palomar del Abuelo.

 

El pueblo guarda un pequeño tesoro bajo muchas de sus casas que está reivindicando y dando a conocer: las bodegas que se remontan a los siglos XVI y XVII.  La falta de promontorios del terreno que facilitaran la excavación de los típicos barrios de bodegas, ha hecho que sus habitantes las hicieran bajo las viviendas. Eran bodegas tanto para la elaboración del imprescindible vino como para hacer de silos para la conservación de alimentos o almacenamiento de mercancías: el tamaño y longitud de cada bodega suele tener que ver con la importancia y actividad de cada casa. Es legendario el uso de las bodegas para el estraperlo, que en el siglo XIX incluso llevó a  que interviniera el ejército para intentar terminar con aquel fraudulento negocio (fotografía tomada de la página oficial del Ayuntamiento).

 

Y finalizaremos con una colección de fotografías de los soportales. Villalón es un auténtico parque temático de soportales. Los hay de toda clase y materiales: madera (rústica o  finamente trabajada), hierro, piedra, ladrillo, cemento… Los soportales son los principales testigos de la vieja y tradicional actividad comercial de Villalón de Campos. Actividad que se desarrollaba a lo largo de la calle principal (la Rúa)  y que se extendía por todas las casas que orlan la plaza Mayor.

GENTES DEL VIEJO OFICIO DE ZAPATERO

$
0
0

La saga de zapateros Vibot se remonta hasta  casi dos siglos atrás y en Villalón de Campos hay un museo que rinde homenaje y recuerdo a este apellido. Nació en 2007 por impulso de Ana, hija de Victorino Vibot (1929-1998), último artesano de una dinastía que abrió el bisabuelo Bonifacio.

El apellido Vibot tiene un hueco y reconocimiento en el mundo del calzado, incluso en el Museo de Elda (sancta sanctorum de la fabricación de calzado) hay objetos de Julio, hermano de Victorino.

El museo evoca el mundo de un oficio de gran importancia y que tenía diversas especialidades: taconeros (o fabricantes de tacones de madera), borceguineros (algo así como fabricantes de botines), o chapineros (aquellos que fabricaban chanclos de corcho, que más tarde se fueron sustituyendo por escarpines). Pero, sobre todo, la gran división de la artesanía del calzado llegó a estar entre aquellos oficiales de zapatería de “obra prima” o zapateros “de los nuevo”, y los vulgarmente conocidos como zapateros de viejo o remendones que eran aquellos que se dedicaban a arreglar zapatos usados.

La fabricación de zapatos de manera artesanal exigía años de aprendizaje y talleres con abundante mano de obra: las empresas podían llegar a tener media docena de aprendices. Ana Vibot comenta que el taller de su padre tuvo cinco  obreros y el de su abuelo, ocho. Es el caso que ahora nadie quiere aprender a confeccionar zapatos.

Un oficio en el que en su vieja tradición practicada por los maestros se rozaba la perfección creativa, tal como relata Dionisio Arias, “Dioni”, el último oficial que hubo en el taller de Victoriano.  Ya está jubilado pero sigue enseñando el museo con la misma ilusión e interés que ponía en hacer el calzado a medida hasta pocos años.

La visita al museo hace caer en la cuenta de que el calzado, sea bota o zapato, tiene personalidad y complejidad: no son lo mismo unos zapatos bluchers que unos mocasines ingleses, ni que un zapato brogue o un full-brogue (aquel zapato blanco y negro que calzaban los viejos músicos de jazz). Pues bien, toda la variedad de estilos y formas se exponen en las vitrinas del museo.

Hasta dos largas jornadas con dedicación exclusiva se requieren para la confección de unos zapatos, nos cuenta Dioni. Una actividad que tiene su propio argot hasta el punto de que los pies no se miden en centímetros, sino en “punto francés”, que es una medida internacional en la que tres puntos equivalen a dos centímetros; o semences (palabra francesa), que son las  puntas pequeñas, cambrillones (término también de origen francés relativo a la suela y para armarla), empalmillar (coser la suela con la piel a mano), etc. etc. Como se puede observar, es notable la influencia francesa en el mundo del calzado.

 

Vista general del museo.

 

Si algo es importante para conseguir un zapato perfectamente adaptado al pie del usuario, eso es la horma. Por eso el museo exhibe una variadísima y artística colección de hormas fabricadas en madera de haya que se arman como un puzzle para conseguir ajustarse a las formas de cada pie.


Entre las curiosidades están las zapatillas de clavos de la atleta vallisoletana Maite Martínez con las que ganó la medalla de bronce en la prueba de 800 metros disputada en el Mundial de Atletismo de Osaka 2007. También hay unas zapatillas de Marta Domínguez, la atleta palentina.

 

Reproducción de un banco para fabricar o reparar calzado.

 

Es muy llamativa la variedad de maquinaria que se requiere para confeccionar unos zapatos. Una maquinaria en la que conviven los viejos potros con los “modernos” bancos de finisaje: banco para raspar, dar cera o rematar zapatos, del año 1950.

 

 Maquina manual a pedales para hacer ojales, sacabocados, etc.

 

 Bigornia, yunque o burro, de 1880 y al fondo una máquina de coser del año 1900.

 

Si variada es la maquinaria, más lo es la herramienta del maestro zapatero. Prácticamente un utensilio para cada paso que lleva a confeccionar un buen par de zapatos: leznas, punzones, busetos,  viras, sacabocados, polímetros, desbravadores de suelas, tranchetes para cortar suelas, agujas de todo tipo, cuchillas, tenazas y los más variados martillos, en fin un largo instrumental para conseguir el más mínimo detalle y que, además, esconde un variadísimo vocabulario en vías de extinción.

 

Vitrina dedicada a Pedro Lozano Pérez, otro afamado y premiado maestro artesano de Palencia que también cerró el taller.

 

Otros curiosos detalles que se pueden ver en el museo.

 

NOTAS: El museo está en la calle Rúa, 17. Es un museo privado creado al calor de los fondos de la Unión Europea gestionados por la Asociación para el Desarrollo Rural de Tierra de Campos. El horario es de 10 a 14 h. y de 17 a 20. de lunes a sábado (horario comercial de la tienda de calzado Vibot). Se puede visitar los domingos concertándolo a través del teléfono 983 74 02 13. El precio de la entrada es de 2 euros.

PASAJE DE GUTIÉRREZ: “EL MÁS GRANDIOSO DE CUANTOS CONOCEMOS EN ESPAÑA”

$
0
0

Cuando en septiembre de 1886 se inauguró el Pasaje de Gutiérrez, la prensa local lo presentó como “El más grandioso de cuantos conocemos en España; más elegante y más espacioso que el magnífico con el que cuenta Zaragoza; no hay ni en Madrid ni en Barcelona, ni en Sevilla ninguno que con él pueda compararse”.

Seguramente sería una entusiasta y exagerada afirmación, pero lo cierto es que Valladolid recibió esta nueva calle con gran alegría: era una forma de incorporarse a la modernidad. Las principales ciudades españolas tenían sus galerías comerciales siguiendo la moda de las capitales europeas: París, Bruselas, Milán, Manchester, etc. Y Valladolid no se quedó a la zaga de esta nueva arquitectura urbana. Era una forma como, de nuevo según la prensa local, “desprovincializar la cultura local”.

La construcción de estos pasajes comerciales era, también, una forma de mostrar la industrialización de las poblaciones.

Pero ¿por qué el nombre de las galerías?  Eusebio Gutiérrez era  un rico hombre de negocios originario de Santander: tenía algunas industrias en Valladolid y era propietario de diversas casas y solares. Y es precisamente en una de aquellas casas, que daba a dos calles: antigua calle del Obispo y a calle Sierpes (actuales Fray Luis de León y Castelar –todavía queda una pequeña calle próxima a Castelar llamada Sierpes-), donde  Gutiérrez encargó al afamado arquitecto Jerónimo Ortíz de Urbina que hiciera una reforma del edificio.

Aprovechando la reforma de fachadas y de interior, se llevó a cabo la construcción del pasaje. Curiosamente, ningún documento se conserva en el Archivo Municipal de Valladolid que dé cuenta de la construcción de este pasaje: no hay ni planos, ni  permisos,  ni nada de nada. Esto lleva a la conclusión de que se hizo una obra saltándose la ordenanza de construcción aprovechando la licencia para reforma del edificio que se había solicitado en 1884. Da toda la impresión de que las autoridades municipales debieron hacerse los desentendidos, pues semejante obra no podía pasar desapercibida durante su ejecución.

Es el caso que la ciudad acogió aquella moderna calle con los brazos abiertos.  Y en la actualidad es una de las pocas construcciones de estas características que se conservan en España.

¿Quién era el arquitecto Jerónimo (o Gerónimo) Ortíz de Urbina?  Lo resumiremos diciendo que, junto con su hijo Antonio (que era maestro de obras), firmó muchas construcciones en las calles de Valladolid, especialmente en el centro y en la expansión burguesa de Miguel Íscar hacia la Estación del Norte. Sus obras más significadas son el desaparecido frontón de Fiesta Alegre (construido en 1894 en el solar que actualmente ocupa la Residencia Universitaria Santiago en la calle Muro) y el colegio San José (1885) en la plaza de Santa Cruz. Para algunos, el Pasaje Gutiérrez es su obra más señera. Desde 1998 está declarado Bien de Interés Cultural.

Avanzado el siglo XX el pasaje entró en decadencia, se cerraron diversos comercios y se abandonó el mantenimiento. Todo ello hasta que en 1986 los propietarios cedieron el uso del paseo al Ayuntamiento y este, a cambio, acometió la restauración del mismo siguiendo el proyecto del arquitecto Ángel Luis Fernández Muñoz.

… Pues a disfrutar un rato por el Pasaje de Gutiérrez.

 

Vistas generales del pasaje y su aspecto al anochecer con la iluminación decorativa que le instalaron en 2013.

 

El Mercurio. Se trata de un dios romano que se equipara con Hermes, de origen griego: mensajero de los dioses, encargado de llevar las almas de los fallecidos al más allá, símbolo de la abundancia y del éxito comercial. De ahí que se considere emblema del comercio. Por tanto tiene toda su justificación su colocación en el Pasaje Gutiérrez que, como sabemos, se construyó, precisamente, para albergar actividades comerciales. Esta escultura “Mercurio volador” es una copia de la realizada por  el escultor francés Juan de Bolonia (como Giambologna le conocían en Italia) en 1565 y que se conserva en el Museo del Bargello de Florencia. Al pie de la escultura figura el texto “Val D’Osné”, que delata su fabricación francesa.

 

Primer plano del  Mercurio cubierto con el petaso, sombrero que usaban los griegos y romanos para protegerse del sol y de la lluvia, especialmente en los viajes y en la caza. La escultura, sin embargo, ha perdido el caduceo, esa vara abrazada por dos serpientes, símbolo de la paz y la concordia que acompaña la figura de Mercurio. Véase, en comparación, el Mercurio que preside la entrada de la Facultad de Comercio, con su caduceo. La costumbre de representarlo con alas es porque también se le considera protector de los viajeros.

 

Esculturas, realizadas en terracota y muy deterioras,  que llevan la firma de  M. Gossin, Visseaux, París. Están puestas alrededor de Mercurio y  representan las cuatro estaciones del año, que por el orden de colocación son la Primavera (a la derecha de Mercurio) y sucesivamente siguiendo al revés de las agujas del reloj, el Verano, el Otoño y el Invierno. La del verano, hasta no hace tanto incluso portaba una hoz de hierro en su mano derecha.

 

Un detalle de gran belleza son el niño y la niña que sostienen el reloj en el balconcillo. Su fabricación lleva también la firma de M. Gossin, que demuestra el intento de traer a Valladolid el gusto que inspiraba las galerías parisinas. En este balconcillo parece que en ocasiones se celebraban  conciertos de música en los años de esplendor del pasaje.

 

La cubierta está construida con tejas de vidrio procedentes de la Real Fábrica de Cristales de la Granja, lo  que demuestra el interés en hacer una construcción cuidada en todos sus detalles.

 

Los techos del pasaje están decorados con pinturas de Salvador Seijas en las que se presentan diversas alegorías. Por orden de  las imágenes de arriba a abajo: la Agricultura, Apolo, la Primavera, el Comercio y la Industria.  Seijas (profesor de dibujo de la Escuela de Bellas Artes de Valladolid)  fue pintor muy reconocido en  Valladolid en su época y destacó por la pintura decorativa.

 

Los espejos que hay sobre las entradas de los establecimientos  se instalaron en la reciente restauración con el fin de sustituir los antiguos letreros de los numerosos comercios que estaban cerrados.

 

 

La puerta que da a la calle Fray Luis de León lleva la fecha de 1885 (cuando se inició la obra), y la de Castelar, la del año siguiente, cuando se inauguró el pasaje. Hay que fijarse, también, en las fachadas, que son completamente distintas y de una rejería muy cuidada.

 

Detalle de las puertas, decoradas; y de un capitel en el interior de uno de los locales del Pasaje.

 

Fotografía de la década de 1970 en la que se aprecian locales cerrados y la ausencia de la estatua de Mercurio. Eran años en los que se arrastraba el abandono del pasaje y la falta de comercios interesados en establecerse en el mismo (imagen tomada del Archivo Municipal de Valladolid).

 

PRINCIPALES FUENTES CONSULTADAS: Guía de Arquitectura de Valladolid, coordinada por Juan Carlos Arnuncio Pastor; El Valladolid de los Ortiz de Urbina, de Fco. Javier Domínguez Burrieza; Desarrollo urbanístico  y arquitectónico de Valladolid (1851-1936), de Mª Antonia Virgili Blanquet; Escultura pública en la ciudad de Valladolid, de José Luis Cano de Gardoqui García; y Archivo Municipal de Valladolid.


ESCALERA DE MELANCOLÍA: MUSEO DE SAN ANTOLÍN

$
0
0

El paulatino cierre de diversas iglesias de Tordesillas ponía en riesgo el patrimonio artístico e histórico que aquellos edificios guardaban. Se conjuró el peligro convirtiendo la iglesia de San Antolín en museo, y en él se depositaron muchas de las piezas que hasta entonces habían estado en las parroquias de la villa.

Esto ha dado como resultado el Museo de San Antolín, uno de los espacios expositivos de contenido religioso más interesantes de cuantos se pueden visitar en Valladolid: tanto por lo que se exhibe como por el edificio en sí mismo.

Documentado está que a la iglesia de San Antolín con frecuencia venía a misa la reina Juana I de Castilla (mal llamada la Loca). Lo hacía recorriendo un pasadizo que, desde el palacio donde se alojaba (ya desaparecido), comunicaba con la iglesia, construida entre el siglo XVI y XVII. Pero aquella devoción de la reina también está preñada de una leyenda: terminada la liturgia, Juana subía los cincuenta y seis  escalones de la torre del edificio para ver si por algún camino volvía su querido Felipe el Hermoso, que ya había fallecido hace tiempo. Aquellos cincuenta y seis escalones que subía la reina presa de melancolía, sin embargo sirven para ascender hasta contemplar el Duero y una de las panorámicas más extensas que se puedan disfrutar en Valladolid.  No es de extrañar, por tanto, que muchos importantes edificios de Tordesillas se hayan orientado hacia el terraza del Duero.

Vamos a cruzar la puerta del museo e iniciar una sosegada visita del mismo.

 

Vista general de la iglesia de San Antolín, con una escultura de Juana I en primer plano, realizada por el escultor zamorano Hipólito Pérez. Destaca la torre cilíndrica cuyas escaleras subiremos.

 

La capilla de los Alderete precede a la sacristía, que es de donde arranca la torre. Ascensión que dejaremos para el final de la visita. La capilla se trata de una de las piezas monumentales más importante de los que se puede ver en Tordesillas, población que, por cierto puede presumir sobradamente de patrimonio e historia. Se accede a la capilla a través de una bella reja del siglo XVI, entre gótica y renacentista. En el retablo principal, de estilo plateresco se aprecia el quehacer de  Gaspar de Tordesillas y de Juan de Juni, que hizo los relieves principales.

 

Sepulcro en alabastro de Pedro González  Alderete  fundador de este espacio funerario que ha sido valorado como uno de los más interesantes de Castilla. Falleció en Granada en 1501, fue comendador de la Orden de Santiago y  regidor de Tordesillas. El sepulcro fue labrado en 1550 en el taller de Gaspar de Tordesillas.

 

Sepulcro de Rodrigo de  Alderete, fechado en 1527,  fue juez mayor de Vizcaya. Su nicho está rematado por el escudo de los Alderete.

 

En la nave central, llamativamente decorado su techo, hay un Cristo yacente de la escuela de Gregorio Fernández. Se trata de una pieza con los brazos articulados que tanto puede ser presentada yacente, como ahora lo está, como en posición de crucificado.

 

Retablo del siglo XVII profusamente ilustrado en que hay pinturas de Felipe Gil de Mena. Este artista, muy apreciado en vida, tiene obra en numerosos templos de Valladolid y alguna pieza en el Museo de Escultura, procedente del convento de San Francisco de Medina de Rioseco.

 

La capilla de los Acevedo tiene un Calvario cuya figura principal está atribuida de Francisco del Rincón, uno de los grandes de la imaginería española. Algunos le consideran maestro de Gregorio Fernández, aunque lo más seguro es que fuera simplemente el mecenas y avalista de Fernández en la corte de Felipe III. Del Rincón fue el creador de los pasos procesionales barrocos, uno de los cuales se encuentra en el Museo de Escultura.

 

Acaso la joya del museo, si es que es posible destacar de entre todo lo que ofrece, sea una escultura de la Inmaculada. Está esculpida en madera en el siglo XVII por Pedro de Mena (escultor barroco considerado de lo mejor de la imaginería andaluza). Su perfección  alcanza tales niveles que pareciera hecha de delicada porcelana. Es una pieza de bellísimas formas y proporciones.

 

 

 

Bajo el coro, entre otras cosas se pueden encontrar varias tallas del arcángel San Miguel, de Santiago Apóstol y una cruz procesional que tiene la particularidad de tener labrado lo que parece una panorámica de Tordesillas.

Un detalle muy curioso es una puerta de hierro que se trajo de la iglesia de San Pedro, donde está enterrado Andrés Juan Gaitán, inquisidor en el Perú y que de tan controvertido oficio dejó huella incluso en la decoración (el símbolo de la Inquisición: la cruz, la espada y el olivo o la palma) de los cinco grandes cerrojos que blindan esta puerta.

 

A punto de terminar el recorrido por el museo, y ya junto a  la puerta, se ofrece al visitante una curiosa tabla policromada del siglo XVI. Se desconoce la autoría pero bien podría tratarse del  encargo de un matrimonio (que aparece al pie de la escena en actitud orante). La tabla reproduce la misa de San Gregorio acompañada un una curiosa iconografía del martirio de Jesús: la columna donde fue atado, tenazas con que fue torturado, escalera para la crucifixión, la lanza con que se atravesó su costado, los dados que los soldados utilizaron para jugarse su túnica, etc. Es una muestra de lo más típico (y curioso) de la utilización del arte para mostrar mensajes y afianzar creencias: un comic, en definitiva, diríamos ahora.

 

El museo también ofrece al visitante libros, casullas,  orfebrería y cuadros, algunos de los cuales están pintados sobre cobre.

 

En el edificio colindante con el Museo  (Casas del Tratado) se exponen varias maquetas, entre las que está la del Palacio Real que habitó Juana I entre 1509 y 1555, desde el que iba a la iglesia de San Antolín. Este palacio, de modesta construcción, fue mandado construir por Enrique III hacia 1400,  y reinando Carlos III se derribó en 1773 dado su estado de abandono.

 

NOTA: El museo está en la calle Tratado de Tordesillas. Horario: 11:30 a 13:30 y 16:30 a 18:30. La entrada cuesta dos euros y los niños entran gratis. Cierra domingos tarde y lunes.

 

EL CÍRCULO DE RECREO: EVOCACIÓN DE UN VALLADOLID BURGUÉS.

$
0
0

El Círculo de Recreo de  Valladolid es una institución nacida al calor de una moda burguesa y aristocrática decimonónica ya periclitada pero que trata de sobrevivir adaptándose a los tiempos que corren. Mas, con independencia de los factores históricos, su sede social de la calle Duque de la Victoria, ofrece un singular conjunto de detalles.

Los Casinos o Círculos de Recreo son instituciones que fueron naciendo hacia el final del siglo XVIII. El monarca Carlos III, impulsor de la modernización de España, fue un entusiasta animador de estos nuevos lugares de reunión de caballeros. Según relató el periodista Francisco de Cossío en 1944, estos Círculos servían para que “varones graves y letrados encontraran el gran pretexto para salir de sus casas libres de todo disgusto conyugal (…) En estos centros de cultura se acostumbraron los hombres a hablar entre sí de cosas banales y divertidas, a murmurar animadamente (…) libres de la tutela de la Economía, de las Ciencias y de las Artes. Y claro está, a los sabios y letrados se les unieron prontamente los frívolos y ociosos, y se creó una palabra maravillosa que corresponde exactamente a la época romántica, la palabra socio”.

Y a la palabra socio le siguió la de Círculo, y acaso cansados los hombres solo de hablar, se decidieron a jugar, y así nació el Casino.

Pronto proliferaron los Círculos y Casinos de todo tipo. Si bien en Valladolid ciudad lo tenemos muy asociado al Círculo de Recreo de la calle Duque de la Victoria, que ciertamente se formó por los hombres influyentes de la ciudad que conformaban la burguesía local, lo cierto es que si nos fijamos en los municipios de la provincia veremos círculos de labradores, de obreros, de artesanos, de católicos, etc. En 1924 había en la provincia 84 círculos y casinos, de los que 15 tenían  su sede social en la capital.

Corría el año de 1844 cuando se fundó el  Círculo de Recreo de Valladolid, con 72 socios y 5 trabajadores de plantilla. Desde entonces han trascurridos casi 175 años y si es cierto que la inmensa mayoría de los socios eran miembros de la burguesía más selecta de la ciudad, ahora se puede hablar, sin que haya perdido ese aire elitista, de una entidad más plural tanto ideológica como socialmente.

No obstante, aquella alta sociedad decimonónica era muy variada, pues entre los socios adscritos que se dedicaban a la política, había moderados, progresistas, unionistas, republicanos, liberales, conservadores…

Es cierto, como comentan algunos de los más veteranos socios y otros de reciente incorporación, que un pasado muy vinculado al franquismo durante la Guerra Civil hace perdurar la imagen de un lugar excluyente y conservador. Pero, según testimonios bien fundados,  en los últimos sesenta años poquísimas veces se ha rechazado a alguien, y no ha sido por razones ideológicas, sino por haber venido precedido de un reconocido dudoso comportamiento social. Se habla de que uno de esos vetos fue, incluso, para un militar de alta graduación.

Una institución tan veterana está cuajada de anécdotas, de entre las que sobresale el que en 1874 se le negó la posibilidad de dar un concierto  a un joven pianista por no venir acompañado  de una persona que garantizase sus conocimientos. Aquel joven pianista se llamaba Isaac Albéniz.

La apertura que desde hace tiempo lleva haciendo el Círculo se concreta entre otras cosas, en que la cafetería y el comedor están abiertos al público. Y en la realización de actividades dirigidas a la ciudadanía y no solo a sus asociados, lo que lleva a en que en sus salones se celebren desde torneos de ajedrez  a  conferencias con los más diversos contenidos.

Sea por unas u otras razones, lo cierto es que el Círculo de Recreo está intentando rejuvenecer tanto su media de edad como que se incorporen socios vengan de la actividad profesional o laboral que sea. Eso sí, se sigue llevando como timbre de honor el que nunca se hayan conocido disputas entre socios por motivos políticos,  y así es voluntad que siga sucediendo. Un intento de neutralidad que lleva a que entre la variadísima decoración de sus paredes y estanterías no figure  imagen o signo de ninguna confesión religiosa.

 

El edificio actual,  que se debe al arquitecto  vallisoletano Emilio Baeza Eguiluz, sigue los dictados del academicismo francés. El primer local que ocuparon en 1844 fueron dos pisos arrendados en la acera de San Francisco (plaza Mayor). En 1854 compran un inmueble en la calle Olleros (actual Duque de la Victoria) esquina con Constitución. Los gastos eran muchos y los ingresos no daban para mantener el edificio en propiedad, así que lo vendieron y al nuevo propietario le arrendaron varios pisos del mismo edificio. A finales del XIX hubo que derribar el edifico por su mal estado y en 1902  se inauguró el que ahora conocemos. En 1913 los socios vuelven a hacerse con la propiedad de todo el inmueble.

 

Vestíbulo de acceso al edificio.

 

Escalera principal.

 

Salón rojo. Otro hay, contiguo, que se llama verde. Ambos nombres debido al color dominante en su decoración.

 

Varias perspectivas del interior del edificio.

 

 

Diversos detalles de su salón principal.

 

Las pinturas del edificio se encargaron a Eugenio Oliva Rodrigo, artista palentino afincado en Madrid. El asesoramiento para su elección vino de la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid y especialmente de José Martí y Monsó.  Techo del salón,  en el que se representan Apolo y Terpsícore, la Música, el Amor y la Gloria. En total, cuarenta y siete figuras de grupos alegóricos.

 

Pared presidencial del salón, con un cuadro en el que aparecen el Conde Ansúrez y doña Eylo supervisando las obras de la catedral. En un lateral, el laureado Zorrilla.

 

 

Biblioteca principal (hay otra de menor entidad) en la que no falta detalle alguno: librerías bellamente labradas, armario de fichas, columna donde colgar los periódicos. El Casino siempre estuvo suscrito a una gran cantidad de periódicos y revistas, entre los que no faltaban algunos de lengua inglesa o francesa, muestra del espíritu cosmopolita de sus socios.

 

Sala de billar (dispone de dos mesas de juego), y detalle de algunos de sus palos o tacos personalizados.

 

Uno de los varios salones de juego con que cuenta el Círculo.

 

Restaurante y una bella escalera modernista de acceso.

 

Foto de principios del siglo XX, en que había unos cincuenta empleados entre los que no faltaban peluqueras, limpiabotas, chicos de los recados, encargado de billares, bibliotecario, camareros, limpiadoras, etc. Recuerdo de aquella especie de microcosmos de oficios es, por ejemplo, la silla de barbero que se conserva en los bajos del Casino (junto al restaurante).

 

Diversos detalles de los muchos que se pueden disfrutar en el edificio: 

 

 NOTA: además de testimonios directos, para escribir este reportaje he tenido en cuenta los libros: “El Círculo de Recreo de Valladolid (1844-2010)”, de Rafael Serrano García; “Ciento cincuenta años del Círculo de Recreo (1844-1994)”, de VV.AA.; “Guía de Arquitectura de Valladolid”, de VV.AA; y “Valladolid, recuerdos y grandezas (1902)” de Casimiro G. García Valladolid.

 

LAS PIEDRAS MÁS ANTIGUAS DE VALLADOLID

$
0
0

Vamos a intentar adentrarnos en el mundo del Valladolid más antiguo. Incluso de cuando estos lares ribereños del Pisuerga y de las Esguevas no tenían nombre que haya llegado hasta nosotros.

Nos referimos, claro está, al término municipal de Valladolid.

Según indican los historiadores, Valladolid aparece citado por vez primera en un documento fechado en el año 1085.

Parece que se trataba de una aldea o una finca agrícola (que era una manera de denominar a muchos asentamientos que se iban produciendo a medida que los reinos hispanos del noroeste ganaban terreno en la cuenca del Duero). Hablamos, por tanto, de la época en que hace su aparición por esta aldea a las orillas del Pisoriza el comes Petro Asúriz y su esposa Ailoni comedissa,   ues se acepta la fecha (más o menos) de 1072 como  la de la entrega que le hace Adefonsus (Alfonso VI)  de estas tierras.

Ya de entrada ni siquiera está muy claro si Valladolid estaba amurallada (acaso una rudimentaria empalizada) o no, o si disponía de algún alcázar. Parece que sí existía la iglesia de San Pelayo (San Miguel después) en lo que ahora es la céntrica plaza de San Miguel. Sí sabemos que en 1095, dos décadas después de que Ansúrez llegara a estas tierras,  se consagra Sancte Marie Vallisolite (más tarde conocida como la Mayor): la obra por antonomasia del Conde y su esposa. Cantado el Te Deum, que con toda seguridad se entonaría el día que se consagró la Colegiata, vamos a iniciar el camino (incierto y atrevido) que nos lleve a dar constancia de las piedras más antiguas de Valladolid.

Nos vamos a hacer un poco de trampa, pues no consideramos los restos de cerámica, que son muchos. Por tanto nos centraremos en materiales pétreos propiamente dichos o en construcciones que, aunque sean de ladrillo, indican una determinada antigüedad en que la piedra ya se utilizaba y labraba.

 

En la década de 1980 hubo varios hallazgos arqueológicos de carácter prehistórico. Destaca la pequeñita hacha cuyas medidas son de 10,7 x 2 x 1,2 cm. de grosor que se halló al realizar unas obras en una casa particular de la  calle Alcarria. Se atribuye al Bronce final y está depositada en el Museo de Valladolid, aunque no expuesta al público.  Fotografía cedida por cortesía del Museo de Valladolid.

 

Hay otros hallazgos, como  una pieza lítica realizada sobre una lámina de sílex blanco (imagen tomada del libro Arqueología Urbana en Valladolid), encontrada en Arturo Eyries y que, con grandes dudas,  se atribuye al último Neolítico o a  la Edad del Bronce y podríamos hablar de unos 3000 años antes de, por ejemplo, el asentamiento vacceo de Soto de Medinilla. Hay noticias de otras hachas pulimentadas halladas en la calle Niña Guapa, en el barrio de Pajarillos y en otros diversos lugares de la ciudad (algunos de estos restos se encuentran en paradero desconocido). En cualquier caso, la dispersión de estos hallazgos y la escasez de los mismos,  hace pensar que no proceden de asentamientos humanos en lo que ahora conocemos como Valladolid,  sino de aportes de tierras procedentes de otros lugares.

 

El Soto de Medinilla  es un poblado Celtíbero de la Edad del Hierro que aparece  entre los siglos VIII y VII a.C. pero que en realidad es una sucesión de diversas ocupaciones que llegaron hasta el siglo II a.C. Las casas se construyeron con estacas y barro o adobe. El Museo de Valladolid expone  una amplia muestra de la historia y utillaje de este asentamiento junto al Pisuerga. El Soto es un gran meandro que forma el Pisuerga entre la fábrica de Michelin y el  barrio de la Overuela. Mas, entre restos cerámicos y otras piezas de metal, se localizó un molino de vaivén realizado en piedra, que es el que aparece en la fotografía.

 

No faltan historiadores y cronistas que atribuyen Valladolid a un origen romano. Un asentamiento llamado Pincia (o Pintia). Otros investigadores hablan del nombre de Pisoraca (Pisuerga). Lo cierto es que en el subsuelo de la ciudad se han ido encontrando numerosos hallazgos de época romana: pavimentos y mosaicos, cerámicas, enterramientos, numismática, esculturas, inscripciones, etc. Además, restos y trazados reconocibles de diversas villas: en el Cabildo, en el pago de Argales, en Villa de Prado… De estas construcciones romanas nos quedamos con la de Villa de Prado, datada en el siglo IV d.C. Está entre la antigua Granja Escuela José Antonio y el nuevo Estadio José Zorrilla. De esta villa hay documentación y restos perfectamente reconocibles. Y como de piedras estamos hablando: aportamos una fotografía de los muros que delimitaban ciertas dependencias, y del mosaico Diana Cazadora que el que sea una obra artística no oculta que está realizada con caliza y mármol, además de vidrio. Se expone en el Museo de Valladolid.

 

Anterior a este mosaico está el Ara Votiva encontrada durante la construcción de una piscina en Casa Santa (una finca al norte de Valladolid, a la derecha de la carretera de Cabezón de Pisuerga cerca del límite con Santovenia de Pisuerga), fechada en el I-II d.C. Es de piedra caliza y tiene la siguiente inscripción: “Claudia Anna (consagró este ara) a las Ninfas, por la salud de Claudio Licerico, su hombre, cumpliendo el voto con ánimo alegre”. Está expuesta, también, en el Museo de Valladolid.

 

Y seguimos con restos romanos. Al hacer los sondeos pertinentes en el entorno de la Antigua para la construcción de un aparcamiento subterráneo (que no ha llegado a hacerse), aparecieron numerosos restos: romanos, medievales y contemporáneos. De entre todos destaca un hipocaustum (lo que ahora llamaríamos una gloria). En las imágenes vemos el lugar de su emplazamiento bajo tierra, el arco de entrada (ladrillo y piedra), el interior tal como fue fotografiado por los arqueólogos (se aprecia una capa de agua en el fondo de unos 10-15 cm. de profundidad), y un montaje fotográfico que he realizado para hacernos una idea de cómo puede ser en un vistazo más amplio de la estancia, que tiene un número indeterminado de pilares de ladrillo (cuadrados y redondos). Es importante indicar que esta cámara calefactora tiene las siguientes dimensiones: 250 x 100 cm. de superficie, y unos 75 cm. de altura.

 

 Sin duda, la colegiata de Santa María la Mayor es la construcción más señera atribuible al Conde y su esposa. Y, desde luego, de la que hay pruebas fehacientes de su realización, cosa que, por ejemplo, no podemos decir de otras construcciones atribuidas a los condes.  Por tanto será necesario incluir las ruinas de la colegiata sitas tras la Catedral, como parte de las piedras más antiguas de Valladolid (finales del siglo XI). Si nos atenemos a lo que comúnmente se viene diciendo de la colegiata del Conde tendremos que indicar que de ella solo queda parte de la torre pórtico que daba acceso a un pequeño templo románico del que ya nada se conserva a raíz de las obras del s. XIII de incipiente estilo gótico que se superpusieron a la primigenia construcción románica, y que se pueden ver en la parte derecha junto a la torre original.

 

Y estaríamos llegando, cronológicamente, a un conjunto de construcciones que se fueron levantando entre los siglos XII y XIII que aún son perfectamente reconocibles. Nos referimos a la Antigua: aparece citada por primera vez en el año 1177 y hay dudas razonables de su existencia con anterioridad a la Colegiata; y, desde luego, estaríamos hablando de su torre y el pórtico, pues en todo caso el resto del edificio nada tiene que ver con su construcción original.  A esta emblemática torre vallisoletana, en el entorno cronológico al que nos referimos, habría que añadir el Puente Mayor, el puente de Puente Duero, la torre de San Martín, la puerta del alcázar de la Magdalena, y las murallas de la villa, en las que nos detenemos a continuación.

 

Del siglo XI no hay restos arqueológicos  ni documentos que permitan hablar de la existencia de una muralla en torno al primitivo Valladolid. En todo caso, de existir una muralla sería de fabricación tosca y de piedra sin trabajar. Otros investigadores hablan de que a los sumo sería de una empalizada de adobes y madera. A mayor abundamiento, se sabe por la Primera Crónica General de España que hallándose Alfonso VI en Valladolid hacia 1086, recibió una delegación de Ruiz Díaz (el conocido como Cid) que se alojó en posadas: es decir, que todo parece indicar que en aquellas fechas no existía ningún palacio  u otro edificio relevante en el que se albergara el monarca.  Lo más probable es que hasta finales del XII, reinando ya Alfonso VIII,  en Valladolid no se levantara una verdadera muralla con sus puertas y torres. Y si difícil es establecer si disponía de una cerca también lo es determinar si tenía un castillo o fortaleza. En cualquier caso, la primera notificación escrita sobre la existencia de un palacio o fortaleza data de 1188. Lo más razonable es pensar que la cimentación de los restos de muralla que ahora conocemos en  la calle de Angustias sean edificaciones o reedificaciones que se daten a finales del XII o principios del XIII. En las imágenes: señalización en el pavimento de plaza del Poniente, de los restos subterráneos del alcazarejo (que se pueden ver en los sótanos de San Benito, al igual que los de la muralla). Restos reconstruidos de muralla en la calle de las Angustias.

 

 Y daremos por concluida esta atrevida y incursión en el mundo de la arqueología en busca de  “la primera piedra” de Valladolid, acercándonos hasta  la plaza de San Miguel. En ella se han dejado unos testimonios de donde estaba la iglesia de San Pelayo (luego de san Miguel) cuya construcción se atribuye a una época anterior a la llegada del Conde.  La razón del cambio de nombre de la iglesia viene determinado por el nombramiento del arcángel san Miguel como patrón de la villa en fecha muy posterior a la advocación de san Pelayo (un niño mártir del siglo X  torturado por Abderramán III que el mundo cristiano adoptó como símbolo de la lucha contra los sarracenos). Es quizá esta advocación la que permitiría afirmar su construcción a finales del X o principios del XI, tal como anotan algunos arqueólogos,  que atribuyen su erección a la existencia en Valladolid de una colonia mozárabe que, probablemente, hacía que en esta aldea los oficios religiosos siguieran el rito mozárabe y no el romano.

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:  “Arqueología urbana en Valladolid”, VV.AA.; “La Villa de Prado, un yacimiento romano en la ciudad de Valladolid”, de  Fernando Pérez Rodríguez-Aragón; “El alcázar real de Valladolid”, de Miguel Martín Montes; “Los orígenes prehistóricos y arqueológicos de Valladolid”, de Miguel Ángel Martín Montes e incluido en el libro  Una historia de Valladolid –VV.AA.-; ” La prehistoria”, de Germán Delibes de Castro y José Ignacio Herrán Martínez;  “Arqueología romana”, de Tomás Mañanes Pérez;  “Ara dedicada a las ninfas hallada en Valladolid”, de Ricardo Martín Valls y Germán Delibes de Castro;  “Documentos de la Iglesia Colegial de Santa María la Mayor”, transcriptos por Manuel Mañueco Villalobos y anotados por José Zurita Nieto; “Guía de Arquitectura de Valladolid” (VV.AA.); expediente municipal para la construcción de un aparcamiento subterráneo en la Antigua; y  piezas e imágenes expuestas en el Museo de Valladolid.

VALLADOLID, TIERRA DE ABUNDANTES AGUAS

$
0
0

La posición de Valladolid en el centro de la cuenca del Duero (y, además,  en la parte más deprimida) confiere al territorio de la provincia una ubicación privilegiada por cuanto recoge las aguas de numerosos ríos y arroyos.

La existencia de la capa freática a una media de tres metros de la superficie hace que con facilidad afloren las aguas creando charchas o embalsamientos relativamente permanentes: cosa que depende, en muchos casos, de la intensidad del regadío. Esta capa freática ha facilitado que en innumerables casas de la provincia hubiera pozos de  aguas permanentes.

Las aguas freáticas tan cerca de la superficie se produce por la presencia de una capa arcillosa en el subsuelo inmediato que hace de impermeable e impide que las aguas lleguen hasta corrientes subterráneas profundas. Cosa que por otro lado también existen: el acuífero Los Arenales en la comarca de Tierra de Pinares hace de una parte de Valladolid una de las zonas de aguas subterráneas más importante de la Península Ibérica.

Mas, esto no es todo: los páramos calizos que se extienden de este a oeste, como son los Torozos, y los de Cogeces – Campaspero hacen de estos extensos  territorios unas auténticas esponjas que actúan de reservorios de agua llovediza. Esto explica lo que casi es un milagro que se comprueba cada verano: pasear por las tierras altas de Valladolid y disfrutar de manantiales caudalosos, de los que podemos poner como ejemplos la fuente de la Jarrubia en el término de San Llorente  o la fuente del Olmo en Villaco. Se puede traer un buen puñado de enclaves similares de abundantes aguas permanentes.

Que esta presencia de agua no se traduzca en una mayor extensión de verdor no tiene tanto que ver con la abundancia de aguas, como  con las condiciones climáticas, con la desforestación  que se hizo para practicar una agricultura extensiva  y, por ende,  por  el tipo de agricultura dominante en la provincia. Esto da como consecuencia la impresión de habitar una tierra seca que hemos acabado aceptando como característica de Valladolid.

La presencia del  agua y los cursos de ríos y canales han contribuido a moldear paisajes sorprendentes en Valladolid. Eso sin contar las notables construcciones que se han levantado para aprovechar la fuerza hidráulica, como aceñas, molinos y harineras (con sus correspondientes caces y socaces); o los puentes para cruzarlos, de los que Valladolid puede presumir de tenerlos de todas las épocas y estilos.

Ahora tenemos muy olvidado el consumo de pesca en aguas dulces, pero durante muchos siglos el pescado que habitualmente se consumía en los hogares procedía de los  ríos y lagunas naturales cercanas a las poblaciones. Así, tenemos, por ejemplo,  parajes conocidos  como “el puerto” porque era el lugar de la ribera que los pescadores aprovechaban para amarrar las barcas con las que pescaban en el río.

Hay un rastro histórico muy importante de esta actividad en Medina del Campo: las Lagunas Reales. Ahora prácticamente desecadas a causa de la explotación de los acuíferos para actividades agrícolas. En otro tiempo fueron lugares de abundante pesca de tenca y anguila. Tanto es así que en la Colegiata de San Antolín de Medina se levanta una gran capilla que se financió, en parte, con los ingresos que obtenía la cofradía de Nuestra Señora de las Angustias por los derechos de pesca en las Lagunas (derechos, por otra parte, que les concedía el Ayuntamiento).  Una historia que se remonta al siglo XVIII, tal como relata el historiador Gerardo Moraleja.

 

Embalse de San José en el río Duero a la altura de Castronuño. Se trata del único Parque Natural declarado en Valladolid. Este parque incluye a varios municipios.

 

Bodón de Barrero,  de Bocigas.  Las tierras de Medina contabilizan un buen número de bodones aunque la verdad es que el regadío a secado la mayoría.

 

Bodón de las Lavanderas, en el término de Carpio.


A la altura de Foncastín (al fondo se ve la torre de su antiguo castillo), el Zapardiel se carga de agua merced a un pequeña presa.

 

Embalse en Encinas de Esgueva, un lugar muy recomendable para un agradable paseo que lo circunvala: apenas una hora a paso vivo.

 

Aguasal: cárcava Grande… próximo a Olmedo. Sorprende.

 

Este humedal próximo a Berrueces (Tierra de Campos), se conoce como Pardinas, Viveiro o Regoyada.

 

El Canal del Duero y el de Castilla, además de otros de menor entidad, también contribuyen a dibujar el mapa del agua de Valladolid. En la imagen, dársena del Canal de Castilla en Medina de Rioseco: confiere al paisaje una luminosidad singular.

 

Embalse del río Bajoz, inmediato a la Santa Espina. Se puede rodear por completo dando un agradable paseo de poco más de una hora.

 

Laguna del Prado en Santiago del Arroyo: sus aguas se alimentan remotamente de los acuíferos de la Sierra del Guadarrama.

 

Fuente Ungrillo, junto al despoblado medieval que tiene el mismo nombre. Hablamos del término de Villalba de los Alcores.

 

Paisaje invernal de la laguna de Laguna de Duero.

 

El Canal de Castilla a la altura de Tamaríz de Campos. Se conoce como exclusa número 7. Una de tantas harineras que aprovechaban la fuerza motriz del canal.

 

Vista aérea del Puente Mayor sobre el Pisuerga a su paso por Valladolid.

 

Puente Medina, sobre el río Eresma en el término de Alcazarén. Este puente permitía el paso del Camino Real de Toledo.

 

Presume Becilla de Valderaduey de tener este puente romano, aunque bien es verdad que ha conocido diversas modificaciones. Sobre él transita una de las calzadas romanas que atravesaban Valladolid.

 

Molino de Reoyos, en Peñafiel, sobre el río Duratón.

 

Son numerosas las fuentes que hay en Valladolid., como esta fuente del siglo XIX, cuando reinaba Fernando VII, en San Pelayo.

 

AQUELLOS ANTIGUOS HOSPITALES

$
0
0

Valladolid tiene una contrastada tradición de atención a pobres, enfermos y niños abandonados que ha materializado durante siglos en una red de centros asistenciales: asilos, hospitales y hospicios han dado cobijo a quienes lo han necesitado.

Es larga la relación de aquellos llamados hospitales: viudas, curas jubilados, pobres, enfermos, enajenados,  niños y niñas abandonados, peregrinos, etc. solían  encontrar algún establecimiento que los acogiera. En general, estos establecimientos estaban auspiciados por nobles,  cofradías,  conventos y el propio Concejo. Todos estos lugares normalmente eran benéficos y amparados a las limosnas y donaciones de personas piadosas o hermanos cofrades.

En fin, una ciudad que, de todas maneras, y más allá de la caridad, puede presumir de médicos acreditados como lo fueron  Alonso Rodríguez de Guevara, pionero en auspiciar en el mundo disecciones de cadáveres para la enseñanza de la medicina cuando corría el siglo XVI;  Luis de Mercado, médico de cámara de Felipe II y de cuyos tratados de medicina han aprendido generaciones de médicos;  Dionisio Daza Chacón, que atendió al mismísimo Cervantes en la batalla de Lepanto, etc.

La historia de la medicina en Valladolid ha dejado un rastro perceptible al que vamos a referirnos, no sin dejar advertido que sería de pretenciosos intentar resumir en un artículo tan larga y compleja historia: vamos a centrarnos en la última centuria para señalar lugares que nos incentiven a dar un paseo para recorrerlos.

Hasta que en 1953 se abrió al público el gigantesco hospital Onésimo Redondo –conocido popularmente como “la residencia” (en democracia tomó el nombre de Hospital Río Hortega)-, los enfermos eran atendidos en una red de centros públicos y privados cuyas historias son, en muchos casos, realmente curiosas. Y a ellas vamos a referirnos.

 

Fueron muchos los lugares de acogida y beneficencia que cuentan varios siglos de existencia, como es el caso del convento de San Cosme y San Damián, en la plaza del Rosarillo. De él ya hay noticias a finales de la Edad Media como lugar de acogida de pobres, y en siglo XVIII ejercía como Hospital de Convalecientes, es decir, personas que dadas de alta en un hospital necesitaban, sin embargo, reponerse. Conserva su fachada, pero trasladada a la calle de San Juan de Dios como puerta de la Residencia Sacerdotal.

 

Uno de los viejos hospitales fue el  Municipal de Santa María de Esgueva, que se habilitó en el llamado palacio de los Ansúrez (sin que en realidad haya demasiada fiabilidad sobre la existencia de tal palacio). En 1865 se adscribió al Hospital de la Resurrección. La piqueta de la década de 1970 derribó aquel entrañable edificio  que ya llevaba años abandonado. Las imágenes  son de los años 30. Fotografías de Carvajal del Archivo Municipal de Valladolid –en lo sucesivo AMVA-.

 

El hospital de la Resurrección se fundó en el siglo XVI y se derribó en 1890, tras llevar varios años abandonado: en 1881 se trasladaron los enfermos al Hospital del Esgueva. En el solar, varios años después se construyó la llamada Casa Mantilla (esquina Miguel Íscar con Acera de Recoletos). Cervantes ambientó algunos capítulos de “El coloquio de los perros”  y “El casamiento engañoso”  en las salas de este hospital. La escultura del Cristo Resucitado que presidía la fachada  se reinstaló en los jardines de la Casa de Cervantes, y el retablo del Santo Sepulcro se conserva en la iglesia de la Magdalena.

 

Corría el año de 1889 cuando el nuevo Hospital Provincial se convertía en una realidad. Varios años de gestación  y la mano del arquitecto de la Diputación Teodosio Torres  (también ocupó plaza de arquitecto del Ministerio de Instrucción Pública) permitieron que Valladolid contara con un moderno hospital, más propio del siglo XX que se avecinaba que aquellos vetustos (pero entrañables) hospitales que ya hemos comentado. Desde 1997, tras una larga restauración, el edificio se dedica a dependencias administrativas de la Diputación de Valladolid.

 

En nombre de la Reina, la  marquesa de  Alhucemas inauguró  en 1919 el nuevo “Real Dispensario Antituberculoso Victoria Eugenia”. Ubicado en la calle Muro, desde 1983 es sede del Centro de Educación de Personas Adultas. El impulsor de aquel hospital fue Román Durán, a la sazón director de Sanidad de Valladolid. La lucha contra la temida tuberculosis ha sido una constante durante décadas en España. También había un pabellón Antituberculoso en el Prado de la Magdalena , y en Viana de Cega (hace años convertido en un enorme edificio fantasma): en la fotografía, enfermos tomando el aire limpio del Pinar.  

 

No muy lejos del Antituberculoso se inauguró en la década de 1950 el ambulatorio del 18 de julio (en la calle Gamazo), que actualmente sirve de dependencias sindicales (UGT). Su aspecto y filosofía se corresponde con el modelo de atención hospitalaria que tuvo su auge en la España de los 50-60.

 

La última Casa de Socorro que como tal funcionó en Valladolid está situada en la calle López Gómez. La Casa de Socorro conoció varias ubicaciones, siendo esta la definitiva una vez que se inauguró  el colegio García Quintana en 1943, tras un largo proceso de construcción que se gestó en 1926. No obstante, en esta dependencia, que ahora es una biblioteca municipal, antes estuvieron los juzgados.

 

 Muy cerca de la antigua Casa de Socorro está el edificio que fue Sanatorio del doctor Escudero (Félix Escudero): calle Santuario 14 (ahora son dependencias de la Consejería de Agricultura). Este edificio comenzó a construirse en 1944 y junto con el de Jolín y Quemada componía la tríada de hospitales del Valladolid de posguerra. Tres hospitales con personalidad bien diferenciada que, como les describieron en prensa en cierta ocasión, se caracterizaban por la ortodoxia de Escudero, la cirugía renovadora de Jolín, y la cirugía de urgencia de Quemada.

 

El acogimiento de niños abandonados tiene tras de sí una larga historia en Valladolid,  y está cuajada de muchas curiosidades: por ejemplo, durante años se financiaba con parte del dinero obtenido por la venta de entradas del Corral de Comedias o con la venta de aloja. Pero no nos vamos a detener en ello. El Hospicio ha tenido diversas sedes y su última ubicación hasta la década de 1970  fue el antiguo palacio de los Condes de Benavente, actual biblioteca de la Junta de Castilla y León en la plaza de la Trinidad. La fotografía es del año 1900, AMVA.

 

La atención a los enfermos mentales (locos se les llamaba antes) ha tenido diversos edificios. El anterior al moderno Hospital Psiquiátrico ubicado en el barrio de Parquesol, fue el monasterio de Nuestra Señora de Prado, que ahora acoge a la Consejería de Cultura. Manicomio se le llamaba  y lo fue entre 1898 y 1976, cuando se inauguró el actual hospital.  Hasta lo actual, se han conocido “manicomios” en la calle Orates (ahora Cánovas del Castillo) – entre 1489 y 1850-. El nombre de Orates viene, precisamente, por estar allí el lugar donde se encerraba a los locos –se decía que se les reconocía por estar continuamente hablando a lo tonto (de ahí lo de Orates)-; y en  la calle Alonso Pesquera -antigua casa del Cordón-, entre 1850 y 1898. En la fotografía del  AMVA entrada al manicomio a principios del s. XX.

 

 Hasta 2007 y desde 1945 (aproximadamente) ha prestado servicio el hospital Virgen de la Salud, más conocido como clínica del doctor Jolín, nombre de su fundador: Víctor Jolín Daguerre.  Una clínica que en realidad regentaban las Siervas de María desde 1962. El edificio –en la fotografía- está situado en la calle Pedro Niño con esquina a Paseo de Isabel la Católica  y actualmente es una residencia de personas mayores. Hay más hospitales regentados por congregaciones religiosas, como el Sagrado Corazón, en la calle Alonso Pesquera, cuya titularidad es de las Siervas de Jesús de la Caridad. Su aspecto moderno actual está muy transformado,  pero en este lugar llevan instaladas las monjas desde 1897, donde desarrollaban sus  actividades caritativas con los enfermos.

 

De 1943 es el sanatorio del Doctor Quemada (su nombre completo era José Quemada Blanco) que estaba en la calle Aurora esquina con Paseo de Zorrilla. En la fotografía de El Norte de Castilla,  inauguración de la capilla del sanatorio en 1947. En el año 1985 se instalaron las verjas del ya desaparecido hospital  en la plaza del Doctor Quemada.

 

El Hospital Militar, que dejó de prestar servicio en 1995 y que ahora ocupa la Consejería de Sanidad, se construyó en 1933. Bien es verdad que anteriormente, y en este mismo emplazamiento,  desde el siglo XIX ya había dependencias sanitarias de atención específica para soldados y oficiales.

 

La Cruz Roja también tiene en Valladolid una larga historia de atención sanitaria. En la década de 1910 establece un Cuarto de Socorro en la calle Nuñez de Arce, que pronto se quedó pequeño. En el años 1932 se trasladaron a un nuevo local, ya desaparecido, en la calle Leopoldo Cano. Aquel sanatorio se convirtió en hospital militar durante la Guerra Civil y servicio de información sobre heridos y fallecidos en la contienda. Allí estuvo la Cruz Roja hasta que en 1965 inauguraron el hospital de la calle Felipe II (en la fotografía) que ha sido de su propiedad hasta que en el año 2000 dejaron de prestar asistencia sanitaria y lo vendieron. En la fotografía de época vemos una actividad realizada en febrero de 1932 en los locales de Leopoldo Cano (está tomada de El Norte de Castilla).

 

Aunque ya nada quede de él,  no quiero terminar este paseo por los viejos hospitales, sin referirme a uno,  desaparecido, y del que no ha quedado rastro visible alguno, al menos que se sepa. Se trata del llamado “sanato” que en realidad era el Sanatorio del Carmen,  en la calle Paulina Harriet. Este sanatorio fue fundado por el prestigioso urólogo  Rodrigo Esteban Cebrián en la década de 1920. En la memoria de algunas personas se recuerda como “el sanato de D. Cebrián”. Médico muy acreditado fue nombrado profesor auxiliar de la Facultad de Medicina al mismo tiempo que Pío del Río Hortega. Fue alcalde “accidental” en 1924 y a lo largo de su vida recibió numerosos reconocimientos a pesar de haber sido represaliado en el franquismo para que no ejerciera la docencia en la Universidad. La foto es de José Luís Salinas. Detalle de las verjas que daban entrada al sanatorio (AMVA).

 

 

 

Viewing all 516 articles
Browse latest View live